No protesta.
Permite que él la sujete de la cintura cual si fuese muñeca. Su muñeca.
Sonríe. Falsamente. No se arrepiente de haberlo elegido. Nunca lo hará.
Es sólo que está cansada de la efigie jodidamente insuperable en la que se ha transformado el varón; mismo que la besa de forma mecánica, tan mecánica como la pantomima que ella realiza al sonrojarse y ceñir sus brazos a la espalda de quien la posiciona en vertical sobre el escritorio.
Reconoce la tensión en el cuerpo que la cubre sin abrigarla. Sin protegerla. No a ella. Jamás a ella. Jamás a la doncella de indomables rizos y, fiera mirada que se llena de ternura al contemplar el gesto de preocupación que invade por un fugaz instante el semblante del varón.
-Contesta- compele la joven a su acompañante, el cual, al menos, se disculpa en voz queda por la intromisión.
Ella se incorpora para con atención analizar al hombre que hasta hace unos meses pensó en conocer.
Ilusa. Se califica a sí misma como la más ilusa de las personas por intentar comprender a aquél idiota al que ama con locura y, el cual es una atractiva mentira la mayor parte del tiempo... excepto cuando... Deja caer sus parpados. Se prohíbe sentir envidia. Envidia del que posee la voz que se escucha desde el otro lado del auricular.