Ventana indiscreta, regalo para Isobelhawk [1/2]

Feb 02, 2009 12:44

Cuando llegaron el entrenador estaba sentado en un banco, presumiblemente hablando con el aire, aunque el ruido de la ducha hacía suponer que algún jugador estaba dentro.

―Tienes que probar la cinta de Reichtensen. Si puedes hacer el amago de Wronsky esto es pan comido.

Harry se adelantó a su amigo.

―¿Señor Lendesmon?

―Sí ―contestó el aludido, bastante molesto. Ni se había girado. Su mirada continuaba fija en alguna parte de las duchas.

―Somos Ron Weasley y Harry Potter. Aurores. Hemos recibido su nota.

El entrenador era un hombre de mediana edad, con el pelo ralo y la mirada huidiza. Su papada tembló ligeramente ante la palabra “aurores”.

―Y si la han recibido con las instrucciones, ¿era necesario venir? Creo que los puntos estaban muy claros.

-Bueno -Ron sonrió levemente-, resulta que no terminamos de leer la nota

―Sí -continuó Harry―. Decidimos venir en persona a explicarle que organizar la seguridad de un estadio de Quidditch del tamaño de este, con casi cien mil espectadores, de los cuales una gran parte parecen estar muy interesados en provocar un desastre...

―Y por desastre entendemos ―interrumpió Ron sentándose en el mismo banco que el entrenador― mucha gente herida y algún que otro jugador lesionado, o peor...

―¿Peor? ―preguntó Lendesmon.

―No les haga mucho caso entrenador, los Gryffindors en general y estos dos en particular, siempre han sido muy dados al drama.

Harry volvió su cabeza en dirección a la voz. Desde el otro lado del vestuario, con sólo una toalla en la cintura, mostrando un cuerpo perfecto y deliciosamente mojado, Draco Malfoy le sonreía.

Maldijo internamente. Ya era bastante malo el hecho de que tuviese que verle la cara durante el partido del domingo, como para tener que encontrarse con la encarnación viviente de todos sus males en ese momento. Y tener que verle mucho más que la cara; uno no podía evitar que la vista siguiese la dirección de las gotas de agua que se deslizaban por la piel pálida...

―Draco ―dijo el entrenador, levantándose del banco y acercándose a su mejor jugador―, no te preocupes, estoy seguro de no te causarán ninguna distracción. Podrás seguir concentrándote en la snitch sin problemas ―y como para corroborar sus palabras, se giró para lanzarles una mirada furiosa a los dos hombres que permanecían sentados en los bancos del vestuario.

―Como intentaba explicarle, señor Lendesmon, eso de “ser invisibles” durante el encuentro va a ser un problema ―replicó Harry, poniéndose en pie―. Somos aurores, no ilusionistas. Gran parte de nuestro trabajo es hacer ver que estamos ahí para que los ultras se acojonen y piensen un poquito antes de hacer nada demasiado... precipitado.

El entrenador volvió a dirigirles una mirada furiosa, evidentemente descontento con lo que le estaban comunicando. Pero antes de que pudiera replicarles, Draco se adelantó.

―No pida imposibles, entrenador. Serían incapaces de ser sigilosos y discretos aun bajo un hechizo desilusionador.

La sonrisa pedante de Malfoy se hizo más aguda mientras una vena en el cuello de Harry comenzaba a palpitar peligrosamente. Mentalmente repasó las maldiciones que conocía, por si tenía que echar mano de alguna. Con suerte no tendrían que esperar al domingo para sufrir un ataque inesperado...

―Te recuerdo que estaremos aquí para proteger vuestro culo ―le espetó el auror moreno―. Si tan molestos vamos a resultar quizás deberíamos limitarnos a ver cómo se desarrollan los acontecimientos desde lejos. Preferiblemente desde otro país.

―¿Debemos tomarlo como una amenaza? ―contraatacó el buscador.

―Tómatelo como quieras, Malfoy.

La cara de horror de Lendesmon le hubiese hecho gracia si Draco no hubiese mantenido su sonrisa arrogante. Los ojos grises lo recorrieron de arriba abajo en una mirada que decía claramente “¿Se supone que debo sentirme asustado?”.

―Señores... ―comenzó el entrenador, acercándose a los aurores. Vaciló, dirigiendo su mirada a uno y a otro, y finalmente pareció decidir que obtendría mejores resultados si se dirigía a Ron― podríamos llegar a un acuerdo que satisfaga a ambas part...

―Estoy seguro de que la idea resultaría mucho más aterradora si tuviese algún valor ―lo interrumpió Draco―. Desgraciadamente, ambos seguís órdenes, y no os queda más remedio que acatarlas. Aunque eso suponga proteger mi bonito culo.

Lendesmon pareció relajarse considerablemente ante las palabras de Malfoy. Harry, por el contrario, dio un paso en dirección al rubio buscador antes de replicar:

―Oh, sí, nos obligan a venir al estadio, es cierto. Pero... siempre puede haber algún despiste en lo referente a la seguridad. Uno puede... distraerse.

―¿Y eso en qué difiere de lo que haces habitualmente?

―En que en esos otros despistes no está en juego tu culo.

―En el cual, aparentemente, no puedes dejar de pensar.

―¡Yo no pienso en tu culo!

―Por supuesto que sí, lo mencionas cada quince segundos...

Mientras ambos se enzarzaban en una de sus discusiones, Ron se apoyó ligeramente sobre una de las columnas, mientras convocaba un café de la máquina que había en la entrada. Probablemente eso iba para largo, y hacía un frío de los mil demonios.

Lendesmon, por su parte, miraba a uno y a otro con la boca ligeramente entreabierta, siguiendo la discusión como quien sigue un partido de tenis. No podía entender cómo la reyerta acerca de la seguridad en un partido había derivado en... eso. Apenas alzó la voz cuando preguntó:

―¿Siempre son así?

―Desde que tengo memoria ―respondió Ron, aburrido, dando un sorbo a su café.

―Parecen.... niños. Estaba convencido de que Malfoy era una persona bastante madura... ―reflexionó el entrenador, desconcertado por la actitud de su buscador estrella.

―Oh, estoy seguro de que la mayor parte del tiempo lo es. Pero no cuando Harry está cerca.

―¿Qué quieres decir?

Ron negó levemente con la cabeza y dio otro sorbo a su café antes de contestar. ―Mi mujer tiene una interesante teoría al respecto...

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Para la tarde del jueves ya toda la central estaba enterada de que no era una buena idea acercarse al auror Potter a menos de diez metros de distancia si no se quería salir escaldado. Desde que había regresado del estadio de Quidditch, el día anterior por la tarde, su humor había caído enteros, y su mirada resultaba tan intimidante que cualquiera pensaría que era capaz de maldecir con ella a quien se cruzara en su camino.

Ron, obligado a trabajar con él  por culpa del “Idiota”, tampoco se había salvado de la quema. Cuando intentó planificar la situación de los aurores a lo largo del campo de Quidditch, Harry prácticamente le había gritado que los situara donde le saliera de los huevos, y luego había huido en dirección a los servicios, que parecían ser su refugio para aliviar tensión.

El viernes la situación no había mejorado en absoluto. Las palabras ‘Partido’, ‘estadio’ y ‘jugadores’ estaban terminantemente prohibidas si uno no quería ser maldecido en cinco idiomas por un irascible Harry “maniaco peligroso” Potter.

El único que parecía ignorar lo que estaba pasando era el bueno de Percy, que haciendo alarde de su gran sentido para entender a las personas había asumido que el mal humor de su auror se debía a la preocupación de éste porque todo saliera bien, y no a otra cosa. Y para terminar cubriéndose de gloria le había pedido que, si tenía oportunidad, le consiguiera un autógrafo de Malfoy para su hija ya que, por aquello de que habían ido juntos a clase, no le sería difícil acercarse al buscador estrella de los Cannons.

Esa noche, misteriosamente, todos los aurores encontraron asuntos que atender muy lejos de la central.

Para el sábado los ánimos estaban divididos entre la emoción por asistir a un partido de los Cannons por la mayoría de los aurores, Ron incluido, y el miedo de hacer demasiado evidente esa emoción frente al coordinador de la misión.

Y Harry amaneció preguntándose en qué momento de esa semana las tornas se habían cambiado y en lugar de lidiar con el delirio colectivo hacia Malfoy, lidiaba con su propia obsesión por el buscador, que estaba alcanzando límites peligrosos, inflamando su ira y su descontrol. Toda esa veneración por Draco había terminado por afectarle, aunque no tenía muy claro si lo que quería era retorcerle el pescuezo a la primera oportunidad o simplemente dejar que alguno de los ultras hiciera el trabajo por él. Cualquiera de las dos opciones era atractiva...

La noche lo pilló, a pesar de todo, ultimando los detalles estratégicos de la seguridad del estadio para que nada escapara a sus manos. Malfoy o no, habría jugadores que podrían resultar afectados y eso no iba a consentirlo. Al fin y al cabo él no podía escapar del estigma de ser un Gryffindor, y como tal tenía que salvar a todo el mundo....

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―¿Todo tranquilo en la tribuna? ―preguntó Ron por el intercomunicador.

Llevaban cerca de dos horas de partido,  y salvo alguna que otra discusión entre hinchas de uno y otro equipo, el ambiente parecía calmado. Los ultras se habían tranquilizado visiblemente en cuanto notaron la presencia de los aurores en todo el perímetro del estadio. Como Harry había previsto, el solo hecho de verlos allí había apaciguado los ánimos.

Sin embargo, permanecía alerta. La experiencia le decía que mientras la snitch estuviese en juego los ánimos podían encenderse de manera súbita y armar un buen alboroto en cuestión de segundos. Y todavía era peor cuando la pequeña pelotita era capturada. Uno nunca se podía fiar de la actitud de aquellos hinchas que se sentían defraudados por la derrota de su equipo.

―Todo en orden, Ron. Stevens, Goldstein, ¿Cómo va la cosa por la zona Sur?

―Sin incidentes por el momento ―respondió la voz de Anthony, despreocupado―. Aunque los hinchas del Puddlemere se están impacientando ante la ineficiencia de su buscador. Si no fuese gracias a la habilidad de sus golpeadores, Malfoy habría atrapado la snitch hace una hora.

―Muchas “gracias”, Anthony ―murmuró Harry, irónicamente.

Lo último que necesitaba era que le recordasen a Malfoy cuando trataba de olvidar que él era uno de los que intentaban proteger. Desde que habían llegado esa mañana no había hecho más que encontrarse con su cara en todos los lugares del estadio; todo tipo de objetos promocionales eran exhibidos en los puestos que había cerca de las entradas, y los vendedores paseaban sus camisetas por entre las butacas, junto con palomitas y refrescos, tratando de obtener beneficios gracias al afamado buscador.

Y cuando por fin los jugadores habían salido al campo de juego, la multitud vestida de naranja brillante había comenzado a corear su nombre entre vítores y aplausos. ¡Joder, lo trataban como a un puto héroe!

Y lo peor de todo era que, en cuanto había comenzado el partido, Harry había podido entender el porqué. Volaba bien, no podía negarse, aunque para ser sincero su habilidad no distaba mucho de la que tenía en Hogwarts. Ya entonces había sido bueno, aunque para su desgracia, no el mejor. Y ciertamente, tampoco lo era ahora, pero había aprendido a lucirse. Realizaba un montón de acrobacias y movimientos innecesarios con el único objetivo de ganarse al público y arrancar aplausos allá por donde pasaba. Y el mismo Harry se había encontrado siguiendo esos movimientos en el aire a pesar de repetirse cada diez minutos que “Malfoy no estaba ahí”.

El muy cabrón era un exhibicionista consumado.

―Harry, atento. Los hinchas de la zona norte están comenzando a exaltarse.

―Lo sé, Ron. Prepárate para lanzar un hechizo de contención en cualquier momento. Sobre todo que ningún hechizo se acerque a menos de diez metros del campo de juego ―hizo una pausa, mirando en esa dirección, y agregó al intercomunicador―. Marcus, tú y Richardson dirigios discretamente hacia la zona Norte. Sobre todo nada de apariciones. No queremos que los hinchas de vuestra zona vean desaparecer a dos de los aurores y se sientan “libres” de hacer lo que les salga de los huevos.

―Entendido, Potter ―le llegó la voz de su compañero en respuesta.

―Y sobre todo, mantened los ojos bien abiertos. Esto podría ser una maniobra de distracción y algún chiflado puede aprovechar el caos en la zona norte para hacer de las suyas. Que no nos jodan el día.

Tras el asentimiento de los más de 50 aurores que se encontraban en el campo de Quidditch, Harry paseó la vista por todas las gradas. En apariencia, salvo la zona norte donde los seguidores del Puddlemere United gritaban sin parar, el estadio estaba tranquilo. Demasiado tranquilo... no le gustaba una mierda.

Como prevención, lanzó de manera disimulada un hechizo localizador de magia poderosa. Su varita giró sobre su mano derecha en dirección a las escobas, de los jugadores de Quidditch, y seguidamente al marcador. Bien, nada fuera de lo normal, solamente los hechizos de vuelo y el encantamiento que hacía flotar el marcador sobre las gradas.

Miró de vuelta a los jugadores, y sus ojos volvieron a perderse en los movimientos medidos y excepcionalmente atrayentes del buscador de los Cannons. Y en apenas un momento, el caos se desató.

Los espectadores ya bastante exaltados de la zona norte comenzaron a pelear entre ellos, gritándose los unos a otros, mientras la reyerta se extendía en oleadas hacia los aficionados de las filas superiores. Los hechizos y maldiciones comenzaron a volar entre ellos mientras los aurores trataban de imponer algún orden, sin lograrlo realmente. Aquellos hinchas que habían perdido sus varitas en medio del caos, comenzaron a lanzar puñetazos y patadas a diestro y siniestro, provocando que las pocas personas que todavía permanecían en sus asientos, se vieran metidas de lleno en la batalla campal.

Milagrosamente, ningún hechizo volaba más allá de las gradas, y Harry sabía que era gracias al hechizo de contención que Ron y  Flint mantenían sobre ellos. En cualquier caso, si la cosa seguía así, no iban a poder mantener la barrera mucho tiempo, puesto que dentro del escudo de contención la magia sí fluía libremente, debilitándolo.

Agarró más fuerte su varita, mientras volvía la vista en todas las direcciones. Quería aparecerse en la zona para ayudar a sus compañeros, pero sabía que no era prudente. Si él abandonaba su posición todo el sistema de defensa de los aurores se vendría abajo, y el caos podría ser mucho mayor.

―¡Joder! Vamos a necesitar refuerzos, Harry ―gritó Ron a través del intercomunicador―. La cosa se está descontrolando demasiado. Richardson está inconsciente.

―¿Es grave? ―preguntó, apretando aún más fuerte la varita, sin permitirse desviar la vista hacia la zona norte para tratar de mantener la calma.

―No, le alcanzó un hechizo aturdidor en la espalda. Flint consiguió hacerse con el cuerpo antes de que acabara pisoteado entre la multitud. Pero la cosa no tiene pinta de ir a mejorar en breve.

―Está bien. Goldstein, dirígete a la zona de fuego mientras Stevens cubre vuestro sector. Y por lo que más quieras, no te desmayes. Lo último que necesitamos es a otro auror echando la siesta en el centro del infierno.

―Cambia ese humor, Potter. Si no fuera por esta gente nuestro trabajo sería muy aburrido ―le contestó Anthony con lo que Harry imaginó sería una sonrisa petulante en el rostro.

Se mordió la lengua para evitar contestarle diciendo la cantidad de maldiciones que le lanzaría en cuanto lo tuviera delante, ninguna de las cuales, estaba seguro, iba a aburrirle. Por el contrario, siguió concentrado en no perder de vista las zonas más desprotegidas, tratando de evitar un nuevo foco de altercados entre la multitud.

Entonces la puñetera pelotita dorada hizo su aparición y todo el estadio se volvió loco. Los aficionados saltaron de sus asientos emocionados ante la persecución que ambos buscadores estaban llevando a cabo, y sus gritos de ánimo ensordecieron cualquier vestigio de anomalías que pudieran estarse dando en ese momento.

―¡Lanzad todos vuestros hechizos de contención! ―gritó Harry a través del intercomunicador― No sabemos en qué momento pueden empezar a llover hechizos sobre los buscadores.

Y haciendo lo propio alzó la varita y lanzó su propio hechizo justo en el instante en que un aficionado varias filas más abajo lanzaba una maldición hacia el buscador de los Cannons. El tiempo que tardó el escudo en formarse completamente fue demasiado como para contener el encantamiento del hincha del Puddlemere United. Harry vio como el rayo de color verde oscuro pasaba entre las protecciones directo hacia los buscadores, que estaban tan concentrados en perseguir la snitch que ni siquiera se dieron cuenta.

Harry lanzó un juramento. El tiempo que tardaría en retirar la barrera sería demasiado, y en caso de lograrlo y detener el conjuro del fanático del Puddlemere, se arriesgaba a que nuevos maleficios se unieran al primero. No podía arriesgarse.

Sin levantar el hechizo ni perder un solo instante más en vacilaciones, se desapareció de su zona para aparecer sobre la hierba del óvalo que formaba el campo de juego. Levantando la varita hacia el cielo, apuntó hacia Malfoy lanzando el contrahechizo preciso para evitar el impacto del rayo de color verde que se acercaba peligrosamente al buscador.

Ambos conjuros colisionaron a apenas dos metros de los buscadores en el preciso instante en que la mano de Malfoy se cerraba sobre la pelotita dorada.

Sin perder más tiempo, volvió a aparecerse en su zona, que todavía estaba bajo el escudo protector, para asegurarse de que todo seguía en orden. Los hinchas de los Cannons aplaudían y alababan a su buscador, mientras los del Puddlemere, derrotados, comenzaban a dirigirse sin pérdida de tiempo hacia las salidas. Parecía que todo volvía a estar bajo control.

―¿Estáis todos bien? ―preguntó por el intercomunicador, mientras miraba lo que sucedía en el resto del estadio.

―Todo controlado, Harry. Los fanáticos ya han sido reducidos, y la mayoría abandonan el estadio.

―Perfecto. No salgáis antes de que el último aficionado abandone el estadio ―y tras esas palabras cortó la comunicación.

Lo último que alcanzó a ver antes de abandonar su puesto fue la mirada que Draco Malfoy le dirigía en ese momento, una mirada que no supo interpretar.

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personajes: harry/draco, regalo: fanfiction, género: slash, fandom: hp

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