Título: Ven Bajo la Sombra de Esta Piedra Roja
Fandom: X-Men: First Class
Pairing: Charles/Erik
Rating: PG por ahora
Notas: Intentando por enésima vez hacer un fic que dure más de un capítulo. Títulos pretenciosos sacados de Wasteland por T. S. Elliot.
Capítulo uno: Lector hipócrita, reflejo mío, hermano mío.
Charles Xavier abrió los ojos a un techo desconocido, sentidos aturdidos y piel afiebrada por lo que, sospechaba, era morfina.
- Quieto - gruñó una voz de mujer. - Estoy ordenándole a tus conexiones neurales que se unan otra vez.
Emma Frost.
- No funcionará - susurró Charles, lengua pastosa. Como si no hubiera intentado hacer lo mismo mil veces por cuenta propia.
- Eso, porque no tienes control ya sobre esa parte, tonto - le leyó el pensamiento ella. - Yo, en cambio, te veo desde afuera y puedo manejar las cosas para una reenervación exitosa. Ahora quieto.
Charles, muy a su pesar, no entendió sino a medias lo que estaban diciéndole, como si el sonido proviniese de muy lejos. Inhaló, exhaló, volvió a cerrar los ojos. La blancura del techo se le hacía insoportable, al igual que el débil ruido de lo que debían ser turbinas bajo el piso, bajo la camilla en que le tenían recostado.
Pero lo que le incomodaba más era la ausencia de pensamientos superficiales de otros, un murmullo de fondo que siempre lo acompañaba a donde quiera que fuese. No podía evitar ponerse en guardia ante el vacío deliberado, como un agujero negro limpio de ideas, tanto a su derecha como a su izquierda. Emma Frost, de pié a su izquierda, debía saber cómo colocar escudos mentales para protegerse de otros telépatas. Lo que significaba…
Charles abrió los ojos y volteó el rostro a su derecha, ignorando el siseo irritado de Frost.
- Erik.
- Magneto - corrigió este, casco firmemente colocado en su cabeza. Todo él era una mancha de púrpura y carmín destacando contra el blanco estéril de la habitación.
- Dile a tu amigo que se quede quieto o no podré hacer este trabajo - masculló Frost.
- No se moverá - le aseguró Magneto.
Sólo entonces atinó Charles a notar las correas de cuero que lo cruzaban horizontalmente, atándolo a la camilla, y la mano enguantada de Magneto (Erik, Erik, para él siempre sería Erik) cubriendo la suya.
“Qué nostálgico”, se dijo Charles, con el cerebro sumergido entre algodones tibios por la droga, de forma tal que no se dio cuenta de haberlo dicho en voz alta.
Sintió el comando de Emma Frost resonando en su mente, “duerme”, y no pudo hacer nada para rebelarse a la orden. Se perdió en el abismo del sueño y no supo más.
Todo era negro y cálido y nada dolía. Ni siquiera su subconsciente se atrevió a molestarlo.
El reloj de la pared dejó pasar doce horas.
Charles despertó, torso instintivamente intentando alzarse, incorporarse contra las amarras. Sentía el mareo de una resaca feroz, una sed igualmente cruda, y un hormigueo enronchándole el cuerpo desde la cabeza a la punta de los pies.
Dejó caer el cuerpo hacia atrás de golpe, súbitamente aturdido por lo que acababa de comprender.
De la cabeza a la punta de los pies.
Charles no había sentido sus pies en quince meses.
Intentó mover los dedos, pero la tarea resultó ser demasiado para él. No podía, por más que su cerebro diera la orden. Pero la sensación suave de la sábana que lo cubría contra sus piernas, contra las puntas de sus pulgares, no era una sensación fantasma.
Podía sentir sus piernas.
Se largó a reír como un loco al comprobar que incluso la vergüenza olvidada de una erección matutina había vuelto. Se largó a reír pese a las apretadas correas, y que el metal que recubría las paredes de la habitación bajo la blanca pintura era de una aleación tal que impedía el paso de todo pensamiento, incluyendo alguno que diera cuenta de su locación.
- Despertaste de buen humor - comentó Magneto alzando la vista de su libro, acomodado en un bergere negro entre las sombras de la habitación.
Charles observó de reojo a la derecha de su camilla. Efectivamente había una silla ahí. No había imaginado la mano de Erik en la suya mientras Emma Frost reconectaba el tejido nervioso hebra por hebra.
- Me han dicho que reír es una buena cura para la resaca. Valía la pena intentarlo - contestó Charles, siempre el inglés. Escudándose detrás de la ironía para que su rostro sonriente no traicionara cuan positivamente eufórico se encontraba.
- Pido disculpas por la morfina. La Reina Blanca me aseguró que se trataría de un proceso bastante doloroso sin analgesia - respondió Magneto, voz exenta de tono.
Callaron ambos. Habían olvidado cuán fáciles podían ser las conversaciones entre ambos, inteligentes dardos lanzados cariñosamente de uno a otro por horas sin agotarse. Ya no era lo mismo.
- ¿Es esta tu forma de pedir disculpas, Erik? - preguntó Charles luego de tensos minutos en silencio. - ¿Dónde estamos?
- Respecto a lo primero, no. Es simplemente mi forma de reparar algo que nunca debió haber sucedido en primer lugar. En cuanto a lo segundo, nos encontramos en un submarino de bandera noruega. La locación, me temo, no puedo dártela.
El discurso sonaba a uno que parecía ensayado infinidad de veces. Charles sintió su corazón encogerse, la euforia bajar, ante semejante frialdad en la voz de alguien a quien aún consideraba su otra mitad.
Incluso después de todo lo sucedido.
- Podrías quitarme las correas. No iré a ninguna parte - dijo Charles luego de un rato.
- ¿No funcionó? - Magneto alzó ambas cejas, y por un momento algo parecido a la preocupación se dejó ver en su rostro.
- Oh, funcionó correctamente, Erik - le sonrió Charles, deseando con el alma que su gesto amistoso descongelara aquel rostro de piedra. Se animó un poco más cuando el otro no se paró a corregirlo. - Es sólo que tengo la impresión de que no será tan fácil como ponerme de pié y volver a caminar.
- Tranquilizador -respondió el otro, seco. - No puedo tenerte dando vueltas por el submarino así como así. Tus alumnos deben estarte buscando.
“Nuestros alumnos”, quiso decir Charles, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.
- Si me desatas - dijo en vez - puede que incluso logre juntar ánimo suficiente para una partida de ajedrez.
Los cierres metálicos que mantenían las correas unidas se desengancharon con un suave click, y tiraron de las correas para hacerlas caer con un tintineo leve, chocando con los bordes de la camilla.
- Espero no estés mintiendo - dijo Magneto. Era un acto de fé, desatarlo. Creer que Charles no representaba ninguna amenaza mientras estuviera dentro del cuarto, que en efecto no estaba en condiciones de mover sus piernas aún. Todo lo que había hecho Emma Frost, a fin de cuentas, era reconectar los nervios. Quedaba aún por ver si a esas piernas marchitas regresaba el movimiento.
Charles se incorporó con cuidado y lo miró con suavidad.
- Podría mostrarte mi sinceridad si te quitaras ese yelmo, Erik.
El otro agitó la cabeza en una negativa, pero no alcanzó a ocultar la forma en que había contemplado al otro por unos instantes, deseando la cercanía de antes. Cuando Charles había conseguido recordarle que el mundo era más que miseria y guerra.
Él era Magneto, y Magneto tenía la razón. Sabía lo que se estaba cocinando en las profundidades de los cuarteles de la CIA y el Pentágono.
(Primero era censarlos, numerarlos. Clasificarlos. Hacerles usar indicadores externos de su diferencia, si esta no saltaba a la vista de buenas a primeras. Luego venía la manipulación de los medios. La convicción del público que todo lo malo provenía de los mutantes, que eran un peligro, que estaban allí para apropiarse de sus bienes y últimamente del mundo.)
(Luego las leyes. Luego su muy propia Kristallnacht.)
Magneto sabía lo que seguía. Y si los humanos deseaban creer que los mutantes eran un peligro, él les daría una razón para temer.
Los inferiores Homo Sapiens, a fin de cuentas, eran tan mezquinos que necesitaban del enemigo externo para no ver el peligro que ellos mismos representaban unos contra otros. La Guerra Fría no tendría razón de ser una vez que los mutantes se alzaran. En cierto modo, era la única forma de asegurar una paz duradera. La ironía no se le escapaba a Magneto.
Y oh, él se encargaría de que así fuera. El ataque era la mejor defensa. No permitiría que su raza pasara por los horrores que él había sobrevivido en Auschwitz.
- ¿Erik? - preguntó Charles, notándolo ido por momentos. - ¿Estás bien?
Magneto hubiera reído si pudiera hacerlo todavía. Charles estaba preocupado por él. En efecto el otro seguía siendo el mismo al que había dejado en la playa quince meses atrás, junto con su corazón y lo que quedaba de humano en él.
Un tablero metálico de ajedrez se alzó desde un costado del bergere, de uno de los bolsillos de este. Las piezas fueron alineándose en orden, emergiendo una a una y posándose en su lugar al aterrizar en el tablero flotante.
Magneto caminó hasta la camilla de Charles, el tablero siguiéndolo como un perro obediente, y giró la silla para quedar enfrentando a su otra mitad.
- Juegas negras esta vez, Charles - y el tablero giró para quedar en la posición correcta. Acero pulido y acero ennegrecido, una belleza de artesanía, y Charles no dudó que Erik mismo lo había construido.
Una de las piezas blancas se movió sin necesidad de que Magneto la tocara. Apertura clásica, Peón a la cuarta casilla frente al Rey.
Ignorando sus malestares físicos, Charles concentró su mirada en el tablero y trató de suprimir el recuerdo de lo que había significado para ambos estas partidas.
Si ignoraba todo, podía sentir la calma de la normalidad que alguna vez había habido entre ambos. Fingir que los últimos meses no habían pasado. Que, tal vez, había tenido alguna vez suficiente valor para llamar al otro más que “amigo mío”.
Negro caballo a la cuarta casilla del Alfil de la Reina.
- Esto sería mejor con mi bourbon y tu martini - comentó Charles, mirando de reojo cómo caía la morfina de una bolsa a su catéter en el brazo izquierdo. La sensación era diferente, pero podía fingir que se trataba del subidón ligero del alcohol de sus partidas de siempre.
Contra toda expectativa, eso le arrancó una leve sonrisa a Erik.
Quizá no todo estaba perdido.
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*Tiene 14 años* Read & Review PLZ.
Hace siglos que no intento hacer un multichapter :'D