Jun 10, 2008 00:09
by Eduardo Galeano
Tenian las manos atadas, o esposadas y sin embargo los dedos danzaban, volaban, dibujaban palabras. Los presos estaban encapuchados; pero inclinandose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar estaba prohibido, ellos conversaban con los manos.
Pinio Ungerfeld me enseno al alfabeto de los dedos, que en prision aprendio sin profesor:
- Algunos teniamos mala letra- me dijo-. Otros eran unos artistas de la caligrafia.
La dictadura uruguaya queria que cada uno fuera nada mas que uno, que cada uno fuera nadie: en carceles y cuarteles, y en todo el pais la comunicacion era delito.
Algunos presos pasaron mas de diez anos enterrados en solitarios calabozos del tamano de un ataud, sin escuchar mas voces que el estrepito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernandez Huibodro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos, a traves de la pared. Asi se contaban suenos y recuerdos, amores y desamores; discutian, se abrazaban, se peleaban; compartian certezas y bellezas y tambien compartian dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen repuesta.
Cuando era verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por los manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demas, alguna cosa que merece ser por los demas celebrada o perdonada.