Sep 22, 2005 14:31
Mi padre me despierta casi todos los días llamándome al móvil.
Yo pongo el despertador ocho horas después de cuando me entra sueño.
Pero estos días tengo insomnio, estoy nerviosa, me cuesta mucho.
Ayer, ya desesperada por dormir, me puse a contar ovejitas. Pero mi cabeza imaginaba la larga hilera a la izquierda, esperando cruzar la valla quién sabe por qué, todos en fila, balando, y cuando pasaban al otro lado caían en una cinta eléctrica que las llevaba a degollar, o de pronto se convertían en otro animal, tal vez en pájaros o en hormigas, y eran más felices hasta que volvían a saltar otra valla y se convertían en otra cosa, y muchas cosas más imaginaba sin poder evitarlo, y llevaba como cien ovejas y me acordaba de por qué no me sirvió nunca contar ovejas para dormirme.
Así que unos días a las 12, otros a las 16, veo la palabra Homer inserta en la pantalla y tengo ganas de matarlo.
Hoy andaba soñando medio pesadillas, Luke de las chicas Gilmore sacaba los ojos a un chico cualquiera no recuerdo por qué.
Y yo poniendo los ojos en blanco de que me echara la charlita otra vez de que no son horas (y qué si no son horas, ahora lo decido yo, aunque sepa que es malo, y fin), le he cortado y le he dicho que si me lo quiere contar cuando esté despierta vale, aunque de todos modos me va a joder y todo eso. Me ha respondido que precisamente me llama para asegurarse de mi vigilia, he puesto los ojos en blanco de nuevo y he puesto voz dulce (qué paciencia hay que tener, por Zeus) rogándole que colgara para que pudiese dormir media hora más, que yo ya luego le llamaba.
Y después de eso he soñado que me despertaba e iba al baño. Cuando voy al baño recién levantada siempre me miro en el espejo y veo medio borroso, y parezco más guapa. Pero esta vez veía que me faltaba bastante pelo por delante, tenía más o menos hasta la mitad de la cabeza calva y luego largo como lo tengo, como si me lo hubiesen afeitado por la noche, pero eso no me causaba horror, sino una especie de grano largo y blando de color blanquecino, que de pronto empezó a medio moverse. Poco a poco lo vi nítido: era un gusano de seda.
Iba al hospital todo lo deprisa que podía, muerta de asco. Allí me encontraba con mi padre que iba en el coche con toda mi familia y con los Dalançon. Me daba un billete de cincuenta euros metidos en el chivato de un tabaco para pedirme perdón por no haberme recogido y que así pudiera volver a casa en Taxi, que ellos se iban de vacaciones. Yo le mandaba a la mierda y entonces pretendía cambiarme los cincuenta euros por uno, para que cogiese el autobús. Yo escapaba de él y me metía en el hospital. Pero nadie me hacía caso. Estaba sucia, andrajosa y con el bicho en la cabeza. Al final, me metía en un baño siniestro y me lo quitaba yo misma con gran horror, estaba hincado como una garrapata. Tenía miedo de que se quedaran las patas dentro y se reprodujeran. Cuando al fín salía, el hospital era un centro comercial, y yo decidía comprarme algo de ropa porque me daba vergüenza la guisa con la que iba. Me metía en el primer local que encontraba, que me pareció una perfumería de lujo que luego se convertía en una cafetería ruidosa. Entonces aparecía mi padre persiguiéndome con un pequeño Tacatá o Cunita de bebé minúscula, y Mari Carmen Hita al lado. Yo le mandaba a la mierda y le reprochaba que además de querer quitarme los cincuenta euros se hubiera gastado nosecuánto en esa cosa para el hijo de Mari Carmen. Él me decía que le había costado 80 euros y que era para mí. De pronto, un hombre en una mesa alzaba una pistola, y se ponía a amenazar, aunque no pedía nada exáctamente. No estaba atracando a nadie en especial, pero si alguien hablaba le apuntaba con la pistola y se ponía muy nervioso, enfadadísimo, chillando. Tampoco decía lo que quería. Había algunos que estaban en la barra, había muchísima gente, y cautelosamente salían de puntillas sin que él se diera cuenta. Llegaba un momento en el que me hartaba, y me levantaba y él me apuntaba furioso, y yo le decía que disperara, que me daba igual, que estaba cansada. Él ponía los ojos como platos y de pronto todos se ponían a aplaudir, y sacaban monederos y daban dinero al atracador, que estaba extasiado. Era tantísima gente que seguramente iba a recaudar un buen dinero. Yo aprovechaba para salir por la puerta de atrás, pero a cada paso me encontraba con antiguos compañeros de colegio de los que ya había olvidado el rostro, viejos amigos, conocidos ancestrales. Ya fuera, me sentaba con tres compañeras de colegio y nos poníamos a charlar. Y llegaba el atracador furioso. Nos preguntaba que si nos íbamos a hacer un canuto, que quería fumar. Le decíamos que no y nos íbamos. Volvíamos a huir de él, y de pronto estábamos montados en un minúsculo coche rojo Sor Perver, Jo, dos personas más y yo. Sor Perver conducía, pero no conducíamos por una carretera, sino por una estructura metálica como de montaña rusa enorme, de pendiente acusada. Ella afirmaba que cuando llegáramos arriba la cuesta hacia abajo era muy leve. Yo me moría de miedo cada vez que el coche se quedaba parado antes de pisar el acelerador de nuevo y pasar otra vía que hacía cloc cloc. Y al llegar arriba, no había pendiente, sino que había abismo.
Pero entonces ya no iba con ellos sino con unos conocidos, en un coche, yo de copiloto. Buscábamos Alcalá de Henares para llegar a casa. Yo llamaba a mi padre para preguntarle, pero él me colgaba. Nos perdíamos y llegábamos a un pueblo inverosímil, donde bajábamos del coche y paseábamos con ojos como platos. Yo suponía que era un pueblo de la Alpujarra, que Cela había excluido de su libro porque no quería que la gente lo visitara. Era algo indescriptible, los edificios eran como de cuento, y siempre estaban en fiestas, pero las luces eran algo más sorprendente que cualquier iluminación de festividad, y en una calle era de noche con las luces encendidas y en otras de día, y había toda clase de disfraces que en realidad no eran disfraces sino que la gente era así, unos con piernas larguísimas, otros gordísimos y amables caminando al son de tambores, todo coloreado y brillante, las calles, las plazas, la música, y yo me quería quedar a vivir allí.
De pronto estábamos dentro de una de las casas del pueblo, pertenecía a la madre de Alba. Tomábamos un té muy dulce y me sentía feliz. Pero me sentía inquieta.
Entonces me he despertado.
Los sueños amalgaman como con falsa incongruencia fragmentos imperceptibles de lo que llamamos realidad; unos nimios y otros importantes, y también dotan de representación física pensamientos y sensaciones, algunos se me pierden, otros los reconozco y me río de mi propio subconsciente, y de la imaginación que tiene, pero también me incomoda que sepa tanto de mí, que lo mezcle todo y lo transubstancie de manera que lo absurdo sea tan absurdo que tenga cierta lógica ilógica, o lo que sea. Además de que por muchas cosas que pasen en el sueño, si las analizas y averiguas de dónde vienen, en realidad es tan infinito que abruma. En fin, voy a desayunar.