He aquí otra película que me causó un gran impacto y que me costó mucho trabajo localizar. La vi una noche de madrugada en el cine de la 2, ya comenzada, y aunque inicialmente me llamó la atención por la forma en que estaba filmada, me senté con la intención de terminar de fumarme el cigarrillo e irme a dormir. ¡Qué ilusa! Me quedé completamente pegada al sillón entre el deseo de salir corriendo por no soportar la angustia de la historia y el de no perderme ni una imagen, ni una palabra por lo atrayente de la misma.
“La violencia explícita no es mucha; la contenida no podría ser mayor.”
La historia de la película se centra en la celebración de los 60 años de Helge Klingenfelt, patriarca de una familia acomodada compuesta por esposa y 4 hijos en edad adulta. La familia que se ha dado cita para cenar es una tragicómica galería humana. Está el anciano arterioesclerótico, condenado a repetir el mismo chiste cada tantos minutos. Los tíos y los primos racistas. La esposa acartonada. Y los hijos de Helge: Michael es torpe, bruto, un manojo de nervios. Helene es algo así como la joven rebelde del clan. No es tan joven, ni rebelde acaso, pero sale con un negro y supo simpatizar con los trotskistas... o socialdemócratas (qué más da: en una familia como esta es natural que su señora madre no perciba la diferencia). Linda no está, ya que se suicidó hace poco. Pero es como si estuviera ya que su hermano gemelo, Christian, se ocupará de revivirla en el momento menos esperado, y deseado, por la concurrencia.
Antes de comenzar el festín, el padre llama a Christian a su despacho para pedirle que pronuncie un discurso en recuerdo de su hermana gemela, muerta un año antes, durante la cena. Al llegar el turno a Christian, éste arranca con un discurso formal, como los otros, religiosamente presidido por un golpeteo de la cucharita contra las copas de cristal... y culmina destrozando la engañosa calma entretejida por los presentes: Helge, el padre, abusó sexualmente de sus dos hijos menores y cometió repetidamente incesto. Christian y Linda, su hermana gemela que se suicidó, fueron las víctimas de esta conducta.
Todos guardan una actitud civilizada y conservan el patrón social tomando la revelación como una broma de mal gusto. Christian abandona la escena y se siente fracasado en su intento por enfrentar y desenmascarar a su padre. Su amigo de la infancia, chef del evento, lo convence de seguir peleando y exponer al padre y a todos a la verdad.
Christian regresa y en nuevo brindis en lugar de disculparse como todos esperan, acusa a su padre de ser el asesino de su hermana. A partir de ese momento se da el enfrentamiento entre Helge (que dice no recordar nada) y Christian. El tejido de la reunión no se deshace, siguen los cantos y el festejo. Entre expulsiones de la casa y regresos a la escena de Christian transcurre la acción.
La madre, Else, apoya a su esposo y conmina a Christian a que se disculpe y arguye cierta inestabilidad y fantasía por parte de su hijo. Christian responde acusándola de hipócrita porque sabía de las actividades sexuales del padre.
Michael apoya a Helge por conveniencia propia y para adquirir las prebendas prometidas a Christian. Helene oscila entre ambos polos, preocupada más por las agresiones racistas que los civilizados daneses propinan a su amante norteamericano por el hecho de ser negro.
¿Dice la verdad Christian? Es que el joven -bastante solemne por lo demás- pasó una temporada en el manicomio y dará no pocas muestras de desequilibrio (varias de ellas acompasadas por sutiles toques humorísticos). Y el cumpleañero llegó a los 60 tan ominoso como aplomado, con lo que se complica decidirse por o tal o cual.
Pero es Helene quien descubre la carta de despedida de Linda y públicamente la lee para aclarar los hechos sobre la acusación a su padre. Una carta dirigida a "quien quiera" de sus hermanos que la encuentre denunciando el abuso que la llevó a la muerte.
“No pueden seguir cómo están, en el lugar que están... ¡pero han estado allí durante tanto tiempo!”
Delante de la pantalla se siente el sufrimiento de esta pequeña gran familia en un puzzle multicolor de síntomas individuales: suicidio, locura, violencia, adiciones varias… Son las piezas de un rompecabezas que muestran sin hablar lo no dicho, lo callado, los secretos, lo que nunca querríamos que pasara en una familia.
Hablar de lo secreto supone romper los lazos tácitos marcados por la tradición familiar. Pero es una manera de permitir poner en movimiento un dolor que se ha vuelto venenoso en tanto que silenciado. En la película, el suicido de la hija es el acontecimiento que permite a la familia romper el secreto. “La hija muere para poder decir”.
Por ello, la memoria y los testigos se convierten en elementos esenciales de la trama.
La memoria convoca los fantasmas del pasado que necesitan testigos. Es testigo aquel que puede dar cuenta de un hecho. El protagonista elegido para decir unas palabras, en honor del padre, denuncia el abuso del padre y la complicidad e indiferencia de la madre ante el incesto.
El testigo definitivo es la hermana, que con su carta, más allá de la muerte, da testimonio de la violencia padecida.
El padre surge como una figura odiada y temida, ante el cual sus hijos se someten porque temen sus represalias.
La madre, incapaz de dar afecto y protección, es cómplice en la desmentida del incesto.