Title: Because we are a happy marriage.
Fandom: The Avengers
Pairing: Tony/Steve
Rating: G
Words: 1043
Disclaimer: Nada me pertenece, para desgracia mía TT_____TT
Notes: Para
o_nekoi_o a la que de seguro le sonará todo esto, porque ya lo leyó en su momento, aunque tenga pequeños agregados. Sólo es hasta que pueda terminar cierto fic que te debo. Besos.
Quizás no supiesen cuándo había comenzado, pero sí sabían cuándo había acabado. Y cómo. Ambos sabían que eran como el día y la noche, uno tan serio y responsable, el otro tan juerguista y playboy; era normal que hubiesen terminado de mala manera, y a todo el mundo les había extrañado que durasen tanto tiempo. Las constantes discusiones que habían compartido, los reproches del uno al otro y los constantes flirteos sólo habían sido las llamas que al final habían consumido su relación, pero aún así... Aún así Steve no podía creer lo que veían sus ojos, esa imagen le estaba desgarrando por dentro, agrandando la herida sangrante de su corazón.
Ver a Anthony en esa fiesta oficial de S.H.I.E.L.D acompañado por una mujer rubia con cuerpo despampanante y escote de vértigo que se colgaba de su brazo posesivamente y le dejaba marcas de carmín en esos labios carnosos, que sabía el moreno tenía y que hasta hacía poco él poseía cada noche cuando el resto de los vengadores dormían, no era lo que hubiera esperado encontrarse cuando aceptó asistir por insistencia de Natasha. Sus ojos perseguían al otro por toda la estancia, no importaba en qué momento o con quién estuviese hablando, sus ojos no podían apartarse de ese cuerpo musculoso que tantas veces había sentido sobre él.
Algo dentro de él terminó de desgarrarse cuando vio a la rubia de bote, -porque definitivamente era teñida, y su opinión no tenía nada que ver con los celos que sentía, al igual que sus puños cerrados- llevarse de la mano a Stark fuera de la estancia con una sonrisa que intentaba ser coqueta. Sin explicarse por qué, sus pies se adelantaron solos, siguiendo la estela de los otros dos hasta encontrarse la escena de Tony arrinconado en una pared, con los voluptuosos pechos de esa estrujándose contra el pecho trabajado del magnate, siendo besado como si no hubiese otro día en la vida.
Dio media vuelta intentando no hacer el menor ruido, pero era demasiado tarde, porque Stark se había fijado en él desde que había escuchado los pasos de alguien acercarse, pero Stephanie, que así era como se llamaba su acompañante, le había besado de repente pegándose a su cuerpo. Por primera vez, Anthony Stark no alentó esa actitud, sino que cortó el beso y se separó bruscamente de ella para ir tras Rogers. No le hacía falta mucho para saber que el rubio se iría bien lejos del bullicio, le conocía lo suficiente -que no era poco realmente- para prever que lo más seguro es que en esos mismos instantes estuviese desquitándose con un saco de boxeo si le fuese posible. Salió a los pequeños, pero intrincados, jardines que tenía el edificio para buscar a Steve. Sólo estaba siguiendo a su instinto, pero éste no solía equivocarse cuando se trataba del otro, y comprobó que así era, porque delante de él se encontraba el Capitán dando vueltas como si se tratase de un animal enjaulado.
Cuando lo vio acercarse a él nada más verle llegar sabía lo que pasaría, porque se lo esperaba, aunque quizás no con tanta potencia. Encajó el primer golpe porque sabía que lo merecía, pero a partir del segundo los paró. Escuchar toda la rabia contenida en esos «sabía que no debía confiar en ti», «no eres capaz de mantener una relación seria», «eres un cobarde» era como si le clavasen una estaca con cada oración. Quizás de todos esos reproches el que más le dolió, sin duda, fue el último; porque no podía negar que era un cobarde que escapaba a la mínima señal de seriedad en una relación, cuando notaba que empezaba a preocuparse demasiado por alguien. Porque ése -y no otro- había sido el motivo por el que flirteaba aún cuando sabía que estaba completa y perdidamente enamorado del inocente Capitán Steven Rogers. Su miedo a comprometerse.
Algo dentro de él se encendió y se escuchó contestando al rubio con un «¿qué esperabas, Rogers? ¿Qué me quedara para siempre jugando al matrimonio feliz contigo? No me hagas reír. Jamás he sido de esos y jamás lo seré» Había ido a hacer daño, con saña, lo sabía perfectamente. Los golpes que recibía le confirmaban que le había herido demasiado, que se había pasado de la raya que se había prometido no pasar, que ya era muy tarde para retractarse de sus palabras. La ira nublando la conciencia de Steve, lo notaba por los ojos rebosantes de furia, mirándole con un sentimiento que sólo le había visto la primera vez que se habían visto. Sin poder controlarse le bloqueó los brazos para que no pudiese herirle más y poseyó esos labios que tanto había echado de menos durante ese corto periodo de tiempo. Mordiéndolos, rasgándolos, lamiéndolos y saboreándolos, como si quisiese volver a memorizarlos. La pasión que siempre le sobrevenía cuando se trataba de Rogers, apoderándose de él. Se contuvo de dejarse llevar por ella.
Incluso cuando tenía los brazos del rubio inmovilizados sentía los puñetazos remitiéndose, convirtiéndose en meros choques, débiles, que demostraban el pesar que se había instalado en el rubio. No pudo contenerse en estrecharlo entre sus brazos, parando por fin los golpes. Ambos sabían que su relación era demasiado diferente de lo que en un principio hubiesen deseado. Steve era alguien de tradiciones más antiguas, Tony en cambio era alguien que había aprendido a no depender de nadie y, mucho menos, a confiar en otra persona que no fuese él mismo. No pudo contenerse cuando de sus labios salieron las palabras que habían originado que rompiera su relación con el rubio «Joder, Steve, sabes que no deberíamos. Soy demasiado destructivo para las cosas buenas. Y tú eres lo mejor que me ha pasado», porque sí, todo se había reducido a su miedo. Miedo a que en algún momento fuese tan dependiente del otro que si llegase a pasarle algo no pudiese soportarlo. En contestación sólo recibió un suave beso con un «me da igual lo que pueda suceder, quiero estar contigo, aunque sea jugando al matrimonio feliz».
Y lo peor de todo era que eso, esa frase, era lo único que hacía falta para que se le fuesen todos los miedos que habían habitado en su interior.