Aug 25, 2006 19:34
Al entrar, no tuvo esa impresión como las primeras veces de "me he equivocado de despacho". En realidad, su despacho estaba igual que siempre. El cartel de fuera seguía rezando "James Wilson, M.D." de manera clara y directa; dentro, no se había alterado en absoluto el meticuloso orden; y hasta la taza de café que se había preparado antes de irse para matar el sueño continuaba posada sobre la mesa. Lo único diferente allí era que su asiento ahora estaba ocupado. Por él. Por House, claro. Porque, si no era él, ¿quién otro le esperaría dando vueltas en una silla de escritorio?
Al verle, House dejó de impulsarse con la pierna sana y le miró directamente. Tenía una cuchara pequeña en la mano - la identificó como la que había utilizado un rato antes - con la que le apuntó, acusador.
-¿Qué le has hecho al café?
-¿Cómo?
-Que qué le has hecho. Al café. - le enseñó la cucharita como si fuera la clave para resolver un gran caso - Con ésto.
-¿Revolver el azúcar? - aunque su cara expresaba con claridad "no sé qué te propones, pero devuélveme mi sitio".
-¡Wilson, cada día más lúcido! A este paso Chase te alcanzará.
El oncólogo prefirió no contestar y esperó a que House agregara algo, una noticia que a él le resultara importante, un chisme sobre cualquiera del hospital o simplemente otro agrio comentario, pero para su disgusto no dijo nada. Éso significaba, por desgracia, que House sólo estaba allí con el propósito de fastidiarle un rato.
-Vale. ¿A qué viene esto?
-Dos horas de maldita consulta, otra más con un diagnóstico, quince minutos con Cuddy. Y no hay nadie en la enfermería.
-¿Y eso en qué te afecta?
House sacó de su bolsillo el frasco de Vicodin, tomó una única pastilla y la hizo desaparecer dentro de su boca.
-Esa era la última.
-Ya veo.
A veces se preguntaba si todo lo que hacía no estaba premeditado, porque mira que tuvo tiempo para tragarse la pastillita. Pero no, allí estaba tomándola frente a él, agitando el tarro vacío con expresión de tristeza y sujetando sólo con su boca el lado alargado de la cuchara, como si se hubiera pasado el día esperándolo.
-House, esa pila de ahí son todas las historias clínicas que tengo que revisar.
-¿Y qué haces paseando por ahí? - no se le entendía muy bien con el cubierto en la boca, pero captó el mensaje.
Suspiró, cansado.
-Tengo que revisarlas para hoy, House.
-Pues más razón todavía. - y dicho esto guardó el frasco, se acomodó en la silla y miró a Wilson con ojos de "no me pienso mover".
El oncólogo, por su parte, ocupó una de las sillas que suelen usar quienes van a dialogar con él. Se acercó el montón de papeles bien acomodados, dispuesto a comenzar la dichosa faena que bien sabía, House intentaría volvérsela insoportable.
-No me gusta el café con azúcar. - anunció éste sin previo aviso, cuando Wilson tomaba el primero de los documentos.
-Oh, perdona. La próxima vez me haré a mi mismo el café a tu gusto.
No llegó ni a la tercera línea cuando oyó un sonido metálico, una especie de campanilla no muy aguda, que repetía el ruido una, y otra, y otra, y otra vez. No quería ni imaginarse que House seguiría con aquello todo el rato. Ahora, hubiera dado cualquier cosa por no haberle puesto azúcar al dichoso café. Cualquier cosa porque House lo bebiera así y se largase. O, sencillamente, cualquier cosa por haber tirado esa estúpida cuchara a la basura.
Aún pasados unos minutos, House continuaba revolviendo el café. Wilson fingía ignorarlo, pero ese tintineo contra la cerámica de la taza le ponía a cada momento más nervioso. Más bien, le ponía nervioso no poder concentrarse. Así que el verdadero problema era que House lo distraía; bueno, House no, claro, sino la maldita cuchara. La maldita cuchara y la condenada taza de café. Y el persistente tintineo.
-House, ¿harías el favor de dejar eso? Intento concentrarme.
-Siempre he creído que tienes mucha fuerza de voluntad.
-Yo la llamo paciencia.
-Y yo pérdida de tiempo.
Se acomodó en la silla, bajó la mirada hacia las historias e intentó leer, pero las oraciones se entremezclaban con sus pensamientos y todo sonaba a “paciente nacido el tal del cual año, que es un imbécil por distraerlo de tal manera, sometido a transplante de tal órgano y también han de cambiarle el cerebro debido a su avanzada testarudez...”.
Y así continuaba hasta el final del documento, dándose cuenta, con el tintineo de la cuchara de fondo, que no había entendido una sola palabra.
Entonces pensó que tal vez House tendría razón, que revisar los papeles en su presencia era una pérdida de tiempo, que debería dejarlo para otro momento. Pero, la verdad, no quería darle la satisfacción de decirle “House, has vuelto a llevarme al borde de la histeria, tú y tu encantadora indiferencia”. Aunque dudaba llegar a decir nunca semejante cosa, así que dejó de darle vueltas - o, al menos, eso intentó, porque House no paraba de distraerlo con el ruidito -.
Pasados casi cinco minutos y cuando ya estaba pensando en marcharse, el sonido metálico se acabó tan súbitamente que Wilson levantó la mirada de sorprendido. Ahora House, quien no parecía dispuesto a volver a probar la infusión, tenía la mitad de la cuchara dentro de su boca, y saboreaba el gusto endulzado que había adaptado de tanto revolver. Giró el cubierto de manera que pudiese degustar la parte inferior, y sus labios envolvieron la cabeza de la cuchara como si quisiera atrapar todo el azúcar que quedase y arrastrarlo hasta los límites del utensilio. Wilson desvió la vista, por alguna razón azorado ante lo que veía, e intentó comprender un montón de palabras sin aparente relación unas con otras:
“...sometida a no sé qué por tantos días y cuándo se dignará a parar debido a su severa incapacidad al comportarse como una persona normal...”
House parecía disfrutar especialmente con aquello. O tal vez no, tal vez ni siquiera se enteraba mucho de lo que hacía, pues miraba al vacío como si no hubiera nada más interesante en el mundo. Provocando un encogimiento en Wilson, comenzó a lamer con descarado desinterés el mango de la cuchara, decidido a no dejar el mínimo rastro de azúcar en ese objeto.
“...operada de un soplo y como siga me va a dar también algo cardíaco, éxitosamente por el cirujano que terminaré amputándole la lengua...”
Continuó jugueteando de esa manera, mientras los segundos pasaban y pasaban, y Wilson tenía que hacer cada vez un esfuerzo mayor para leer las frases que sólo le recordaban lo que intentaba dejar de ver. Otra mirada de reojo y ahora House se centraba en la parte superior de la cuchara, donde estaba la típica concavidad, lamiéndola como si se tratase de la más deliciosa piruleta. De vuelta a los papeles y ahora sí que su mente no captaba nada:
“...atención especial a no sé qué por tantos días y cuándo se dignará a parar debido a su severa incapacidad al comportarse como una persona normal...”
De verdad que parecía algo placentero, a juzgar por sus movimientos, todos tan, tan... Volvió a bajar la mirada, intentando ocultar el ardor de su rostro.
“...derivado el tal del cual año a obscenología...”
Y seguía, y Wilson estaba seguro que sabía que lo miraba, pues aquello ya era demasiado para ser casual. Sabía que intentaba llevarlo al límite, y lo peor es que acabaría consiguiéndolo.
“...de acuerdo a los resultados considero al paciente un maníaco...”
Y seguía, y no parecía tener el mínimo interés en dejarlo de una maldita, maldita vez...
“...un trastornado...”
...De verdad, ¿es que no pensaba parar?
"...y un lunático."
Ya llegado a ese punto, House hizo algo que le tomó desprevenido - se le erizó el vello de la nuca con sólo verlo -. A lo mejor quería tragarse la cuchara, porque se introdujo más de la mitad en la boca de forma tan repentina como sugerente. Tan sólo para volver a deslizarla entre sus labios, sostenerla un segundo con la fuerza de éstos y finalmente, alejarla con la mano.
Le sonrió con cierto aire burlón; y es que Wilson ya no había podido apartar la mirada.
-¡Jimmy! ¿No tenías que revisar las historias para hoy?
-Sí, esa era la idea. - logró tensar los músculos de la cara en un intento de sonrisa.
Hubo un momento de pausa, en el que Wilson no volvió a concentrarse en sus papeles ni House en la cuchara. Simplemente esperaron, sin saber muy bien qué. Mucho menos por qué.
-¿Sabes que esa cuchara es la misma que usé yo antes? - se le ocurrió decir a Wilson, con tal de romper el silencio.
El otro médico sonrió enigmático, antes de clavarle sus dos intensos ojos y decir:
-Lo sabía. Por eso tardé tanto rato en dejarla.
Se le hizo un nudo en la garganta al oír esto, como si se hubiera ajustado mucho la corbata. O, mejor aún, como si la cuchara de House se le hubiera quedado atorada al intentar tragarla y no lo dejase respirar.
-A estas horas ya habrán abierto la farmacia. - echó una ojeada a los papeles, antes perfectamente organizados, ahora desaparramados sobre el escritorio como si hubiera pasado un huracán. Le hizo gracia ver tanta diferencia. - Que se divierta con las historias, doctor Wilson.
Él sólo atinó a asentir con la cabeza, mareado, cansado, confuso. Esperó a que House desapareciera del todo antes de que las preguntas se abalanzaran en su mente... por si acaso.
Todavía, aún cuando hacía rato que House se marchó del despacho, seguía preguntándose si todo y cada pequeña cosa que hacía no estaba premeditada. Algo tan pequeño como esa cuchara. Quizá, incluso, hasta había planificado la participación del azúcar. Tal vez, hasta la cuchara y el azúcar se habían aliado...
Como no logró poner sus pensamientos en orden, decidió continuar con el trabajo y mantenerse despierto, esta vez, evitando el café.