Logística

Jun 19, 2005 00:58

Íbamos Jo y yo a saquear el Madrid Rock,
/verdaderamente lamentable, el fin del Madrid Rock/
cuando nos encontramos con algo más que lamentable:
¿Detestable?
¿Patético?
¿Horroroso?
¿Dantesco?

Ains, no sé. El caso es que un millón de autobuses llegaron con viejas mentes cuadradas de todos los rincones de España y del inframundo, algunos eran de Teruel (al parecer existe); otros, de Alpedrete. Iban todos felices a la verbena de la HOMOfobia. Había jóvenes, sí, señores, en la Puerta del Sol, montando un conciertillo que imitaba a Melendi, con letras verdaderamente descojonantes sobre el matrimonio y la familia y Sodoma y Gomorra lo peor. Globos gigantescos rojos y amarillos volaban por los aires. Los viejos se quitaban el confeti de sus cabezas y hombros, riendo a más no poder, con banderitas de España o panfletos poco ingeniosos sobre lo inadecuado que sería dejar a los homosexuales casarse, tener hijos, o pasear por la calle. En fin, una escena verbenera de personajes desdentados, de machos cabríos de la meseta española, etcétera, y mogollón de guardias por la seguridad tomando café, puesto que ninguna loca salió de una esquina para cantarles las cuarenta y pegarles con el bolso... Ninguna loca ni ningún homosexual de ningún tipo. Unos anarquistas daban panfletos contra la xenofobia en la plaza de Jacinto Benavente sin fumar porros, porque todo estaba lleno de pasma, pero allí no había ni rescoldo de manifestación, ni era contramanifestación ni nada. Pasó por mi lado una pareja de lesbianas que se habían encontrado con esto sin esperarlo, cual nosotros. Una señora había chillado algo así como que la verdadera familia es padre y madre y sus respectivos hijos, una de ellas murmuró entonces que también era una verdadera familia niños viendo cómo papá pega a mamá, por ejemplo. Yo empecé a marearme y bueno, puede que esté perdiendo la razón porque me pasa demasiado a menudo últimamente -en cuanto hay más de diez personas rodeándome -, pero es que no lo pude evitar: me salió del fondo de la garganta un profundo Aaaaaaasco, ¡Me dais aaaaasco! ¡La náusea! ¡La náusea!, todo trágica yo, y luego jocosamente hablaba de frustraciones pero nadie se daba por aludido. En fin, que al fin en la calle Atocha escuchamos a una viejecita todo pintarrajeada, muy gato y muy bohemia musitar algo sobre que esto en la República no pasaría, y entonces yo, sin mucho conocimiento de causa porque seguramente la República traería la misma mierda sólo que con otra faz, grité contenta:
¡Viva la República!
Y para mi sorpresa se oyeron varios vítores respondiéndome, de varias personas distintas desde varios puntos distantes entre sí, puesto que mi grito había pillado un eco hermoso y se había oído desde muy lejos.
Y lo mejor de todo es que dos calles más allá estaba Carlinhos con su buen rollo brasileño de carnavales con los sosos -si a Brasil nos remitimos- madrileños.
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