Título: Tabaco.
Fandom: Original - Mi enfermedad.
Claim: Franco/Noah.
Extensión: 688 palabras.
Advertencias: Lime, demasiado leve ciertamente.
Franco lo odia y Noah lo sabe. Sonríe perversamente, fume otra calada lentamente saboreando el veneno y exhala suavemente hacia el techo. El otro pone una cara aun más molesta, si a esta altura ya es posible; está extrañamente callado, aunque su cara diga más que mil palabras.
Franco no tiene idea de cuándo adquirió menudo mal hábito, ni de quién lo tomó. A veces cree que se pone a fumar en frente suyo para molestarle y tal vez no estuviese demasiado equivocado. A Noah tocarle las pelotas siempre que podía. Sabía que ponerse a discutir era darle la victoria, pero es que él no sabía no saltar con cosas así.
-¿No te deberías preocupar porque te arruine la voz? Digo… siendo músico…
Noah sonríe canalla, viendo que cayó en el anzuelo. Era OBVIO que quería sólo molestarle.
-No le dicen lo mismo a Charly García, o George Harrison. Además, así no me dirás que tengo voz de niña.
Franco tuerce la mueca al verse atrapado por sus propias palabras. Idiota Noah y más idiota él mismo. Tenía que cuidarse mejor con lo que le decía.
-Vos no sos ninguno de los dos, te recuerdo. Además, es desagradable y desconsiderado con quienes están cerca de ti. Los conviertes en fumadores pasivos, lo cual es peor que serlo activamente -le insiste, aun en vano. Él siendo deportista ni se le ocurriría arruinar sus pulmones y corazón con eso.
-¿De qué te quejas si al final, cuando sales siempre hay gente que fuma y no les dices nada? -pregunta un poco más exasperado. Ya no le gustaba la cosa cuando metía a alguien más. -¿Y qué dijiste acerca de ser pasivo? Si quieres hacer algo tiene que ser en tu cuarto, dudo que a tu madre le guste mirarnos cogiendo en su jardín.
El otro rodó los ojos, ignorando lo último; no es que no le interesase y le provocase tener sexo en el jardín de su casa, para nada; pero tenía la imperiosa necesidad de ganar esa conversación, aunque no le estuviese yendo muy bien. Así que jugó la última carta que le quedaba:
-Sí, pero a ellos no los beso con ese olor a cigarrillo.
Ni me interesa su salud.
Como sabía, Noah aflojó la expresión y murmuró: Qué bajo. Apagó el cigarrillo y lo tiró por el pasto. Buscó los labios de Franco, sin fijarse si había alguien adentro de la casa que pudiese verlos; después de todo si alguien pasaría vergüenza sería el otro, no él.
Un beso sin prisas, que ambos saborearon, aun con el olor a tabaco impregnado en la boca de Noah. Franco agarró los pelos rizados del otro para profundizar el beso, pero el otro insiste en hacerlo lento, como todo en él, como una canción de jazz. Enroscan las lenguas, pero Noah insiste en suavizarlo y derretir a Franco.
Noah se separa repentinamente.
-De acuerdo, no lo haré en frente tuyo. ¿Contento?
No, para nada, diría Franco, pero ya tiene otra vez los labios del otro encima de los suyos y no es como si fuese capaz de pensar en hablar y besar al mismo tiempo. No cree ser capaz de pensar en nada, de hecho. Noah siempre tenía ese efecto en él, por mucho que le jodiese.
El cigarrillo no termina de apagarse hasta un rato después, sobre el pasto, como el atardecer que se ve desde el patio de la casa de los Álvarez. Lento pero inminente y ellos lo hacen de la misma manera, el beso termina siendo otro y un mordisco termina siendo un chupón.
La tarde en el patio termina en el momento en que Noah sugiere a media voz:
-Si quieres puedo fumarte a ti. ¿Me vas a dejar?
No será hasta dentro de unos años que Noah deje el cigarrillo, pero en el medio habrán más batallas. La mayoría las ganaría Noah, pero no llevarían la cuenta, ninguno es bueno en matemáticas y creen que lo importante es siempre lo que pasa al final.