Título: Humillación.
Fandom: Original.
Claim: Facundo/Ramiro.
Extensión: 1.547 palabras
Advertencias: Slash.
Notas: Escrito para la
tabla de
fanfic100_es y para el
reto_diario A Ramiro le costaba bastante estar molesto con Facundo, casi siempre debía recordarse que estaba molesto con él, porque sino el cretino pensaba que podía hacer cualquier cosa y que no habría consecuencias. Aunque casi nunca tenía demasiado éxito, no era muy bueno diciendo que no, menos con él. También le pasaba con Héctor y algunas veces con Raquel; pero era pasmosamente humillante cuán fácil de doblegar su voluntad cuando se trataba de ese hombre.
Claro que eso era en ocasiones normales, solamente en las cotidianidades, porque por el tema de discusión que casi siempre tenían, le era imposible doblegarse del todo, sin antes discutir como si se estuviesen por matar el uno al otro. Es que con el tema del padre de su pareja, Facundo era imposible de convencer y él no se quedaba demasiado lejos.
Ambos se ponían como unos idiotas cuando Sebastián Olivares era el tema de conversación. Podían llegar a decirse cualquier cosa con tal de ganar la conversación. Y es que a Ramiro no le entraba de ninguna manera que Facundo se dejase mangonear con tanta facilidad por ese hombre, que tanto le había hecho sufrir. Muchas veces creía que debería parecerse más a su hermana en ese punto acerca de la inflexibilidad frente a su padre. Pero no, tenía que ser así de terco y no dar su brazo a torcer hasta que no le quedaba otra que olvidar el tema hasta la próxima vez que apareciese ese hombre en la puerta de su departamento. Aquello iba a terminar mal, Ramiro lo sabía.
Y ahí estaban en la misma situación de siempre; pero esta vez las cosas pasaron mucho peor, los comentarios fueron más ácidos e hirientes, por lo que, luego de mandar a Facundo a la mierda, una hora después estaba en casa de su madre con una valija en mano. Su madre se había preocupado por la cara que traía; pero Ramiro le aseguró que no había pasado nada demasiado malo como para preocuparse así. Y durante una semana, él sirvió de niñero de su hermana más pequeña, Stefanía, que ya no era tan pequeña; pero siendo la única de los tres hermanos que quedaba en la casa, su madre estaba todo el tiempo pendiente de ella.
Había estado deprimido una semana entera. Facundo no había dado señales durante los primeros días. Stefanía le servía para distraerse un rato; pero no siempre funcionaba. Por las noches, esperaba internamente que su pareja (porque era incapaz de pensar en él como ex, no podían haber terminado todavía) apareciese en la puerta de la casa de su madre y le pidiese que volviese. Aun cuando eso significase ignorar el bulto debajo de la alfombra, que tenían desde hacía ya rato. Bulto que tenía nombre y apellido impronunciable.
Claro que eso pensó hasta que realmente ocurrió. A la semana de estar en casa de su madre, Facundo apareció durante las horas en que su madre estaba trabajando y su hermana en el colegio, justamente en su día franco en la cafetería donde trabajaba.
Venía con la misma explicación de siempre. Que lo sentía, que no debería haberle hablado así, que le quería. Pero eso no arreglaba el problema, solamente era meter más tierra debajo de la alfombra y cuando la tierra no continuase entrando… bueno, Ramiro prefería no saber qué pasaría en ese momento.
Había que hablar del tema por mucho que les costase, por muy humillante que fuese esa situación de no poder solucionar el mismo problema que tenían siempre. Era inadmisible que cada tantos meses llegase a la puerta de su departamento Sebastián Olivares a pedirle dinero a su hijo mayor, para gastar en bebida, mujeres y juegos, para de paso insultar el “el anormal estilo de vida” de su hijo. Luego venía la depresión de su pareja que solía durar alrededor de dos semanas, donde Facundo se volvía solamente una sombra de sí mismo.
-Eres un idiota, por dios. Dime por qué eres tan idiota, joder- maldijo sin poder entender a Facundo ni un poco. En otras circunstancias se reprocharía a sí mismo el estar jurando tantas veces; pero Facundo era un imposible.
-Te juro que contigo soy menos idiota.
Ramiro lanzó un bufido que sonó a carcajada. Facundo se parecía peligrosamente a Héctor cuando hacía el idiota.
- ¿Pero no lo ves? Esta situación se repite cada vez que aparece tu padre en nuestro departamento. Yo continuaré desaprobándolo y tú tratando de ignorar esta situación. Esta situación va a continuar cada vez que tu padre aparezca por el departamento. No quiero continuar lastimándonos mutuamente.
Con lo dicho parecía que los humos de don Juan de Facundo habían bajado, comenzando a comprender el por qué el otro no quería volver al departamento, a pesar de no negar seguir sintiendo lo mismo por él que siempre. Facundo suspiró pesadamente, aflojando todas las facciones.
-Tienes razón.
Ramiro nunca odió tanto el tener la razón como en ese momento. Esas palabras tuvieron el efecto de un enorme balde de agua frían cayéndole sobre la cabeza. Eso significaba que tenía razón en que la situación no iba a ningún lado.
A pesar de las palabras que le había dicho, había esperado internamente que Facundo pudiese convencerle de alguna manera de que no era así, que encontrarían una solución. No esperaba realmente a que se resignara. Estaba acostumbrado a dejarse convencer por Facundo, pero más por querer creerle que por realmente convencerle, porque si fuese otra persona jamás lo haría. Era humillante y lo sabía; pero Ramiro se sentía físicamente incapaz de dejarle.
Para ser su primer amor, Ramiro y Facundo habían logrado pasar demasiados años juntos, o al menos eso había dicho Raquel bastantes veces. Siempre quiso pensar que lo decía por esa parte de cretina que tenía; pero ahora veía que lo decía sinceramente. Quizá habían llegado al punto en que la relación no tenía viabilidad.
Ya no había otra, Facundo iba a dejarle y él no podría hacer nada. Le puso una de sus manos en uno de sus hombros, obligándole a dirigir sin querer los ojos a los propios (aun cuando no sabía en qué momento había dejado de verle)
-No podemos seguir así, por eso…- y ahí estaba, a punto de decirle que no volviese a aparecerse por el departamento que hasta hacía poco pagaban el alquiler juntos, de cortar los lazos que les unían, de dejarles libres de estar con cualquier otra persona. Pero ¿por qué se tardaba tanto en decirlo, si eso era una tortura para él? -. Voy a hablar con Federico, mi amigo de psiquiatría, para arreglar la internación de mi padre.
- ¿Qué?- preguntó incrédulo. Eso sí que no se lo esperaba. Había pensado que Facundo jamás daría su brazo a torcer en cuanto a su padre. -Tu padre no querrá ni en un millón de años.
-Sí lo hará, si lo llevamos con mi madre- señaló. -Mi padre hace tiempo perdió la cabeza; pero no quería admitirlo. El padre que alguna vez tuve ya no está, es sólo un remedo de sí, supongo que no quería perderle del todo; pero hace años que ya no es el mismo.
-Pero tu madre es esquizofrénica, ¿lograrás ponerle en el mismo pabellón?- preguntó Ramiro, no viéndole forma. Sin todavía caer de que Facundo haría algo así cuando hacía días ni siquiera podría imaginárselo. Él ya sabía del estado mental de Sebastián; pero siempre lo había omitido para no acrecentar las peleas con su pareja.
-No te preocupes por eso- le tranquilizó, elevando la mano que tenía apoyada en su hombro para ponerla sobre su nuca, acariciándola suavemente, logrando su cometido. En los años que llevaban juntos, Facundo había memorizado las reacciones de su cuerpo, aunque con el tiempo. -Si es lo único que puedo hacer por él, lo lograré. Mi madre era la única que podía contenerle, supongo que era más fácil creer que podía ayudarle.
No pudo evitar sentir una pena tremenda por el hombre en frente suyo. Se culpaba de prácticamente todos los males de su familia. De la depresión de su hermana, Raquel, durante su adolescencia; de no haber contenido a su madre y de la soledad de su padre. Pero todavía hacía lo que estaba su alcance para ayudarles: con los años, la relación entre los hermanos había mejorado y siempre estaba al pendiente de la clínica en donde estaba internada su madre, intentando que estuviese lo más cómoda posible. Ahora haría lo que estuviese a su alcance para ayudar también a su padre.
-No tienes que hacer esto por mí- afirmó Ramiro, viendo un nuevo sacrificio por parte de Facundo-. Es tu padre.
Facundo negó suavemente.
-Ya no es solamente por ti. Hace tiempo que sabía que llegaría este momento; pero quise engañarme creyendo que no era necesario. Ya perdí a mis padres, no te quiero perder a ti también- le prometió con esa determinación en los ojos, con la que no era capaz de negarle nada. Ramiro estaba condenado a la voluntad de ese hombre. Conocía ese brillo en los ojos porque era idéntico al de Raquel y ya había comprobado hacía tiempo que era difícil negarle las cosas. -No voy a permitir que una de las mejores cosas que me pasaron termine aquí- prometió tirándole por el agarre de su nuca, acercándole para plantarle un beso en los labios, mientras Ramiro les guiaba a ambos, prácticamente a ciegas, hacia su habitación.