Fandom: Saint Seiya
Pareja/Personajes: DM de Cáncer x Aioria de Leo - Shura de Capricornio x Aioros de Sagitario - Afrodita de Piscis x Milo de Escorpio
Advertencias: ...
SÉPTIMO ACTO: Hay "santos" & santos no tan santos.
-Voy a apostarte una hogaza de pan y este escarabajo a que no puedes hacerlo y que, de hecho, no vas a hacerlo.
Milo, de más o menos cinco años, era conocido entre sus compañeros de esa edad porque era prácticamente imposible e improbable y contra cualquier pronóstico que lo encontraras quietecito en un solo sitio y porque hablaba mientras masticaba la comida.
Justamente era con esa misma animosidad que ponía al animalito de espaldas y con las patitas paradas encima del pan y de paso le plantaba el coso este a su compañero de entrenamiento en la cara, tan pero tan cerca que estaba a un poco de meterle el escarabajo por los ojos.
Milo sonreía de oreja a oreja, esperando una respuesta mientras que el escarabajo, consiguiendo estabilizarse correctamente, con afán envidiable comenzaba cavar en la corteza del alimento.
-¿Entonces?
Aioria, de la misma edad, pensaba que la verdad, la verdad, la verdad, era que no tenía interés particular en ninguna de esas cosas, y en el pan mucho mucho menos con el escarabajo teniendo medio torso asquerosamente desaparecido en el alimento, pero miró a Milo, al pan, a Milo nuevamente y entonces, sólo entonces es que sonrió.
-¡De acuerdo!
Es que una de las cosas, del sinnúmero de ellas que fue entendiendo de si mismo al crecer y con el correr de los años, es que
llevarle la contraria al griego estaba impregnado en su código genético.
De hecho, fue un hábito que empeoró con el transcurrir de las estaciones.
Milo creció y pasó de ser un mocoso insoportablemente molesto a un santo de oro considerablemente peor, por lo que en el presente, Aioria sentado a su lado trataba de ignorarlo y pasar por completo de su persona a pesar de lo ineficaz que pareciera el lograrlo en ese momento.
-¡Gato! ¡Gato! Contéstame. ¡Gatooo!-canturreaba el escorpión dándole empujones al leoncillo para llamar su atención y perdiendo cada vez más y más la paciencia.
-Que no-contestaba Aioria, con la misma paciencia, pero completamente perdida y regresándole los empujones para ver si en una de esas y con un tanto de suerte conseguía tirarlo de cabeza por las escaleras.
-Yaaa. No seas puto-continuaba insistiendo, tirando y tirando de la cuerda invisible y frágil que era la templanza del contrario.
-Cállate, Milo.
-Mejor dime qué demonios pasa con tu hermano, porque estás raro desde que está dando vueltas por el santuario…
-Que no.
-…Más raro que de costumbre, claro.
-Que estoy diciéndote que no pasa nada, no seas estúpido.
Aioria mentía y mentía con descaro, porque la verdad es que sí pasaba algo y ese algo que pasaba era más simple y sencillo de lo que parecía, pero no sólo era incapaz de poner sus pensamientos en palabras, sino que era prácticamente irrealizable el que pudiese pronunciar esas palabras, cuando las encontrara, enfrente de alguien como Milo.
El bichejo, por su parte, como el bobo para el que las cosas nunca eran suficientemente complicadas que era, le parecía que esto era nada más ni nada menos que un berrinche de su compañero, que se comportaba y hacía lo que hacía porque era tonto y porque, desde que lo conocía, tenía la costumbre masoquista de complicar lo que no era tan, tan complejo como lo hacía parecer.
Aioria, para ojos del público ordinario, estaba siendo un estúpido, pero la verdad era que aún no conseguía acostumbrarse a la constante presencia, un tanto latosa para qué estamos con cosas, de su hermano insistentemente preocupado, pendiente y encima de su persona las treinta horas que no tenía y de las que sin dudarlo carecía el día, por lo mismo no le importaba lo que pensara el mentecato de Milo.
Es que era una sensación rara y para el escorpión seguramente era incomprensible, por lo que valía la pena intentar explicársela. Fue duro tener que aprender a vivir por si mismo, pero irónicamente era más difícil tener que aprender a vivir nuevamente, con la constante sensación de que es exactamente así cómo hubiesen sido, y lo más correcto es que así fuesen, las cosas de no haber estado su hermano muerto durante todo este tiempo.
En conclusión, el chismoso de Milo y sus opiniones acerca de lo que pasaba o no pasaba con su hermano podían irse a tomar por el culo.
-¡Gatooo!
A pesar de que le estuviese resultando complicadísimo resistir las ganas de arrojarlo de las greñas por las putas escaleras.
…
Aioros era de las personas que creía que para jugar de acuerdo a las reglas, uno tenía que estar un tanto dispuesto a romperlas en determinado momento del juego.
Athena, que era la diosa de la guerra y demases, le exigía a sus santos llenar unos cuantos requerimientos para convertirlos en santos con toditas las de la ley. Ah, pero la ley divina, por supuesto, que lo dioses se rigen por esa clase de leyes que sólo ellos entienden, pero no nos desviemos, no nos desviemos.
Futuros prospectos a santos, para empezar, tenían que superar un sinnúmero de pruebas que los demostraran dignos de tal don divino. A continuación ser justos como personas, a pesar de que cada uno siguiera a conveniencia su propia definición de justicia. Finalmente, pero sumamente importante, tenían que ser castos, como ella misma.
El problema es que esa última en particular era la única que los santos, no tan santos, se pasaban por dónde se les diese la gana y los patriarcas de todas las generaciones, conscientes de este hecho, permitían que así sucediese sin preocuparse demasiado ni darle tanta importancia.
Es que, para cualquier mente racional, era lógico pensar que era claramente imposible y ciertamente improbable que consiguieran mantener a todos, pero a todos los caballeros de la ordenanza castos, puros, virginales y con los pantalones puestos en su sitio. A menos que les pusieran un cinturón de castidad o se dedicaran a castrarlos uno por uno y, aun así, era demasiado lioso lograrlo. Es por ello que los santos eran libres de, teóricamente, hacer cuanto desearan siempre y cuando fuesen cuidadosos, responsables y no estuvieran regando hijos a diestra y siniestra.
E igualmente, tenían que ser un tanto discretos y dar la apariencia de recato y demases que debían dar.
Es que un gran poder requiere de una gran responsabilidad, por lo que no era para que más allá de tierras griegas estuviesen enterándose de lo que los orgullosos santos de la orden dorada realizaban en sus momentos de recreación. Es por ello que, amparados por el anonimato que les entregaba las armaduras, bajaban al pueblo vestidos como civiles comunes y corrientes, aparentando ser personas normales y sin nada que delatara su condición de caballeros dorados, para abastecerse, como cualquier hijo de vecino, en la farmacia, el supermercado o la sex shop local del pueblo para comprar sus infidencias y hacer lo que sea que iban a hacer en la privacidad de vayan los dioses a saber dónde.
Fue de esta manera pacífica que las cosas marcharon por años y años, cambiando y adaptándose a la modernidad de los tiempos.
Aioros estaba consciente de esto, tanto que fue al pueblo decidido a hacer lo que cualquier hermano concienzudo haría en su posición y se dirigió a la farmacia local para comprar preservativos.
Justamente.
Es verdad que le prometió a Shura prestarle una ayudadita, aunque así cómo estaban las cosas necesitarían, más o menos, de unos cuantos milagros con su asuntito amoroso, pero eso no significaba que iba a ir, así como así, a comentárselo a su hermano sin prepararlo adecuadamente en el proceso por si acaso y explicarle cómo es que funcionan las cosas en el mundo.
Él mismo había aprendido lo que había aprendido como casi todos los huérfanos aprenden en el santuario, y eso es gracias a que los dioses son divinos y generación tras generación van concibiendo niños más vivarachos que cotillean y chismorrean para compartir el conocimiento, pero eso no significaba que su hermano tuviese que correr el mismo destino, así que le enseñaría cómo las deidades mandan a que se haga.
Es por ello que Aioros había decidido que no iba a ponerse de celestino sin hacer lo que cualquier hermano responsable haría y le daría a Aioria la conocida charla de las aves y las abejas.
El que esto fuese en parte fomentado para tener una excusa con la cual pasar tiempo de calidad con el muchacho no tenía nada, pero nada que ver.
Ah, pero eso sí, lo que no se esperaba es la cantidad de cosas que se habían inventado las personas en estos trece años, por lo que compró de todos los colores y tamaños y, cargado como estaba, salió a por su hermano.
…
Aioros se encontró a Aioria y Milo dándose empujones sentados en las escaleras de Leo.
A vista y paciencia de un espectador común y corriente parecía que estaban discutiendo y esos empujones iban con la intención de tirarse mutuamente por el precipicio más cercano, pero NO para Aioros, que prácticamente los había visto interactuando de igual manera desde que el par era del tamaño exacto que caía entre sus dedos.
-¡Hola niños!-saludó, sonando más paternal de lo que hubiese deseado y sobresaltando al par que enseguida dejó de hacer sea lo que sea que hacían-¿Qué hacen?-terminó preguntando, para despejar dudas.
-N…
-Ah, ¡Hola, Arquero! Justamente hablábamos de t…
Aioria se volvió a mirar a Milo con tanta, pero tanta intensidad que hubiese podido tirarlo por las escaleras con el pensamiento si es que eso fuese loable, pero en vez de ello solamente se dedicó a mirarlo cómo diciéndole que callara la puta boca, bicho de porquería, y lo convenció de no soltar la lengua con un sucinto codazo en las costillas, por lo que el escorpión lo miró feo de regreso, frunció rápidamente el ceño y se amurró de paso.
-Pfff. Nada.
Aioros sonrió de oreja a oreja y le revolvió el cabello al castaño.
-Muy bien. Muy bien. Me alegra que no estén haciendo nada, porque necesito hablar contigo de una cosa. Muy seriamente.
Aioria parpadeó con la misma cara que ponen los niños cuando piensan que van a regañarlos por cosas que no recuerdan haber hecho.
-¡Uh! ¡Uh! ¡Estás en problemas! ¡Uuuuuh!
Milo, nuevamente, demostraba que después de centurias seguía siendo un crío de cinco años.
…
Había, sin dudarlo, las siguientes clases de santos al momento de sentarse a conversar con seriedad, los que tenían espíritu de ancianos y se servían una taza de té sin importar los treinta grados en los que se re cocinaba el cielo griego y los que preferían una refrescante cerveza para caldear los ánimos.
(Es justo aclarar que todo esto en un contexto en el que los jugos naturales, para los dorados, estaban reservados estrictamente para los desayunos).
Bastaría mencionar que un ejemplo de este comportamiento entre caballeros, a pesar de tener la misma edad, era capricornio y cáncer respectivamente, pero regresemos a lo que es de nuestra incumbencia.
Aioros que, a su vez, era un jovenzuelo atrapado en el tiempo, se tomaba su papel de hermano mayor muy, pero muy en serio, tanto y lo suficiente como para entrar en la categoría de los que prefería una taza calientita de té cuando estaba a punto de darle la dichosa charla a su hermano menor.
Aioria no cabía en ninguna de las categorías porque tanto él, como el bicho, carecían de tener conversaciones serias y por el contrario eran de los que solucionaban sus problemas a base de puños, patadas y un abanico a veces impresionante de insultos variados. De hecho, e igualmente, eran más de la clase de muchachos que duermen hasta las doce de la mañana los fines de semana, se comen el cereal de la caja en pijama y se pelean por el juguetito que a veces viene de regalo.
Aioros servía el té con una sonrisa y tarareando una canción a la que, escuchara por dónde se le escuchara, era inútil encontrarle el tono, mientras el quinto custodio lo observaba quietecito y muy, muy atentamente.
El muchacho parecía no decidirse a decir lo que iba a decir y finalmente, después de cambiar su peso de pie varias veces y moverse con incomodidad, es que se decidió por largársela así sin más:
-No tenías que invitar a Milo-dijo, sonando más como un “Dioses. Oh, Dioses, ¿por qué lo invitaste?” que como una muestra de cortesía.
Los hermanos se volvieron para mirar al susodicho que, sentado a unos cuantos metros de ellos en la mesa de la cocina, trataba de espiar en el interior de las bolsas lo más disimuladamente que puede ser una bestia con la estupidez de una persona como el bicharraco.
Aioros sonrió de esa manera que era tan suya y tan, pero tan enervante a la vez e hizo lo que cualquier hermano mayor hubiese hecho en su posición, le revolvió los pelos tiesos al hermano menor y fingió que no había escuchado.
La verdad es que Milo estaba allí en parte porque la casualidad para los santos más veteranos era considerada una señal de los dioses y en parte porque el sagitario pensaba que tanto él, como Aioria, tenían la misma edad. El pobrecito seguramente había crecido sin ser humano que le enseñara porqué el mundo tiene que girar y el hecho de que estuviese esa calurosa mañana jugando a darse empujones con su hermano era juiciosa y definitivamente una muestra divina de que estaba allí para que fuese el arquero, nada más ni nada menos, el que le enseñara de esas cosas.
Aioros sintió que se le llenaron los sentidos de bondad y bendiciones, satisfecho con su propia persona.
Fue con la misma habilidad para desligarse de las preguntas que no deseaba responder que recordó ponerle leche a la taza con un leoncito, de ojos de punto, dibujado rústicamente en la porcelana, se la entregó al chicuelo y lo envió cantante, sonante y un tanto malhumorado de vuelta a la mesa de la cocina con el té que le preparó al escorpiano de paso incluido.
Aioria le acercó la taza de un azotón que no sólo sacó a Milo repentinamente de sus pensamientos y de paso de sus intentos de mirar de reojo, de pura, pura, puritita casualidad lo prometo, el interior de las bolsas, (-¡Hey!-) sino que de haber estado el cosmos involucrado entonces hubiese de pasada hecho un agujero en la mesa roñosa y coja en la cocina de la novena casa como si Aioros no pensara desde que estaba revivido que era momento de renovarla de una vez.
Finalmente el sagitario se sentó, los miró, sonrió, los miró y, nuevamente, volvió a mirarlos.
De paso movió bruscamente el mesón para tratar de arreglarle la pata que le fallaba, las tazas temblaron y tiritaron un tanto, pero finalmente desistió y dejando eso es que les sonrió. Nuevamente.
-Bien. Bien. Se preguntaran para qué los mande a llamar, ¿verdad?
No contestaron, intentando no incursionar en el hecho de que más que mandarlos a llamar, su hermano prácticamente los había abordado en las escaleras por su propia humanidad y por sí mismo los había hecho subir hasta sagitario, pero aun así asintieron.
-Bueno. Sí, pasa que he estado pensando que los años van pasando y ustedes van creciendo y eso conlleva un par de cuestiones que seguramente nadie en el santuario se ha tomado la molestia de aclararles.
Los veinteañeros observaron al santo de sagitario expectantes, como si estuviesen a punto de recibir un sermón monumental sin estar seguros a razón de qué y eso que trataron de recordar, a velocidad de la luz, una a una de las cosas que habían hecho en las recientes veinticuatro horas que fuesen merecedoras de una reprimenda, pero nada y nada de nada. No. Nada. No. A Milo se le ocurrían unas cuantas, pensaba contándolas con los dedos, pero decidió no mencionarlas por si las dudas y para no meter la pata.
-Es completamente normal, cuando crecemos, que los niños se fijen en las niñas y las niñas se fijen en los niños.
Aioria y Milo parpadearon. Aioros notó la confusión de estos y prosiguió, confiado, enérgico y entusiasta.
-A veces pasa que los niños se fijan en otros niños y las niñas se fijan en otras niñas o, incluso, existen niños y niñas que no se fijan en nada y esos que se fijan tanto en niños, como en niñas y sólo los dioses sabrán en qué más se fijan, pero eso no nos incumbe porque ya tendrán ustedes tiempo de averiguar por su cuenta qué es lo que hace flotar a su barca, si me entienden, bueeeh, más o menos, hehehe.
Milo fue el que continuó parpadeando, porque es una función primordial del cuerpo, por lo tanto es involuntaria, pero igualmente porque no estaba seguro de estar siguiendo la conversación y sea lo que sea que sagitario estaba intentando transmitirles.
Aioria, a su vez, frunció el entrecejo sorprendido de que fuesen sus pensamientos los que se percataran para dónde era que iba esta conversación anteriormente a que se diese cuenta lo demás en su cuerpo.
Milo, sin soltar la silla y dando saltitos con ella a cuestas en el proceso, consiguió acercarse al confundido león y llamar su atención con un mensaje en código morse cifrado en movimientos de cejas y, obviamente, un codazo certero en las costillas.
-Hey-susurró Escorpio secretivo-¿Nos está regañando?
-No. No creo. No.
Aioria no acostumbraba a que lo regañaran desde los siete años y desde los siete años es que se había dedicado a hacer y deshacer a su santísimo antojo, con reprimendas y recriminaciones de sus compañeros y figuras de autoridad semejantes incluidas, a las que nunca le tomó demasiada importancia, pero esto sin duda, mirara por dónde lo mirara, parecía ir rumbo a un camino distinto al de un regaño común y corriente.
-Es que puede que sea una barca, un bote, un barco o una balsa y sea lo que sea eso está bien.
Entonces, ¿qué es lo que era esto?
-Ah, pero incluso si no tienen remos o si están encima de una tabla en la arena porque les asusta el mar eso está bien, porque todos somos distintos y diferentes y sea lo que sea que decidan está bien, quiero que sepan que está bien, ¿bien?
Espera. Espera. Espera.
El hecho es que repentinamente, escuchando el ridículo blablablá de su hermano, es que lo supo y consternado por ese súbito conocimiento es que se volvió en automático para ver si en una de esas al bicho le estaba pasando lo mismo.
El rostro de Milo pasó, en un principio, de la confusión, al desconcierto, a la confusión y finalmente, cuando frunció el ceño en un intento desesperado de comprender es que se dio cuenta de lo que pasaba, por lo que miró al gato de reojo por una confirmación y al recibirla en el gesto trastornado del susodicho es que infló los mofletes y contuvo las ganas de carcajearse mordiéndose el interior de las mejillas.
-…A lo que voy es que cuando se den cuenta de eso, experimentaran cambios en sus cuerpos…
No. No. No.
Es que esto estaba mal, muy pero muy mal, sin importar las bonachonas intenciones, fuesen cuales fuesen, de Aioros.
No. No. No.
El que Aioros hablara y hablara, como si ignorara por completo que más que unos críos entrando a la pubertad los que estaban enfrente de su persona eran unos hombres que, a veces y cuando las circunstancias lo ameritaban, se comportaban como unos adolescentes, empeoraba tanto más la situación.
¡De todos modos no era para que su hermano estuviese hablándole de estos temas así cómo así!
Es que una cosa era que los hubiese invitado para comentarles el clima o hablarles de filosofía, para dónde vamos, de dónde venimos y cuál es el significado de la vida, pero esto sin lugar a dudas calificaba en dejar cicatrices psicológicas por la eternidad.
Aioria miró desesperadamente a su alrededor, pero sólo se encontró con el escorpión encogido en si mismo y dándose la cabeza contra la mesa, vaya uno a saber si era por la carcajada que estaba aguantándose o por la confusión que el acontecimiento le provocaba. Tal vez era un tanto de ambas.
-…A veces ciertos estímulos les provocaran estas cosquillitas…
¡Ay, no! ¡Ay, no!
-…Habrá días en que sus dedos querrán deslizarse por sus cositas…
Haz que pare. ¡Athena! Haz que pare.
-Ya saben, sus cosas. Ya saben.
Entonces, Athena, que puede escuchar todo lo que pasa en su santuario, se compadeció de su santo y provocó el milagro en el templo de sagitario.
-…A lo que me refiero son sus entrepier…
-¡Aioros!
Tres pares de ojos se movieron al son para identificar al recién llegado que, gracias a la posición en la que estaba y a que la luz se colaba únicamente desde allí y les daba de lleno en la cara, se mostraba como un ser majestuoso salido de una epopeya griega de magnitudes estrafalarias.
El salvador de la situación, con su postura increíblemente recta, avanzó un paso que resonó inclemente en la cerámica y entró intempestivo en el cuarto.
-¡Shura!-saludó Aioros, sonriendo.
No duró demasiado, en cuanto el español cruzó la entrada y al escuchar el tonito feliz y cantarín con la que le recibía el arquero, sintió que se empequeñecía y se volvía de fango.
-No-No era mi intención interrumpirlos.
Miró al par de veinteañeros, notando a Milo retorcido en sí mismo de una manera que parecía casi imposible e improbable de realizar.
-En… En sea lo que sea que llevaban a cabo-murmuró.
-No, descuida que sólo hablábamos.
Hablaban. Sólo hablaban. Hablaban. Seeeh. Aioria volvió a relajar su postura en el asiento y sintió que el espíritu le regresaba poco a poco al cuerpo. Su dignidad era un cuento distinto.
-Entiendo. De cualquiera manera lamento lo repentino de mi llegada.
Shura insistía en disculparse no sólo porque era educado, sino porque ese día en particular había decidido, por culpa de un impulso divino, entrar a los aposentos de la novena casa con una desesperación y desasosiego digno de las películas, sólo para comunicarle una novedad importante al custodio de la misma, pero no había dilucidado que el susodicho no sólo no se encontrara solo, valga la redundancia, sino que en una conversación seria como se lo indicaban las tazas humeantes de té en el mesón.
Ni que fuese él mismo el que interrumpiera el meollo de la cuestión.
Sin duda bastaba sumar dos más dos para que el capricornio más o menos se imaginara de qué iba la cháchara y la presencia de su, con suerte, futuro cuñado se lo confirmaban.
Milo estaba allí vaya a saber por qué, pero no es cómo que Shura se pusiera quisquilloso con sus propias conclusiones, especialmente cuando se percataba de que…
¡Oh! ¡Oh!
Aioros estaba a punto, a un parpadeo, a un instante de soltarle el pastel a Aioria.
-Nooo, que no te preocupes hombre, sólo estaba preparando el terreno para tú sabes-continuó el griego, sacándolo de sus cavilaciones con sus conocidas sonrisas y guiñándole un ojo.
Fue un guiño común y corriente, pero cómplice, inocentón, carismático y coquetón, casi imperceptible, casi inapreciable, pero sublime y maravilloso que consiguió provocar un furioso rubor en la cara del español y un furioso ceño en el rostro de Leo que notó el gesto, por supuesto, y sea lo que sea que fue eso.
De verdad, ¿qué se supone que fue eso?
Shura, a vez y perdido por completo en su mundo interior, pensaba que nunca se había sentido tan, pero tan agradecido con los dioses hasta ese momento, porque sin dudas el poder que lo había sacado de su rutinario día a día había sido una premonición divina. Athena, en su infinita bondad, lo había empujado hasta allí a interrumpir la conversación que estaba a un instante de pasar y, como regalo por su lealtad ciega, le había bendecido con la sonrisa bobalicona del sagitario en todo su esplendor.
De hecho, el capricornio miraba al arquero con tanta, pero tanta intensidad que fue necesario un carraspeo del menor de los hermanos para volver al mayor y al español de regreso a la realidad.
-Ah, Shura… ¿Gustas sentarte y acompañarnos, así seguimos con la plática?
-¡No!
Gritaron absolutamente todos al mismo tiempo.
-Mi estómago no lo va a soportar-prosiguió Milo, incapaz de seguir conteniendo el impulso de carcajearse y presintiendo que los ruiditos en sus intestinos no eran precisamente de risas-No puedo, hahaha. No puedo.
-No, Aioros. No. Gracias-fue Shura el primero en volver en sí mismo-Sin embargo, me es imperioso charlar contigo… A-A solas.
Aioros parpadeó, sintiendo que se sonrojaba, sin estar seguro el porqué de esa situación, pero se incorporó con repentina torpeza y trastrabillando ridículamente con la pata coja de la mesa al pararse. Las tazas temblaron y tiritaron, pero no se cayeron.
-¿Oh? ¡Oh! Ah, sí, seguro, sí.
Shura seguramente iba a hablarle de su hermano y ese asuntito suyo.
-No se vayan niños, en un momento continuamos con la conversación.
Milo dejó de reír de sopetón y desde el mesón entrecerró los ojos presintiendo que estaban por presenciar un chismerío del porte de una ciudad, por lo que observó al arquero sacar a la cabra de la cocina en sepulcral misterio.
¡Uh! ¡Uh!
-“Uuuuuh”.
Allí, nuevamente, Milo probaba que aún era un pendejo de veinte años.
…Continuará…