Petunia. Viñeta 18. Tabaco.

Nov 01, 2007 23:35

¡Muy buenas! Estoy de puente. ¡Hurra, Hurra! -Cris da vueltas por la habitación, saltando y dando puñetazos al aire de pura alegría- Es que no pillo muchos, y me encanta tener días libres para tumbarme panza arriba y rascarme las narices, como todo el mundo. Y como estoy de libre, os voy a dejar una nueva viñeta de Petunia. Es muy larga, así que tened un poco de paciencia. Hasta la próxima.

Autor: cris_snape
Fandom: Harry Potter
Personaje/Pareja/Trío: Petunia Dursley
Tema: #18 - Tabaco

Petunia estará sola con su peor pesadilla. ¿Será su tarde con Martin un auténtico infierno?


Los últimos tres meses del año habían pasado tan deprisa, que la Navidad pilló desprevenida a Petunia. No habían ocurrido muchas cosas dignas de reseñar y, cuando la joven escuchó a sus padres afirmar que iban a Londres a recoger a Lily, que volvía a casa para pasar las vacaciones, se quedó quieta, dándose cuenta de que el tiempo para aprobar las clases de dibujo se le estaba agotando. No sabía por qué pensaba en eso. Tal vez, porque era lo único diferente que le había ocurrido en ese tiempo. Porque Martin Lawrence aún conseguía exasperarla con sus comentarios, porque sus ojos eran más verdes que nunca y porque Petunia había descubierto que, en algunas ocasiones, podían hablar tranquilamente sin necesidad de acabar discutiendo.

No es que Petunia pensara diferente respecto a él. Seguía siendo el mismo tipo extraño de siempre, y ella acostumbraba a participar en las conversaciones burlonas de Martha, Sophie y Heather. Martin era el perfecto objeto de sus críticas, y la joven Evans necesitaba creer que no le importaba tanto como pensaba. Aún se descubría mirándolo a hurtadillas de vez en cuando (muy lejos de las clases en su casa), cuando su atención debía estar puesta en Vernon Dursley. El chico parecía decidido a conseguir que Petunia saliera con él y, casi todas las semanas, le hacía algún regalo: flores, bombones e, incluso, alguna pulsera o unos pendientes. Petunia sabía que no estaba bien aceptar todas esas cosas, no cuando no estaba segura de querer salir con él, pero Vernon la hacía sentir halagada y le gustaba que alguien estuviera pendiente de ella todo el tiempo. Aunque Dursley fuera torpe y no tuviera la más mínima idea de cómo hablar con las chicas, había momentos en que a Petunia le parecía encantador y, en alguna ocasión, había estado a punto de aceptar salir a dar una vuelta con él. Pero, en esos momentos, recordaba a Martin y no lo consideraba justo para Dursley.

Martin era todo lo contrario a Dursley. Solía ser desagradable con ella e, incluso, acostumbraba a tratarla como si fuera idiota. Además, no se cansaba de buscar excusas para molestarla, llamándola Tuney (cuando estaban en privado), o muñeca (cuando todos podían oírlos). Era exasperante y, sin embargo, podía ser encantador. Lo era con la señora Evans, que siempre lo recibía con una sonrisa y un trozo de pastel, y lo era durante las clases de dibujo, cuando le hablaba con suavidad e intentaba explicarle cómo conseguir dar algo de vida a los ojos de sus retratos, o cuando intentaba hacer que se relajara contándole algún chiste estúpido. De hecho, cada día que pasaba, Lawrence dedicaba más tiempo a ser simpático y menos a sacarla de sus casilla. Petunia lo había descubierto un par de veces mirándolo de forma extraña, dándole la oportunidad perfecta para reírse de él, pero no lo había hecho. Ya no tenía tanta gracia insultarle y ver cómo torcía el gesto con desdén.

Así pues, esa tarde estarían solos. Era la primera vez que lo harían desde que comenzaran a trabajar juntos, y Petunia se sentía realmente incómoda. No sabía muy bien qué esperar de Martin en esas circunstancias. Ignoraba si toda su amabilidad se debía a un intento desesperado por caerle bien a sus padres, y temía que la tarde fuera a ser más horrible de lo normal.

Martin llegó puntual. Como siempre, entró directamente a la sala de estar y dejó sus cosas sobre la mesa, echándole un vistazo a las fotografías que adornaban las paredes de la estancia. Aunque nunca habían hablado de Lily, el joven solía observar el rostro de su hermana con curiosidad. Sólo una vez le había preguntado por ella. Petunia se limitó a decirle que estaba en un internado para gente especial. Sabía que Martin había dado por hecho que pensaba que Lily tenía problemas y, en cierta forma, así era.

-¿Dónde está tu madre? -Inquirió, dándose media vuelta y taladrándola con esos ojos verdes que cada día la atraían más y más.

-En Londres. Mis padres han ido a recoger a Lily. Viene a pasar las Navidades.

-¡Oh! ¿Podré conocerla, al fin?

Petunia no supo que decir. Siempre le había incomodado que Lily estuviera cerca de sus amigos. Aunque, de niñas, fueran inseparables, sus rarezas siempre la hicieron sentir vergüenza. Aunque. ¿Por qué se preocupaba ahora? Martin no era su amigo. ¿Qué más daba lo que pudiera pensar de su hermana? Además. ¿Qué interés tenía él en ver a Lily? De pronto, tuvo una desagradable sensación que no supo identificar. Se parecía mucho a la rabia. Saber que Martin quería conocer a su hermana, la perfecta y encantadora Lily, la trastornaba y ponía furiosa.

-¿Para qué quieres conocerla? -Espetó, bruscamente. Se sentía violenta, y ahí sólo estaba Martin para desahogarse -Tú estás aquí para que madame Larousse vea lo perfecto que eres, no para confraternizar con mi familia.

Martin la miró con sorpresa. Era evidente que no se esperaba esa respuesta tan fría y repleta de rencor. Le pilló desprevenido y, por una vez, no supo que decir.

-¿Podemos empezar de una vez? Así, podrás irte a tu casa.

-Vaya, estamos de uñas -Martin resopló y se dejó caer en el sofá, sin ánimos para comenzar la clase -¿Es porque tu hermanita vuelve a casa y temes que papá y mamá le hagan más caso a ella que a ti? ¡Vamos, Tuney! No seas egoísta. Lily está fuera casi todo el tiempo. Comparte un poco el cariño de tus padres.

Petunia se tensó. Si había pensado que Martin se iba a quedar callado después de su ofensa anterior, había estado muy equivocada. El chico no tardó demasiado en recuperar el tono irónico y burlón, y parecía igual de hostil que el primer día, cuando estaba constantemente a la defensiva. En cierta forma, era triste para Petunia comprobar que, unas pocas palabras, habían sido suficientes para retroceder todo el camino andado en su extraña amistad con Martin Lawrence.

-No sabes cómo son las cosas, Lawrence, así que cierra la boca.

Sonó más triste y cansada de lo que pretendía. Martin se irguió un poco, mirándola con curiosidad, y un segundo después le sonrió, invitándola a sentarse a su lado.

-¿Por qué no me cuentas cómo son las cosas, Evans? Soy bastante bueno escuchando.

-¿Por qué debería contártelo? -Petunia lo miró con desconfianza, pero se acomodó junto a él.

-Porque te sentirás mejor y, además, sabes que te guardaré el secreto. No tengo a nadie más con quién hablar...

Petunia sonrió. Era la primera vez que Martin conseguía arrancarle una sonrisa. Toda la hostilidad de aquellos ojos verdes había desaparecido y, en ese momento, Petunia vio en él un amigo de verdad.

-Está bien. Te lo contaré -Claudicó, aunque no sin condiciones -Pero, después, tú tendrás que contarme algo personal. Cualquier cosa que quiera saber.

-Me parece un trato justo.

Petunia sonrió. Martin se había cruzado de brazos y la observaba con aire juguetón. La joven nunca había visto ese brillo travieso en los hermosos ojos de su compañero, y le gustó. Le gustó mucho.

-Lily siempre ha sido especial -Dijo con calma, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero sin mencionar nada que tuviera que ver con la magia -Desde que nació, hemos sabido que mi hermana no era una niña como los demás y nos sentimos... Mis padres se sentían muy orgullosos de ella. Entiendo perfectamente que la echen de menos y que quieran pasar las vacaciones con ella. Aunque tú pienses lo contrario, no estoy celosa.

-¿No lo estás?

-Cuando Lily viene a casa, yo desaparezco, Martin -Petunia supo que no debió decir eso. No con tanto dolor, que incluso Martin se había dado cuenta -No hay nada que yo pueda hacer para ser igual que ella. Mis padres la adoran. La distancia sólo hace que su orgullo aumente y, cuando vuelve, yo no existo para nadie. Me ven como a alguien vulgar. Sólo soy Petunia. Y Lily es especial. Es perfecta.

Casi no se había dado cuenta de la lágrima que rodaba por su mejilla. No sabía por qué le estaba contando todo aquello. Cuando Martin sonrió, se sintió capaz de confiarle hasta su más íntimo secreto, y ahora se estaba empezando a arrepentir. Esperaba la burla de un momento a otro, pero ésta no llegó. Tan solo sintió los dedos suaves de Lawrence acariciar su rostro, secándolo con una delicadeza que los sorprendió a ambos. Petunia supo que debía apartarse, rechazar ese contacto, pero no quería hacerlo. Se sentía bien que alguien le ofreciera un poco de consuelo y escuchara lo que tenía que decir.

-Pensarás que soy una egoísta...

-Pienso que debes hablar con tus padres y con tu hermana y explicarles lo que sientes -La voz de Martin acariciaba sus sentidos. Petunia cerró los ojos un instante, deseando que todo fuera a arreglarse con sólo hacer lo que el chico sugería -Sé que tus padres te aprecian, Petunia. No creo que se den cuenta de lo que ocurre cuando Lily vuelve. Deberías decírselo.

-¿Qué me siento desplazada por mi hermana? Eso es...

-Eso es lo que debes decirles. Son tu familia, Tuney. Es mejor solucionar las cosas antes de que se estropeen del todo. Tu familia es lo más importante.

Petunia pestañeó. En esa ocasión, fue Martin quién parecía triste. Ni siquiera pretendía fastidiarla cuando la llamó Tuney. Por primera vez, su nombre fue pronunciado con cariño por aquellos labios, y Petunia se sintió bien. Reconfortada.

-No sé si podré...

-Debes intentarlo.

Se miraron durante un largo rato. En silencio. Martin aún tenía la mano en su mejilla, y Petunia sentía la calidez que emanaba de cada poro de su piel, haciéndola sentir mejor, más valiente y tranquila.

-Es mi turno -Martin sonrió, poniendo fin a la leve caricia. Petunia parpadeó, aturdida, sin comprender a qué se refería él -Te toca preguntar.

-¿Preguntar...? ¡Oh, es verdad! -Petunia dio una palmadita y se frotó las manos, en un gesto claramente malicioso. Tenía la oportunidad de averiguar lo que quisiera sobre Martin Lawrence y, francamente, no tenía ni idea de lo que quería decirle. No sabía muchas cosas sobre ese chico y, hasta ese momento, nunca había sentido la necesidad de conocer algo en concreto sobre su vida. Hasta ese momento, en que quería saberlo todo y, al mismo tiempo, no quería saber nada más. Para ella, era suficiente con saberlo idiota y sarcástico, y amistoso y dulce. Le bastaba con el Martin que tenía frente a sí. Entonces, recordó a sus amigas y en los cotilleos que sobre él corrían por el colegio, y su sonrisa se amplió -¿Es verdad que en Gales te dedicabas a degollar gallinas con los dientes?

Martin frunció el ceño. Petunia pensó que la pregunta le había molestado y, entonces, rompió a reír. Era una risa fresca, alegre y despreocupada.

-Te voy a contar un secreto, Evans -Dijo, una vez logró salvarse -Cuando tenía once años, tuvieron que hacerme un análisis de sangre. En cuanto el médico me pinchó, me maree y perdí la consciencia. Desde entonces, cada vez que veo una gotita de sangre, caigo redondo. Así que no, no me dedicaba a degollar gallinas en Gales. Está demás decir que nunca destripé una oveja como ofrenda a Satanás, ni tampoco acuchillé a ningún niño, por más idiota que fuera,

Esa vez, fue Petunia quién sonrió. Le gustaba ver a Martin tan tranquilo, poder hablar con él sin necesidad de defenderse o atacarle. Era divertido, más que dibujar o discutir.

-Entonces, todo tu emocionante pasado delictivo...

-Creo que tus amigas tienen mucha imaginación. Y, francamente, nunca me ha interesado desmentir rumores tan absurdos. Hay que ser muy inocente para creérselos.

Petunia cabeceó. Martin la miraba fijamente, esperando que dijera algo más. Dispuesto a contestar.

-¿Qué es lo que hacías?

-Vivía con mi madre -Explicó con suavidad. Otra vez la tristeza desfiguró sus facciones, y Petunia se preguntó si él respondía porque quería hacerlo o porque se sentía obligado. Posiblemente, lo primero, porque dudaba que alguien pudiera obligarle a hacer algo que no quisiera -Murió a principios de verano.

Petunia no supo que decir. Nadie en la ciudad sabía lo que había sido de los señores Lawrence, y esa revelación le causó una gran aprensión. Martin le estaba confiando a ella, a Petunia Evans, una información que nadie más conocía, y eso la hacía sentir importante, ponía una gran responsabilidad sobre sus hombros. Martin no era la clase de chico que hablaba sobre sí mismo con cualquiera y, por primera vez en su vida, se sintió especial.

-Lo siento...

Fue lo único que pudo decir. Martin agitó la cabeza, esbozando una sonrisa melancólica.

-Llevaba mucho tiempo enferma. Sufría mucho. La muerte fue lo mejor que pudo pasarle. Fue una liberación para ella y para todos los que teníamos que escuchar sus lamentos día y noche.

Petunia tragó aire y, sin poder contenerse, colocó una mano sobre su hombro. Martin parecía a punto de ponerse a llorar, pero era un chico duro y se recompuso en cuestión de segundos. Petunia lamentaba haber sacado el tema, pero seguía sintiéndose afortunada.

-¿Y tu padre?

-¿Mi padre? Ese cabrón voló del nido cuando yo tenía cinco años -Martin pareció furioso de repente y Petunia lo soltó, confundida. Era increíble cómo podía cambiar su actitud en cuestión de segundos -Espero no tener que verlo nunca más.

Petunia no dijo nada. Entendía perfectamente cómo se sentía. Martin le dio mucha pena. Había perdido a su padre y a su madre, y debía sentirse muy solo, en una ciudad extraña en la que todo el mundo lo odiaba y lo veía como un criminal. Pero ella ya no pensaría nunca más así de él. Nunca más. Ahora eran amigos. Debían serlo, después de lo que había pasado.

-Si te soy sincero, prefiero la parte de la sangre y los desmembramientos -Martin recuperó el buen humor, alejando la turbia tristeza de su mirada -La verdad es menos poética. Aburrida y corriente. Hay muchos chicos como yo por ahí, pero muy pocos degolladores de gallinas.

-Eso es verdad.

-Y, aprovechando que tus padres no están -Martin se levantó y sacó un paquete de tabaco del bolsillo trasero de su pantalón -¿Te importa que me fume uno? Me ha dado el mono con tanta ñoñería.

-¿Fumas?

-Eso es obvio, muñeca- Martin volvió a sentarse, con las cerillas en la mano, preparado para encender el cigarro -¿Puedo, entonces?

-Bueno... Supongo que sí.

-¡Oh, muchas gracias!

Martin pareció sentirse realmente liberado. Encendió el pitillo y le dio una larga calada. El ambiente se llenó con olor a tabaco y Petunia observó al joven con curiosidad, sintiéndose un poco tonta.

-Apuesto a que nunca lo has probado -Dijo Martin burlón, adivinando sus pensamientos. Petunia negó con la cabeza -¿Quieres?

-Yo... No. No creo que me guste.

-¡Vamos, Tuney! Una caladita no va a matarte. Estoy seguro de que te encantará.

-Si mis padres se enteran...

-¿Tus padres? -Martin alzó una ceja, colocando el cigarro frente a su nariz -Tú misma has dicho que ni te miran cuando viene Lily. Apuesto que si nos pasáramos toda la tarde fumando, ellos ni se darían cuenta del tufillo a tabaco que se quedará en la casa.

Martin tenía razón. Cuando sus padres volvieran, ni siquiera le dirigirían la palabra. Como mucho, le recriminarían por mostrarse fría con Lily. Así pues, miró a Martin, el cigarro, y nuevamente a Martin, y alcanzó el pitillo con asombrosa decisión. ¿Qué más daba?

-Ten cuidado y no te tragues el...

Petunia había empezado a toser con violencia. Había pretendido imitar al chico Lawrence y le había dado una larga calada al cigarro, descubriendo que eso de fumar no era ni tan fácil ni tan agradable como pudiera parecer. Martin rió suavemente y le palmeó la espalda hasta que logró recuperar la respiración.

-Mira que eres bestia, Tuney. Vas a terminar ahogándote.

-Eres muy gracioso -Petunia lo miró con rencor, dándole un codazo en las costillas -¡Podrías haber avisado!

-Eso pretendía hacer, pero no me has dado tiempo. ¿Estás bien?

-Creo que sí -Petunia miró con asco el cigarro y pasándoselo a Martin -No sé cómo puede gustarte. Es asqueroso.

-Cuando puedas disfrutar de él sin ahogarte, no pensarás lo mismo -Martin volvió a darle una calada, entornando los ojos -Ahora sí, creo que es el momento de que trabajemos un poco. ¿No te parece?

-Supongo que sí, si quiero aprobar después de Navidades.

-Creo que lo harás, muñeca.

Martin volvió a sonreírle. Esa tarde. Petunia no avanzó demasiado en su catastrófico arte. No dejaba de pensar en la conversación que acababan de tener y en que, por primera vez, no le había molestado que Martin la llamara Tuney. De hecho, podría pasarse toda la vida oyéndoselo decir. Era, simplemente, maravilloso.

martin (oc), 30vicios, petunia

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