Oct 31, 2007 20:29
Tengo que recordármelo cada día un poquito. Decirme algunas palabras amables. Sonreír a la gente que pasa por la calle. Asegurarme de si está nublado. Comprobar en el reflejo de un cristal de escaparate si camino sin saltar demasiado. Estrujarme las manos como cuando se enjuaga una esponja para que caiga la inseguridad por el desagüe. Buscar con cuidado palabras menos torpes. Recoger las pesadillas que quedan junto a la cama los lunes, tan temprano. Enfundarme en mi armadura de tela y metal -la chaqueta verde y las chapas de Amélie, Le Petit Prince, Peter Pan, alguna marioneta amarilla-, un poco más protegida, un poco más cerca.
Sin embargo, hay días que no hace falta que me lo recuerde. Ya lo llevo conmigo. Es esa calidez que viene de muy adentro. Es esa sensación de sábado por la mañana temprano, de café y zumos, de abrazos bajo el reloj de la estación. Los pasos en las calles y yo detrás de la cámara, o algún vídeo en el restaurante. Las sentadas en los portales y los palillos partiéndose. Clac. Y qué importa la suerte si los partíamos todos juntos. Clac. Sábados circulares. Clac. Octubre en tres días. Clac. La noche, la mañana, el autobús esperando, los almendros en el objetivo, las parras tan rojas. Clac. Porque no les dolería, porque muy pronto volverían a reunirse, porque todo saldría bien. Clac.