Jun 10, 2008 15:58
Una de las características de las que los Gryffindors podían enorgullecerse con justa razón era su incomparable testarudez para alcanzar sus objetivos, generalmente llamada perseverancia por sus miembros para retrasar el momento en que fueran tildados de cabezotas. Y Sirius Black ciertamente era un orgulloso ejemplo de esto, siendo capaz de mantener acaloradas discusiones hasta quedarse sin voz o sostener un silencio perpetuo, ofendido, con tal de demostrar su punto. No importaba cuántos años pasaron por la vida del hombre.
Pero desafortunadamente, él no era el único en su casa que se manejaba de esa manera, y si había algo de lo estaba seguro que carecía por completo, era paciencia para aguardar que el otro se cansara, más a sabiendas de que la ley del hielo era su especialidad y él no soportaba que lo ignoraran deliberadamente.
Así pues, este hecho finalmente lo llevó a irrumpir en el estudio, donde encontró a Draco sentado en un sofá cerca de la chimenea, e inclinarse sobre los apoyabrazos hasta quedar a unos centímetros de la mueca desafiante que se esbozaba en su rostro pálido. Sirius apretó los dientes, odiándolo por su impasibilidad como tantas otras veces, y, pasados unos segundos, masculló:
-Lamento haber destrozado tu escoba. ¿Contento?
El rubio no le contestó, y en cambio se reclinó tranquilamente hacia atrás, mientras su mano derecha dejaba con toda calma el libro que había estado leyendo en una mesita al lado.
-¿Es todo lo que tienes por decir?
El animago le dirigió una mirada furibunda. ¿Él se estaba disculpando y el muy condenado tenía la cara de exigirle algo más?
-Ya te dije que no fue mi culpa.
Y ninguna fuerza sobre la tierra le quitaría esa verdad de la cabeza.
-No es eso lo quiero escuchar, Black, y lo sabes-ojos grises entrecerrados, el mentón elevado, las manos sobre las piernas como educado caballero. Destilando desagrado y arrogancia en su mirada, sí, sin duda un aristocrático.
Estuvo tentado a vociferar que lo olvidara y salir dando un portazo, pero igualmente se quedó en su sitio. Por mucho que le costara admitirlo, sí había tenido una porción de responsabilidad en el incidente. Y no estaba dispuesto a pasar otro día como un fantasma en su propio hogar.
-No debí-empezó a regañadientes, cual actor que recita una línea puramente aborrecible- haber dejado la poción desintegradora encima de su estante.
-Justo en el borde-recriminó el rubio, sin variar en su expresión facial.
-Eso también-aceptó Sirius, negándose pese a sí mismo el añadir que bien podría comprar otra escoba cuando quisiera y que a cualquiera podría haberle pasado-. ¿Eso es suficiente para ti o esperas que me ponga de rodillas?-por supuesto, era inevitable un poco de mordacidad en sus palabras.
La ceja rubia se alzó en un gesto típico de los Malfoy, y Draco le estudió los ojos fríamente, calculando la furia apenas controlada. Al final, la piel del entrecejo se arrugó.
-Te tardaste mucho-y percibiendo quizá que el animago estaba punto de estallar, agregó-; pero te perdono.
-Bien-replicó, dando el asunto por concluido. De repente se sintió aliviado, como si se hubiera librado de un gran peso del que no había sido consciente. ¿Es que en verdad había esperado algún perdón por su parte? Se dio media vuelta abandonar la habitación, desconcertado por esa sensación de ligereza, ignorante de la sonrisa satisfecha que se esbozaba a sus espaldas.
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Nota: Esta idea y el tiempo que me tomé para escribirla me tomó literalmente menos de un día. Ustedes dirán si al final el resultado fue bueno o un completo desastre.
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