Sep 06, 2007 21:00
Decidió marchar con esa certeza de que volver sería lo único que debería buscar después.
Incluso cuando hacía frío, incluso cuando tenía miedo, la inexplicable sensación de esperanza nunca desaparecía, como un pequeño tesoro aguardando ahí, donde termina el alma.
Cerró la puerta dejando que las ausencias se abrieran camino en los pulmones.
Las ranas saltan de roca en roca - le habían dicho alguna vez -; saltan de roca en roca y nunca fijan sus ojos. Las ranas son inquietas - habían concluido-. ¿Y yo? ¿Yo soy rana? - mirada de él y sonrisa torpe, - espero que no. Si no te tendrás que ir.
-Allá vamos- murmuró.
Y a veces, sólo a veces, sonreía de medio lado, y todo comenzaba a tener sentido.
Y reinventar su vida, tejiendo lentamente todas las historias, todas las mentiras y medias verdades que le darían forma.
Cerró la ventana, suspiró, y sintiéndose tan adultamente desamparada como Wendy, se olvidó de que alguna vez tuvo una niñez, y que quiso ser Campanilla.
Y echó de menos algunas tardes, de esas cenicientas, desesperadas, tendidas ante los ojos de quien espera sentado en las horas, echado sobre los silencios, insomne al caer la noche.
Pero ambos sabían que no era suficiente, que no estaban preparados para decirse nada. No aún. Pero tal vez dentro de años, dos meses, o cinco minutos…
Descalzo ante el suelo helado y pensando “si acaso alguna vez…”
Estoy harta de contar tic-tacs, esperando a que abras otra vez esa puerta.
Porque no era el momento ni la ocasión pero… ¿qué importaba?
- ¡Vámonos a Islandia! - y todo salió bien.