[merlin] despues de todo {uther/morgana} para AI de lamarca

Apr 19, 2010 19:24

[[icons are coming soon too, hopefully before saturday ;D]]

Fandom: Merlin
Título: Después de todo
Personajes/Parejas: Uther/Morgana, Arthur, Gaius, Gwen, Gorlois, Leon (parejas secundarias e insinuadas del tipo del que busca, encuentra.)
Advertencias: PG15, insignificantes datos del 1x12
Disclaimer: Nada me pertenece, esta particular versión de la leyenda es todo mérito de la BBC. Ya querría yo poder decidir el destino de este grupo.
Palabras: 8990
Resumen: O quizás, simplemente, disfruta demasiado observándolos desde las ventanas del castillo; recuerdos de tiempos pasados ahogándose en su mente cuando lo hace. Hasta ahora. (ubicado antes del comienzo de la serie)
Para: zauberer_sirin, para el amigo inviisble de lamarcadenimueh, originalmente posteado aquí
Notas: (originales en post original). Este fic fue un parto, con 4 o 5 falsas alarmas, con mucho recovecos, con muchas historias que quedaron sin contar y otras tantas que no sabía que existía. Ha sido un placer, y a pesar de la ansiedad, de los gritos, y de la desesperación, le estoy totalmente agradecida a Zau, por haber pedido esto y que le haya gustado. Como yo necesito tener todo en mi reservas, después de mucho tiempo, aquí está ;D. Con agradecimientos especiales a parvati_blossom por soportarme durante el proceso, y pegarle una releída y tirarme para atrás las 4 o 5 versiones anteriores :D

Remind me of how, I used to feel
Remind me of who, I used to be back when
Nothing could come between us then
That thought would never leave us
No, I don’t remember • Anna Ternheim

Arthur observa en silencio cómo su padre carga a Morgana en brazos y la lleva hacia el Castillo. Puede recrear en el reverso de sus párpados el agujero que la mirada del Rey ha hecho en él, culpándolo en silencio. Y quiere gritar que él no es el culpable, que si la responsabilidad es de alguien, entonces es de Morgana, pero se contiene. Hay cosas que no puede admitir, hay cosas que no debe admitir.

Hay cosas que debe aceptar, como un hombre, como un caballero.
(Uther se lo ha repetido demasiadas veces; demasiadas para olvidar).

No se mueve, ni siquiera cuando uno de sus compañeros de armas posa una mano trémula sobre su hombro.

- Estará bien, milord. -dice una voz tras su espalda. Y Arthur asiente.
- Por supuesto.

Jamás se atrevería a admitir que no es allí donde radican sus pensamientos.

~

- ¡Y ha retado al príncipe Arthur! -exclama Leon indignado. En medio de la corte siente los ojos de asesores y cortesanos, del médico y de los guardias, clavarse contra su piel - Mi Rey. -agrega rápidamente e inclina su cuerpo infantil en una reverencia.

En sus catorce años de vida, Leon nunca ha estado en una situación semejante. Ciertamente, es la primera vez que traspasa aquellas puertas que siempre ha reverenciado y admirado, grandes puertas de madera para separarlo del Rey y su familia. Y aunque quiere sonreír -y el niño que aún no termina de crecer desespera por contarle a Radnor que ha estado en la corte del Rey (¡Porqué, tienes que creerme Radnor! ¡La corte! ¡El Rey! ¡Y es todo tan grande!)- no puede. Sonreír, claro.

Pero puede intentarlo. (He hablado con el Rey, Radnor, ¿puedes creerlo? ¡El Rey!) Puede intentar limpiar sus manos contra sus ropas disimuladamente mientras los ojos de todos los presentes se clavan en él. Puede intentar que las piernas no le tiemblen mientras Uther Pendragon lo atraviesa con la vista -y se siente tan pequeño ante su majestuosa presencia (Claro que no he tenido miedo, Radnor, ¡un caballero de Camelot nunca tiene miedo!). Puede intentar mantener la compostura y que la voz no suene como un mero murmullo entre los adultos.

Así que espera en silencio, intentando que sus pies no se muevan por impulso propio, a que el Rey diga simplemente algo. Puede ver a Gaius empezar a dar un paso, sus labios prontos para preguntarle algo, con ese tono cariñoso y compresivo que el hombre suele usar con los niños -y él ya no es un niño (No soy un niño, Radnor, sé comportarme.)- pero nunca llega a hacerlo.

Y aunque Leon ha imaginado situaciones como ésta millones de veces, de esas donde ya ha crecido y es caballero, donde pelea junto a Arthur, donde sirve al pueblo y vuelve a casa para que el Rey reconozca sus esfuerzos... Millones de veces lo ha imaginado, pero ninguna se parece a ésta.

Porque el Rey -Uther Pendragon, Rey de todo Camelot- simplemente, ríe.

E incluso el viejo Gaius le observa desorientado y confuso. Y Leon se remueve en sus botas porque no puede haber cometido tan grave error su primera vez (El Rey se ha reído de ti, el Rey se ha reído de ti, ya puede escuchar las burlas de Radnor.) Y toda la corte observa al hombre sin saber cómo actuar, y quizás esto haga que Leon se sienta un poco -solo un poquito- menos solo, pero no quita que el Rey se está riendo de sus palabras.

A Leon le tiembla la voz, los pies, las manos, y está seguro de que partes suyas que desconoce también están temblando, así que opta por quedarse lo más estático que puede hasta que Uther Pendragon decida detenerse.

Y lo hace. El Rey se detiene y le observa con una sonrisa que a Leon le asusta más que agradarle, sobre todo cuando el hombre decide acercarse a él y poner una mano en su hombro. (Seguro que lloraste, dirá Radnor. Por supuesto que no lo hice, afirmará Leon, y será verdad).

- Por supuesto que lo ha hecho, muchacho -dice finalmente Uther, con sus ojos sólo para él y Leon realmente quiere llorar o correr, o preguntarse porqué siempre ha soñado con entrar a la corte para empezar. - Dile a Arthur que quiero verle ganar.

Leon lo observa perplejo, y se muerde los labios cuando éstos quieren gritar “Pero es una niña.” Cuando entiende que el Rey le ha despedido y que debe marcharse, logra murmurar un “Por supuesto, milord” que posiblemente salga en un diferente orden del que pretende, pero se apura a retirarse de la habitación antes de averiguarlo.

Al príncipe Arthur no le gustará esto, piensa mientras camina -corre- hasta la zona de entrenamiento. No puede esperar a contarle a Radnor lo extraño que es el Rey de Camelot.

~

Es una costumbre que nunca se ha atrevido a detener; demasiadas razones de porqué debería haberlo hecho se amontonan en su mente. (Esto es una de ellas). En el fondo sabe que no lo ha hecho porque le tranquiliza, le da una pequeña paz saber que Morgana puede protegerse -que puede intentarlo.

O quizás, simplemente, disfruta demasiado observándolos desde las ventanas del castillo; recuerdos de tiempos pasados ahogándose en su mente cuando lo hace. Hasta ahora.

Según el informe de Gaius, no ha sido más que una herida superficial a pesar de la aparente cantidad de sangre. Morgana lleva la pierna al aire entre sus mantas, una gran venda cubre la herida, un tono rosáceo apareciendo levemente en la superficie.

Es una costumbre que nunca se ha atrevido a detener, pero siempre existe una primera vez.

Es plena noche en Camelot, y la luna ilumina la habitación con su calma y tenacidad. La joven duerme tranquila, bajo su vigilia (sin saber que está realmente ahí). No ha tenido el corazón de marcharse -o quizás, la valentía.

Así, bajo los efectos de los sueños, Morgana se ve pequeña, inocente, casi infantil. Quiere recordarla como los primeros días que la vio, una niña de pocos años, curiosa, vivaz, dulce, que se colaba entre sus piernas y se escapaba de su padre. Pero aún bajo el aura angelical de la noche, Uther sabe que ya no puede hacerlo.

Que ha pasado el tiempo.
(O la oportunidad).

Morgana, la guerrera.

Parece una broma del pasado, es una broma del pasado.
Parece una realidad del presente, y posiblemente, así lo sea.

Morgana ya no es una niña, Morgana ya no corre a ocultarse (y posiblemente, nunca lo hizo). Ella arrasa y, en cada respirar, emana la fuerza de una luchadora, de alguien que no será vencido. Lo puede ver allí, ahora, a media luz y entre los reflejos de la luna en su piel, (lo puede ver en su respirar acompasado).

Por un momento, Uther se siente viejo.

~

Morgana desaparece solamente cuatro días después de instalarse en Camelot. Suenan alarmas y la Guardia entera se destina a la búsqueda de Lady Morgana. El propio Rey sube a su caballo y dirige las partidas de búsquedas por los bosques cercanos. Es él quien la encuentra, acostada sobre la tumba de su padre, lágrimas humedeciendo el verde bajo su rostro.

Los dos caballeros que lo escoltan se quedan atrás mientras él desmonta y se acerca a la niña. Con torpeza se sienta a su lado, desorientado, inexperto. No se atreve a tocarla, como si el simple roce de su piel pudiera romperla en mil pedazos.

- No debes abandonar el castillo. -dice. Puede observar que se traga las lágrimas, y limpia el resto de sus mejillas con los puños del vestido nuevo que le ha comprado, mientras se endereza para mirarlo.
- Milord. -asiente Morgana con una pequeña inclinación de cabeza. La imagen es extraña, es como ver a un adulto en el cuerpo de una niña, la seriedad de su rostro, la decisión de sus palabras.

La ve levantarse en silencio y dirigirse al caballo que la regresará a su habitación. Él la sigue y camina a su lado todo el trayecto a Camelot (para la contrariedad de ambos caballeros).

~

Si existe algo en estas tierras que detesta es la sensación de encierro, el no poder moverse a su antojo. Con el tiempo y su posición, las limitaciones se han acortado, los permisos se han agrandado y Camelot, Camelot no le queda tan pequeño como lo hizo en su momento. Salvo, quizás, ahora.

Ahora, que no puede salir de su habitación y el aire se siente viciado y sucio (a pesar de los intentos de Gwen de refrescar el ambiente). Ni siquiera puede salir de su propia cama, y el agobio que le produce se traduce en pocas sonrisas y mucho malhumor.

Cuando Gwen le hace compañía se siente mejor. Se burla de Arthur y de su necesidad de ganar a toda costa (porque es más fácil que aceptar su error) y Gwen la observa con esa sonrisa reprobadora que Morgana sabe interpretar como ‘no lo dice en serio’.

Luego de un rato, se aburre de las burlas.

Gwen entra a su habitación siempre con una sonrisa, y con manos cálidas y certeras se encarga de ayudarla a sentirse cómoda, o lo más cómoda que puede estar en esta situación. Ilumina la habitación con rosas e historias. Y Morgana, por unos momentos (meros, distantes, como una pantomima de su propia vida), se siente un poco más libre.

Pero siempre quedan las horas en las que está sola, con algún libro en sus manos o algún escrito que intenta rellenar para sus estudios y los informes del Rey. Pero la herida de su pierna le dificulta moverse o acomodarse de manera adecuada.

(Y pica. Por favor, cómo pica.)

El hecho es que, incapaz de ser realmente útil, pasa la mayor parte del tiempo mirando el techo de su habitación y, por más bonito que Morgana pueda apreciar es, no hay mucho en él que le permita pasar las horas.

Al menos, Arthur no ha venido a burlarse de ella.

A decir verdad, no la ha visitado para nada. (Mejor así).

La anoche ya está entrada en Camelot y siente que no puede dormir; por primera vez desde que se ha herido la pierna, ésta no deja de escocerle y no encuentra posición que calme su necesidad de sueño. Los calmantes de Gaius solamente adormecen su lengua y cierran sus ojos, pero no termina de alejarse hacia los brazos de la luna.

Un día común iría hasta el recinto del médico y le pediría una poción para dormir -lo que sea pero aún le duele caminar, y está segura que las reprimendas que recibiría por parte de todos en el castillo no valen el esfuerzo. Así que se ciñe a moverse lo menos posible y encontrar una posición cómoda al mismo tiempo. Lo cual es prácticamente imposible, si debe de ser sincera. Deberá contentarse si consigue distraerse durante la larga noche hasta que el cuerpo no soporte más el cansancio de su propia mente, porque razones para estar verdaderamente agotado no tiene.

No espera, entre tanta inconformidad, sentir la puerta de su habitación abrirse. Se inclina ligeramente hacia un lado, indecisa entre gritar y preguntar si es Gwen, cuando finalmente lo divisa, y la imagen le sorprende hasta casi dejarla sin habla.

- ¿Uther?
- Estás despierta. -afirma él, una mezcla entre felicidad y sorpresa en sus labios.
- No podía dormir. -explica y lo observa con detenimiento mientras el Rey se acerca y toma asiento en la silla que Gwen ha dejado junto a su cama.
- Entiendo. -los ojos del Rey se desvían hacia su pierna, la cual ha destapado como todas las noches para sentir el fresco sobre su piel.
- Es solo un ligero escozor, -explica frente a la pregunta que Uther no ha hecho y él asiente en silencio.

La noche se sitúa entre ambos, con su paz y sus sonidos calmos. Morgana mueve sus manos unidas a la altura de su cintura, un acto reflejo más que una muestra de nerviosismo o incomodidad. A decir verdad, existe un aire suave y fresco que ha llegado con la entrada del Rey que ella no se atrevería a rechazar, aunque supone que debería incordiarle la presencia del hombre (no es su padre, no es nada, después de todo) tan tarde en su habitación.

Ciertamente no lo hace.

- Te he... hemos extrañado en las cenas. -Morgana levanta una ceja escéptica, pero contiene la risa. El Rey parecer estar todo lo incómodo que no está ella, buscando palabras para decir algo que es obviamente innecesario.
- Estoy segura de que Arthur es compañía suficiente -se limita en contestar e ignora con prontitud la sombra de tristeza que pasa por los ojos del Rey.
- Aún así...
- Por supuesto.

Morgana sonríe, una amplia sonrisa (mayor que cualquiera que haya dado este día) y toma una mano de Uther entre las suyas. Siente el cuero fresco bajo su piel y sonríe aún más. Un ‘gracias’ silencioso flotando en el aire entre ambos. No tiene que decir una sola palabra, cierra los ojos con la seguridad de que podrá descansar.

En ningún momento suelta la mano de Uther.
(En ningún momento él la retira, tampoco).

~

- Arthur ha sido ascendido de posición en la guardia real, ¿te has enterado, Morgana? -observa a su padre en silencio, intentando ignorar la expresión de incredulidad en el rostro de Morgana. No hay extremo orgullo en su voz, aunque el hombre haya delineado una sonrisa; es la simple formulación de un hecho.
- ¿Has aprendido a levantar la espada, entonces?
- ¡Morgana! -le reprende Uther con voz suave y suena más a un pedido que a una orden en realidad. Arthur muerde su lengua, al mismo tiempo que ella se las ingenia para sacarla en señal de burla sin que Uther se entere. Ya podrá vengarse luego de todas formas. - Es una excelente noticia, ¿no crees?
- Por supuesto, milord.

Arthur no le cree ni por un segundo. Se limita a comer en silencio, sin comentar nada al respecto. Todo es muy diferente desde que Morgana se ha instalado en Camelot y, aunque sabe que no ha hecho ni el mínimo intento para verlo diferente, nada lo convencerá de que su llegada no ha traído nada bueno.

Con Morgana, llegó el vacío sobre el vacío, la soledad sobre el tiempo a solas, la separación de los ya separados. Con Morgana, llegó la muerte de las posibilidades que nunca tuvo. Con Morgana, llegó la partida de la -poca, inexistente, frágil- relación con su padre.

Trata de no escucharlos mientras discuten sobre las ventajas de su nueva posición, a la cual Morgana no hace más que desmerecer, con una sonrisa traviesa en su rostro y la superioridad de ser mayor brillando en sus ojos. Uther considera sus palabras y las contraataca con la severidad de las posibilidades; no de hechos, no de confianza, solamente la intención.

Le molesta, es algo que se parte dentro de él, que se rompe y desgarra, y le hace querer salir corriendo de la habitación. Algo que le quita su apetito y que escoce en sus ojos.

Es la seguridad de que, con Morgana, para él, del Rey, no queda nada. Aún con su edad prematura ya es capaz de distinguir las sonrisas que nunca tuvo grabadas en los labios de su padre, o la confianza en cada una de sus palabras o el oído presto a escuchar opiniones que no son propias. Detalles, minucias, enormidades de una relación que él nunca tuvo ni tendrá.

Ese día sabe que no le tomará demasiado esfuerzo excusarse, después de todo, está tan claro como el agua que bebe con sus finos e infantiles labios (nunca se ha sentido tan niño) que su presencia allí resta poco de ser importante.

~

Uther repite las visitas aún cuando Morgana ya puede dormir tranquila, cuando ya no necesita estar en cama y, aunque con cierto desequilibrio, ya recorre el castillo durante la mayor parte del día.

Un clavo saca al otro, una costumbre...

No es que realmente lo piense o lo sobreanalice, solamente lo hace. En el camino a su habitación, cuando está dispuesto a retirarse a descansar de una larga jornada de planeamiento estratégico, sus pies se desvían como atraídos por un imán y le llevan hasta la habitación de Morgana.

No es que Morgana le necesite (posiblemente, sea más bien al contrario) o que necesite saber cómo está (pues ha tenido oportunidad de preguntarle al respecto en la cena que han compartido). Pero aún así, existe ese nudo en el fondo de su estomago que no sabe interpretar.

¿Culpabilidad? ¿Confusión? ¿Miedo?

No es capaz de responder porque nada parece apropiado. Sin embargo, está allí, frente a su puerta, una mano pronta para empujarla abierta, otra decidida a cerrarla apenas ingresar. La luna está casi en su punto más esplendoroso del mes, redonda y luminosa sobre el cielo. Más que iluminar el camino que le guiará hasta la joven, llena la habitación de sombras inexplicables, monstruos de su propia consciencia (y la de ella), abre laberintos de preguntas sin respuestas.

Ella está sentada, apoyada sobre el respaldar de la gran cama que guarda su descanso, esperando con una sonrisa sincera en los labios. Algo se estremece dentro de él, la realidad de saberse esperado genera huecos de alegría sobre su corazón marchito.

- Milord. -Morgana arrastra ligeramente el sonido de las letras cuando habla y sonríe con falsa inocencia. Teme reír, teme...

Debería ser inapropiado que Morgana le reciba solamente en sus prendas de dormir, pero después de todo, es como su padre. ¿O no? Y aún así no puede evitar deslizar los ojos ligeramente por la muchacha, desde la delicada línea de su rostro, pasando por las marcas de un cuello finamente delineado y seguir bajado, divisando la figura de sus ya no tan pequeños pechos (que la luz de la luna intenta dejar traslucir tras la fina seda). Se detiene antes de ser conciente de lo que hace y camina en silencio a sentarse a su lado.

- ¿Se quedará conmigo, milord? -pregunta ella, ojos brillantes, sonrisa inocente. A Uther no le ha parecido nunca tan pequeña (y al mismo tiempo tan adulta).

Asiente como única respuesta, porque no se cree capaz de esbozar palabra (correcta y adecuada, al menos).

Cuando Morgana toma su mano, la cual reposa sobre su pierna, y la envuelve con sus largos dedos, Uther comprende que esta noche no podrá dormir ni un solo segundo, y luchará contra el reflejo de la luna, a la cual admirará por el mero esfuerzo y contrariedad de sus propios pensamientos.

Un clavo quita al otro, una costumbre solo se quita con una peor.

~

- Señor… -quita la vista de los terrenos y del vidrio que entorpece su mirada; sus ojos ya nublados bastarían como impedimento.

Gaius espera distante, desde la puerta de la habitación, como si temiera adentrarse en aquellos confines, romper una atmosfera que pesa sobre los hombros del Rey, contagiando todo aquello que toca a su paso. No lo culpa. (No podría).

En cierta forma, lo entiende.

La imagen del hombre (leal, siempre leal) en el límite entre el resto del castillo y la burbuja en la que él se encuentra es un simple recordatorio de muchas penas vividas. De muchas vidas sacrificadas.

De pérdidas.

Y no de encuentros.

- La niña está aquí. -la voz de Gaius es poco más que un susurro, y Uther lee más que escucha su significado. Se limita a asentir en silencio, y el médico acepta la despedida silenciosa.

La puerta suena en los oídos de Uther como un golpe más que un suave deslizar, un llamado al día, al despertar, al salir del sopor que envuelve sus ánimos, sus días. Supone que es esperable (la culpa, la desazón, la tristeza), después de todo…

Pero no.

Es con pesar que vuelve a observar los terrenos, los carruajes, las pertenencias, los sirvientes moviéndose como si el mundo se hubiera dado vuelta. Pero no lo ve allí, entre el tumulto de personas, de movimientos frenéticos, de gritos desesperados por el tiempo que apresura, la perfección que debe ser alcanzada.

El rey no se atreve a sonreír. (Hace mucho que no sonríe.)
La derrota contrarresta el verdadero sabor de la victoria, pero bajo su cuerpo inerte dejará una prometa rota.

~

Arthur no ignora las visitas que su padre hace a Morgana, en el día, incluso a veces en la noche. Los observa con recelo cuando los encuentra caminando por el pasillo y escucha cómo su padre le cuenta de la primera nevada que vio sobre Camelot con la nostalgia grabada en su rostro y su mano rozando la de Morgana sin pretensiones mientras caminan. La imagen le resulta tan grosera a la vista que se da media vuelta -olvidando que debe informar a su padre sobre las nuevas prácticas de caballeros, su papel como príncipe y líder de la guardia se lo obliga.

Aún después de tanto tiempo, con la aceptación de su padre como heredero de sangre y condición (y esperanza de futura aptitud), le sigue resultando injusto. No es como si tuviera muchos recuerdos de un cariñoso Uther, casi ninguno si tiene que ser sincero, pero desde Morgana, estos se han reducido a ninguno mientras los de la muchacha aumentan por hora, por minutos, por segundo.

Quisiera poder ignorar la preocupación que su padre siente por la chica, esa preocupación que no recuerda haber nunca visto expresada por él. Quisiera ignorar que le brinda su total compañía, su compresión y su interés.

Incluso escucha aquello que Morgana -¿Morgana? ¿Qué puede saber Morgana?- tiene para decir. Pero sobre todo, la escucha, la aprecia y la toma en cuenta, como si existiera verdad tras la ignorancia de sus palabras... y luego roza su rostro con su mano y le agradece suavemente. ¡Y Morgana se atreve a sonreír!

(Y no lo hace para burlarse de él)

Con la escena en su mente, rabioso y ofendido (deseoso de olvidarse de los sentimientos y las razones que no entiende, y procurando no correr a atestar otro golpe de espada en la pierna de la chica), dirige sus pasos hacia el centro del pueblo. Owain, Radnor y algún otro de sus muchachos estará por ahí. Y Arthur cree que a todos les haría bien un poco de tiro al blanco.

(Quizás cuando llegue el momento logre decidir a qué rostro estará atinando).

~

- Esto es una locura, Uther. -Las palabras resultan ecos para su mente, es un suicidio, una imposibilidad.
- Una vez que hayan sentado las bases, el ejército al sur podrá trasladarse como refuerzos, los tendrán rodeados y la batalla acabará antes de empezar. -explica uno de los comandantes de los Caballeros del Rey.
- Eso siempre y cuando... la avanzada del sur pueda realmente llegar a tiempo. Uther, no puedes realmente estar pensando en aceptar esto.
- Gorlois...

La advertencia siempre llega de aquella manera, suave, baja pero fría, esa que dice ‘basta’ pero agrega en el silencio un ‘te estoy escuchando’. Hoy no es suficiente, hoy no alcanza con que lo considere, llevar aquella maniobra a cabo no es más que una locura, una disparatada idea para recuperar un terreno mucho tiempo atrás perdido, antes de que siquiera Uther tuviera el poder sobre Camelot.

Es ir a la muerte, y él no morirá sin una buena batalla antes de abandonar la guerra.

- No hagas esto, Uther, -suplica, los ojos del Rey bajando lentamente a la mesa. Cada uno de ellos en una punta de la misma, una batalla de lealtad, confianza y poder.
- Partirán en una semana.

Las palabras del Rey (Del Rey, porque jamás de su verdadero amigo) penetran por su piel como la nieve en el invierno, congelando sus sentidos y su criterio. Con un estampido, abandona la corte. No tiene caso discutir contra lo vencido.

Es recién a la noche, cuando Gorlois lee un libro a una Morgana de diez años que Uther golpea a la puerta de la habitación que le fue asignada durante su estadía. Pronunciando un suave ‘adelante’ con voz áspera y cansada, arropa a Morgana, ya dormida, antes de levantarse y hacer una pequeña reverencia al Rey.

- Milord. ¿En qué puedo servirle?

Puede divisar una pequeña sonrisa ante el ácido de sus palabras, pero, aún así, Uther no emite palabra y camina en silencio hasta acercarse a él y, finalmente, sentarse al borde de la cama, sus ojos desviándose ligeramente hacia la niña plácidamente dormida.

- Crece demasiado rápido. -informa, como si trajera una noticia de tierras lejanas. Por una vez, con la rabia aún corriendo por su sangre, Gorlois no se atreve a preguntar a quién se refiere. (Su instinto le dice que no es exactamente a Morgana).
- Nosotros nos ponemos viejos.

Quiere envolver tantos significados en tan pocas palabras que no le sorprende la confusión en el rostro del Rey. Lo observa en silencio, esperando a que Uther decida a enfrentarle con la razón de su visita, pero en la noche, bajo el manto silencioso de sus respiraciones, el tiempo parece eterno.

- No existe otro camino, -suspira finalmente Uther, una sombra surcando su rostro, sus ojos no se despegan de Morgana, incapaz de enfrentarse a él. - Desearía...
- Siempre hay otros caminos, Uther. Creí que habrías aprendido eso ya. -la tristeza se transforma momentáneamente en furia, que poco a poco vuelve a calmarse, y Gorlois se atreve a hablar otra vez. - Lo único que conseguirá esta empresa será perder las vidas de quienes acepten la obligación y derrocar los ánimos de quienes queden atrás, Uther.
- La decisión está tomada. -Observa a Uther levantarse en silencio, mientras unas de sus manos, dubitativa, se apoya en su hombro. - Lo siento.

Le cree, le cree por la severidad de su rostro, por las lágrimas que jamás será capaz de derramar, pero aquello no los salva del poder de mil y un enemigos ni de la aspereza de una amistad que está al borde del abismo. Aún con la mano de Uther sobre su hombro, gira su rostro para observar a Morgana. Un ángel que aún no desplegó sus alas, un ángel que él desea ver despegar.

Siente el peso del Rey desaparecer de su cuerpo, y lo escucha caminar hacia la puerta de la habitación. Preso de un miedo inmediato, de una duda superior a su cuerpo y su esperanza, se levanta de golpe y avanza algunos pasos.

- Uther.

El hombre, no el Rey, porque Gorlois es aún capaz de ver la diferencia solamente por la pose de sus hombros y la opacidad de sus ojos, se detiene para observarlo. Expectante, con la respiración densa y suave al mismo tiempo.

- Cuídala. -murmura. - Si algo llegara a pasarme -ignora el bulto en su garganta que le corrige (cuando no regrese) - cuídala.
- Como si fuera propia.

~

Está enrollada en su cama cuando lo ve llegar, y sonríe entre cohibida y acostumbrada. Hay algo en la seguridad de cómo atraviesa su habitación, como si le perteneciera, que la desarma por dentro; y aún así, no se atreve a murmurar palabra. Recuerda sus primeros días en Camelot como un torbellino, recuerda haber huido de su presencia y gritado su odio por todo el castillo, una película de recuerdos gastados que ahora no parecen suyos.

Uther luce cansado, y a medida que la ligera luz de la noche (las nubes contentas de crear más sombras para ocultar lo imposible) ilumina más su rostro, Morgana siente que algo se contorsiona dentro de ella. Una preocupación, un horror ante la visión que tiene delante, que nunca hasta ahora no había sentido. Siempre se ha preocupado de cómo Uther le hace sentir, esa mezcla confusa entre miedo, odio, respeto y cariño. Pero nunca se ha preocupado por verlo realmente a él -salvo quizás, cuando le escucha hablar de Arthur.

(Como si el muchacho fuera una excepción, un lazo al mundo real, a un Uther real... y aún así, Morgana hace tiempo aprendió que Uther no es más él que cuando está con ella).

El hombre tiene ojeras bajo los ojos y se mueve con incomodidad, con el peso de su cuerpo inclinado hacia un lado. Una vieja herida transforma su posición y sus fuerzas. Por unos momentos, no sabe determinar si es que nunca se ha fijado en verdad o si se trata de un avance de los últimos días. Entonces lo nota, nota cómo Uther se sienta en la silla junto a su cama y se apoya con su hombro bueno contra la pared, para luego dejar que la completitud de su espalda descanse sobre los límites del Castillo.

- No está descansado, milord. -comenta entonces, el intercambio de saludos es tan rutinario que ni siquiera ha notado pronunciar su nombre. (Es tan parte de ella que le cuesta distinguir dónde comienza y dónde termina, a veces, en sus sueños).

Uther oculta una mueca tras sus labios y cierra los ojos antes de contestar. Morgana observa cómo sus manos se tensan; cómo el cuerpo entero del hombre parece prepararse (la última noche antes de la batalla), como lo hacía su padre cuando traía una mala noticia, y su corazón se encoje tan pequeño en su cuerpo que Morgana cree que dejará de respirar.

- Eso no es importante. -dice finalmente, y Morgana se levanta de un salto de su cama ante la mirada perpleja del Rey, quien opta por ignorar que su pierna no presenta ninguna dificultad ya, y simplemente la observa con sorpresa y... ¿cariño? ¿O quizás devoción?
- No diga eso. -susurra, y bajo un impulso, posa su mano sobre la mejilla del Rey, obligándole a mirarla.

Normalmente, es él quien inicia los contactos entre ellos, como si otorgara un permiso a traspasar la cortesía debida al Rey, pero a ella realmente no le importa; no cuando Uther ha pasado las últimas noches, los últimos días atendiendo a cada una de sus necesidades, sonriendo, observándola como si se quemara viva pero sin alejarse nunca. Es un sentimiento extraño el que le envuelve, causar atracción y repulsión al mismo tiempo; como si el Rey temiera acercarse pero al mismo tiempo no pudiera evitar hacerlo.

Entonces es que decide actuar por él. (No lo piensa, simplemente lo hace).

Se inclina hacia delante y apoya su frente en la del Rey. Sus respiraciones son suaves, como si la calma de la noche adormeciera sus instintos y sus miedos. Acaricia con cuidado su rostro, siguiendo con sus dedos el contorno de los ojos adormilados de Uther, víctima de un impulso impuesto por las horas compartidas y algo más... algo que no distingue, pero que no se preocupa en averiguar.

El Rey cierra los ojos, apoyándose en su tacto mientras ella continúa con cuidado por la línea de su mandíbula, mientras sus manos surcan las cicatrices que el tiempo ha dejado en su rostro; mientras ella desliza con extrema delicadeza los dedos por sus labios, y ambos ahogan palabras que no pueden decir al aire.

Entonces es que lo siente moverse, lo siente sin poder prevenirlo, hipnotizada por sus propias acciones. Siente como sus manos caen a un lado para dejar paso al rostro del Rey contra el suyo. El momentáneo segundo en el cual sus respiraciones se rozan, invitando, rogando, suspirando por algo que hasta ahora les fue prohibido, y el contacto inminente de labios finos pero poderosos sobre los suyos.

El sabor a vino y fuego la intoxica, y se deja guiar por el movimiento de un Uther mucho más experimentado de lo que jamás se sentirá ella. Cuando finalmente los brazos del hombre la rodean por la cintura, ella se deja caer hacia él sin resistencia. Es como caer al vacío de la incertidumbre y al mismo tiempo encontrar el camino a casa, y ella envuelve su rostro con sus manos; ahora con urgencia y desesperación, mientras roban el aire el uno del otro.

Cuando se separan, son los guantes de Uther en su rostro aquello que la contiene (y la aleja) a solo meros centímetros de su piel. Y el corazón late acelerado en su cuerpo, y la embriagan tantas sensaciones que no sabría por dónde empezar.

Quizás en la manera en que los ojos de Uther brillan; brillan como no está segura de haberlos visto deslumbrar nunca; o en la línea de sus labios, sabrosos, dulces, ligeramente entreabiertos en señal de invitación (para que esta vez sea ella quien se incline y robe de ellos el pecado de lo que no debería ser).

O quizás es su respiración entrecortada, entremezclada con la grabe y algo grotesca, del rey. Aunque posiblemente, allí no radique el problema de la situación, sino en el inflarse de sus pulmones, continuo y rápido (demasiado rápido), que hace que sus pechos se presionen aún más sobre el cuerpo del hombre que la sostiene en pie. Y esa sensación embriagadora de querer hacerse uno con él, de que el roce sea mutuo y no casual, de esas cosas que aún no entiende pero no desea esperar para comprender.

No le toma mucho tiempo notar que ha apoyado sus manos contra la pared a ambos lados del rostro de Uther para mantener el equilibro (mucho menos de lo que le tomará comprender sus acciones). Separa su cuerpo levemente con la fuerza de sus brazos y el aire que corre a dividirlos se le hace lastimero, inmensamente perjudicial, y vuelve a apoyarse ligeramente.

(Apenas un roce, sin aplastarse contra él, pero suficiente para sentir la tracción de sus pechos contra su cuerpo al respirar. Dulcemente doloroso, como el momento, y el aire, y el calor que les envuelve a pesar de la frescura que entra por una de las ventanas cercanas.)

Y es Uther quien cierra los ojos entonces y empuja su cabeza hacia atrás hasta apoyarse contra la pared, y Morgana quiere quejarse por impedirle respirar el mismo aire que él inhala y quiere pedirle que vuelva, y quiere, no está muy segura de qué quiere... solamente que no lo tiene.

Entonces, es ella quien se inclina sobre él, separando su cuerpo aún más y sonriendo cuando siente cómo Uther se adelanta, buscando el contacto perdido y cómo sus manos abandonan su rostro para posarse nuevamente en su cintura, atrapándola sin remedio contra su cuerpo. Uther la observa con ojos vidriosos, y ella no sabe interpretar porqué lo hace (pero no es como si estuviera pensando demasiado tampoco).

Y desde su posición elevada, baja su rostro hasta posarlo sobre los labios del Rey, suave, ligeramente hinchados y deseosos. Existe, contrario a la primera vez, una calma, un acuerdo, un suspiro que muere antes de llegar a sus bocas y se ahoga entre sus lenguas.

Todo es mucho más lento ahora y Morgana puede disfrutar (e intentar identificar) las sensaciones que la acorralan; el roce de los dedos del Rey a través de la fina seda de sus ropas en su espalda. Desea por un segundo poder sentir su piel, sin telas ni cueros de por medio, pero no tiene tiempo para pensarlo. Una de sus manos se desliza por su espalda hasta recorrer una de sus piernas, y ella siente como por obligación se inclina aún más sobre el Rey bajo la fuerza que él ejerce contra ella.

Sus pechos se sienten pequeños y ansiosos, y corre a través de ellos la necesidad de... no sabe qué, pero no quiere detenerse a meditarlo, porque entonces la mano libre del Rey (no la que la atrae hacia él, rozando su piel con cuero, libre de los límites que el vestido impone sobre ella y sobre el resto de su cuerpo) se posa sobre uno de ellos. Atrapada entre el cuerpo de ambos ejerce caricias que son del todo inapropiadas y a las cuales su cuerpo responde acercándose convenientemente más.
(Más y aún más; y si pudiera...

Frutas exóticas que necesita probar aunque siempre sepa que luego se sentirá mal.)

Cuando Morgana ahoga un ruido sin sentido en los labios del Rey, deteniendo el intercambio de suaves besos, es que todo cambia. Uther la separa del suelo entonces, al tiempo que él se levanta de la silla.

Su mano en su pierna presionando contra ella, cada vez más arriba, y su otra mano escapando a su espalda para sostenerla contra él, hasta dejarla caer en la cama.

Morgana no tiene tiempo para contemplar nada, salvo el hecho de que el cuerpo del Rey que está sobre ella es demasiado embriagador, y que sus labios están demasiado lejos. Su pierna ya no escoce, sino que intenta enrularse en la cintura de Uther para atraerle hacia a ella. Uther, en cambio, la observa en silencio, una suerte de locura que va calmando en su rostro, y una sonrisa torpe que se desdibuja con los segundos.

No se atreve a hablar, a preguntar qué pasa, a rogarle que le permita quitar el peso de sus hombros, que lo pose en ella, que rompa con ella, pero que, por favor, por todas las torturas de Camelot, que vuelva a besarla.

Pero la respiración del Rey comienza a tranquilizarse, y cuando baja su rostro contra ella, el roce de su cuerpo actuando por impulso, lo esconde entre su cuello, negándole sus labios. Y es el suspiro caliente y agotado sobre su hombro el que le hace agarrarle los hombros y querer fundirse con él. Salvo que el hombre tiene otros planes y siente sus palabras quemarle en la cercanía de su oreja.

- Eres tan pequeña. -dice entonces y se deja caer a su lado, una de sus manos arrastrándose por sus pechos cuando lo hace y quedando estancada sobre su estomago, donde Morgana puede sentir el pequeño cosquilleo que el cuero intenta ejercer en su cuerpo entero.

(Que lo logra, que la estremece y que hace que su respiración se mantenga entrecortada por lo que parece ser una eternidad)

- Eres tan pequeña, -repite Uther, Morgana no se atreve a mirarlo, pero se gira hasta apoyarse en él y hunde su rostro en el hueco de su brazo (que él utiliza para abrazarla inmediatamente) y ella procura atraparle también en sus brazos mientras ligeras lágrimas de desesperación y desconcierto les dividen en la noche.
- No... no soy pequeña. -logra quejarse. Y Uther ríe, y su risa resuena por todo su cuerpo, y se transporta a ella hasta hacerle sentir una niña, inútil y sin sentido, que ni siquiera sabe lo que hace.
- No. No lo eres, mi niña. -murmura el Rey, y ella levanta la vista, solo para encontrarse con el rostro de Uther ligeramente cercano al suyo, y el sabor de sus labios prontos para encontrarse con los suyos. Es corto, rápido, indebido y consciente... (una traición que ahora ya no serían capaz de formular) pero eso no evita que ambos reaccionen al impulso, y sus cuerpos se muevan por inercia, intentando acercarse él a ella y ella a él. -Será mejor que descanses, Morgana.

No asiente ni niega. No dice nada, solo devora los pocos segundos que quedan de locura en sus venas mientras Uther limpia las lágrimas de su rostro con pequeños besos. La mano de ella se desliza ligeramente más abajo de lo debido, y la de él sube hasta volver a posarse en uno de sus pechos, la otra empujándole aún contra él. No se mueven, se quedan allí en silencio, como anticipando el siguiente paso, la siguiente fase de lo imposible y seguros de que nunca llegará.

- Descanse, milord. -suspira ella, y él deja que su frente se duerma contra la de ella, su mano encontrando acomodo entre sus senos (Morgana deseosa por sentirla moverse, otra vez, como minutos atrás lo hizo, llena de deseo y necesidad).

El silencio los envuelve. Morgana ya no llora ni suplica en su interior, se conforma con quedarse allí, arropada por el extraño calor de la desesperanza, y acompañada por el correr de la sangre en su cuerpo, y en el del Rey, deslizándose por su mano hasta llenarla de euforia y calma.

Pasa demasiado tiempo hasta que su corazón se calma, y sabe que no es el único. Intenta no pensar, no admitir, no buscar razones o resultados, ni futuros ni posibilidades y se deja embriagar por el momento, por la compañía, por la seguridad que le otorga el cuerpo de Uther a su lado. Y sonríe contra su pecho.

Cuando el sueño finalmente la alcanza, es con calma y esmero, es con una canción de cuna contra su oído y el recuerdo del aroma de su hogar, de su padre, de la vida completa bajo sus párpados pesados. No puede asegurarlo entonces, cuando la vigía y Morfeo debaten por su alma, ni cuando despierta al día siguiente, pero sabe (dentro, muy dentro, donde aún se mueve y se acomoda, y se acerca y no quiere dejarle marchar) que nunca dormirá como esa noche; aunque el futuro juegue trucos para hacerla olvidar.

~

El Rey -no, el hombre, -le cuenta de su día cuando cenan, de los planes de Camelot y las diversas decisiones que están llevando a cabo como previsión para el invierno. Ella escucha atenta, con sincera preocupación todo lo que tiene para decirle.

Para Uther, una adulta; para el resto, una niña.
(Para Gwen, sólo Morgana).

A veces opina, suavemente al principio, un poco más intensamente a medida que la cena avanza y toma confianza, a medida que las cenas se repiten y deja de contar los años para pensar en sonrisas. Y Uther también la escucha a ella; no con la parsimonia de quien tiene la obligación, sino como lo hacía su padre, a consciencia de que lo que ella dice vale ser escuchado. Hablan del reino, de la comida, incluso de Arthur - de todas esas cosas que Uther dice solo cuando está ella, nunca cuando está él.

Es como ver las dos puntas de una misma historia y el corte que las divide en medio.

Hoy menciona a su padre. No es rutina, ni siquiera es premeditado, es un acto reflejo, un simple recuerdo que viene a su mente cuando ríe, y Uther la observa de esa manera (esa que hiela su piel) y dice “Me recuerdas a él.” Ella se acerca, no muy segura de qué busca, y apoya su cabeza contra su hombro, y se siente pequeña, como cuando aún no tenía siquiera diez años y Camelot era un lugar frío, lejano y austero al que estaba obligada a habitar.

Uther responde besando sus cabellos.
Una silenciosa compañía que ella no sabe responder.

~

Gwen despierta con el alba, o antes, o mucho antes, pero hace mucho tiempo que dejó de fijarse. Muchas veces su padre ya está trabajando cuando ella parte al castillo, y desvía su camino para saludarlo con un beso en la mejilla antes de emprender los trabajos para Morgana. Hoy, sin embargo, es uno de esos días en los que despierta más temprano y con rapidez afirma los lazos de su vestido. Hoy tiene mucho por hacer, y cuanto antes comience, antes sentirá aliviar la presión sobre sus manos y su espalda.

Normalmente, también retira algunas flores antes de dirigirse hacia la habitación de su dama, pero las violetas que ha dejado ayer en agua seguirán suficientemente hermosas este día como para cambiarlas. (Mañana llevará de las pequeñas margaritas blancas que a Morgana gustan tanto.) Sus pasos la conducen entonces directamente hasta la recamara de Lady Morgana.

Entra con una sonrisa en los labios, pero intentando hacer el menor de los ruidos. Luego de la herida en su pierna, Morgana ya no duerme como antes, puede verlo en las ojeras que porta durante el día o en la sonrisa triste que a veces no logra esconder. No desea molestarla mientras pueda evitarlo.

Sin embargo, sus labios no pueden más que imitar el asombro de su mente cuando ve junto a la cama de Morgana al Rey. El hombre la observa con curiosidad y ella se apura a reverenciarlo como es debido, un muy silencioso -casi inaudible- ‘milord’ pronunciado al aire. El Rey, sin embargo, le dirige una sonrisa, mientras su dedo índice se posa sobre sus labios indicando silencio.

Ese día Gwen aprende que aún tiene mucho por ver.

Uther Pendragon, en toda su majestuosidad y con toda la impregnada realeza que corre por sus venas, se levanta bajo su cuidadoso (y espera respetuoso) escrutinio. Y la ignora, y no es que Gwen no esté acostumbrada a que los miembros de la corte (mucho menos el mismísimo Rey) la ignoren, es solo que... se siente incómoda. Como si viera algo que no debiera ver, o interrumpiera en un intercambio demasiado íntimo que no le pertenece, cuando el Rey se inclina sobre el rostro de Morgana y besa su frente. No puede escuchar lo que dice, pero puede asegurar que el Rey murmura algo contra la piel de Morgana antes de alejarse, y la muchacha se mueve ligeramente, reaccionando al contacto. Gwen desvía su mirada, segura de que observa algo que no debe y se reprende mentalmente por su atrevimiento.

El Rey nunca se le ha antojado más humano que en este momento -y posiblemente, nunca vuelva a hacerlo.

Cuando se retira, Uther Pendragon no se digna a dirigirle siquiera una mirada. Ciertamente, no tendría porque hacerlo, pero el sabor amargo de no haber obtenido su permiso como testigo del intercambio entre él y su protegida le acompañará todo el día. Sin tener muy claro nunca por qué.

Morgana despierta mucho tiempo después que los gallos hayan cantado al alba, y poco antes de que el sol llegue a su máximo esplendor sobre la bóveda celeste. Gwen la recibe con una gran sonrisa que Morgana retorna con sinceridad.

- ¿Ha descansado bien, miladi? -le pregunta, mientras la ayuda a levantarse (aún con cierta molestia).
- Mejor que en días, -Morgana le sonríe mientras se apoya en su hombro. - He tenido un sueño.

Morgana no elabora una sola palabra más, y Gwen no se atreve (no le corresponde) a presionar. Ayuda en silencio a cambiar su vestimenta de noche por uno de sus vestidos (el verde, ese tan sencillito que Morgana aprecia mucho por su comodidad). Normalmente, Morgana despierta llena de palabras que borbotan por su boca, aún cuando sea Gwen la última persona que vio antes de dormir y la primera que divisan sus ojos cuando despierta. Aún cuando no descansa, Morgana siempre suele tener algo que decir.

Hoy, todo lo dice con el brillo de su sonrisa.

- ¿Cómo se encuentra miladi de la herida? -se atreve a preguntar finalmente, mientras termina con los nudos en la espalda de Morgana.
- Solo una ligera comezón en las noches ya, un par de días más y podré enfrentarme al torpe de Arthur nuevamente. -ríe la joven, y la risa aumenta cuando ve la pequeña mueca de ‘no me lo creo’ que Gwen intenta ocultar en su rostro.
- ¿Cree que el Rey se lo permitirá, miladi?
- Que intente detenerme.

La respuesta no es más que un mero susurro, y a Gwen le resulta difícil creer que lo dice en serio. No vuelven a tocar el tema, y para cuando llega la hora de la noche, entre tareas y recados, Gwen ha olvidado todo el asunto y pasarán algunos años antes de que vuelva a cuestionarlo.

~

Cuando Morgana enferma, Gaius ve lo que nunca creyó volvería a ver. Uther Pendragon aún puede preocuparse por alguien, incluso su propio hijo. Arthur nunca en sus diez años ha enfermado, ni una simple tos, ni una ligera muestra de fiebre, y Uther nunca ha debido preocuparse: para sorpresa de todos, menos quizás del Rey y de Gaius.

Morgana es quizás todo lo contrario. Gaius recuerda haberla atendido desde muy pequeña en las visitas que Gorlois y ella realizaban al castillo; cuidar de ella alguna noche entera mientras los Caballeros organizaban partidas y guerras, y la niña se debatía entre toses y sonrisas. Gorlois siempre la visitaba, con la precisión de una gotera, a intervalos iguales; visitaba los aposentos del médico aunque fuera simplemente para posar un beso sobre su frente.

Uther lo acompañaba muy pocas veces, incómodo y desorientado hacia una situación que nunca había vivido por experiencia propia. La idea de que un niño pudiera escapar tan fácil como llegó al mundo le resultaba inconcebible, y Gaius podía verlo ya entonces en sus ojos.

Pero aquellas imágenes parecen muy lejanas cuando observa al Rey, en toda su impecable gloria, deshacerse en miedos al borde de la cama de la muchacha, con Arthur hecho un ovillo entre sus piernas y brazos, aprovechando un calor que nunca le ha sido concedido. Morgana tiene una cierta delicadeza que se transparenta en su piel y en el brillo extraño de sus ojos, y todo lo resistente que parece ser Arthur a cualquier enfermedad que se presente, Morgana es incapaz de pasar sin caer en ella.

Uther acaricia los cabellos de Arthur, sin quitar sus ojos de Morgana, mientras él intenta averiguar la causa y los efectos de la medicina que le ha dado a la niña. Parece mejorar, lentamente, y cuando habla pregunta porqué todos están ahí, y Arthur la observa tan temeroso que Gaius puede ver la confusión de Morgana, antes de que la fiebre la tome presa.

Gaius está seguro de poder salvar a la niña, a pesar de la gravedad de la situación. La ha visto llegar a tales extremos con anterioridad y salir adelante. ‘Es fuerte, milord’ había explicado la noche anterior, pero en su estado, comprendía la dificultad de Uther para creer en sus palabras.

Y aún así, la imagen no dejará de resultarle extraña. Un muy callado Arthur acompañando a su padre, un padre que apenas golpeaba su hombro si efectuaba alguna peripecia merecedora de asombro, y que ahora lo envolvía en sus brazos, como si la posibilidad de perder a Morgana incluyera la de perderle a él.

Y un Uther desesperado, falto de sueño, incapaz de moverse de la agonizante cama de la niña. Arthur duerme sobre el regazo del Rey, indefenso y afirmándose a las ropas del Rey, y Gaius puede ver el blanco de sus nudillos, el esfuerzo por quedarse allí para siempre. Pero también puede ver lo que nadie en todo Camelot ha visto: el rostro cansado del Rey, observando tanto a Morgana como a su hijo con un amor salido de un mundo que desconoce. Nunca hasta la fecha ha visto a Uther observar a Arthur así, como si fuera capaz de romperse entre sus brazos, ni pegar sus labios contra su frente, ni preocuparse realmente por alguien, desde la muerte de Igraine.

Entre la desgracia, Gaius divisa un pequeño gesto de esperanza, una mirada al Uther que conoció tiempo atrás, al que admiró -al que admira.

- A veces me recuerdan a ellos. -murmura Uther, y sus ojos se clavan en él. Un verde tormentoso que le perseguirá por noches enteras, la desesperación, la duda. ¿Quiénes son aquellos niños sino un reflejo de sus padres? ¿Qué es aquel amor desmedido sino una obligación hacia quienes ya partieron?
- Mañana debería mostrar cierta mejoría. -es lo que puede Gaius contestar, mientras vierte sobre los labios de Morgana la medicina.
- Gracias, Gaius.
- Milord.

Con una pequeña reverencia, se aleja, luego de estudiar al Rey que duerme junto a dos pequeñas criaturas, preso del miedo y la soledad. Sonríe a medias, comprendiendo que no todo está ganado, pero nada está aún perdido.

Gaius aún cree en Uther, aún cree en el hombre tras el Rey.
(Quizás Morgana y Arthur lo hagan un día también).

~

Esa misma tarde manda a una de las criadas a obtenerlo, y espera en silencio, actúa por inercia, trabaja para el Reino.

Cuando está la noche por llegar, se retira a sus aposentos, donde ha decidido tomar su cena esta vez. Aún así, desde su ventana, observa el patio del Castillo y los ve allí, caminando juntos, tranquilos, sin aparente rivalidad, y en sus labios se dibuja una aparente sonrisa, mientras en su estomago se debate una batalla que todo el día ha intentado aplacar.

Se convence, mientras los observa marchar, Morgana ya sin un solo indicio de la herida en su pierna, que esto es lo correcto. Ellos, Arthur y Morgana. Pero no es más que una sucia trampa para ocultar lo que no es, lo que no es correcto, claro, porque es más real que las palabras que los dos jóvenes comparten ahora, de eso está seguro.

Siente que es injusto, injusto y no sabe siquiera qué, y duerme esa noche con el corazón en la garganta y fantasías en su mente, y despierta a la mañana siguiente con la sensación de vacío a su lado.

Es correcto, insiste, y cierra la ventana antes de siquiera aceptar la tentación de observar. (No lo necesita, puede dibujar su cuerpo, sus labios, y el de sus manos sin ni siquiera cerrar los ojos).

A la criada le toma dos días hacerse con el pequeño colgante. Pero cuando Uther lo tiene en sus manos, le parece la joya más bella que haya visto sobre la tierra, y aún así, no parece hacer justicia a su futura dueña.

Visita su habitación cuando sabe que Morgana estará fuera (no practicando, porque aunque nunca lo admite, ella sabe apreciar cuando es momento de dejarlo). Es como recorrer la explanada del castillo luego de una ejecución, con ese aroma a prohibido y maldad, a muerte, a imposible, a desazón, eso que no puede evitar que le corra, compañero de la calma que al mismo tiempo le produce. Posa la pequeña joya sobre le mesa, y se aleja en silencio, rozando con sus dedos (libres, deseosos de sentir un último contacto) por la madera de la misma hasta abandonar la habitación por completo.

Esa noche cenará con Morgana (Arthur volverá a excusarse, y Uther por primera vez, querrá objetar -y Arthur asistirá a la mesa).

Esa noche, ni Uther ni Morgana escucharán a Arthur, aunque responderán a sus palabras. Morgana jugará toda la noche con la cadena alrededor de su cuello, Uther les impedirá a sus pies, a sus manos, a su todo, acercarse.

La próxima vez que cenen juntos se sentarán en puntas opuestas.
Pero Morgana no se quitará su diadema.

character: uther pendragon, comm: lamarcadenimueh, !español, !presents, character: gaius (merlin), character: gorlois, character: sir leon, warn: lime, character: arthur pendragon, tv: merlin, character: morgana le fay, length: oneshot, length: fanfict, character: guinevere (gwen)

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