Esta es mi voz, una voz que apenas se escucha a través de este texto que no sé quién se tome los minutos necesarios para leerlo de cabo a rabo. Es una voz que no termina de ser “audible” por medio de los ojos pero que va a quedarse aquí, impresa en la escritura indeleble de los “bits” de este blog. ¿De qué se me antoja “hablar” hoy?. ¿De que enero agoniza?, ¿de que tengo la sensación de que el 2017 aun no concluye?... No, prefiero hablar de mi voz, esta voz muda que no sé muy bien cuál es su rango de acción y, sobre todo, de repercusión en el interior de las procelosas aguas de la red cibernética. ¿quién me lee protegida o protegido por el anonimato de su pantalla?, ¿hasta qué recónditos espacios llega mi voz?... No lo sé y tampoco estoy muy segura de que debiera de importarme. Lo relevante de todo esto es que aquí sigo, con mi extraña y en ocasiones poco encomiable necedad que me impulsa a seguir escribiendo como si realmente tuviera algo valioso que comunicar al mundo. Porque de eso se trata todo: de tener algo que decir y llegar a un público que, aunque resulte desconocido para mí, exista como receptor último de mis ideas.
Empezaré externando que hoy hace frío, un frío inusual, aunque estemos a finales de enero. Un frío que pasará, lo sé, pero que mientras tanto congela hasta los pensamientos. Cuando yo vivía en España, el invierno era la temporada anual que menos me gustaba y que más incómoda me hacía sentir. Aquí, en México, no me he cansado de repetir que la temporada de lluvias me deprime y le gana en incomodidad al frío continental de la meseta castellana. Sin embargo, estos últimos días en los que he salido a la calle envuelta en capas y capas de ropa como si fuera una cebolla ambulante, ha traído a mi memoria imágenes de un pasado personal que hoy percibo remoto. En Madrid, nieva cada invierno. En México, dice la historia de esta ciudad en donde hoy vivo, que ha sucedido en varias ocasiones. Y en estos días cayó aguanieve en los alrededores de la Ciudad de México, en las partes altas donde aun el clima se asemeja al que se vivía en décadas pasadas. Tal vez, si externo que en estos días se han registrado temperaturas bajo cero en esas zonas altas que menciono, tal vez pueda darle una idea a quien me está leyendo de que, en efecto, hace frío. Un frío desagradable para quien, como yo, ya no resiste lo que resistía antaño. Sin embargo, la transitoriedad de los eventos climáticos me hace pensar que pronto llegará el buen tiempo. Y con el buen tiempo, como suele sucederme, una sustancial mejora en mi ánimo.
Por cierto, tengo la idea de reactivar mis tres espacios virtuales de opinión pero, no quiero hacer promesas vanas. Me gustaría, si, escribir por lo menos una vez a la semana en cualquiera de mis tres blogs hablando de lo que me rebullera en el cerebro en esos momentos con la finalidad de poder ir recuperando mi voz. Quiero escribir como si hablara conmigo misma para ver si así logro alcanzar esa redefinición que ha sido mi meta en los últimos años. A ver si así logro reconocerme, finalmente, ante el espejo de mis propias palabras para ver si alcanzo a cerrar este episodio vital que me está costando tanto concluir para poder así pasar a otro capítulo de mi existencia. No sé qué más añadir sobre mi actual condición, lo que si sé si es que, pasé lo que pasé, no puedo darme el lujo de detenerme. Aunque a veces parezca que estoy dando vueltas en círculo sin ir hacia ningún sitio, en apariencia, no puedo detenerme. Y eso es algo que he asumido recientemente. Tener o no tener propósitos, no importa porque para mí, en estos momentos, lo verdaderamente importante es seguir caminando y no ceder a la tentación de la inmovilidad. Con lentitud o con rapidez, pero tengo que seguir moviéndome aunque aun no alcance a definir hacia donde porque me he dado cuenta que lo importante, lo verdaderamente importante en este punto de mi vida, es no detenerse. Los planes no dejan de ser pretexto para la movilidad y así es como estoy y como me siento hoy por hoy. Tal vez me parezca que sigo arrastrando al 2017 tras mis espaldas pero no es así ya que el 2018 inició antes de lo que todo el mundo esperaba por eso, que esté concluyendo el primer mes oficial del año y que lo haga espectacularmente con una hermosa y eclipsada luna llena, la segunda de este mes, lo único que nos revela es que ya es tiempo de dejar atrás nuestros viejos límites y nuestros miedos antiguos que nos impiden ser una mejor versión de nosotros mismos. En lo particular, este enero me demostró que la vida sigue y que no me puedo dar el lujo de detenerme, así como me enseñó, una vez más, que uno propone pero que esas propuestas no son siempre nuestra mejor opción de desarrollo y que, no importa cuánto te empeñes en transitar por donde quieres y deseas cuando ese camino no te corresponde. Y vuelvo aquí al punto de la voz, del frío y de la movilidad pues creo que llegó el momento de aceptarme como verdaderamente soy ahora y olvidarme para siempre de las fantasías que me conflictúan, revolviéndome interiormente y enfrentándome a mi sombra.