Hola!
Vengo a estrenar la tabla de
10pairings.
La verdad es que queria subir esta entrada desde hacia dias, pero mi firefox se volvio loco tras la ultima actualizacion, no hacia mas que poner ese molesto "no responde" cada dos diez segundos. Lo habre desinstalado e instalado como tres veces y nada, que no habia manera. Asi que al final he desistido y estoy funcionando con el Opera, a ver como va la cosa, de momento esta bien, hay un par de cosas que prefiero del firefox como el tema de los marcadores que estaban mas accesibles, pero lo de resaltar las noticias mas grandes y en el centro le da puntos. Dentro de un par de meses, cuando me haya acostumbrado, ya os dire cual me gusta mas
Ahora el one-shot.
Titulo: Despertar
Fandom: The vampire diaries
Autor/a:
cloe2gsPersonaje: Jenna
Pareja: 01/10 Klaus
Nota: Completamente AU tras el 2x21, asi que SPOILER hasta ahi. Esto es lo que me gustaria que hubiera pasado
Cuando Jenna abre los ojos se siente desorientada, no sabe dónde está o cómo ha llegado hasta allí. Lo único que sabe es que la cama en la que hasta hace unos segundos estaba tumbada, no es la suya, que la ropa que lleva no ha salido de su armario y que se siente sedienta. Se incorpora de la cama y camina hacia la puerta de roble, intenta abrirla; pero no puede y tras forcejear con el pomo desiste con un gruñido antes de volver a la cama, encoge las rodillas contra el pecho y las abraza por encima del camisón de seda verde que, por algún motivo que desconoce, está usando.
La habitación en la que está es grande, muy grande, la cama en la que está sentada de cara a la puerta es de un colchón blando y confortable cubierto con unas sabanas celestes arrugadas a su alrededor, hay unos sillones y un diván en un lado de la habitación, hay un gran ventanal que parece dar a un balcón adornado con tupidas cortinas azules, de la misma tela que las que cubren el resto de ventanas más pequeñas que hay a su lado.
Jenna intenta recordar cómo ha llegado hasta allí, intenta hacer memoria de si había cogido su coche o de si alguien la había recogido, de si habría ido a comprar aquel camisón o habría sido un regalo, piensa y se estruja el cerebro en busca de información, de cualquier pista por mínima que pueda parecer sobre el motivo por el que está ahí. Lo último que recuerda es estar en la casa de huéspedes de los Salvatore, estaba sola porque todos estaban haciendo preparativos para impedir el ritual del que Elena les había hablado, entonces su teléfono había sonado, era un número desconocido y sin embargo había sido la voz de Elena pidiéndole ayuda, así que había cogido su bolso y había salido de la casa, había corrido hacia el coche y entonces… nada, su mente está en blanco.
Espera en silencio a que alguien venga y le diga lo que ocurre mientras su mente se esfuerza por recordar lo que ha olvidado. No sabe cuánto tiempo ha pasado, esperando con la vista fija en la puerta; pero haya pasado el tiempo que haya pasado, nadie ha ido a verla, la puerta no se ha abierto ni una sola vez. Jenna se pasa las manos por el pelo y se lo aparta de la cara antes de ponerse de pie. Camina hacia el ventanal y pone la mano sobre el picaporte dorado, está a punto de tirar de él e intentar marcharse escalando por el tronco del árbol cuya copa puede ver desde la cama; pero antes de que lo haga una mano se posa sobre la suya y un cuerpo se presiona contra su espalda.
―Yo que tú no haría eso ―le dice una voz con un marcado acento que Jenna no es capaz de identificar.
Jenna alza la mirada y ve el reflejo de un hombre en la ventana, gira la cabeza para mirarle por encima del hombro y luego, despacio, se gira hasta quedar cara a cara. Es un hombre de pelo corto, entre rubio oscuro y castaño, uno de esos tonos que ella nunca ha sabido describir bien; tiene un porte elegante y desprende un aura de poder y respeto, la sonríe de lado y con la cabeza algo inclinada, antes de retroceder un par de pasos para dejarla libertad de movimiento.
―¿Disculpa? ―le pregunta Jenna.
―No deberías abrir esa ventana.
―¿Por qué no?
―Esos cristales son especiales, no dejan que los rayos del sol entren ―le responde él metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón de traje azul―. Si la abres, entraran y te quemaras.
―Eso es una tontería. He estado al sol muchas veces y nunca me he quemado, ni siquiera cuando me quedaba dormida en el lago ―le responde poniendo los brazos en las caderas.
―Eso era antes. Cuando eras humana. Ahora eres un vampiro.
Vampiro.
La palabra resuena en su cabeza.
Vampiro.
Entonces recuerda. Recuerda haber corrido hacia el coche. Recuerda a una figura lanzándola contra el capo. Recuerda el dolor intenso en su cuello. Recuerda a ese mismo hombre que ahora la habla, riéndose antes de romperle el cuello.
Los ojos de Jenna se abren con terror y se echa hacia atrás hasta que su espalda choca contra la cristalera, queriendo poner distancia entre aquel hombre y ella, entre el ser que la asesino y que ahora la retiene y ella. Él da un paso hacia ella y, como movida por un resorte, Jenna corre hacia la puerta y forcejea con el pomo hasta que lo rompe. Le oye reírse divertido a su espalda y eso solo la enfurece y la asusta por partes iguales. Él parece dar un paso; pero se coloca frente a ella, presionando una mano a cada lado de su cabeza, haciendo que no pueda hacer nada más que quedarse allí donde está, contra la puerta, asustada y sin saber qué hacer.
―No temas. No voy a hacerte nada.
―Sólo matarme ―le responde Jenna con un aire retador que no sabe bien de donde sale en un momento como este―. Aunque eso ya lo has hecho.
Él se ríe, con una carcajada limpia y divertida, que relaja el ambiente y hace que Jenna se tranquilice unos segundos, hasta que vuelve a recordar que está hablando con el hombre que la mató.
―Siempre eres tan divertida, Jenna ―le coloca un mechón de pelo tras la oreja y luego le acaricia la mejilla.
―No me conoces, así que no me digas lo que soy y lo que no.
―Te equivocas. Te conozco muy bien.
―Lo dudo ―contesta Jenna con escepticismo retándole con la mirada a que la contradijera.
Él acepta el reto con una sonrisa de lado y comienza a hablar sin apartar la mano de su, ahora, fría piel
―Sé que te gusta leer, que dices que te gusta la novela negra; pero que disfrutas como una niña pequeña con la ciencia ficción. Sé que te gustan las películas de acción; pero que cada vez que ves Casa Blanca terminas llorando. Sé que no te gusta cocinar y que adoras la comida italiana. Que no soportas estar en Mistic Falls porque está lleno de responsabilidades; pero que lo haces por estar con Jeremy y Elena, porque son tus sobrinos y los quieres. Que tu helado favorito es el de galleta oreo con chocolate. Que te encanta ir al teatro, tanto que si pudieras irías todos los días. Que odias madrugar y la música de discoteca, porque no la consideras música de verdad, sino sonidos discordantes y repetitivos. Que no te gusta que llueva ni nieve cuando estás en la calle; pero que te encantan si estas en casa tapadita con una manta y con una taza de chocolate. Sé que quieres volver a Italia, como en aquel verano tras el instituto, y que si te perdieras en una isla desierta te gustaría que fuera como Sri-Lanka, que te llevarías un libro que no se acabara nunca, una almohada cómoda y una botella de Merlot del 64.
Los ojos de Jenna se abren por la sorpresa, tan solo unos segundos antes de fruncir el ceño y mirarle con atención, como si quisiera leer su mente y saber cómo es posible que sepa todas esas cosas sobre ella.
―¿Cómo… como sabes tú todo eso? ¿Quién eres?
Él retrocede un par de pasos y extiende los brazos para que le vea bien.
―Mi nombre es Klaus.
―Te metiste en el cuerpo de Alaric ―musito ella sin apartar la mirada de él―. Quieres matar a Elena.
―Eso ya lo he hecho.
―¿Qué?
La mención de la muerte de su sobrina hace que todo el miedo que siente por el Original se esfume, en su cuerpo solo queda la ira y el deseo de ir hacia él y arrancarle el corazón por haber matado a su sobrina. Corre hacia Klaus y le empuja con fuerza lazándole contra la pared y haciendo que esta se resquebraje cuando su cuerpo choca contra ella. Lejos de quedarse satisfecha salta sobre él con los colmillos salidos y le gruñe dispuesta a morderle y arrancarle cada trozo de piel hasta que no quede nada de él. Klaus la sujeta las manos y rueda hasta quedar sobre ella, con sus muñecas cogidas entre sus manos y reteniéndolas entre sus cuerpos.
―¿Cómo te has atrevido? ―le grita intentado soltarse y volver a tener el control de la situación.
―Tranquilízate, Jenna Sommers. He dicho que la he matado, no que se haya quedado así.
―¿De qué hablas?
―Creen que no lo sé; pero Elena está viva. La brujita hizo un hechizo y John le cedió los años de vida que le quedaban.
―Entonces…
―John esta muerto y Elena corretea con sus amiguitos vampiros
―¿Cómo sé que no me estas mintiendo?
―No lo sabes.
Jenna está empezando a odiar esa sonrisa petulante que Klaus parece tener tatuada en la cara.
―Aun no me has dicho como sabes todo eso de mí.
―El de Alaric no ha sido el primer cuerpo que he poseído, ni será el ultimo. Tampoco es esta la primera vez que nuestros caminos se cruzan.
―¿Y eso que quiere decir?
Klaus se pone de pie y le extiende la mano para ayudar a levantarse; sin embargo, ella la desecha y se incorpora, colocándose el tirante del camisón, que en su pequeña lucha se ha deslizado por su hombro hasta quedar colgando de su brazo.
―La primera vez que te vi fue en Londres. Tenías dieciséis años y estabas de vacaciones con tus padres. Yo estaba en el cuerpo de aquel guitarrista con el que estuviste tonteando.
―¿Tom?
Klaus amplia su sonrisa al ver que lo recuerda.
―Al principio solo iba a divertirme contigo antes de chuparte la sangre; pero eras tan diferente a todas las chicas con las que había estado y que conocía que decidí perdonarte la vida.
―Que considerado por tu parte.
―No sabes cuánto. No mucha gente ha tenido esa suerte.
―Volví a verte en Nueva York, cuando estabas visitando Columbia. Era el estudiante de medicina con el que te acostaste esa noche tras la fiesta. No te imaginas lo mucho que me sorprendió que nuestros caminos volvieran a cruzarse. Estabas mucho más guapa, aun si cabe, que la primera vez que te vi.
―Esto es una pesadilla ―murmura pasándose las manos por el pelo.
―También fui Luka, el italiano que te enseño Roma meses después, y Daniel, el estudiante de derecho con el que saliste en la universidad. Fui Mark, con el que pasaste las vacaciones de primavera bañándote desnuda en la playa de noche. Y Charlie, el que conociste en las pistas de esquí. He sido muchas personas que conoces, tantas que te sorprendería.
Jenna le da la espalda y camina despacio hasta la cama antes de dejarse caer. Se acuerda de todas esas personas. Todas esas personas habían sido importantes en su vida de una manera o de otra. Tom había sido el primer chico que consiguió que se olvidara de John y aquella espantosa primera vez, Michael fue el que hizo que se decidiera a estudiar en Nueva York, Luka le había enseñado la ciudad que ahora tanto amaba, Daniel fue el primer chico con el que salió en serio, con el que soñó que algún día se casaría; Mark y su fogosidad, le recordó que era joven y que debía disfrutar de la vida; Charlie, el que le hizo olvidar a Logan y a Mónica… Y todo había sido una farsa. Un plan orquestado por un perturbador vampiro que solo había jugado con ella. Que había fingido amarla.
―¿Te parecido divertido? ¿Te divirtió enamorarme y que me hiciera ilusiones?
Klaus se acerca hasta donde ella esta, con la cabeza apoyada contra las rodillas y la vista fija en el suelo, sin atreverse a mirarle por la vergüenza. El vampiro se agacha y le coge las manos con suavidad.
―Si sólo quisiera diversión no me habría tomados tantas molestias. Lo hice porque me diviertes, porque me gusta verte enfadada y lanzando cosas; porque siempre dices lo que quieres decir, sin dobles sentidos, aunque no sea lo que debes ni el mejor momento. Y porque eres preciosa.
Klaus le levanta la cabeza con ternura y la besa suavemente en los labios, disfrutando de la sensación de esos labios que tan bien conoce por primera vez contra los suyos. Dura poco, aunque más de lo que a Jenna le gustaría. Ella intenta alejarse de él; pero lo único que consigue es que la coja con fuera de la barbilla. Incomoda y encerrada en un beso que no desea hace lo único que se le ocurre, le muerde con fuerza el labio, tan fuerte que consigue hacerle sangre.
―No vuelvas a hacerlo ―la advierte limpiándose la sangre con el pulgar.
―¿Qué me vas a hacer si lo hago?
―No te gustara.
―No te tengo miedo. Van a venir a buscarme. Puedo soportar todo lo que me hagas hasta entonces.
Klaus se ríe al oírla, parece tan convencida de lo que dice, que le divierte. Jenna le mira desafiante sin saber qué es lo que le parece tan divertido.
―Nadie va a venir. Para ellos estas muerta. Me vieron matarte la noche del ritual o al menos a la que ellos pensaron que eras tú.
―¿De qué hablas?
―Cogí a una chica de la calle, la mordí y luego hice que una de mis brujas le hiciera un hechizo para que se pareciera a ti. Me vieron matarte, matarla. Según me han dicho mis espías, todos lloraron mucho en tu entierro.
―¿Qué… que clase de monstruo eres tú? ¿Cómo pudiste hacer eso? ¿Es que no tienes conciencia?
―Apague ese interruptor hace mucho. Lo único que me importa ya soy yo, lo que quiero y como conseguirlo. Y la verdad, Jenna, es que te quiero a ti desde hace mucho tiempo. Deberías agradecerme que no te hubiera convertido mucho antes.
―No, si encima tendré que darte las gracias ―contesta con sarcasmo.
Llaman a la puerta, tres golpes secos que resuenan en los oídos de Jenna como las campanas de una iglesia. Klaus va hacia la puerta y la abre. Un olor desconocido y apetitoso, llega hasta la nariz de la recién convertida, su boca se llena de saliva y los colmillos empiezan a arañarle la lengua al salir. Klaus cierra la puerta y vuelve a donde ella esta, en su mano lleva de una copa a rebosar de sangre. En cuanto la primera gota se posa en su lengua, todo lo demás desaparece, sólo importa el líquido carmesí que se ha convertido en el más dulce de los sabores. Jenna deja la copa limpia de sangre, se pasa la lengua por los labios recogiendo hasta la última gota y la deja caer rodando por el suelo, mientras sigue disfrutando de la sensación que ha dejado en ella. Se deja caer hacia atrás, rebotando levemente en el colchón de plumas al hacerlo. Cuando la sensación de placer comienza a desaparecer es cuando lo nota, algo en su cuello que no debería estar ahí. Tantea con los dedos y nota una fina cadena, sigue su recorrido y llega hasta un dije, lo alza con dos dedos y lo pone frente a sus ojos. Es uno de esos llamadores de ángeles de plata.
―¿Te gusta? ―le pregunta Klaus
―¿Qué es?
―Te protegerá del sol. Es como uno de los anillos de los Salvatore.
―Con esto podría irme.
―No. No podrías.
Jenna se incorpora sobre sus codos y le mira con una ceja alzada.
―¿Qué me impide hacerlo? Podría estar a kilómetros de aquí antes de que te dieras cuenta.
―No, no lo estarías ―dice poniendo la rodilla sobre la cama―, porque lo sabría y te habría traído de vuelta antes de que salieras por la puerta del jardín.
―Estas muy seguro de eso. A lo mejor te hubiera despistado.
―Soy muy viejo, Jenna. Créeme cuando te digo que no habrías llegado lejos.
―Ya lo veremos.
―No. No lo veremos.
Klaus la coge de la barbilla y hace que le mire fijamente a los ojos para poder encantarla.
―No vas a dejarme. Nunca. Nunca intentaras escaparte de mí. Bésame.
Jenna no es capaz de controlar su cuerpo cuando coge a Klaus del cuello de la camisa y lo atrae hacia ella para besarle.