Wicked: Cada día desde el primero 3

Jun 30, 2008 21:15

  Tercera parte

Cada día desde el primero el conjuro se cuela por la ajada tela de sus sueños instalándose en un lugar impreciso de su mente
Cada día desde el primero el conjuro se cuela por la ajada tela de sus sueños instalándose en un lugar impreciso de su mente.

Lo escucha claramente como si alguien se lo estuviese susurrando al oído, a veces. Es un ruido constante que acompaña cada uno de sus pensamientos conscientes. La mayoría del tiempo.

Cada día desde el primero las palabras mueren en sus labios de enebro antes de llegar a ser. El temor corta las alas de sus sonidos una y otra vez cada día desde el primero.

Se mira al espejo por última vez antes de abandonar la cabaña y expira cansada bajando la cabeza; mientras dure la madrugada no habrá ruidos ni miedos, necesita toda su energía para encontrar el conjuro exacto para Fiyero. Como cada día, como cada día desde el primero.

Enfundada en su capa negra y en sus miedos aún más negros vuelve a la cabaña para desayunar y le pesa cada paso con la decepción de un millar de días y las esperanzas de un millón de noches. Las mismas que han pasado cada día desde el primero.

Repasa las palabras, cada día desde el primero. Las conoce de memoria, cada cadencia, cada sílaba tónica y átona y los tiempos exactos y correctos en como deben de ser recitadas, las ve impresa en cada corteza que la rodea cuando sale a despedir a Fiyero que pasará el día fuera, lejos, a plena vista de los ojos indiscretos de la ciudad y sus ciudadanos.

La abraza envolviéndola de paja cálida y suave y apoya la barbilla sobre su cabeza, meciéndola levemente, como si fuese el bien más preciado que nadie haya podido concebir, acariciando suavemente su espalda como si no hubiese lugar en todo el universo donde prefiriese estar, y sin querer darse cuenta la mayor parte de su miedo se funde y gotea hasta el suelo escurriéndose entre la hojarasca y la tierra.

Cloc, cloc. Goteando sobre la hojarasca…

Corre cuando la silueta de Fiyero es imposible de distinguir en el horizonte, sin esquivar las ramas que la golpean sin saña la cara y los brazos, sin sentir el dolor en los arañazos que rayan su piel de rojo. Corre hacia la cabaña y no para hasta llegar al espejo que cuelga con los bordes cortantes de la pared del cuarto. En su mente, sonoras y nítidas las palabras que lleva escuchando cada día desde el primero se hacen más fuertes con cada latido. Su reflejo verde; su mirada profunda y mechones de azabache cortando el rostro, jadeante por la carrera y la sonrisa malvada de quien va a cruzar una línea imposible.

Mencha lakamala Eretna tu yaraan.

Mencha mencha lakama Eretma

Mencha Eretna

Elphaba gishta kena yaraan

Lo repite. Tres veces, como lo ha hecho con la voz de su mente frene a ese mismo espejo cada día. Cada día.

Cada día desde el primero.

No espera a comprobar que haga efecto ni tiene muy claro como podría comprobarlo, coge su capa y su escoba -una nueva, no la que dejó en el Castillo de Kiamo Ko- y sale al encuentro de Fiyero.

Se juega la vida si el conjuro no ha funcionado y alguien la ve. Se juega el alma si el conjuro ha funcionado y Fiyero la ve.

Vuela raso entre los árboles, esquivando los troncos y las malezas como ha aprendido volando por el bosque cada día desde el primero y cuenta el tiempo que pasa a base de latidos acelerados y los metros dejados atrás a base de respiraciones agitadas.

Tiene veinticuatro horas antes de que el efecto desaparezca, no es mucho tiempo pero parece una eternidad.

La luz se hace más clara y la espesura del bosque se atenúa y desaparece para dar paso al camino que lleva a la ciudad frena y se baja de la escoba suspirando profundamente con los ojos cerrados.

Cuando los vuelve a abrir hay una figura en el horizonte que se acerca por el camino hacia ella y de pronto no tiene aire en los pulmones ni sangre en las venas ni fuerza en las piernas. El miedo la cubre, la rodea, la abraza, la asfixia. La figura se vuelve nítida según acortan distancias, es un Cerdo que tira de un pequeño carro lleno de hortalizas, probablemente para venderlas en la ciudad, está lo suficientemente cerca para distinguir su peto ajado y su camisa sucia manchada de tierra y sudor pero es incapaz de moverse, incapaz de esconderse, incapaz de hacer otra cosa que no sea esperar.

-Buenos días, señorita

Respira, hondo y sabe en cada poro oliva de su piel que el conjuro que ha llevado en su cabeza cada día, cada uno de los días desde el primero, ha funcionado; tiene por delante veinticuatro horas de libertad en las que nadie podrá ver en ella más que lo que quiera ver. Una chica, un Animal, una piedra en el camino… si eso es lo que desean eso es lo que verán.

El sol se alza, justiciero sobre el cielo avivando el calor del verano y Elphaba se pone en marcha con la misma determinación con la que sale de madrugada al bosque cada día desde el primero. Corre a ratos, tropieza dos veces y se cae una tercera pero apenas una hora más tarde distingue en la sinuosa forma del camino en el horizonte a Fiyero, con porte de príncipe hecho de paja, caminando a contra luz.

Se le desgarra el alma con las posibilidades y se la cura convenciéndose a sí misma que da igual a quién vea Fiyero cuando la mire a ella porque lo hace por él, que ha estado con ella cada día desde el primero, viviendo en una cabaña en lugar de en un castillo, durmiendo a su lado cada noche en un sencillo camastro en lugar de despertarse cada mañana con una princesa envuelta en sábanas de seda.

Corre, camina y vuelve a correr otro tramo más hasta que está lo suficientemente cerca para decir su nombre sin tener que gritar más de lo necesario

-Fiyero…

Se le corta la voz y se le rompe la fortaleza en los segundos que tarda Fiyero en darse la vuelta y si creyese en los milagros de la Diosa, oh por favor por favor, le ofrecería su vida porque Fiyero la viese a ella, con la tez clara y quizás el pelo castaño y las facciones más suaves, pero a ella de todo lo demás.

-¿Elphaba? - pregunta

Sonríe a pesar de las lágrimas que no sabía que estaba conteniendo y dan dos pasos cada uno y ahora están a dolo unos centímetros, a la misma distancia a la que parecen estar constantemente cada día, cada día desde el primero.

-Sí, soy yo.

Y hay unos segundos en los que todo gira y el mundo se desvanece y pierde el estómago y no sabe donde tiene el corazón porque no está segura de qué pasa exactamente pero pasa y Fiyero la coge suavemente de los hombros y mira por encima de ella al camino y luego a sus espaldas en busca de algo que no puede reconocer

-Por supuesto que eres tú - dice y frunce el ceño preocupado - ¿Qué haces aquí?

No puede contestar, no sabe contestar y no sabe si se atreve a preguntar

-Podrían reconocerte - dice Fiyero y en algún lugar de su mente que todavía se atreve a soñar con imposibles todo comienza a tener sentido

-No, Fiyero, no pueden - sonríe entre lágrimas quebrando la voz y levanta sus mano con las palmas hacia arriba tratando de indicar lo obvio.

Fiyero parece preocupado y la mira directamente a los ojos susurrando en mitad de la inmensidad de los campos de Oz - ¿Qué te sucede Elphaba?, claro que pueden. Da igual cuánto hayan cambiado las cosas, sigue sin haber muchas personas verdes en Oz

Se deshace, se derrite. Se derrama en lágrimas sobre el camino de baldosas. Se abraza a Fiyero y cae de rodillas sobre el suelo amarillo, llorando, riendo, tratando de contener el corazón dentro de su pecho.

-Me ves- dice entre sollozos

Y Fiyero se agacha y la abraza y la cubre de paja y de ternura como cada día desde el primero

-Claro que te veo- la mece bajo el sol ardiente- yo siempre te veo

Y le abraza de vuelta con fuerza y le quiere con todo lo que tiene y algo más que toma prestado del cielo. Le quiere sin dudas ni temores, con el alma a flor de piel, como debía haber sido cada día. Cada día desde el primero

let the green girl go, fanfic

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