Jul 09, 2008 23:05
Ay…¿por qué me has hecho éste a mí? No lo merezco te lo juro. No me dejes no me dejes. No puedo respirar no puedo pensar. Ay de mí, ¿por qué? Por favor, no me salgas. No me salgas. Es que me he puesto ridícula, dolorosa, enamorada. Desesperadamente enamorada. Estoy rogándote. Ha durado tan poco pero te quiero. De verdad - ay - mi corazón está rompiendo, que ha llenado mi cabeza de sangre mi cara de esdrújulos. Me voy a desmayar. Que no puedo para estas lágrimas. Por favor.
Mi pulso corre, y no sé como es posible. No sé, porque de seguro lo he sentido quebrar el corazón. Como un vaso de leche. Una jarra de zumo o ciruelas salvadas. Como…como el amanecer. Esa chispa de angustia luminosa, el brillante dolor del día inmediato. Nada. Nada más. Me muevo y no lo pido. Me agita la mano y no lo he pedido. Es una araña feral, infiel, al borde de caer. El movimiento final que significa el porvenir. Que llega la muerte.
La araña, cocida en su propia tela, en su propio nido. ¿Sabes? Los death throes. Esa canción del cisne. Ese swan song mientras viene el final. Mira, continua la araña, criatura abominable, mis pulmones como los aletazos de picaflores, mi garganta tragando tos como el vino, mi nariz corriendo como el grifo del lavabo: goteando, goteando, goteando. Me siento el color, el dolor, el calor en mis mejillas. Me siento perder el sentimiento desde mis dedos mis pies mi cuerpo entero va perdiéndose pero sigo escribiendo. Ésta. Éstos. Los recuerdos de la loca del sótano. Del ático. A lo mejor del sofá.
Me mira el gato. Me mira el perro. La cena está molina en mi barriga. Mordiente, como los zorros en Esparta. Los zorros bajo los abrigos.
Aquí estoy, pobre zorro, escondiendo bajo mi piel, bien secuestrada en mis venas azules. Me huyo del oxígeno. No me apetezco. No me pertenezco. El día con su luz horrible, el oxígeno que trae la visión, la mirada seductiva entre los besos - estos ojos como flores oscuras eróticas - esos ya no me pertenecen. Me quepo entre estas convulsiones entre la noche el musgo. Entre estas boqueadas y los sollozos. Me hallo en las piernas erizadas de la araña que sostiene el bolígrafo.
Aquí me hallo y aquí me quedo. Porque cuando has salido con el doble de los pulmones condenados me has dejado sin remedio - ¿Cómo se puede escapar la belleza de tus labios rojitos, los ojos penetrantes? No hay. No hay manera porque he visto la calle y tú has desparecido. Y yo, con los espectadores - el gato, el perro, ése bicho de mi mano - me encuentro la más sola, la más falta, y yo sollozo hasta el inaguantable quebrar del día.