Una cita. Un comienzo. [Fandom: Hetalia]

Nov 27, 2011 21:27

Autor: Usagi-Asakura
Fandom: World Series: Hetalia.
Disclaimer: Personajes a Hidekaz Himaruya.
Claim: RusiaFem/Prusiafem/RusiaFem [Anya/María/Anya]
Advertencias: Universo alterno. OCC de mi parte. Es la primera vez que escribo una relación chica-chica. Corregiré, cambie el nombre de la rusa de Ivanna a Anya, por que no sabía que hacia le habían puesto “oficialmente”, y si no es así, pues mil disculpas, pero el nombre me convenció. Le puse el nombre de Yaterin a la versión masculina de Ucrania, y Natan al de Bielorrusia. Disculpen si ofendo el ojo del lector.

Como dije, mucho OCC de mi parte, creo abra algún lemon no explicito, solo algunas pequeñas ideas de… Así que, si no te gusta el Yuri…gezzz, no leas.  Personajes a Hidekaz. Hecho para la tabla periodística de musa hetaliana. Gracias a mi correa personal. Ya lo vamos acabando. Lererere~


--Tres--

¿Por qué?

María despertó a las primeras horas de la mañana con una sensación de ansiedad recorriéndole el cuerpo.

¿Por qué?

Aún no lo sabía.

Lo primero que usualmente hacía al despertar era envolverse con sus mantas y decirle a su hermana el típico “unos minutos más”. María notó que sus mantas olían diferente y la voz de su hermana nunca llegó a sus oídos. Un poco angustiada se levantó de su lugar, preguntándose si no estaría soñando, ¿desde cuándo su habitación se encontraba tan ordenada?

-Buenos días, María -le  dijeron.

-Bueno di… -las palabras quedaron en su garganta, ¿qué demonios hacía la molesta rusa en su casa?

La joven albina se quedó los siguientes diez minutos en silencio, tratando de ordenar cada una de las ideas inverosímiles que podía imaginar. Según recordaba, ya más despierta, ambas habían quedado el día anterior.

Habían decidido tener una cita, o más bien, la rusa había hecho que ella la citara en aquel lugar, donde dos idiotas habían aparecido y la habían molestado. Entonces, María recordó que no pudo más que ir a rescatarla, ¿por qué no se encontraba agradeciéndole?

Bostezó un poco, ¡cómo le costaba despertarse! Después… Recordó que habían llegado a su casa, María se había despedido presurosamente y… y… La rusa la había retenido en contra de su voluntad (la comida caliente y la curiosidad no habían sido parte importante para que ella cediera, ¡claro que no!)

Anya le había traído una bebida que al principio le había parecido amarga, pero con el pasar de los tragos, sólo le hacía pensar que se encontraba demasiado feliz. El frío que había tenido en su momento se había desvanecido conforme se vaciaba la botella. Entonces, María recordó que sólo dijo un “sí” y todo se había vuelto oscuro.

¡La jodida chica de ojos lilas la había emborrachado!

Argh, mierda, pensó.

-Me emborrachaste -afirmó.

Anya le dedicó una sonrisa dulce y se estiró en la cama de forma adorable. María le siguió mirando, no entendía qué era lo que había pasado, claro, sólo… habían amanecido en la misma cama. Eso no podía significar lo que temía que significaba, ¿o sí? Sintió un estremecimiento.

-¡Me emborrachaste! -exclamó-. ¿Cómo te atreviste?

-Te equivocas, querida María -le dijo de una forma que hizo estremecerse de miedo a la prusiana-. Sólo te di de beber para que entraras en calor. Pero te gustó tanto el vodka que no fuiste feliz hasta que te terminaste la botella -contestó y volvió a sonreír Anya─. ¿Bajamos a desayunar?

-¡No, gracias! -rechazó María-. ¡Podrías ponerme algún somnífero en la comida!

-¿Me crees capaz? -dijo Anya.

-Creo que eres capaz de eso y mucho más.

María se quedó quieta, observando cómo la otra se desperezaba de nueva cuenta. Miró con cierta timidez la habitación de Anya. Las paredes eran de un color rosa que no rayaba en lo cursi, con pequeñas fotos de personas que María suponía que eran la familia de la rusa. Sin embargo, lo que más le llamó la atención, fue aquella pared de la izquierda que poseía una particularidad. Era un completo mural que simulaba un campo de girasoles. Ahora que lo notaba, Anya gustaba mucho esas flores, siempre la había visto con algún prendedor, adorno o una flor en sus manos.

El corazón se le detuvo, cuando en el buró de al lado pudo ver una foto de ella. Estaba sonriendo, ese día había obtenido la victoria de toda la zona estatal. Ah, le había costado un poco el obtener la victoria, podría decirse que la otra capitana le había dado batalla, así que la victoria había sido doblemente satisfactoria. Y extrañamente una duda surgió en su cabeza al ver aquello.

-¿Desde cuándo? -preguntó.

-¿Disculpa?

-¿Desde cuándo supuestamente estás enamorada de mí? -repitió María. No es que le importase del todo, pero debía admitir que tenía curiosidad por eso.

-Mm… -Anya pensó un poco la respuesta mientras tomaba el peine de su tocador y regresaba a la cama-. Desde que teníamos doce años.

¿¡Tanto tiempo!?, quiso gritar. Mas calló. Aquello sí que la había sorprendido por completo, María apenas hacía tres días que la había notado y la rusa llevaba más de cinco años pensando en ella. Se sintió un poco culpable por verla sólo como la rival que le quitaba la atención que sabía que sólo ella se merecía.

-María -la llamó antes de acercársele y besarle, como lo había hecho ese día en la biblioteca.

María sólo atinó a abrir de la sorpresa los ojos. Otra vez la rusa hacía eso y ella no hacía atisbo de moverse. La alemana se sintió idiota y mucho menos entendía cómo es que se dejaba manejar por Anya, quien no sólo la estaba besando, sino que ahora la muy desgraciada le estaba metiendo mano por debajo de la pijama que llevaba puesta. María sólo atinó a cerrar los ojos. Se sintió incapacitada para reaccionar de alguna forma. Nunca había pensado en qué hacían dos personas en la intimidad. ¿Por qué hacerlo cuando su cabeza estaba repleta de deseos de que todo el mundo la admirase?

¿Qué demonios se hacía?

La mano de Anya masajeó un poco uno de sus pechos y ella jadeó. Esa caricia le hizo sentir una sensación electrificante por todo su cuerpo y sin querer se removió, dejando que la rusa se acomodara en medio de sus piernas. María notó que extrañamente sus cuerpos se acoplaban y volvió a sentir unas cosquillitas en su estómago, como si fuera a vomitar de la emoción.

Joder. Joder. Y más joder.

Anya desabotonó poco a poco la camisa amarilla que llevaba puesta María y esta no tuvo tiempo de preguntar qué mierda hacía, porque la punta de su lengua se dedicaba a lamer lentamente el pezón de su pecho. María volvió a jadear y se mordió los labios.

-Espera… -murmuró. Pero Anya no obedeció, así que la joven alemana se sintió aún más confusa por sólo permitirse estar impaciente por todo lo que le estaba haciendo la rusa.

Al comenzar la mañana nunca hubiera imaginado que terminaría haciendo eso con la chica, quien seguía explorándola, ignorante de todo lo que en ese momento ella sentía, esa confusión que la estaba deteniendo, porque al fin y al cabo ella odiaba a la rusa, ¿no?

¿Por qué le estaba permitiendo todo aquello? ¿Por qué simplemente no la derribaba con un certero golpe?

¿Por qué?, pensó alterada.

Cuando sintió que Anya comenzaba a bajarle la parte inferior del pijama se aterró, eso ya era demasiado para ella.

-¡Joder, no! -exclamó alterada mientras aventaba a la rusa lejos de sí.

-¿María? -preguntó Anya medio trastornada por la reacción de la alemana.

María estaba con las mejillas sonrojadas, el cabello desparramado en la almohada y cerraba los ojos con fuerza

-¿Estás bien? -cuestionó.

¿¡Que si estaba bien!? ¿Cómo demonios iba a estar bien? ¡Si casi iba a ser despojada de su virginidad! María la miró a los ojos.

-¡Claro que no! -exclamó antes de que la otra pudiera decir nada-. ¡Sabes muy bien que…! Te dije que no me gustaba que me tocases, ¿por qué no lo entiendes?

Anya se sintió culpable en cierta forma. Sabía que si de buenas a primeras hacía todo lo que estaba a punto de hacer, María se alejaría. Pero ella no podía soportar el tenerla tan cerca y no poder tocarla o besarla. ¿Acaso María no la comprendía?

¡Por supuesto que no!, pensó Anya.

María simplemente no la entendía porque no la amaba. Entonces sintió un desasosiego en su corazón. El insoportable sentimiento de no ser correspondida dolía más de lo que esperaba.

-Lo siento -se disculpó Anya antes de echarse a llorar silenciosamente.

-Oye, no… -trató de decirle algo María.

Sin embargo, María volvió a callar y se dedicó a escuchar a la otra sollozar. No era que le gustase verla llorar, quiso decirle. María se sentía confundida al darse cuenta de que las caricias de la rusa le estaban agradando más de lo que se suponía cuando debían asquearla. Estaba vacilante ante toda esa situación que era nueva para ella. ¿¡Por qué mierda era débil ante las lágrimas de otras personas!?

¡Ah!

¡Estúpida rusa que jugaba sucio con ella!

-Oye, no es que… -María recordó a su hermana menor, quien siempre se calmaba con un abrazo y un beso en la frente, así que realizó lo mismo con la rubia-. Ni… Ni siquiera hemos tenido una cita y… tú quieres que tengamos… se… se… eso… -tartamudeó tímida. Sabía que eso sonaba como una estúpida excusa, pero por el momento era lo único que se le había venido a la mente. Y como si aquello fuese una declaración, pudo notar cómo la rusa dejaba de gimotear y se lanzaba a sus brazos para estrujarla.

-¿En serio tendremos de nuevo una cita?

-Sí -confesó María en voz baja, pero con la suficiente fuerza para que la otra la escuchara.

-¿Puedo besarte? -preguntó de repente Anya.

-¿Por qué demonios preguntas eso? -Anya sonrió y María sintió que sus mejillas se sonrojaban ante eso. ¡Joder! ¿Qué demonios tenía la rubia para hacerle reaccionar así?

Justo cuando sintió el aliento caliente sobre sus labios, la puerta de la habitación se abrió sorpresivamente, dejando ver a un joven rubio, quien miró a ambas y atinó a decir “¿Qué significa esto?” antes de desmayarse.

---

-¿Entonces?

-¿Entonces, qué?

-¿Qué pasó ahí?

-¿Qué pasó?

Yaterin se masajeó la cabeza con nerviosismo, ¿por qué Anya se lo ponía tan difícil? ¿No era suficiente con encararle de buenas a primeras que estaba enamorada de una chica, sino que, además, se tenía que encontrar a su dulce Anya encima de ella en su habitación?

-¿Me dirás? -preguntó Yaterin.

Anya estaba más que ansiosa por contarle sobre María a su hermano mayor, sin embargo, algo le decía que si le contaba todo a su hermano, María lo tomaría mal. De hecho, aún recordaba aquella miradita de: “Si les cuentas, te juro que nunca más te vuelvo a hablar”. Anya calló, en verdad era feliz por que su hermano se preocupara por ella, era algo que agradecía porque Yaterin era muy dulce, pero no podía. Aún no.

Yaterin la miró con curiosidad, suspiró.

-No me lo dirás, ¿verdad? -dijo más como una aseveración que como pregunta-. De acuerdo, de acuerdo. Recuerda que Natan es más celoso -aclaró Yaterin.

La rubia sintió escalofríos de miedo. Su hermano menor, Natan, siempre era quien le había causado más problemas. No quería imaginar qué haría con María si se enterara de que era su novia, ¿de dónde había sacado la idea de que en el futuro ella se casaría con él? Cabeceó, abatida.

-Lo sé, lo sé -murmuró la rubia.

-Sólo quiero que sepas algo -le dijo antes de ponerse de pie y acercársele-. Sea quien sea tu pareja, te apoyaré, ¿sí? -le acomodó aquel moño suelto de su conjunto de ropa. Anya le sonrío como cuando era pequeña y le abrazó.

-Gracias.

Yaterin correspondió el abrazo y rogó al cielo que aquel que saliera con su hermana comprendiera lo que se estaba llevando. Anya era su muy querida hermana menor y no permitiría que nadie la hiriese.

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María se adentró en su habitación. Era más de mediodía y todo lo ocurrido en la mañana la había cansado. Ese día era de locos, West la había regañado, primero por no avisarle de que se quedaría en casa de su amiga y segundo por andar hablándole en un estado inadecuado.

La chica de ojos rojos se acomodó el pelo, se quitó la ropa sucia y se adentró a su baño, donde se permitió cerrar los ojos y poder darle cavidad a algo de cordura. Desde que Anya la había acorralado hasta ese momento, María sentía que toda la situación con Braginsky se le estaba escapando de las manos. A ella simplemente eso no le gustaba, ¿por qué hacerlo cuando a la causante la consideraba su peor enemiga? Entonces, ¿por qué le había permitido hacer todo “aquello” en su habitación? Hundió su cuerpo en la tina, esperanzada en poder quitarse toda esa maraña de cosas que tenía en la cabeza. El simple hecho de poder albergar sentimiento alguno por Anya Braginsky la aterraba y, por primera vez en mucho tiempo, María se sintió confundida.

Continuará…

Dos más y terminamos… Oawww! Son cosas tan cortas, tan cortas y fail, lererere (8)


claim: rusiafem/prusiafem, tabla relaciones, fandom: hetalia, fanfic: una cita. un comienzo.

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