[merlin] la laguna negra. parte uno.

Nov 01, 2008 20:15

Estoy completamente loca, jamás en mi vida lo he intentado, pero siempre hay una primera vez para todo. En fin, voy a participar del quinesob, so... me verán escribiendo mucho estos días xDD. Ajashhas. Esto es raro.

Fandom: Merlin
Título: La laguna negra. 1/3
Palabras: 1619.
Claim: Arthur/Merlin, Merlin/Nimueh.
Comunidad: jeuxatrois
Tabla: aquí.
Reto: Sorpresa.
Advertencias: PG. || Slash
Resumen: Existen pesadillas más fuertes que la muerte, un poco más profundas, un poco más certeras, hay magia negra y aguas blancas. Hay reflejos y engaños. hay misterios y preguntas. Hay cuestiones incapaces de entender, y razones para buscar respuestas. El poder está destinado a ser de pocos. O de uno, o del otro.
Notas: Estoy loca. Es lo único que tengo para decir.


El agua cepilla sus dedos, suave, dulce y melodiosa. Baña su piel de colores y fragancias, de magia y espíritu. Lento. Muy lento. Algo en aquellas aguas le produce calma, quizás sea la magia que se disipa y se concentra con tanta rapidez que se pierde. Se sumerge en ríos de locura y devastación. Ha nacido de la magia y para la magia.

Despertó con el corazón en la boca. No podía expresarse de otra forma al palpitar de su pecho, a la respiración entrecortada y al sudor que recorría su cuerpo entero. No tenía muy claro qué razón le había llevado a despertar en tal estado, no recordaba más que un velo negro de cansancio sobre sus ojos. Cansancio que parecía cernirse con aún más fuerzas sobre sus hombros. Se desenvolvió de las telas buscando aliviar el calor que le abrasaba, pero solo consiguió que un rayo de sol se colara hasta sus ojos. Incómodo, maldiciendo y con pocas intenciones de hacerlo, se irguió en la cama.

Un gran destino. Por supuesto. A veces se preguntaba si el demente era el dragón o él por querer creerle. Merlín comenzaba a creer se trataba de la segunda. Refunfuñando al mejor estilo Arthur, se levantó, se vistió y bajó a la habitación de Gaius, para encontrarse con el recinto vacío. Definitivamente había días que era mejor no despertar.

El cuerpo aún le pesaba cuando tocaron a la puerta y la voz no llegaba a sus pulmones. Aquello no impidió que Arthur, en toda su exagerada gloria, entrara en su búsqueda. Sus labios se abrieron inmediatamente para hacer un comentario un tanto sarcástico para el cual Merlín ya estaba preparado. Pero definitivamente no esperaba las palabras que escaparon al príncipe.

-Luces como excremento de caballo, Merlín. -Incapaz de responder, le vio moverse hasta sentarse frente suyo, quitándole el pan de las manos-. Uno muy oloroso, para terminar.

Un exceso de tos sacudió su cuerpo. Cerró los ojos imposibilitado a contenerse. Aquel era definitivamente un mal día para despertar. Cuando logró calmar la picazón y evadir los escalofríos, tenía una mano de Arthur sobre su hombro y su mirada enigmática clavada en sus ojos.

-Hoy no necesitaré de tu ayuda. -Si Merlín no se hubiese sentido tan enfermo, si los ojos no le hubieran pesado al punto de cerrarse, quizás se hubiera atrevido a percibir un deje de preocupación-. Llamaré a Gaius.

Quizás si Arthur hubiese observado hacia atrás cuando abandonó la habitación, hubiera notado como Merlín decaía al momento que su contacto desvanecía, como su cuerpo se hacía pequeño, delicado y frágil. Solo quizás el dragón pudo enterarse de ambas cosas.

Sus ojos azules brillaban. Fuertes, claros, bailaban de alegría. La magia corría por sus venas, libre, poderosa. Quizás tenía que agradecer mucho las fallas de los últimos tiempos, las interrupciones, sobre todo, los retos. Volvía a sentirse joven, más allá de la apariencia. Quizás debía agradecerle a él. Quizás es lo que hacía.

La situación tenía un deje a historia repetida y Arthur comenzaba a creer que había algo malo con aquel muchacho. Gaius lo había encontrado, acostado en su cama, con temperaturas demasiado altas y los ojos de un extraño color dorado. Arthur repitió la misma pregunta una y otra vez, y lo único que obtuvo fue un “Debo examinarlo un poco más.” Hastiado, había abandonado la habitación con la rapidez de un rayo. Aquello no había ayudado en nada, parecía que en aquel castillo todos debían caer enfermos en un momento u otro. Todos los que se relacionaban con Arthur al menos.

Visitó los establos, intentó practicar, encontrar al resto de los caballeros, pero aún con un par de copas de vino dulce encima era incapaz de quitarse la imagen del pálido rostro de Merlín aquella mañana. Finalmente, luego de empezar a marcar sus pasos en el suelo de su habitación, regreso en búsqueda de noticias sobre la recuperación del joven. A veces no entendía, a decir verdad nunca entendía, que había especial en aquel muchacho. Otras veces, como entonces, decidía que no tenía importancia y que se requería su presencia. Eso, o alguien terminaría ahorcado bajo su nerviosismo. No eran pocas las veces que Merlín le había ayudado, el deber le marcaba que debía ayudarle en retorno.

La imagen se contornea en el agua, concentrándose y expandiéndose con tanta rapidez como las suaves ondulaciones de la superficie le permiten. La magia se cierne a su alrededor envolviéndola de satisfacción y, aunque nunca ha conocido el termino, de esperanza. Sabe que una vez que termine, el desgaste hará consumo de ella, pero ahora, se siente en la cima del poder. Seguirá hasta que consiga lo que desea: Merlin

Se sentía desfallecer, aunque no tenía muy claro por qué. Tenía calor y frío al mismo tiempo y no existía forma de encontrarse cómodo. Escuchaba voces, a veces las identificaba, a veces no. Merlín no estaba muy seguro de hacerlo de cualquier manera. Parecía que Gaius le hablaba prácticamente siempre, la suave y dulce voz de Gwen también había llegado a sus oídos, e incluso la de Arthur. La de Arthur y la sorpresa que aquello le acaecía. No sabía si saberlo le hacía sentir mejor o le aceleraba la respiración en confusión.

Pero aquellas no eran las única voces que escuchaba, veía escenas de vidas pasadas y vidas futuras. Se veía de pequeño descubriendo la magia, de joven escondiéndola y de adulto utilizándola. Ahora utilizándola. Junto a él iba la voz del dragón, no muy fuerte ni muy clara, un suave murmullo de frases enredadas y sin sentido. Aún en sus delirios, Merlín deseaba maldecir a la criatura hasta la más ínfima de sus escamas.

Pero existía otra voz, una que podía jurar haber escuchado con anterioridad pero que no podía identificar. Era una voz dulce, suave e inocente. Sin embargo, parecía arañar, atraer, atrapar. Parecía cantar una tierna melodía de cuna, como aquellas que le cantaba su madre cuando era pequeño. Aquella voz le hablaba de magia, de posibilidades, de esperanza y sueños. Era encantadora, voz de ojos calmos de mar. Aquella voz le incentivaba a poder soñar.

Sonríe, no con una de esas sonrisas bellas alabadas por los caballeros ni envidiadas por las mujeres. Es una sonrisa algo cruel, un poco torcida, algo más desbaratada. Pero no deja de ser una sonrisa. Sumerge su mano en el agua, rodeándose de aquellas sensaciones, entrando un poco más en los cofines de la mente del joven mago. Tanto potencial, tanta magia. Debe de ser suya. Finalmente, el plan está en marcha. Empuja con los dedos, alcanza, agarra y cierra.

Para Arthur siempre existieron líneas marcadas en cuanto a aquellos que merecía su respeto y aquellas escorias que eran menos que él. Siempre hasta la llegada de Merlín. Es incapaz de estarse quieto por enésima vez en dos días. Ha peleado con su padre unas diez veces, gritado a Uther y alejado a Morgana de tantas maneras como le fue necesario. Ha pensado en recurrir a la magia, pero no sabe con quien. Merlín llegó a su vida para cambiar todos sus criterios, sus enseñanzas y su buen sentido. Obviamente, era completamente absurdo que siendo todo culpa del muchacho, fuera él quien no pudiera encontrar la paz en esos momentos.

-La temperatura no baja. -La voz de Gaius era ronca, áspera, y bajo sus ojos comenzaban a delinearse ojeras de cansancio. Merlín lo era todo para el anciano, se notaba en la forma en que lo miraba, en que cuidaba de él. Que Gaius no pudiera hacer nada para curar a Merlín no hacía más que exasperar a Arthur.
-No puede seguir así… -Negó con la cabeza antes de continuar su oración. No podía volver a contemplar la perspectiva de que Merlín muriera, era demasiado inverosímil, le quedaban muchas cosas por entender, y no podía dejar que todo quedará sin responder.

Los labios de Merlín se abrieron, y tanto Arthur como Gaius contuvieron la respiración. Un par de vocablos sin sentido emanaron con lentitud. Delirios. Merlín deliraba y aunque jamás lo admitiría a nadie, Arthur comenzaba a preocuparse demasiado. Su padre debía de estar cuestionando nuevamente que hacía en la habitación de un misero sirviente. Explicar que Merlín no era un sirviente cualquiera estaba fuera de discusión.

-Príncipe Arthur, lo lamento, -Gaius miraba el suelo, tenía el rostro acalorado y las manos bañadas en sudor. El sudor de Merlín, que intentaba quitar con paños fríos. Arthur comenzó a levantar un brazo, sus ojos fijos en el paño, pero lo dejó caer. Algunas cosas debían seguir confusas, aún frente a la muerte.

Extrae, redondea, canta. Una voz melodiosa de joven infante, cargada de golosinas, de magia y pureza. Tan lejana y tan cercana, canta al corazón que toma en sus manos con mentiras y engaños, lo envuelve en colores brillantes, le llena de ansias de otra vida, y lo remueve, como si de una cocción se tratase.

Merlín será suyo o de nadie.

Arthur siempre se creyó de reacciones rápidas, pero le tomó caerse de la silla para registrar los eventos antes sus ojos. Palabras que no eran palabras pronunciadas por los labios rojos y enfermos de Merlín. Una luz amarilla envolviéndole, poco a poco hasta cubrirlo de pies a cabeza y luego, la oscuridad y el silencio.

Un segundo le tomó creer que Gaius le haría salir de la habitación, cinco más entender que Merlín ya no respiraba. Una nada le llevó agarrarse de la silla, ojos cerrados y el silencio golpeando contra sus oídos.

Aunque no lo supo hasta entonces, Arthur comprendió en ese instante una verdad que negaba su cuerpo, su mente y hasta su alma, le llegada de Merlín había acallado la soledad.

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