Dec 10, 2004 05:59
Trabajar es un placer, sobre todo en un trabajo que no te aporta nada, pero en el que trabajas poco. Maravillosamente poco.
El uno de octubre empecé a trabajar en el turno de noche de mi adorada empresa, a la que había mandado a tomar viento fresco cuando me dijeron de contratarme por obra y servicio. Pero el turno de noche dejaba el camino despejado para hacer el vago, cobrar algo más y sobre todo, viajar.
Efectivamente, pocos llaman de 0:oo a 8:oo (trabajo, como ya he dicho alguna vez, de telefonista): sobre todo onanistas jadeando, solitarios patéticos, clientes pedorros que no tienen otra cosa que hacer que abrir una incidencia de facturación a las tres de la mañana, y locos, muchos locos.
Además, tenemos que hacer otra cosa que se llama Back Office, pero para eso se necesitan ciertos programas que muchas veces se estropean o los informáticos intervienen de noche para hacer mejoras, y mientras tanto no tenemos acceso a ellos. Lo que significa que tienes una noche eterna por delante sin nada que hacer. Charlas, lees, comes, dormitas.
Sólo un ordenador tiene el preciado acceso a este fantástico mundo llamado Internet, pero pocos lo saben. Es el ordenador de un tipo argentino insufrible, que ahora mismo está en París sólo para decir que ha estado en París, así que aprovecho para zambullirme en la desidia de navegar sin rumbo por estos lares. Además, hoy no está la jefa así que he cotilleado todos los armarios y cajones de esta enorme plataforma, encontrando y robando para mi regocijo chupa-chups, bombones y mucho material de oficina: rotuladores, post-it, fluorescentes. Sólo somos tres hoy, y lo he pasado de maravilla hablando de perversiones y corrupciones, explicando a Julio que la legalidad no conlleva justicia, sino las más de las veces todo lo contrario, y todas esas cosas que sabemos los que tenemos un poco abiertos los ojos pero que nuestro querido Julio no entiende porque se ha caído en un guindo y se empieza a dar cuenta del submundo, metido en su burbuja de felicidad particular.
Sí, dormir de día es terrible, anímicamente insoportable, así que el turno de noche no lo podré aguantar mucho tiempo más... Pero mientras dure, el poco trabajar, el robar pequeñas cosillas, y esos maravillosos sandwiches de atún con tomate me ayudarán a no desistir de este horrible trabajo, pecaminoso para esos peces gordos oportunistas que nos tratan como pequeñas judías del siglo veintidós.