Título: Dolorosamente real
Petición de:
txillyFandom: Fucking Åmål
Personajes: Agnes, Elin
Notas: Un poco *cof* angst, me temo. Y un poco horrible, te prometo que algún día te escribiré algo mejor v.v
Agnes no se hubiera dado cuenta de que llevaba más de una hora con la mirada fija en la puerta de su habitación, casi sin pestañear, si el picor de ojos no hubiera comenzado a ser tan insoportable que le dio la impresión de tener un hierro al rojo vivo detrás de cada cuenca ocular.
Y Elin, claro, no había vuelto.
Se incorporó en la cama como una autómata y alargó la mano hacia el mando a distancia de la cadena de música, pero se detuvo a mitad de camino. Lo último que quería era pensar, despertar de aquel letargo que parecía haberle vuelto el cuerpo y el alma de cartón; y suponía que dejar que esa música inundara su habitación no era una buena opción. La había seleccionado Elin apenas unas horas antes de la ruptura, porque “ya estaba bien de música clásica” y porque le encantaba que Agnes criticara sus canciones.
Como activado por un resorte, el cerebro de Agnes volvió a cerrarse en banda y sus piernas la obligaron a levantarse del todo. Sin embargo, pronto comprobó que no sabía qué hacer y se quedó paralizada, de pie en el centro del dormitorio.
No podía acercarse a la ventana; aquella ventana que Elin había roto antes de que todo comenzase. No podía sentarse frente al ordenador, porque el solo pensamiento de volver a escribir como antes lo hacía la llenaba de espanto; le hacía plantearse si no estaría despertando del mejor de los sueños para volver a encontrarse en la habitual pesadilla.
No podía volver a la cama, donde empezó todo con aquel beso furioso, descarado y desagradable. Para Elin, claro. Elin sólo había buscado ganar una apuesta y en cambio se había llevado su alma entera con aquel gesto interesado.
Así que se quedó quieta en mitad de la habitación, mirando al suelo y tratando de ignorar el dolor que se estaba extendiendo por su pecho y su garganta. Apretó los dientes y crispó los puños, y en ese momento cierta tirantez en la piel de su muñeca izquierda volvió a clavarle otra flecha de recuerdos. Allí estaba la cicatriz de la primera herida que Elin le había hecho: no conscientemente, porque Elin pensaba pocas cosas de las que hacía, pero dolorosamente real.
Tan dolorosamente real como la angustia que trepaba en aquel instante por la garganta de Agnes y que la estaba obligando a deslizarse hacia el suelo, mientras las primeras lágrimas comenzaban a caer y sus dedos no dejaban de acariciar la cicatriz.
¿Por qué había pasado aquello, qué había sido esta vez? ¿Debería acostumbrarse a la tormenta que era el carácter de Elin, aun sabiendo que jamás amainaría y que volvería a hacerle daño? ¿O acaso esta vez realmente había sido la definitiva, y Elin nunca entraría por aquella puerta de nuevo?
En ese momento, casi como un calco perfecto del mismo instante del pasado en el que la cicatriz acababa de marcar su piel para siempre, algo chocó contra la ventana de la habitación.
Y Agnes estuvo segura de que era Elin. Tan segura, que la angustia pareció de repente una mera sombra que nunca había existido. Tan segura, que no le importó tirar el jarrón de su mesita de noche en su frenética carrera hacia la ventana.
Tan segura, que cuando descorrió las cortinas de un tirón y se encontró con el murciélago despistado que se chocaba una y otra vez contra el cristal, su mundo se rompió en mil pedazos.
***
En algún momento había conseguido meterse en la cama otra vez.
Estaba enferma. Tenía que estarlo; ¿por qué si no se sentía como si una pesada losa oprimiera su cuerpo contra el colchón, impidiéndole mover un músculo?
Y aquellos sueños, aquellos delirios. Seguía escuchando golpes en la ventana, pero no era Elin tirando guijarros. Elin se había ido, había cogido toda la luz que había traído a la vida de Agnes y la había apagado de un soplido.
El gusto salado de las lágrimas que desembocaban en sus labios. No sabía si era ella la que estaba llorando o era otra persona; si antes se había sentido como de cartón, ahora estaba hecha de plomo.
Había leído en alguna parte algo sobre una chica que había pasado por una experiencia horrible y había decidido dormir durante el resto de su vida para olvidarla. Tal vez ella fuera capaz de dormir para siempre también, dormir e ignorar los golpes de los murciélagos en la ventana.
Pero un golpe resonó más que los demás y Agnes volvió a ver. Ya tenía los ojos abiertos, así que lo que sucedió fue que la bruma que inundaba el dormitorio se disipó un poco. Pero su cuerpo estaba hecho de plomo, y no podía girarse hasta la ventana.
Y, de todas formas, había imaginado ese golpe. Como todos los demás.
Aunque el rectángulo de la puerta parecía haberse movido. Agnes deseó poder levantar el cuello para comprobarlo, pero no hizo falta.
Hubiera jurado que realmente sintió el peso de Elin sobre la cama, de sus rodillas y sus manos abriéndose paso cuidadosamente a través del colchón. Casi estaba segura de que veía claramente el contorno del cuerpo de ella, con esos ademanes de felino que siempre empleaba para llegar hasta la cabecera de la cama sin pisarla accidentalmente.
Su aliento junto al oído. Su respiración acelerada, el tacto húmedo de una mejilla contra la otra; ¿era Elin la que lloraba o acaso era ella?
Entonces, Elin habló. Y su voz suavizó la parálisis febril en la que Agnes estaba envuelta hasta hacerla desaparecer como si una corriente de agua arrastrara un simple montón de arena. Aquello no era un sueño: era real, dolorosamente real.
-Perdóname -fue lo que Elin dijo.
Lo repitió una y otra vez, junto a su cuello, junto a sus labios antes de besarla con urgencia, angustiada. Pero Agnes había recuperado la movilidad y el control de su cuerpo, y tomó a Elin por sus muñecas sin cicatrices para detener la desesperación que parecía embargar a la chica.
-Perdóname... -El llanto transformó el ruego en un gemido ahogado.
Agnes soltó una de las muñecas de Elin para acariciarle el cabello rubio y sedoso con esa mano, mientras con la otra seguía inmovilizándola. Cuando sus caricias consiguieron detener las lágrimas de Elin, Agnes besó primero cada una de sus muñecas y después atrajo el rostro de la chica hacia sí.
-No te vuelvas a marchar, por favor.
Por una noche, la tormenta amainó. Sólo por una noche, Agnes pudo comprender que algo en el interior de Elin siempre respondería ante ella. Y, aunque resultara difícil de creer que aquella chiquilla escurridiza e indómita pudiera abandonar sus truenos y relámpagos porque la llamada de Agnes la atrayera como un campo magnético, era real.
Dolorosamente real.