[Fic] [Pereza] Hasta encontrarnos

Sep 04, 2012 12:25

Fandom: Pereza (RPS)
Pairing | Género: Rubén Pozo/Leiva | Angst/Fluff.
Palabras: 2.100
Rating | Advertencias: MA | Situado en mi cabeza más o menos en la gira de "Algo para cantar".
Notas: Sí. Esto llega dos años y medio tarde, pero por mis narices que llegaba. Para _nereis_ por la subasta que se hizo para help-chile (SI JODER XD), y siento millones el retraso pero al menos espero que te guste :)


Hasta encontrarnos

Qué alegría, qué buen día, qué bueno tenerte
Qué bien estoy, quién me lo diría
Cada día que sale el sol, salgo a verte

Es viernes, mediodía, y hace un calor asesino en Madrid. Está siendo un verano horrible, pegajoso de mañana a noche… y de noche a mañana. Es insoportable, sofocante, y le tiene hasta las mismísimas pelotas.

No puede dormir, pensar en comer le da calor, no queda agua de la nevera y antes muerto que salir de casa. Ni siquiera consigue componer, el boli y el papel pintarrajeado con palabras y versos sueltos que no saben a dónde quieren llegar mirándole acusadores desde el suelo.

Alarga la mano hacia la mesa y, sin abrir siquiera los ojos, gira el pequeño ventilador hacia su estómago, y el aire le produce una momentánea sensación de frescor al chocar contra su piel, inevitablemente cubierta por una fina capa de sudor.

Con un suspiro coge de nuevo el folio y relee lo escrito entre dientes, intentando imprimir algo de ritmo a las palabras pero es difícil porque por mucho que intente ocultárselo, sabe para quién va la canción y no sabe si quiere volver a caer en ello.

Tacha, una vez más, la frase. La Frase que no le deja en paz, que se le clava en la mente. Sabe que tiene que hacer la canción para que se vaya, porque funciona así, pero no quiere empezarla siquiera, solo escribe palabras, líneas, sin juntarlas por miedo a donde le vayan a llevar.

Se enciende un cigarro y echa el humo en bocanadas cortas, tarareando alguna melodía desconocida, (escupe-lo~), y parece que finalmente se decide y lo escribe en grande, en trazos rectos y repasados por todo el folio.

NUNCA-HE-CONOCIDO-A-NADIE-COMO-TÚ

Da vueltas al mechero entre los dedos, con el cigarro olvidado colgado precariamente de la comisura de sus labios, mirando como las letras se escapan del folio y se le fijan más en la mente, inundándolo todo como lo hacen los ojos que está viendo sin realmente pensarlo.

Le sobresalta el timbre sonando, una, dos, siete veces y sabe que es Leiva porque solo él puede ser tan cojonero hasta para llamar al telefonillo.

Se queda encaramado a la puerta y ríe cuando Leiva aparece por las escaleras con una caja entera de cervezas.

- Dime que están frías.

- Se te va a congelar el cerebro, chaval.

- Oh, sí. Déjalas en la nevera, anda. Pero antes...

Le coge una y la abre directamente con el mechero que tiene en la mano, acercándosela a los labios. Es vagamente consciente de que Leiva no va hacia la cocina pero le da igual, el amargo líquido bajando por su garganta, las gotas que le rebosan acariciando su mandíbula con sus dedos helados.

Termina de beber y levanta los ojos hacia Leiva, que le mira con una expresión que no sabe descifrar, como... paralizado. Sonríe.

- Tío, eres un puto cerdo - dice con naturalidad, y limpia con su propia mano la barbilla mojada de Rubén.
A éste no le sorprende darse cuenta de que se está empalmando.

Sonríe y para ocultarse se gira por el pasillo hasta la cocina. Leiva le sigue, dócil como un corderito. Rubén vacía su botellín de otro trago y cogen uno para cada uno, saliendo hacia el salón.

- Y qué, ¿qué andas haciendo?

- Morirme de calor en este puto horno que tengo por casa.

Las carcajadas de Leiva resuenan en el pasillo, y Rubén recuerda el lío que tiene alrededor del sofá, con los folios repartidos por toda su extensión y debería esconderlos porque sinceramente no quiere que Leiva lo vea pero no hay mucho que pueda hacer. Abre su cerveza y espera a que lleguen para oír la exclamación de sorpresa de su amigo.

- Whoa.

- Ya, es que, bueno - suspira -. Tengo algo, ¿sabes? Algo guapo, creo, algo que me gusta, en la puta cabeza y no hay manera de convertirlo en... En nada.

Leiva frunce el ceño un poco porque es raro, en general, que a Rubén no le salgan las canciones. Puede que las cambie mil veces pero siempre las trae completas, hechas de una vez, a veces con frases absurdas en la mitad, de relleno, que pueden acabar mutando o no. Es algo que le gusta de él, esa inventiva y esa seguridad que a la hora de componer le falta a veces a sí mismo.

Coge una hoja del suelo y la lee, bajo el intento de mirada indiferente de Rubén.

hoy vamos a hacer lo que no hemos podido quiero hacerlo esta noche

contigo CONTIGO

Leiva le va a decir algo y sabe que le gusta pero Rubén niega con la cabeza.

- Bueno, ahora, deja la canción ahí y bebe.

Rubén obedece.

**

Cinco cervezas más tarde Rubén empieza a olvidar sus problemas la canción, la química y todo mientras la bruma del alcohol le envuelve el cerebro y todo parece más fácil con lo que hay a su alrededor. La espalda de Leiva, que escribe en un papel apoyado en la mesa, se marca contra su camiseta, una, dos, cien vertebras que le marcan el camino.

Sabe que hay una razón por la que no debería estar pensando eso pero no se acuerda.

Leiva se levanta y le pasa lo que ha escrito. Rubén reconoce sus frases, inconexas para él, lo ha escrito durante horas sin saber cómo unirlas y ahora están ahí-

no voy a ser más mi propio enemigo

en la letra de Leiva, pequeña y de letras juntas y torcidas.

- Esto me flipa, Rubén. Podría cerrar un concierto perfectamente, o antes de los bises, las dejaríamos a todas locas, ¿sabes?

Rubén ríe.

- No sé, aún no tengo clara ni la melodía, aunque me gustaría que la idea calase. Que escuchen esta canción y que quieran salir de fiesta a quemar la ciudad, a hacer lo que nunca se atrevan. Es, no sé - se enciende un cigarro y le sabe a gloria, el puto tabaco - quiero que haga lanzarse a la gente.

Leiva sonríe con los ojos entrecerrados clavados en los suyos, la mirada baja.

- Te entiendo, tío, te entiendo.

Meriendan pizza fría que tenía Rubén de la noche anterior y para cuando el sol se ha ido ya están con la guitarra, me importa un huevo el vecino, y Leiva ha tenido que bajar a por más cervezas.

Están decididamente borrachos. Y como siempre, cuanto más borrachos, mejor les parecen que tocan. Corean las partes que tienen de la canción. Miguel ríe enseñando el cuello y desafina, canta demasiado alto. Rubén se confunde en dos de cada cinco notas pero a quién le importa si por fin tiene su canción.

Mañana se acordará solo de la mitad y llorará por no tener una puta grabadora para estas cosas.

Deja la guitarra para berrear la misma estrofa que han repetido hasta la saciedad la última media hora a capella y la terminan riendo a carcajadas, Miguel tumbándose sobre el hombro de Rubén, la respiración en su cuello, las manos apoyadas en su regazo, él medio tirado en el sofá, deseando hacer y dejar de pensar.

Acaba tirado en sus piernas, mientras Rubén se fuma un cigarro y el humo pasa por encima, le manda perfectas ‘O’ que se estrellan en su pecho. Es agudamente consciente de los omóplatos de Miguel contra sus muslos, del calor que emanan, de sus manos sobre su propio estómago, libre hace rato de la privacidad de una camiseta porque un Miguel borracho es un Miguel exhibicionista y eso es lo primero que se aprende con él.

Es como una tortura. Y lo peor es que lo disfruta.

- Me das calor, pesado.

La risa de Miguel llega en estertores cansados.

- Te jodes, princesa. Se está demasiado bien aquí como para que piense en moverme.

- Ya te voy a hacer yo moverte.

Se incorpora sobre un brazo y se acerca peligrosamente a su cara.

- Mira qué miedo tengo.

Siempre es así, esa magia que les rodea y que nunca sabe identificar si está o se lo imagina, o solo lo piensa él. Las insinuaciones de Rubén, la invasión de espacio por parte de Leiva, que parece tan natural como respirar, la única persona que soporta realmente que le toque cuando nadie debe tocarle.

Le licua por dentro y por fuera, se convierte en la gota de sudor que cae desde el pelo enmarañado de Miguel hasta el hueco en su garganta; quiere lamerla de una vez, recorrer el camino de vuelta parándose en su oreja, torcer y abrirle la boca con la lengua.

En cambio, sonríe, y apoya la cabeza contra el sofá. Ríe, incluso, pensando en que si Leiva volviera a apoyar el brazo en él notaría su erección y no sabe si es eso lo que quiere que pase, liberarse del secreto que le está comiendo por dentro, del miedo a saber si todo se iría a la mierda o en cambio sería perfecto.

- Hey, Rubén.

Éste alza la cabeza de nuevo y se encuentra a centímetros de la boca de Miguel. Traga saliva cuando su mirada baja de los ojos a los labios, una milésima de segundo, y no sabe de donde saca fuerzas para responder.

- ¿Sí?

Se acerca más, si es posible, todavía sin tocarle, aunque le roza el mentón al hablar.

- Hagamos una fiesta.

Adelanta los labios y le besa, y todo el autocontrol del que ha hecho gala en el último año se evapora con el roce de su aliento. Y así, mientras recorre por fin la lengua de Miguel, todo lo que ha pasado ese año, todo lo malo se diluye en su saliva, caliente y con sabor a cerveza.

Se besan como desesperados, como animales, como si el cauce se hubiera abierto con ese simple beso y ahora no supieran parar. Leiva se incorpora y se pone a horcajadas sobre sus piernas, los pitillos elásticos sobre su regazo, y se mueve intentando ejercer presión; Rubén le quiere decir que pare, que necesita un momento para pensar en lo que está pasando pero no es capaz, no tiene la fuerza mental como para parar las manos nudosas de Miguel en sus costillas, las uñas en la espalda, la lengua en su cuello.

Le desata el pantalón porque si lo van a hacer, lo va a hacer bien, ahora el botón, le cuesta coordinarse, ahora la cremallera, con cuidado, y mete la mano por el elástico del calzoncillo y Leiva le muerde el hombro en cuanto le toca, Rubén, tío, Rubén, dios, tanto tiempo, solo puedo pensar en ti cuando me toco. Rubén pierde la respiración ahí y su cerebro desaparece al notar como se deshace en sus manos, como se deshace por él, y pasa el pulgar por la punta para notar que ya está mojando, y piensa que quiere saber a qué sabe, si sabrá cítrico como el propio Leiva, como el sudor que baja por su cuello.

- Aquí, ven, tú también.

No calla, Miguel no calla nunca y le abre su pantalón y Rubén se marea en el momento que le toca, y se rozan las muñecas el uno con el otro y Miguel llora gemidos en su oreja.

- No puedo, no puedo más.

- Córrete, joder, córrete en mi mano.

Lo hace.

- Dios.

Nota el calor líquido en su mano, en su pecho y la mano de Miguel que va más rápido y se deja precipitar en el abismo, apretando la frente contra su hombro en un orgasmo violento y silencioso.

Con eso, desaparecen las noches de pajas culpables después de un concierto, pensando en el aliento de Miguel en su nuca, en los abrazos, en los besos secos que se daban a veces en la boca, cuando no les cabía dentro tanta adrenalina. Desaparecen las tardes y noches y días en las que le veía besar a las tías, sentirse enfermo de celos y después sentirse una mierda por ser feliz viendo cómo las dejaba tiradas; desaparecen los roces robados en los camerinos y los abrazos que le dejaban a medias.

Todo desaparece y solo quedan Miguel y Rubén. Lo que siempre han sido.

**
Cuando Miguel despierta tumbado en el sofá, Rubén tiene ya el cigarro en la boca y está sentado, inclinado contra el papel.

- ¿Qué haces, chalado? - le dice, con la voz pastosa.

- Termino la canción.

- Trae aquí.

- No.

- Calla y trae - estira la mano y se pega a él

- Quita, guarro, que estás pegajoso.

Miguel ríe, aún intentando coger el papel y el flash de la pequeña bombilla de las canciones se vuelve a encender en la cabeza de Rubén.

Porque qué alegría más tonta.

ship: leiva/rubén, long: one-shot, adv: m/m, rated: ma, adv: rps, * fandom: (rps) pereza

Previous post Next post
Up