parte 5 Lydia detiene el coche frente a un pequeño hostal a las afueras de Chicago. Hace un par de semanas no lo habría hecho. Antes de empezar ese viaje jamás habría parado en un lugar como aquel, ni siquiera lo habría pensado; posiblemente incluso habría acelerado al pasar por delante. En eso, como en muchas otras cosas, ha cambiado. En cierto modo hace que se sienta orgullosa de si misma.
-¿Por qué paras?
-Es de noche y estoy cansada -responde sacando las llaves del contacto.
-Puedo conducir yo.
-También necesito una ducha.
-Eso no te lo discuto.
Lydia pone los ojos en blanco al oírle y sale del coche. Ya sabe que necesita una ducha, no necesita que Stefan se lo recuerde mientras se burla de ella. Camina hacia el maletero para sacar la maleta; pero el vampiro es más rápido y usa su velocidad extra para aparecerse frente a ella y quitarle las llaves del coche.
-¡Stefan!
-No pienso entrar ahí -dice señalando el hostal a su espalda-. Y sinceramente, me sorprende que tú lo vayas a hacer. Sobre todo después de lo que pasó la última vez que paramos en un sitio como este.
La joven se remueve cambiando el peso de pierna mientras se abraza a si misma para no temblar al recordar lo que pasó, y Stefan se odia un poco por ser el causante de su malestar; pero también sabe que hay algo más a parte del cansancio y el querer una ducha, que le está ocultando algo, algo de lo que se avergüenza aunque no se le ocurre que puede avergonzar a una mujer como Lydia. Aún así hay algo, alguna razón por la que prefiere entrar en ese sitio que parece salido de una película de terror de serie B y en el que los recuerdos no la dejarán descansar, en lugar de buscar otro lugar en el que quedarse. La mira fijamente intentando leer en sus ojos algo, cualquier cosa, que le dé una pista de lo que pasa por su complicada mente; pero es difícil leerla cuando esquiva su mirada.
-Lydia…
-No tengo más dinero -dice casi en un susurro. Si no hubiera sido por su oído de vampiro, ni siquiera lo habría escuchado-. No es que no tenga más dinero, es… que no sabemos cuánto estaremos en Chicago y si esta será la última parada del viaje y tendré que volver a casa en algún momento. No puedo gastarme dinero en un hotel bonito y cómodo cuando puedo conseguir una cama y una ducha en uno más barato. Tengo que racionalizar mis gastos.
-Primero, entre un hotel de lujo y este antro del que huyen las cucarachas hay sitios intermedios -le dice poniendo las manos sobre sus hombros-. Y segundo, soy un vampiro, ya sabes que el dinero no es un problema. Ahora sube al coche antes de que cojas alguna enfermedad tan sólo por estar aquí.
Lydia no quiere hacerle caso. Por mucho que haya cambiado sigue siendo la misma orgullosa de siempre y no quiere ceder. Eso sin contar con su amor propio, no piensa dejar que Stefan lo pague todo sólo porque el dinero no sea un problema para él y sí para ella.
El vampiro, cansado de que no se mueva, la coge en brazos y la mete en el coche antes de meterse en el asiento del conductor y arrancar el coche. No tarda más que unos pocos segundos con su velocidad vampírica y parte de él lo agradece porque si hubiera tardado más, posiblemente Lydia se habría bajado del coche y habrían comenzado a discutir. Aunque eso no le libra de oír como grita su nombre ofendida por el trato dado, haciéndole reír. En el fondo sabe que no está enfadada por lo que acaba de suceder. Que la vea sonreír por el rabillo del ojo se lo confirma. En cierto modo está agradecida, y los dos los saben, porque los recuerdos de lo ocurrido aún están demasiado presentes y ese sitio solo le habría hecho revivirlo.
”Lydia detuvo el coche frente a un motel de carretera en algún lugar entre Elkhard y South Bend. Un motel más de los muchos en los que habían parado para dormir. Mientras sale del coche y se estira como si fuera un gato, desentumeciendo todos sus músculos, se jura a si misma que cuando acabe este viaje, cuando tenga las respuestas y vuelva a casa al final del verano, no piensa volver a pisar un motel de nuevo y que su trayecto más largo en coche será de idea y vuelta al centro comercial.
-¿Vamos a pasar aquí la noche? -le pregunta Stefan rodeando el coche hacia ella.
-Sí. Voy a por una habitación. Encárgate de mi maleta.
No espera a que él de muestras de estar de acuerdo con ella, simplemente le lanza las llaves del coche y camina hacia la recepción. Si quisiera robarle el coche lo habría hecho en Boston, no se habría pasado horas, días, encerrado con ella mientras se alejaban rumbo a la ciudad del viento.
La recepción es poco más que una ventanilla con vistas al parking. Tiene un voladizo a modo de pequeño tejado para que en los días de lluvia los clientes no se mojen y una pequeña repisa. No le da mucha seguridad la verja que protege casi toda el cristal ni ver en el interior la escopeta apoyada contra el muro. Tampoco el hombre de aspecto hosco que la mira como si fuera un suculento bistec y que hace que se le ponga el pelo de punta. Si este no fuera el primer motel que han visto en la ultima hora no se plantearía ni pasar aquí la noche; pero está cansada y necesita dormir.
-Hola, guapa. ¿Qué puedo hacer por ti?
-Quería una habitación -dice ella intentando sonar segura y confiada, no va a darle la satisfacción a ese hombre de saber que la pone nerviosa la forma en la que le mira-. Con una cama doble.
-Por supuesto -responde él sonriéndole mientras le pasa la llave de una de las habitaciones por el hueco bajo el cristal-. ¿Necesitas ayuda con el equipaje?
-No. Mi novio se encarga -responde ella tirando con fuerza de la llave para obligar al otro a soltarla.
Sabe que no debería decir que Stefan es su novio, porque no lo es, por mucho que ella quiera que lo sea y toda la tensión sexual que hay entre ellos le diga que él también lo desea. Pero no son novios y si depende de Stefan no cree que nunca vayan a serlo, porque solo con ver la forma en la que la mira y habla con ella, sabe que valora su amistad tanto que no la pondrá en peligro por un quizás. Tal vez eso sea lo mejor, su historial amoroso demuestra que sus relaciones nunca acaban bien, Jackson se fue al otro lado del océano tras pasarse medio año siendo un lagarto asesino y Aiden murió; y aprecia demasiado la amistad que tiene con el vampiro como para que sea ella la que dé el primer paso. A veces, cuando está en la cama tumbada sin poder dormirse, con la respiración pausada de Stefan de fondo, se pregunta si no se estará perdiendo algo que podría ser genial sólo por miedo a que no salga bien. Tenía miedo de pensar en él como “su novio”; pero suena bien, puede que mejor de lo que debería, y viendo la forma en la que la expresión de ese hombre ha cambiado por completo al oírla sabe que ha sonado lo bastante convincente como para que eso fuera exactamente lo que tenía que decir para que la dejase en paz y no hiciera ninguna estupidez.
Stefan la ve acercarse a él casi corriendo y puede oler algo de miedo viniendo de ella bajo las capas de los olores del bosque que siempre la acompañan. Es un olor sutil, que con el latido acelerado de su corazón, le hace fruncir el ceño y mirar hacia la recepción del lugar dispuesto a ir hasta allí y encargarse de lo que sea o de quien sea que la haya hecho sentir así.
-¿Quieres que nos vayamos a otro sitio? -le pregunta cuando ella se coloca a su lado.
-No -responde ella negando con la cabeza-. Es la habitación 7A. Aquella de allí.
El joven asiente con la cabeza dando una última mirada hacia la recepción del motel, antes de seguirla cargando con la maleta. La puerta es de un tono verde oscuro con algunas zonas raspadas y que dejan ver la madera de debajo y el numero de la habitación son un par de letras doradas de metal. Todo muy típico, lo que cualquiera que pensara en un motel de carretera esperaría encontrarse. La habitación por dentro no es muy diferente a su exterior, tiene una cama en el centro con una colcha de flores grandes y anticuadas, que por su aspecto parecen sacadas de un mercadillo del siglo pasado, y que no se lavaron desde aquella época; hay una televisión colgada del techo y un gran cristal en la pared frente a la cama con una grieta en la esquina inferior. Stefan ni siquiera se atreve a respirar, porque lo más probable es que si lo hace huela a semen y sudor y sangre y él termine vomitando; porque es el típico lugar que esperas que huela así, a sangre y asesinatos. Casi se siente mal por Lydia sabiendo que ella no puede darse el lujo de prescindir del oxigeno y, por la forma en la que frunce la nariz con asco, parece estar contemplando la idea
-¿Estás segura? -le pregunta incrédulo -. Aún podemos irnos. Puedo conducir yo para que descanses. Ni siquiera hace falta que paremos esta noche.
-Sí… solo serán un par de horas de todos modos -dice como si estuviera intentando convencerse de que tienen que realmente pasar allí la noche.
-Sólo hay una cama -comenta Stefan dejando la maleta sobre el mueble de madera que hay bajo el espejo.
-Le dije que estaba aquí con mi novio. No podía pedirle una habitación con dos camas. Sería raro.
Stefan quiere preguntarle porque ha dicho eso; pero no lo hace, porque se imagina la respuesta, vio algo en la recepción a juzgar por lo inquieta que parecía cuando atravesaba el aparcamiento en su dirección, que le hizo creer que era mejor que la gente supusiera que estaba allí con su novio, un tipo capaz de defenderla, que es exactamente lo que él piensa hacer si hay algo, cualquier cosa, que la ponga en peligro.
-Sugeriría dormir en el suelo; pero…
-No creo que eso sea una buena idea -termina de decir ella por él-. No pasa nada compartiremos cama.
-¿Estás segura?
-Tranquilo. No sería la primera vez.
Lo dice con una sonrisa cómplice mientras se gira para abrir su maleta y sacar algo de ropa que ponerse para dormir. Él la sonríe de vuelta mientras recuerda aquella primera vez, aquella vez en Boston que podría haber sido algo y que termino en nada.
Se quedan dormidos viendo una película en el ordenador de Lydia, es parte de su plan de hacerle recordar lo mejor que el mundo tiene que ofrecerle. Él hace que ella disfrute del verano y ella le pone películas y música que según dice tiene que conocer. No sabe cómo puede ser “El Diario de Noah” una de esas películas; pero aun así la ha visto en silencio mientras la observaba por el rabillo del ojo mover los labios recitando los diálogos.
No saben que les despierta, tal vez el suelo crujiendo o el ruido de la puerta al abrirse; pero el caso es que lo hacen y la situación parece salida de una película de terror. Frente a ellos con la escopeta en una mano, está el dueño del hotel, con su camisa de cuadros llena de manchas de aceite y los vaqueros rotos por las rodillas, con el pelo graso y la barba de varios días, sonriéndoles de una manera que hace que se les pongan los pelos de punta y que les hace saber que la cosa no va a terminar bien, porque sus intenciones no son para nada buenas.
Stefan está a punto de saltar contra él y usar la compulsión para que se marche antes de que el otro intente algo estúpido como atacar a Lydia; pero no es lo suficientemente rápido y le dispara en el pecho haciendo que caiga muerto y que Lydia comience a gritar y a removerse en la cama buscando una manera de poder salir de allí.
-No te preocupes preciosa -dice el hombre caminando hacia su lado de la cama-. No te va a doler… mucho.
Lydia se aleja en dirección a Stefan imaginándose lo que ese hombre va a hacer con ella. No puede pensar. No puede gritar. Lo único que sabe es que no quiere que la toque, que no quiere que le hable y que lo único que tiene que hacer es acercarse a Stefan y asegurarse de que está bien, aunque sepa que es absurdo porque la ha dado de lleno en el pecho y la sangre está manchando su camiseta. Por su mente no pasa ni una sola vez la idea de que es un vampiro.
El hombre la agarra del tobillo y tira de ella para evitar que se aleje y acercarla a donde él esta, mientras ella grita y patalea intentando alejarse, mientras ruega una y otra vez para que la deje, pensando en que este sería un buen momento para que sus poderes hagan acto de presencia.
-Grita todo lo que quieras. Nadie va a venir a ayudarte.
Le sube la mano por la pierna hasta apretar su muslo con fuerza. Lydia cierra los ojos mientras sigue luchando porque si no consigue soltarse, si al final ese malnacido termina violándola, no quiere ver su cara, no quiere que esa cara la persiga en sueños como lo hizo la de Peter durante meses después de que le resucitara. Las lágrimas resbalan por sus mejillas sin que pueda ni quiera controlar el llanto, mientras intenta en vano no pensar en las manos que le agarran las piernas ni en los sonidos que hacen que todo sea aun más horrible de lo que en realidad es.
Y entonces todo se detiene.
Ya no hay manos, ni sonidos de risas maliciosas, ni comentarios obscenos sobre las cosas que le va a hacer. Sólo está el silencio de su llanto descontrolado que hace que todo su cuerpo tiemble. Abre los ojos, sin saber lo que se va a encontrar, y lo que ve la llena de alivio. No recuerda haberse sentido tan bien como en ese momento. Frente a ella, donde antes estaba aquel desalmado hombre mirándola con lujuria, está él, con los brazos flácidos y los ojos cerrados mientras Stefan bebe de él sin piedad. Ella le mira fascinada, sin poder apartar la mirada, disfrutando de que ese ser despreciable este consiguiendo su merecido. La escena se sucede durante lo que podrían ser horas o tan solo unos minutos, hasta que Stefan suelta el cuerpo y este cae como un peso plomo contra el suelo. Se pasa el dorso de la mano por la boca esparciéndose con ello la sangre que caía por su barbilla, y se acerca a ella con cuidado, como si Lydia fuera un animalito del bosque al que no quisiera espantar. Alarga la mano hacia ella inseguro de si aceptará su toque o de cómo reaccionará. Es ella la que corta la distancia, la que se lanza contra sus brazos y entierra la cabeza en su pecho llorando desconsolada.“
Stefan conduce durante un par de horas por las calles de la ciudad en busca de un hotel que merezca la pena, mientras ella duerme contra la ventanilla. Es extraño, y no es la primera vez que le pasa; oír su respiración pausada en cierto modo le relaja. Sobre todo desde el incidente en aquel motel, oírla le hace saber que está a salvo.
Le dijo que pararía en un hotel decente y no muy caro; pero no lo hace. Cuando se detiene por fin lo hace frente a las puertas de The Langham, un hotel de lujo a la orilla del rio, porque Lydia se merece disfrutar de los lujos de la vida y Stefan está cada vez más decidido a que así sea. Antes de que quite las llaves del contacto ya hay un joven uniformado abriéndole la puerta para que salga y le entregue las llaves, y otro en la parte trasera con un carrito a un lado listo para coger sus maletas en el caso de que hayan llegado para pasar la noche. Stefan se baja del coche sin mirarles y rodea el Pryus de la joven hasta llegar a su puerta y abrirla, la agita con cuidado del hombro para despertarla y sonríe al ver como se le arruga la nariz antes de parpadear con cansancio.
-¿Has elegido ya un hotel a tu gusto? -murmura ella medio dormida mientras deja que la ayude a salir del coche.
-Sí -responde poniendo una mano en su espalda para guiarla hacia la recepción.
-Genial -murmura apoyando la cabeza contra su hombro-. Me muero por una ducha.
El vestíbulo está lleno de cristal y de blanco. El suelo es de mármol crudo y al fondo está el mostrador de recepción atendido por dos hombres trajeados, a los lados hay dos zonas con alfombras blancas y sillones del mismo color entorno a pequeñas mesitas de cristal y algunas más grande de madera y mármol con la prensa del día para amenizar a los clientes que tengan que esperar, del techo cuelgan piezas de cristal con bombillas en su interior para iluminar de noche ya que de día los enormes ventanales que cubren las paredes les proporcionan toda la luz necesaria.
Se acercan a la recepción y esperan a que los atiendan. Stefan nota como la respiración de Lydia se vuelve cada vez más pausada y sabe que se ha vuelto a dormir, que la única razón por la que sigue en pie es que él la tiene cogida, en el segundo que deje de hacerlo lo más probable es que la joven caiga al suelo.
Stefan consigue una de las habitaciones del ático con vistas al lago sabiendo que esa será la que le gustaría a Lydia tener si estuviera despierta y le dieran la opción de elegir. Lo peor que puede pasar es que se haya equivocado, que esa habitación no sea la que quiera y prefiera una con vistas al parque; pero incluso si eso fuera lo que sucediera, lo solucionaría fácilmente usando la compulsión para que les cambien de habitación. Caminan tras el botones hasta el ascensor que les sube a la última planta y luego por el pasillo hasta la puerta de su habitación. Entran en ella y Stefan la sienta sobre el colchón y antes de poder hacer nada más, Lydia está tumbada con las piernas colgando por el borde del mismo. Tras darle una propina al botones y con cuidado de no despertarla, le quita los zapatos y los deja a los pies de la cama, luego le desabrocha el botón de los vaqueros para que no le dejen marca mientras duerme y la coge en brazos para ponerla bien, con las sabanas por encima y la cabeza en la almohada. Sabe que debería despertarla, porque ella no deja de mencionar la ducha y la conoce lo suficiente como para saber que quería ducharse antes de meterse en la cama. Sin embargo no lo hace, no cuando ve que se ha girado y ha buscado la postura perfecta en la cama, de lado, con las piernas un poco recogidas y una mano bajo la cara; con su pelo rojo que parece de llamas esparcido por la almohada y una pequeña sonrisa de felicidad que se le ha instalado en la cara.
Alarga la mano hacia ella y le retira un mechón de la cara. Su pelo es tan suave como recordaba. Con un suspiro de cansancio lo suelta y se da la vuelta hacia el cuarto de baño para darse una ducha. Si sigue allí no podrá resistirse y la besará y eso es algo que se ha repetido una y mil veces que no puede hacer. Una cosa fue besarla cuando no era más que una extraña en una discoteca que le pareció lo suficientemente atractiva como para querer pasar la noche con ella y otra muy distinta es hacerlo ahora, cuando se ha convertido en su amiga y la persona más real que conoce, con la que tiene la única relación que no está basada en recuerdos e historias contadas por terceros. No puede echar a perder lo que tienen sólo porque desee besarla y volver a sentir sus labios hambrientos y suaves sobre los suyos.
Se da una larga ducha antes de meterse en la cama. No lo había notado antes; pero era exactamente lo que necesitaba. Una buena ducha con la presión de agua exacta como para desentumecer los músculos doloridos y liberarle de las tensiones acumuladas. Se mete en la cama usando tan solo unos bóxers negros porque su ropa, incluso la que usa a modo de pijama necesita un buen lavado y no se puede imaginar poniéndosela ahora que se siente tan limpio y ligero como no se había sentido desde que comenzó a viajar con Lydia. Se acuesta en un extremo no queriendo incomodarla en caso de que despierte y le vea compartiendo cama, a pesar de que se haya vuelto una costumbre desde lo ocurrido en aquel motel. Es inútil que él intente darle su espacio, ella como si supiera que está allí tumbado a su lado, gira por el colchón y se aprieta contra él, como si buscara su calor corporal, soltando un largo suspiro cuando él se deja convencer y la rodea con el brazo.
Cuando despierta no sabe qué hora es, lo único que sabe es que no había dormido tan bien en mucho tiempo, tan tranquilo y relajado. Sabe que tiene que ver más con Lydia durmiendo entre sus brazos que con el hecho de estar en esa lujosa habitación de hotel, y quizás sea hora de que empiece a asumirlo. Estira la mano por encima del colchón esperando notar el calor corporal de Lydia para encontrar nada más que vacio. Frunce el ceño un segundo antes de abrir los ojos con confusión y mirar a su alrededor esperando encontrarla en algún lugar. No lo hace, no la ve andando por la habitación ni sentada en el salón al otro lado de las puertas francesas. Lo que sí hace es oír el grifo de la ducha y sí se concentra lo suficiente su corazón latiendo. Se sienta apoyándose contra el cabecero de la cama cuando el sonido del agua cesa y poco después la puerta se abre.
Lydia entra en la habitación con el albornoz blanco del hotel cerrado y una toalla en el pelo a modo de turbante. Sonríe al verle mirándola sobre la cama, intentando que sus ojos no se centren en su pecho desnudo ni en el gran tatuaje de su brazo. Camina hacia la cama y se deja caer sobre el colchón de rodillas.
-Creía haberte dicho ayer que no puedo permitirme este tipo de hoteles
-Bueno -comenta él encogiéndose de hombros-, no es como si tuviéramos la necesidad de pagar por la habitación.
Lydia pone los ojos en blanco antes de gatear hasta Stefan y recoger el menú del servicio de habitaciones de la mesilla de noche.
-¿Qué te apetece? ¿Tortitas o frutas? ¿Un café o prefieres beberte al camarero?
-Un sorbito nada más -dice bromeando con ella.
Lydia ríe mientras niega con la cabeza y sigue leyendo sin ser capaz de decidirse por lo que va a pedir. Stefan la mira morderse el labio inferior y no puede contenerse más. Después de las semanas diciéndose que no hiciera ninguna tontería sobre ella y él, que no se arriesgara a hacer algo que pudiera perjudicar su amistad, no ha podido aguantarlo más. No cuando todo lo que puede oler en la habitación es a ella, cuando nota la calidez de su cuerpo a través del mullido albornoz, no cuando no puede pensar en otra cosa que en lamer cada una de las gotas de agua que caen por su cuello y morder sus labios rojos justo como ella está haciendo. Así que la besa y durante un segundo se horroriza porque ella no le besa de nuevo y lo único que pasa por su cabeza es terror, terror de haber metido la pata y haber estado viendo señales que no eran reales. Y entonces Lydia le besa de nuevo y el mundo parece volver a girar.
Besarla aquí y ahora no es como besarla en Boston. Ha recordado los besos que compartieron en aquella ciudad cientos de veces en su mente, ha soñado con ellos, y no se parecen a estos. Ni siquiera les hacen sombra. Se patea a si mismo mentalmente por todo el tiempo desperdiciado que Lydia y él podían haber pasado besándose y que no lo han hecho por su cobardía, por su miedo a perderla.
Nota la lengua de ella acariciando su labio inferior, ejerciendo la suficiente presión como para decirle lo que quiere. Entre abre la boca un poco y casi al instante su lengua asalta su boca. Es como el agua a la rotura de la presa, se lo lleva todo por delante. Su lengua sale al encuentro de la ella y es como si todo su cuerpo se cargara, con el bello de punta mientras sus manos la cogen de la cintura y los de ella juegan con su nuca para que no separe. Se besan durante lo que podrían ser horas o tan solo unos minutos, y aun así sin sentir que sea suficiente. Ella se echa hacia atrás hasta quedar tumbada sobre la cama mientras Stefan la mira con los labios enrojecidos. Nunca la había visto tan hermosa y tentadora, con el pelo aún mojado esparcido entre las sabanas, con las piernas ligeramente flexionadas y abriendo la parte inferior del albornoz a la vez que se desliza por su brazo derecho dejándolo casi desnudo. Se pasa la lengua por los labios mientras la mira con lujuria y respira hondo porque lo único en lo que puede pensar es en enterrarse en ella y no detenerse hasta que le oiga gritar su nombre una y otra vez rogando por mas. Lydia le ve de rodillas frente a ella, con el pelo revuelto y sus ojos oscurecidos por la lujuria, la forma en la que los bóxers negros que llevan marcan toda su erección y en lo único que piensa en que han esperado demasiado y en porque Stefan no la está besando ya. Nunca ha sido paciente, ni en la vida ni en el sexo y no piensa empezar ahora, así que lleva la mano hasta el nudo medio desecho del cinturón del albornoz y tira de el para deshacerlo. Stefan la desea, puede verlo en sus ojos sólo necesita un empujoncito. Él, sin embargo le coge de la muñeca y detiene sus movimientos sin dejar de mirarla antes de inclinarse y posar un beso suavemente sobre sus labios antes de volver a incorporarse.
-¿Qué pasa? -le pregunta ella intentado regular su respiración.
-¿Estás segura de esto?
-¿Qué si estoy…? Esto es lo que esperaba aquella noche en Boston. Desde mi punto de vista, hemos esperado lo suficiente. Ahora puedes follarme o dejar que me masturbe. ¿Qué va a ser?
No tiene que pensarlo mucho. Vuelve a besarla con urgencia y ella abre la piernas para que pueda colocarse entre ellas.
Stefan se roza contra su abertura, con los calzoncillos aun puestos y completamente duro. Huele su excitación y si baja la mano sabe que la notará húmeda. Lydia gime al sentirle contra ella; siente que va a explotar porque no es suficiente, sentirle contra ella y no en su interior la está volviendo loca, y la forma en la que muerde sus pezones con sus dientes humanos y acaricia su pecho no es suficiente. Necesita más. Le necesita dentro de ella.
Con las piernas alrededor de su cintura las baja haciendo la presión justa como para bajarle los bóxers un par de centímetros, no lo suficiente y gruñe frustrada haciéndole reír contra su piel, enviándole escalofríos de placer por todo el cuerpo. Termina de quitárselos con ayuda de las manos, los baja lo suficiente como para liberar su erección, y haciendo que sea él el que gima de placer al notar sus manos sobre polla.
-¿Condones? -pregunta él entre beso y beso. Por mucho que este disfrutando de sus caricias, sino se la folla ya va a eyacular como si fuera un adolescente.
-Mi bolso -murmura ella contra su oreja antes de morderle el lóbulo y tirar ligeramente de el.
Stefan se va y vuelve tan rápido como se ha ido. La única evidencia de lo que ha hecho es que está de rodillas mirando a Lydia sobre la cama y el preservativo que sujeta entre dos dedos. Lydia se muerde el labio inferior al verle en toda su extensión, con su pene duro y con líquido seminal en su cabeza, y sólo de imaginárselo dentro de ella nota como se humedece aun más de lo que ya lo está. Alarga la mano hacia Stefan para que le tienda el condón y poder ponérselo ella misma. Lo hace lentamente, torturándole como castigo por lo mucho que ha tardado en quitarse la ropa interior, disfrutando de sus gemidos roncos y de la sensación de sus dientes en su hombro mientras la muerde para que pare ya y termine lo que está haciendo.
Cuando por fin entra en ella el mundo parece desdibujarse. Los sonidos del universo que siempre la rodean parecen cesar por completo igual que si hubiera gritado. Todo está en paz y los dos sienten como si por fin hubieran llegado a donde se suponía que debían llegar, como si el fin de sus vidas hubiera sido conducirles hasta ese momento. Se sienten llenos. Se sienten completos.
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Ve a Lydia caminando hacia él, con su falda corta de flores y una camisa blanca, balanceando un bolso marrón a cada paso que da y lo único en lo que es capaz de pensar es en besarla y en volver a lanzarla sobre la cama, en meter las manos bajo esa falda y acariciar sus piernas, en quitarle la ropa interior y hacerla gritar su nombre. No sabe cómo ha podido pasar todos esos días sin acabar lo que empezaron en Boston, de donde saco la fuerza para no hacer nada, cuando ahora no se imagina en ningún otro lugar que no sea dentro de Lydia.
-Deja de mirarme así -le advierte pasando por su lado rumbo a la puerta de la habitación.
-¿Así como? -pregunta él caminando tras ella con la vista fija en el movimiento de su culo.
-Como si quisieras follarme contra todas las superficies de la habitación.
Stefan sonríe depredadoramente al oírla y se adelanta hacia sujetarla por la cintura y acercar su boca a su cuello donde deposita un suave beso antes de susurrarla al oído.
-No actúes como si no te mueras porque lo haga.
-No he dicho que no quiera. Pero tenemos otras cosas que hacer hoy. Como encontrar a esa bruja. Después, -dice girando la cabeza para mirarle por encima del hombro-, tú y yo volveremos a este hotel y le daremos un buen uso a esa ducha de hidromasaje.
-¿A qué esperamos entonces? Contra antes nos vayamos, antes volveremos.
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Stefan detiene el coche en una calle al norte de la ciudad, frente a una librería y junto a un Starbucks. Según la guía telefónica de la ciudad a unos veinte metros de donde están, se encuentra el bar de Gloria. El típico pub de los que sobrevivieron a la época de la prohibición. La puerta de madera da a un viejo callejón, no tiene carteles ni ningún distintivo, acorde con la época en la que fue construido lo que lo hace a un más auténtico.
Lydia coge el pomo de la puerta y la abre al encontrársela sin candado. Se encoge de hombros mirando al otro antes de dar un paso a su interior. Caminan por un pasillo de ladrillo un par de metros hasta dar con la autentica entrada del local. No es difícil imaginarse como debió ser aquel lugar durante los años 20, con los sillones de cuero y la zona de baile, con la barra al fondo y el escenario justo frente a donde están. Hay dos niveles, el superior en el que ellos están con sillones de cuero negro, mesas de madera oscura y enormes ventanas, y el inferior, con la zona de baile, el escenario, la barra y un par de mesas mucho más simples con sillas de madera; las gruesas cortinas que en cualquier otro establecimiento de ese tipo parecerían fuera de lugar, le dan al local un aire de glamur tan típico por aquella época. Se ha actualizado un poco con el paso de los años, porque se ven elementos modernos aquí y allá; pero en el fondo, parece salido de una vieja película de cine negro, de esas llenas de detectives privados y gánster.
-El bar está cerrado
La mujer que lo ha dicho es una afroamericana de la edad de la madre de Lydia, con el pelo recogido en pequeñas trenzas y que limpia la barra con un trapo húmedo.
-No venimos a beber -dice Stefan bajando por las escaleras el local hasta el subnivel inferior.
-Entonces estáis en el lugar equivocado.
-Buscamos a una mujer llamada Gloria. Este es su bar ¿no es cierto?
-Ya no. ¿Para que la buscáis?
-Es una vieja conocida de mi hermano. Me dijo que ella podría ayudarnos.
-Mi tía está muerta así que ya no puede ayudar a nadie. Espero que no hayáis venido desde muy lejos porque habéis hecho el viaje en vano.
Lydia y Stefan se miran durante unos segundos en silencio. Según Damon Gloria podría ayudarles, era una bruja muy antigua y poderosa, así que sabía prácticamente todo lo que había que saber sobre el mundo sobrenatural, que este muerta significa que están en un callejón sin salida. Otra vez. Lydia no puede evitar el peso que se le ha instalado en el estómago de desánimo y cansancio, es una sensación que empieza a identificar con rapidez porque se le ha vuelto común en las semanas que ha durado este viaje en busca de respuestas.
La mujer les mira en silencio, estudiándoles en un intento de discernir sus intenciones. Extraños que buscan a una bruja para solucionar sus problemas, eso nunca es buena señal. Por otro lado, el hermano de ese chico dijo que era amigo de Gloria. Lo que realmente tampoco quiere decir nada, porque la bruja entablaba amistad con personajes de los dos bandos de la balanza. La pregunta era ¿Podía confiar en ellos? ¿Podía permitirse el lujo de intentar ayudarles? No sería la primera vez que una bruja ha acabado muerta por ser demasiado crédula.
-¿De qué conocía tu hermano a Gloria? -les pregunta dejando de limpiar la barra. En función de su respuesta, de si la satisface o no, se decidirá a ayudarles o les pedirá que se marchen.
-Viejos amigos. No entró en muchos detalles.
Lo dice como si tal cosa, encogiéndose de hombros para parecer indiferente e inofensivo. Pero a ella no le engaña. Miente… a medias. Sabe más de lo que dice; aunque hay algo que está mal y no es capaz de señalar el qué.
-Dame la mano -le ordena ella alzando la mano por encima de la barra. Ira a lo bruto, a lo seguro, le cogerá la mano y verá sus intenciones.
Stefan mira a Lydia y ella se encoge de hombros. No puede darle ningún consejo, decirle que lo haga o que no, no sabe lo suficiente de las brujas como para saber si es una buena idea o una pésima. Ni siquiera sabe si esa mujer es una bruja o sólo una simple mujer humana, aunque nota unas vibraciones en el aire, algo que le pone el pelo de punta y que le dice que humana, lo que se dice humana, no es, que la mujer frente a ella es especial. Stefan suspira y le tiende la mano. No sabe si debería hacerlo; pero Gloria es la razón por la que vinieron a Chicago y ahora está muerta, así que hacer caso a esa mujer podría ser la única opción para conseguir algo de ayuda y que el viaje no haya sido en vano.
-Vampiro -susurra la mujer soltando de golpe la mano y retrocediendo un par de pasos.
Stefan entrecierra los ojos porque sólo ha conocido a un tipo de persona capaz de saber lo que es con sólo tocarle, una bruja. Si Gloria está muerta, tal y como dice esa mujer, entonces debe ser parte de su familia o de su aquelarre.
-¿Cómo lo…? -pregunta Lydia dando un par de pasos hacia Stefan por precaución.
-Es una bruja -responde él sin apartar la vista de la mujer.
-Así es vampiro. Muy listo.
-Entonces puedes ayudarnos -dice Lydia.
-Podría. Si quisiera. ¿Por qué debería querer ayudar a unos vampiros?
-Sólo queremos información -añade la pelirroja.
-¿Sobre qué?
-Si te lo decimos ¿Nos ayudarás? -le pregunta Stefan antes de que Lydia pueda responder.
No saben si esa mujer va a ayudarles o no; pero no piensa decirle nada hasta que no esté seguro de que lo hará. No puede arriesgarse a que sepa lo que buscan y lo relacione con Lydia, que termine haciéndole daño. Sólo ha conocido a una bruja que él recuerde y le quito la memoria. No piensa volver a fiarse y poner la vida de la otra en peligro sin tener la garantía de que les ayudará.
-Si no me lo dices desde luego que no.
Se miran fijamente retándose el uno al otro, estudiándose, probándose, viendo hasta donde pueden presionar antes de que el otro se rompa. Lydia les mira en silencio sabiendo que, de los dos, Stefan es el que más conoce sobre brujas y sus comportamientos, incluso ahora que no tiene recuerdos, porque toda su información viene de internet y la de él de recuerdos escritos en diarios e historias de su hermano, sin contar con la bruja que le frio el cerebro. Por mucho que le guste tener el control y saber lo que pasa en cada momento, está no es su lucha, sino la de Stefan y si él dice que se marchan, entonces eso es lo que harán. Si está bruja no les ayuda seguro que hay otras brujas, en otros lugares, que sí lo harán.
-Vale. Os ayudaré -dice la afroamericana girándose para coger tres vasos de chupito y una botella de whisky para llenarlos-. Pero con una condición, si preguntáis sobre algo que vaya implicar hacerle daño a alguien no os diré nada. ¿Lo tomas o lo dejas?
-De acuerdo. No queremos hacerle daño a nadie así que…
-Pues bebamos para cerrar el trato.
Cada uno coge uno de los vasos y los chocan como un brindis antes de bebérselo de un trago y dejarlo sobre la barra. Stefan frunce el ceño al ver una de las fotos de la pared. está él con otro hombre. No sabe quién es, si es humano o vampiro. Lo único que sabe es que no es uno de los tipos que conoció en Mystic Falls
Ese hombre es otro de los muchos que no recuerda y ahora, lo único en lo que quiere centrarse es en Lydia, no en extraños pertenecientes a recuerdos que no quiere. No puede evitar preguntarse si Damon le mandó allí justamente por eso, porque ya estuvo en Chicago y en ese bar, si no ha sido más que uno de sus patéticos intentos de hacerle recordar. Si lo fue, no ha funcionado.
-¿Y bien? ¿Qué queréis saber? -les pregunta la bruja sacándole de sus pensamientos.
Stefan mira a Lydia y le da una ligera inclinación de cabeza para que comience a hablar. Ella se sienta en una de las banquetas y rebusca en su bolso hasta dar con una libreta y un bolígrafo con el que poder escribir.
-Voy a ir al grano. ¿Qué sabes de las banshees?
-¿Banshee? ¿Hablas en serio? -pregunta incrédula, sin creerse que sea sobre eso sobre lo que buscan información-. Veamos… supongo que lo típico, lo que sabe todo el mundo. Son criaturas con aspecto de mujer que gritan para anunciar la muerte de alguien.
-¿Eso es todo? Porque eso ya lo sé. Para eso no habríamos venido hasta aquí, hubiera escrito banshee en el buscador de google.
-No sé qué esperas que te diga niña. Las banshee son un mito. No son reales.
-Y eso lo dice una bruja que está sentada al lado de un vampiro -comenta Lydia con sarcasmo.
-He vivido mucho, más de lo que aparento y te lo digo, nunca he oído hablar de ninguna banshee.
-Eso no quiere decir nada -comenta Stefan para no darle tiempo a Lydia a contestar. Sabe que la otra está cansada de buscar por respuestas que nunca llegan y que esa mujer la trate con condescendencia sólo la está poniendo de mal humor. Lo que menos necesitan ahora es que Lydia haga o diga algo impulsada por la frustración que ocasione que terminen convertidos en sapos-. Es posible que haya otra bruja, en alguna parte que si haya oído hablar de ellas ¿Cierto?
-Es posible -admite la mujer tras meditarlo durante unos minutos-. Supongo que podría hacer un hechizo y hablar con los espíritus de mis antepasadas. Pero eso es lo último que voy a hacer. Si no me dicen nada os tendréis que aguantar y marcharos de aquí.
-De acuerdo. Contacta con los espíritus y después nos marcharemos.
La mujer sale de la barra y entra en un pequeño almacén del que sale minutos después cargando con una gran vela de color crudo y un cuenco lleno con hierbas secas de diferentes tipos.
La primera señal de magia que Lydia ve es la vela encendiéndose sola sin que la mujer la toque o tan siquiera la mire. La parte más racional de su cerebro, la que durante años gobernó su vida y que lo sigue haciendo en algunos aspectos, le dice que no es posible, que debe de haber algún truco escondido, algo que no es capaz de ver; pero que ha hecho que la vela se encienda sola, algún tipo de reacción química que hace que parezca magia cuando en realidad no lo es. La otra parte, la que se ha vuelto cada vez más y más presente desde que vio a Peter en su forma de monstruo de ojos rojos a la salida de aquel videoclub, parece estar dando saltos de alegría por dentro, como si fuera una niña de seis años a la que han dado helado justo antes de cenar, porque primero vampiros y ahora brujas.
La mujer saca una pequeña navaja del bolsillo trasero de sus pantalones y se hace un corte en la mano antes de cerrar el puño con fuerza sobre el cuenco con las hierbas y dejar caer la sangre en su interior, a la vez que pronuncia una serie de palabras en lo que parece un dialecto del latín. A continuación, coge el cuenco y lo sitúa sobre la llama de la vela. Lydia sabe que la madera no trasmite el calor, así que por mucho que esa mujer coloque la vela como si fuera un quemador, lo que hay dentro del cuenco no va a calentarse nunca. Aun así lo hace, y ella sólo puede mirar extasiada como las hierbas comienzan a ennegrecerse al quemarse y se forma una gran llama que las deja reducidas a cenizas.
-Los espíritus dicen que no preguntéis por ellas porque no querréis acercaros a ninguna.
-¿Son peligrosas? -pregunta Lydia casi con miedo de que le diga que sí. Sabe que cada uno rige su propio destino y que una criatura no es mala solo porque lo sea; pero no quiere oírle decir que ella es una de las criaturas peligrosas. Stefan, como si notara su aprensión, le coge con fuerza la mano por debajo de la mesa.
-No son buenas ni malas, solo son. No pueden ayudaros porque están locas. Todas las mujeres que nacen con la marca de la banshee enloquecen. Es inútil que las busquéis porque no diferencian la realidad de los sonidos del otro lado, no pueden ayudaros porque lo único que las centra durante el tiempo suficiente como para volver a la realidad es la necesidad de gritar.
-¿Todas las banshee están locas?
-Sí.
-¿Sabes cuánto… cuánto tardan en enloquecer? -pregunta Lydia pasándose la lengua por los labios mientras intenta permanecer entera.
-¿Por qué quieres saber eso?
-¿Lo sabes o no?
-Casi inmediatamente. Días, semanas… no lo saben con seguridad. Antes eran más comunes, con el tiempo han ido desapareciendo. Han pasado siglos desde la última banshee, dicen que la única banshee que existe hoy en día tardo tres días.
Lydia asiente con la cabeza pensando en su siguiente pregunta cuando la llama del cuenco se extingue y la mujer lo deja sobre la mesa.
-¿Qué pasa? ¿Por qué se ha apagado?
-Los espíritus se han marchado -responde la mujer antes de soplar para apagar la vela y ponerse en pie-. No les ha gustado el matiz que han tomado tus preguntas.
-Pero quiero saber más -exclama ella. Sabe que debe de estar pareciendo una niñata con una rabieta; pero no le importa, es la primera vez que consigue preguntas de verdad y la fuente de información se le ha escurrido de entre los dedos.
-A ellos eso no les importa.
-¿Y qué voy a hacer ahora? ¿A quién le voy a preguntar?
-Bueno, él es un vampiro. Seguro que tiene amigos que han vivido cientos de siglos y a los que les puede preguntar. Ahora marchaos. Abro en media hora y tengo cosas que hacer.
parte 7 MASTER-POST