Verloren, Capítulo 6

Jul 05, 2006 16:35

*redoble de tambores* Porque yo sé que me aman y no pueden vivir sin mi... *es lapidada* cofcof @_@

Bien... les traigo el fruto de mis entrañas: Capítulo 6 de Verloren. Más atrasado que la cresta pero bueno... es lo que hay.

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VERLOREN
(Perdido)

Rating: de momento, PG-13

Pairing: Hyde. Aka, HeixEd. Con implicaciones de Elricest y Altercest.

Advertencias y Disclaimer: Ver otros capítulos

Advertencias del capítulo: Heiderich + Política alemana en 1923 = amor. Y probablemente tiene una millonada de errores, porque no estoy con ánimo de betearlo, y mandárselo a alguien para que me lo betee es mucha pega n_ñU

Sigan el cut mágico.

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Capítulo Seis
Nebelhaft (Brumoso)

Era curiosa la forma de aunar fiesta, locura, rabia y alegría. Ruido, protesta, pancartas y catarsis en la gregaria masa reunida, cada vez más compacta, en el mitin de la fábrica junto al terreno baldío. Podría haber sido en cualquier parte, en realidad. Pocas cosas alcanzaban tanto nivel de alegre demencia como una manifestación, a pesar del miedo a la policía, del miedo a las patrullas de choque nazi, y de un posible despido acechando en los contratos de todos los obreros asistentes.

No era como si eso cambiara mucho, de todas formas. Los trabajos de todos valían ya menos que el dinero que reportaban. Y con la inflación, aquello era mucho decir.

Alfons no podía evitar sentirse orgulloso de la convocatoria. Engañar a su reconcentrado huésped había sido sencillo, cosa de entrar temprano todos los días haciendo ruido, y salir al rato en puntas de pie. Unas cuantas reuniones con líderes sindicales, repartir panfletos y el asunto estaba hecho. Una protesta pacífica en una fábrica abandonada.

Casi le asustaba la facilidad con la que había realizado el trabajo. Acostumbrado él a la quietud de los libros, a la inacción de los intelectuales callados, ver a tanta gente de pensamiento similar reunida le reportaba cierta clase de incrédula satisfacción. Ignorante de himnos y todo, tarareó La Internacional con el resto al inicio del acto, sintiéndose menos solo que antes.

Le molestó la voz de la lógica, apuntándole cierta desagradable similitud de su enajenación actual con la de cualquier fanático religioso o peor, con los salvajes Nacionalsocialistas. Y no contento con recordarle que se estaba sintiendo demasiado cómodo en la masa, su racionalidad le obligó a mirar el reloj.

Las diez de la noche.

Gruñó, prefiriendo asentar su mirada en un sucio ventanal a través del cual podían verse las carpas de los gitanos; cercanas, silenciosas y quietas. A Edward le daba igual si estaba vivo o muerto. Tenía que obligarse a que aquello fuera recíproco.

Dos semanas durmiendo con un desconocido. Cada vez más desalentado, y aún así, aferrándose a esperanzas teóricas, absurdas. Tal como antes se había colgado de la ropa de su hermano para recordar y de los diarios ingleses a la caza de su nombre.

Se hizo nota mental de limpiar el armario donde guardaba esos periódicos. Ya no tenía caso acumularlos ahí.

Fastidiado, prefirió prestar atención a los discursos que el secretario general de la unión sindical pronunciaba arriba de la tarima. Algo sobre el presidente Ehbert impidiendo la revolución. Algo sobre los boicots a la economía de Alemania. Algo sobre el peligro de los Nacionalsocialistas.

La última parte fue ilustrada con ejemplos gráficos. Una horda de las Stürm Abteilung irrumpió en el lugar.

Hombres jóvenes, sin rostro en sus uniformes pardos, que comenzaron a comerse la concentración primero desde los bordes. Tácticos, golpearon primero con bastones de madera para separar a la muchedumbre en grupos manejables, más fáciles de atacar. Los alaridos proferidos por los invasores sembraron el terror en el recinto, escalofriantes eran sus consignas de odio, y pronto los gritos de dolor de sus víctimas se unieron al ruido general como el zumbido de un millar de abejas.

Todos los presentes tuvieron la seguridad de que la policía no iba a inmiscuirse.

Interrumpido en una fracción de segundo por el estampido de un balazo, el ruido cesó antes de aumentar en histeria. La gente trataba de llegar a la salida, pasando por encima de los camisas pardas y atropellándose unos a otros. Desde el suelo, a través de una bruma de lágrimas, Alfons vio rodar junto a él a un joven nazi, uno que había descargado el bastón en su cadera, y supo lo cerca que había estado de morir. Más balazos respondieron al primero, iniciándose un tiroteo entre los SA y los escasos sindicalistas que estaban armados. De rodillas debido al punzar inhabilitante del costado que había recibido el golpe, intentó ponerse a salvo sin resultar aplastado por el resto, con el confuso pánico a una masacre nublado por el instinto de supervivencia. Podía oler la zona en que las planchas metálicas del muro estaban suficientemente derruidas para permitir su paso, del lado opuesto al terreno baldío. Una corriente de aire helado provenía de allí.

Una patada, dos, tres. Abrió la boca en un grito tan agudo que se perdió entre los otros, y le hubiera asombrado la forma en que podía sentir el corazón latiendo en sus oídos si la quemazón en sus costillas no hubiese sido tanta, borrando cualquier pensamiento coherente en un estallido de luz blanca tras sus ojos. Con las manos crispadas, se descubrió con la mejilla pegada al suelo y al abrir los ojos localizó la salida a siete metros de él. Se forzó a arrastrarse afuera a pesar la plegaria de su cuerpo, que pedía quedarse ahí a esperar la muerte en cada uno de sus nervios.

Mientras tanto, los disturbios se habían hecho extensivos a la calle. La gente al interior de la fábrica era cada vez menos, y muchos cuerpos yacían dispersos en el suelo, algunos inconscientes y otros ya perdidos. Con la atención puesta en quienes aún intentaban escapar por la puerta principal, los SS no notaron cuando Alfons se deslizó afuera en medio del crujir metálico del boquete en la pared.

El frío exterior empeoró el dolor, haciéndole caer sobre la nieve, retorciéndose presa del contacto húmedo que bajaba su temperatura aún más. Gimió por el suplicio, esta vez incapaz de levantarse de nuevo. Y se dejó ir.

Cuando despertó se hallaba solo y no podía determinar si estaba en algún sitio conocido. El tiempo transcurrido desde su desmayo era igualmente inescrutable. Con la mente entumecida todavía, se atrevió a maldecir el hecho de que no hubiera sido Edward quien le había encontrado. Amanecía y la tenue luz que pasaba a través de una ventana polvorienta le permitía mirar a su alrededor. Las paredes tenían cierto color amarillento, papel mural gastado y barato.

Debía tener fiebre si se estaba fijando el condenado papel mural, decidió. Respirar le costaba, y una puntada feroz lo mantuvo en su sitio cuando intentó moverse. Era estúpido sentirse protegido sin saber donde se hallaba, pero si le habían recogido de la calle podía inferirse que no se trataba de malas personas. Cerró los ojos, demasiado cansado para pensar, y volvió a dormirse.

Llantos, pensó de forma vaga, alguien llora. Levantó un párpado, sólo una rendija brillante y le saludó la borrosa imagen de un muchacho de cabellos rubios y cortos arrodillado a los pies de su cama, cubierto con un abrigo castaño. Afuera había anochecido. Desistió de su intento de abrir el ojo, entonces, convencido de haber visto una aparición.

No puede ser Edward, pensó; Edward está muerto, el espectro que habita en mi casa es demasiado diferente a él. La fiebre debía haberle bajado pues sentía la mordedura feroz de los moretones y la costilla -quizá rota- que enviaba puntadas rítmicas a su cuerpo en cada exhalación. Las alucinaciones, en todo caso, persistían: podía oír voces familiares hablando en un idioma desconocido cerca suyo. Apretó los párpados, contrayendo las cejas por un mareo que le subía desde el estómago, pero no dijo nada. Dejó que lo dieran vuelta y desnudaran su espalda sin protestar, demasiado cansado, demasiado golpeado, demasiados demasiados. Un último pinchazo y un líquido caliente extendiéndose por sus venas desde el punto en que la pelvis se unía a la espalda lavó el dolor llevándoselo de a capas.

Morfina, pensó, sintiéndose infinitamente más cómodo y agradecido. No se le cruzó por un segundo la idea de que su benefactor anónimo le tenía más que en sus manos, drogado como estaba. Tan placentero y tibio… Cayendo rápido y en paz de vuelta al sueño profundo, se dio cuenta a medias de que le palpaban la caja toráxica, la cadera, en toques cuidadosos sobre las moraduras. Durmió arrullado por la musicalidad de una lengua extranjera siempre conversando junto a él.

Al siguiente despertar, seguía incapaz de discernir cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que abriera los ojos. Bastante debió ser si la tormenta había sido reemplazada por un cielo tan azul que dolía verlo, luz reflejándose en la nieve que persistía afuera. Dirigió la mirada a los pies de la cama y, con una sonrisa sarcástica hacia si mismo, se calificó como neurótico (Freud diría) al ver una vez más al muchacho de cabellos cortos, tan rubio como siempre, enrollado en su abrigo café y durmiendo apoyado en la colcha.

-Hermano.- llamó en voz alta, con la idea supersticiosa de que hablarle a los fantasmas ayudaba a ahuyentarlos. La lengua se le sentía esponjosa, seca y amarga. - Sale de ahí, te vas a resfriar.

La aparición, en vez de desvanecerse, alzó la cabeza para mirarle con ojos incrédulos. Dorados.

-Al.

Hizo la transición mentalmente sin mayor esfuerzo. Esa sílaba única quedó reverberando un rato en el silencio de la habitación. Que ronca se le había puesto la voz, pensó Alfons. Probablemente el muy idiota había pasado las noches durmiendo a sus pies, tapado sólo con el abrigo. No pudo evitar el suspiro, mitad decepción, mitad alivio.

Era Edward, vivo.

No era su Edward, muerto.

Al final le importó poco de quién se trataba cuando su hermano se quitó el abrigo -liberando la coleta atrapada bajo la tela, tan larga como el primer día- para abrazarle mejor, comprobando que el aroma y la textura de su piel eran las mismas que se había acostumbrado a sentir en la infancia. Sus costillas le dieron un sacudón que le hizo saltar lágrimas de los ojos, pero se colgó a Edward como de un salvavidas, sin importarle la dolorosa presión en su torso.

Sólo se separaron cuando la puerta se abrió y un carraspeo incómodo les anunció compañía.

-Me alegro que se encuentre mejor, joven Heiderich.- Saludó el recién llegado, y Alfons se alegró de constatar que se trataba de uno de sus profesores de la universidad, de la cátedra de física teórica.- Llevaba bastante tiempo durmiendo.

-Buenos… ehm… días, Profesor Elric.- Saludó, luego de echar un vistazo rápido a la ventana. Advitió un escalofrío y una mueca breve perfectamente injustificables de parte de Edward al saludar al maestro, pero no le dio demasiada importancia. Tampoco quiso saber exactamente a cuántos días podía traducirse aquella expresión.- Gracias por alojarme aquí. ¿Es su casa?

-Oh, no. Sólo una habitación de la pensión en la que vivo. Soy un hombre solo, no necesito tanto espacio.- Repuso el profesor.- Pero no podía dejarle afuera con semejante tumulto. Fue una suerte encontrarle.

-Ya veo…- murmuró Alfons.- Entonces, en verdad no fue Ed quien me encontró…

Edward permaneció silencioso y amurrado ante la mención, como si en verdad le molestara no haber sido el del hallazgo.

-No en realidad, pero mandé llamar a tu hermano apenas me fue posible y vino enseguida.- le sonrió el profesor.

-También te anduve buscando.- gruñó Ed de repente.- Me metí incluso entre las carpas de los gitanos preguntando por ti.- Dedicó una mirada desagradable a su anfitrión, y esta vez Alfons no pudo dejar de extrañarse, sin que la expresión preocupada que su hermano le dirigía lograra tranquilizarle.- No te vuelvas a desaparecer así, casi me matas del susto.

Ignorando olímpicamente al muchacho, el profesor Elric le dedicó una amable sonrisa a Alfons, continuando con la historia ahí donde la había dejado.

-Con su hermano decidimos que era mejor si no lo movíamos, dada su condición, y el médico vino a verle hasta acá.

-No sé como agradecerle, profesor. De verdad. Quizá será mejor si me marcho. No quiero ser una molestia.

Lo cierto es que quería volver a casa. Jamás le había gustado demasiado usufructuar de la hospitalidad ajena, aunque no tuviera problemas en brindarla él mismo. Le sorprendió que Edward no se opusiera a la idea de moverse, pero lo agradecía mentalmente.

-Los dejaré solos un rato.- dijo el profesor, sonriendo.- Traeré algo de comer. Después pueden marcharse si gustan, aunque no lo recomiendo.- Dirigió una mirada inclasificable a Ed.- ¿Supongo en que puedo confiar que el joven Heiderich no moverá a su hermano hasta mi regreso?

-Cuenta con ello, viejo.- gruñó Edward, al parecer sin pensar demasiado, pues al segundo siguiente se tapó la boca horrorizado.

El profesor pronunció aún más su sonrisa y se marchó.

-No debiste ser tan maleducado.- comenzó Alfons, tratando de acomodarse en los almohadones. Se arrepintió en seguida: era como si le estuvieran comprimiendo el pecho con placas de metal. ¿Cómo demonios se iría de ahí?

-Créeme, conozco ese hombre hace bastante tiempo.- replicó Ed, sombrío mientras se trepaba a la cama. Inclinado sobre él con una pierna a cada lado, dispuso los cojines de forma en que no estuviera del todo sentado. Suspiró, y sin cambiar de posición, se apoyó en su hombro.- No vuelvas a desaparecer así. Idiota.

Lo sintió temblar. No un temblor de voz, si no una sucesión de sacudidas que (quería creer) contenían la angustia al interior de la figura delgada de Ed. Y sonrió. Su hermano siempre había sido así, guardándose las emociones salvo en ocasiones demasiado restringidas para su gusto. Le acarició la espalda metiendo la mano bajo el abrigo, y percibió enseguida el contraste entre el hombro de látex y el borde duro de la columna por sobre la camisa.

-Creo que eso ya lo dijiste.- se las arregló para contestar. El dolor le rogaba porque echara a patadas a Edward de arriba suyo, pero se sentía bien ser objeto de su preocupación después de semanas de indiferencia. Tal vez si podrían empezar de nuevo, como si aquel tiempo no hubiera transcurrido. Iniciar una semblanza de normalidad, y que comenzara a recordar de a poco. Rearmó los planes de rehabilitación en su mente.

-Lo sé.- murmuró Ed.- Quiero que me digas por qué andabas afuera.

-Uhm… ¿Recuerdas la revolución de la Liga Espartaquista, hace un par de años? ¿Rosa Luxemburgo y su gente?

-No tengo idea de qué estás hablando. Deja de dar rodeos.

Alfons ignoró la primera parte de la oración y dejó caer la noticia como si se tratara de un informe sobre física teórica: clara, concisa e irrevocable.

-Me hice militante del partido comunista.

Cerró los ojos y aguardó una respuesta. Transcurrieron cinco segundos y los volvió a abrir, extrañado. Hubiera esperado cualquier tipo de reacción, rechazo, aprobación, preocupación, ira… pero no aquella expresión de búho con la que Edward lo observaba sin pestañear. Y sin comprender, según parecía.

-Ah.- murmuró Ed, acercándose un poco para buscar mejor posibles pistas escritas en su rostro.- ¿Y para eso te arriesgas así?

Alfons se llevó una mano a la frente. ¿En qué mundo vivía Ed? Una cosa era no recordar los últimos 20 años de su vida, y otra no darse cuenta del entorno en que estaba metido. ¡Vivian en Alemania, carajo, supuestamente al que le gustaban las ciencias sociales era él! ¡Había nazis por todas partes! ¡Y la revolución, y la inflación, y la brecha entre ricos y pobres, y…! Su mano se desplazó de la frente a la nuca. No tenía puesta la kipá. Maldijo en silencio.

Mensaje recibido. Edward se llevó la mano al bolsillo y abrió la palma mostrando un retazo circular de tela negra, como diciendo “si te busqué, ¿lo ves?”. Le dedicó una mirada expectante, como la de un niño que hubiese ordenado su habitación y esperase alabanzas por ello. Se la colocó sobre la cabeza, acomodando con su mano sana la boina sobre el cabello fino de Alfons.

Heiderich sonrió, con la indignación desvaneciéndose de a gotas, hasta que sólo quedó un dolorcito leve que nada tenía que ver con sus costillas rotas. Tenía a Edward tan cerca que podía ver cada detalle de sus ojos, algo que solía evitar a toda costa (castaños, él los tenía castaños), prefiriendo fijar la vista en los otros rasgos de su rostro. Le acarició la cara, memorizándole las facciones con las manos como si fuera ciego, y a medida que el dolorcito leve se iba expandiendo hacia la garganta como una quemadura, logró olvidarse de los cuatro años de búsqueda, y todo lo que había pasado en medio.

(…Y de pronto eran sólo ellos dos y Ed aún no partía a la guerra, Ed le sonreía destrozado antes de girar el pomo de la puerta y huir, y él reparaba su negligencia y su miedo deteniéndolo entre sus brazos, inclinando el rostro hacia él y, pasivo, su hermano aceptaba el calor con que le buscaba la boca con la suya.)

Atrayéndolo hacia sí, le besó con la desesperación del que ha temido morir y no se sorprendió de recibir el mismo trato de vuelta. Que importaba respirar si podía enredar los dedos en aquella coleta y lamer sus labios hasta coaccionarse dentro. A Dios se debían tantos años perdidos, tanta superstición y cobardía, cuando lo único que siempre había querido se representaba en aquella batalla de lenguas entrelazadas, el cuerpo de su hermano mayor apoyado sobre el suyo. Gustoso podía condenarse si en vida podía gozar de las caricias de esa boca.

Aquella no era la mejor posición para respirar. Se resistió a la asfixia cuanto pudo, pero al final debió separar el beso. Edward retrocedió aterrado al oírlo toser, pero Alfons lo calmó con un gesto de las manos y se aferró a él.

-Empezaremos de nuevo, ¿Verdad?- murmuró contra su piel.

Prefirió interpretar alegría en las lágrimas que amenazaban con escapar de los ojos de Ed mientras asentía con la cabeza.

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-Decadente.

-No más que tú… viejo de mierda.

Hohenheim ignoró el insulto y arriscó la nariz: el olor del tabaco y la cerveza barata en aquella taberna eran inaguantables. Los bares iban disminuyendo cada vez más su calidad y la naturaleza acogedora que al principio tenían, antes de la crisis económica, se había corrompido lentamente hasta lograr una tétrica apariencia que rimaba con “mala muerte”.

-¿Por qué estás aquí?- El encuentro no era del todo casual. No planificado, por supuesto, pero aquel bar era el único en el que a Ed todavía le fiaban para beber y seguro andaría escaso de dinero, luego de haber cortado relaciones con su padre proveedor.

-Perdí algo importante… haz cuenta que se quemó un cuaderno con mis teorías… algo así.

Pensó en hacer alguna acotación, algo que sonara a “¿Y te sientes fracasado otra vez?”, pero desechó la idea. Hubiese sido contraproducente. Se fijó más bien en el cilindro humeante atrapado entre los dedos de Edward.

-No sabía que fumaras.- Alzó una ceja. No era muy bueno intentando establecer conversaciones, eso estaba claro, pero le sorprendía el vicio nuevo en su hijo. Había pensado que correr a ahogarse en alcohol era suficiente para aliviar el estrés.

-Ni yo... Pero el maldito ambiente del bar…- Edward parecía indeciso entre darle una calada a su cigarrillo o seguir sorbiendo whisky de malta.- digamos que propende… a la degradación. -Se decidió por lo último y descansó la cabeza en el mesón, apoyado sobre un trozo de tela negro, como tratando de aspirar el aroma original de la prenda. El cigarrillo resbaló de sus dedos entumecidos por la borrachera y Hohenheim no se molestó en recogerlo.

-Nunca volviste a la pensión.

-¿Andamos sentimentales?... no pretendía volver para que me… violaras. Me desperté en tu cama… viejo depravado…

-Nunca te toqué. Ni lo haría, para el caso. ¿Debo preguntar donde anduviste todo este tiempo?

-No tengo por… qué decirte.

-Como gustes.

Se hizo entre ambos un silencio extraño, como si los aislara una pared de vidrio. En ese lapsus, Edward alzó la cabeza para acabar su whisky y volver a caer sobre el mesón mientras Hohenheim aprovechaba de ordenar un schop para si mismo y meditar lo siguiente que habría de decir.

-No sé si te interese- comentó con aire casual, interrumpiéndose para beber un sorbo de cerveza. Chasqueó la lengua ante el sabor amargo y continuó.- Pero encontré al alterego de Alphonse.

Recuperó la atención de su hijo de inmediato. Mal disimulada por la bruma alcohólica, la ansiedad de Edward se manifestó en la forma en que su mano real estrujó con fuerza el trozo de tela negra que había estado usando de almohada. Ah, una kipá. Bingo.

-Cinco segundos.- Murmuró Ed, y se alejó tambaleándose en dirección a los baños del local. Hohenheim lo esperó vaciando su schop y tamborileando los dedos sobre la mesa. Cuando su hijo regresó, lo hizo arrastrando consigo el aroma ácido del vómito y un flequillo que aún chorreaba agua, pero se veía infinitamente más despejado.- Llévame con él.

-¿Asumo que él es lo que se te perdió?

-Jódete. Estoy aquí por casualidad. Puedes burlarte todo lo que quieras, pero una gitana me dijo que era conveniente que saliera de juerga esta noche.

Caminaron hasta la pensión sin necesidad de más palabras. No había nada más que Hohenheim quisiera saber, y por otro lado; si de Edward dependiese, la comunicación con su padre hace rato se habría restringido a un sobre con la mesada (entregada de preferencia en un buzón).

Abrió la puerta de la habitación, y su hijo se echó automáticamente a los pies de la cama, escuchando la respiración complicada del muchacho Heiderich con una preocupación que le hubiera enternecido de haber sido hombre capaz de emociones. Cuatrocientos años de vida le quitan a uno el interés por la humanidad.

-Cuidado con lo que haces. Recuerda que no es “tu” Alphonse.- remarcó el adjetivo posesivo, haciendo alusión a la última pelea antes de que Ed se largara. Éste se limitó a mirarle con toda la furia que puede provocar la reiteración de lo obvio y posó la mano sana sobre la frente del doble.

-Cállate y trae un médico, viejo inútil…- lo sintió gruñir entre dientes, retirando la mano.

No hubo forma de moverlo de ahí en los tres días que siguieron.

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Fortgefahren werden
Continuará.

Oh, diablos. La escritura del capítulo fue un parto XD y no estamos ni cerca del final, así que descuiden, quedan muuuuuuuuuchos por delante. Ya ven que Ed es tan cobarde que sigue mintiendo a pesar de todo.

¿Recuerdan que a veces ponía un vocabulario? En este caso, haremos aclaraciones respecto del contexto de esto… porque es raro.

(*Abuela Lynx -mode on-*)

Por allá por 1919, un grupito de izquierda llamado Liga Espartaquista (liderado por una mujer, Rosa Luxemburgo) quiso aprovechar que Alemania venía recién saliendo de la guerra e intentaron una revolución. Estuvo a punto de pasar lo que en Rusia, pero fueron duramente reprimidos por el gobierno y fracasaron. Los que sobrevivieron fundaron el partido comunista alemán.

Ok, el fic transcurre en 1923. Tenemos que Alemania por estas fechas estaba re-politizada, y más politizada que la mismísima Berlín estaba Munich. En el poder se encuentra Ehbert, un supuesto socialista que a decir verdad no estaba ni ahí con revolucionar nada, y de hecho ya estaba con el traste a dos manos por la crisis económica. Por debajo tenemos a otros dos partidos poderosos: El partido comunista y el Nazi.

Prácticamente no había un ciudadano que no estuviera militando en alguno de esos tres. Y los enfrentamientos entre comunistas y nazis eran cosa legendaria. Los nazis crearon por aquel entonces la Sturm Abteilung, fuerza de choque que utilizaba camisas pardas como uniforme (razón por las que también les conocían como “Camisas Pardas”). La misión de estos tipos era, básicamente, patearle el trasero a cualquiera que no fuera nazi.

(*Abuela Lynx -mode off-*)

Hoku merece premio, porque por allá por el capítulo 3 adivinó que Heiderich se haría comunista XD contáctate conmigo, darling, y pideme lo que sea (fic, fanart, sexo… tú solo pide ;D)

Se exige que dejen comentarios al salir. *saca látigo*

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