Hola!
La verdad es que estoy un poco
Primero porque aun no me han dado las notas de los examenes de septiembre y las que me han dado no han ido demasiado bien.
El otro dia fue a una revision con un 4.56 y en una de las cuestiones el profesor me dice "Aqui te he regalado nota. Si tu caso sale a revision dire que te he puesto nota de mas" Sera capullo. Me habia regalado 0.5, que en la nota final era asi como 0.01
Y luego mi hermana que para lo que quiere estudiar no la han cogido, y como, en la escuela de aqui de Valencia, no necesitaba la selectividad sino una prueba especifica pues no se presento a selectividad. Pero en la de Madrid o Barcelona si que la necesitas, asi que este año se lo va a pasar mirando a las musarañas. Porque no tenia ninguna otra opcion. Mi madre y yo le digimos 80 veces, "presentate a selectividad por si acaso, por si luego no te cogen que puedas estuadiar otra cosa" pero como es una maldita cabezota no nos ha hecho ni caso. Lo peor de todo es que este año en vez de prepararse la selectividad en una academia y presentarse en junio sigue empeñada en que no.
Asi que con lo de mi hermana, que encima esta de mal humor y salta por cualquier cosa, estamos en casa todos mosqueados.
Y en otro orden de cosas
Hacia un monton que las administradoras de
crack_and_roll no subian un nuevo reto para la Dotacion Anual de Crack!; pero ya han vuelto y aqui esta mi aportacion.
¿Lo triste? Que lleva hecho una semana y casi se me pasa la fecha
Titulo: Viaje a Camelot
Autor:
cloe2gs Fandom: Merlin
Claim: Gwain/Elena
Reto:
Ice and FireExtension: unas 2.211 mas o menos
Ranting: PG-13
Nota: Situada al final de la tercera temporada.
Soy un caballero.
Arthur vino, puso su espada y me nombro Sir Gwain. Estábamos en ese castillo medio derrumbado cuando vino y lo hizo.
Uther me permitió volver a Camelot y me dio la capa roja con el emblema de los Pendragon. Esa capa que me da calor y que tengo que llevar todo el día.
Así que soy un caballero.
¿Entonces por que estoy esperando a que esa maldita princesita, malcriada y de voz chillona, que debe ser la princesa Elena, se digne a venir para que pueda escoltarla hasta el maldito Camelot?
Vale. Lo reconozco. Puede que sea culpa mía. Puede que no debiera haberme quedado dormido y haberme perdido las dos últimas sesiones de entrenamiento. ¡Pero es que son muy temprano! Nadie en su sano juicio debería salir de la cama tan pronto. Vale, puede que haber estado coqueteando con Gwen delante de Arthur solo para molestarle no haya sido lo más inteligente; pero venga ya. ¡Este es un castigo muy duro! Ahora voy a tener que estar, no solo haciendo de escolta, sino que encima no podre ir a ninguna taberna en los días que dure el viaje. Porque ¿como voy a llevar a una aburrida y repipi princesa a una de esas tabernas que tanto me gustan? La vida es muy injusta y Arthur muy cruel.
Veo a un par de personas saliendo del castillo, así que me pongo recto en la silla de montar y espero. Vienen el rey Godwyn, al que conocí horas antes, un par de sirvientes y una joven rubia llevando uno de esos caros y poco prácticos vestidos que llevan las princesas.
―Sir Gwain ―me dice el rey―. Esta es mi hija, Elena. Elena, Sir Gwain te llevara a salvo a Camelot.
―No necesito que nadie me lleve a ningún sitio, padre ―la oigo decir. Genial, una princesa mandona y que se cree autosuficiente, ¿puede haber algo peor?
―Por supuesto que no. Pero me sentiré mucho más seguro, si lo hace.
―Si es lo que te complace.
―Lo hace. Ten cuidado cariño.
―Lo tendré.
Le veo besarla en la frente y dejar que se vaya hasta el carruaje que le tienen preparado.
―Sé que mi hija puede ser un poco difícil a veces, Sir; pero es todo lo que tengo. Por favor, protegedla.
―No se preocupe mi señor. La llevare sana y salva hasta Camelot.
El rey da la orden para que el carruaje se ponga en marcha y cuando pasa por mi lado veo a la princesa asomada por la ventana, despidiéndose de su padre con la mano.
No llevamos mucho en camino cuando noto que hay mucho movimiento en el interior del carruaje. Genial, acabamos de salir y ya no se puede estar quieta, quizás debería atarla al asiento. Disminuyo la marcha y me acerco a la ventana de la puerta para descubrir que es lo que está pasando.
Ver para creer.
En el interior, una semidesnuda princesa, cubierta tan solo con una fina camisa blanca, medio tirada en el suelo con las piernas sobre el asiento. ¿Qué demonios está haciendo?
―¿Princesa?
―¡No mires! ―grita. Mi caballo relincha asustado y yo miro hacia el frente mientras intento controlarle para que no salga corriendo.
―¿Qué estáis haciendo? ―le pregunto intentando no mirar hacia el interior.
―Nada. Cosas mías. Cabalga con el cochero.
Así que me ha tocado la princesa loca y mandona. ¿Por qué no podía quedarme con Sir Lion organizando el torneo, probando los vinos que fueran trayendo o haciéndoles compañía a las jóvenes damas que llegaran a la ciudad? De todas maneras lo hago, aunque solo es para no oírla gritar mas como una histérica, espoleo a mi caballo y me pongo a la altura del conductor, un anciano que me da una ligera sonrisa cuando se inclina para hablarme.
―Nuestra princesa no es la más distinguida de las damas; pero con ella uno no se aburre nunca.
―Estoy seguro. ¿Sabes que es lo que hace?
―Con ella uno no lo sabe nunca.
Y como si la hubiéramos nombrado, asoma la cabeza y da la orden de parar. ¿Qué demonios querrá ahora? El coche se detiene siguiendo sus órdenes y cuando me giro para preguntarle porque paramos, la puerta se abre y sale vestida con unos pantalones marrones, una camisa blanca y una capa sobre los hombros. Sin dar ninguna explicación se va hacia la parte de atrás del carruaje, coge un petate que estaba escondido, lo ata al caballo que estaba atado detrás, por si había que cambiar a alguno de los caballos del carruaje, y se monta de un salto.
―Tyron, ve al Camelot por el castillo real, Sir Gwain y yo iremos por el bosque
―¿Estáis segura, mi Lady?
―Sí. Absolutamente. Ya estoy cansada de este estúpido carruaje en el que mi padre me hace ir. Nos veremos mañana en el Cruce del Ciervo para terminar el viaje y nadie se enterara.
―Un momento ―dije cortando esa conversación completamente absurda y disparatada ―. ¿Qué crees que haces en ese caballo, con esa ropa y dando esas órdenes? Aquí las órdenes las doy yo, así que haz el favor de subirte al carruaje, ponerte tu vestido y estarte quietecita.
―No. No me gusta ir en el carruaje y el vestido no me deja moverme; así que voy a caballo.
―De eso nada, princesa ―¿pero quien se cree que es?―. Ahora mismo te subes a ese carruaje para que podamos irnos.
―Ni lo sueñes.
Y entonces lo hace. Pone su caballo al galope y se marcha internándose en el bosque por uno de los caminos que usan los cazadores. ¿Habéis visto alguna vez boquear a un pez? ¿Esa forma en la que abren y cierra la boca? Pues esa es mi cara ahora mismo, mientras la ve irse a meterse en problemas y a meterme a mí en ellos.
―Os sugiero que os deis prisa, Sir. La princesa es una muy buena amazona.
Miro al cielo en busca de paciencia, le clavo los talones a mi caballo y le hago galopar tras la princesa fugitiva, sin dejarle aflojar hasta que darle alcance. Como la princesita se pierda o se rompa una uña, Arthur me pondrá en el cepo haciéndole compañía a Merlín. Iba a gritarle, de verdad que sí. Iba a cogerle las riendas, detener a su caballo y decirle cuatro cosas bien dichas, sin importarme que fuera una princesa. Pero no lo hago. Cuando me pongo a su lado y veo su pelo rubio moviéndose salvaje, su pecho subiendo y bajando con cada movimiento del animal, y escucho su risa… simplemente no puedo hacerlo, las palabras se quedan atragantadas en mi garganta. Que ella luego se gire y me mire con sus grandes ojos azules, no ayuda tampoco. Simplemente la deje guiar la marcha, al galope algunos metros más y al trote después. Este viaje va a ser una pesadilla
Decidimos parar a media mañana, bueno, más bien Elena lo decide. ¿He dicho ya que es una mandona? Simplemente detiene su caballo y a mí no me queda más remedio que hacer lo mismo.
―Deberíais ir a por unas ramas mientras yo consigo algo de comer.
―¿Tu? ―le pregunto escéptico mientras ato los caballos― Mejor será que lo hagamos al revés. Yo pescare algo mientras tú buscas las ramas.
―¿Crees que no soy capaz de pescar un par de peces?
―Lo que yo crea no importa. Incluso si creo que tienes más posibilidades de caerte al rio que de pescar algo.
La he cabreado. Lo sé por la forma en la que está cruzando los brazos y entrecerrando los ojos. Si tuviera magia ahora mismo seria un montón humeante de cenizas.
―Odio a los tipos como tú.
―¿Cómo yo?, Mi lady os equivocáis. No hay hombres como yo. Sólo yo
La veo alzar una ceja con incredulidad y luego girar los ojos. Sé lo que está pensando, la conozco desde hace un par de horas y ya puedo decir lo que pasa por su mente sin temor a equivocarme. Piensa que soy un capullo.
―Hay cientos, no, miles, de hombres como tú. Bravucones, cabezotas, graciosillos sin tener gracia, que creen que las mujeres no valemos para nada más que para quedarnos en casa, que se pasan la vida yendo de taberna en taberna y de mujer en mujer.
―Pero ninguno de ellos tiene mi pelo.
Cuando lo digo la sonrío, de esa forma que ha conseguido que decenas de mujeres caigan rendidas ante mis encantos, ella sólo bufa antes de acercarse al rio. Es gracioso verla descalzarse y subiéndose los bajos de los pantalones hasta las rodillas. La miro con curiosidad, porque seamos francos, ¿Dónde se ha visto a una princesa que pesque con las manos desnudas? La veo concentrarse y agacharse con rapidez, maldiciendo cuando el escurridizo pez se le escapa entre los dedos. Niego con la cabeza y me interno en el bosque. Si la princesita quiere pescar, que pesque, se moje y se canse; yo me quedare bien sequito buscando unas cuentas ramas y algo de hojarasca para encender el fuego. Solo espero que sea tan hábil pescando como se cree o no comeremos.
―Tachan ―me dice enseñándome los cuatro peces que ha conseguido pescar.
―No está mal ―le digo girándome para buscar los palos en los que los vamos a ensartar. La verdad es que esta bastante bien, ha sido rápida y los peces son de un tamaño decente; pero me niego a decírselo. Solo me falta que encima se crezca.
―¿No está mal? ¿Acaso podrías haberlo hecho mejor?
―No lo dudes.
Ella me mira con escepticismo va a replicarme algo, puedo verlo en su mirada; pero no lo hace, se muerde los labios, respira hondo y se sienta sobre el suelo, esperando, con la vista fija en el fuego, a que los peces estén listos para comer.
No podemos hacerlo.
Oigo un ruido dentro del bosque, así que tiento con la mano en busca de la empuñadura de mi espada. Elena percibe el movimiento y comienza a ponerse de pie. Le hago un gesto con la mano para que se detenga, no quiero alterar a nuestros posibles atacantes, es preferible que se dejen ver y derrotarles, a que se marchen y nos persigan para tendernos alguna emboscada. Ella parece entenderme, porque asiente ligeramente con la cabeza y se queda quieta donde está.
Una flecha sale de entre los árboles y se clava en el suelo a los pies de Elena. Cualquier otra princesa habría gritado; pero ella no, ella retrocede y coge un grueso palo, de los que deseche de la hoguera. Espero que no haga lo que creo que va a hacer, espero que no se meta en la batalla, sino que se ponga de pie y vaya a esconderse con los caballos.
Inocente de mí.
Cuando consigo vencer a mi contrincante y me giro para hacer frente al que había ido en su busca, lo encuentro en el suelo inconsciente y a ella quitándose el pelo de la cara como si tal cosa.
―¿Acaso pretendías que te mataran? ―le grito apuntándola con la espada― ¿No podías ser una princesa normal y corriente y haberte escondido entre gritos y lloros?
―Tienes una flecha clavada en el hombro ―me dice con tranquilidad dando un par de pasos hacia mí.
Giro la cabeza y veo que es cierto, de mi hombro izquierdo sobresale una flecha que ni siquiera he notado con la adrenalina de la batalla. Extiendo la mano para quitarla; pero una pálida mano se posa sobre la mía.
―¿Puedo?
Asiento con la cabeza y ella me mira fijamente. No sé porque pero no puedo apartar la mirada de sus ojos. Y entonces lo hace, un tirón y yo grito. Elena dice que chille como una niñita; pero no es cierto, en todo caso di un grito varonil y corto, más un gruñido que un grito, por mucho que ella diga lo contrario.
Saca un pañuelo de uno de sus bolsillos y lo moja en el agua del rio antes de comenzar a limpiarme la herida. Lo hace con cuidado, despacio, y tan concentrada esta que se muerde los labios sin darse cuenta.
Y entonces lo hago.
Me inclino y la beso.
Ella aprieta con fuerza en la herida y se aleja enfadada mientras yo me sujeto el hombro. Es una princesa muy vengativa y rencorosa.
―Como volváis a hacer eso os cortare la lengua ―me dice antes de subirse a su caballo.
―Tranquila princesa, me rogareis porque lo haga ―le digo mientras suelto a mi caballo y me subo a él.
―Seguid soñando, Sir Gwain ―es curioso como mi nuevo título puede sonar a insulto cuando lo dice ella.
―Es mi maldición, princesa ―le digo intentando imitar su tono de burla al llamarla por su titulo―. Una vez se prueban mis labios las doncellas no pueden dejar de soñar con ellos. Preguntádselo a quien queráis.
―Estoy segura de que pobláis las pesadillas de más de una mujer.
Y se marcha. La verdad, creo que me estoy enamorando de ella, a pesar de su lengua ágil, sus maneras tan poco femeninas, el que no pare de mandar o su independencia; es una mujer única. Entiendo que Arthur no se casara con ella, no habría sabido que hacer con una mujer así.