... por Arturo Pérez-Reverte.
Vaya por Dios. Resulta que al portavoz del Peneuve en la farsa parlamentaria de Madrid, o sea, en el corazón del Estado centralista y opresor, no le gusta el Quijote. No. Nein. Niet. Ez. Y para que nadie se llame a engaño, procuró puntualizarlo en su primera intervención pública, víspera casi del 23 de abril, cuando la gente de habla hispana -cuatrocientos ridículos millones de fascistas repartidos por esos mundos- conmemora la muerte de Cervantes. Y no es que no le guste porque esté mal escrito, ni nada de eso. No. La razón del señor Erkoreka es que el único personaje que se enfrenta en verdadero combate con don Quijote, y sale medio muerto del lance, es el escudero vizcaíno. O sea, un vasco.
Debo confesar que me sorprendió la ausencia de comentarios o choteo fino por parte del respetable. Un representante del pueblo soberano, por ejemplo, preguntándole al portavoz del Peneuve si semejante idiotez se le había ocurrido a él solo, o en compañía de otros y otras. Pero no. Hubo silencio administrativo, incluida, salvo contadísimas excepciones y de refilón, la prensa especializada en glosa parlamentaria. A lo mejor es por no crispar, pensé. Puro tacto. Pero luego se me ocurrió una explicación más plausible: probablemente, me dije, la mayor parte de quienes ese día ocupaban el hemiciclo, ni ha leído el Quijote ni tiene ni puta idea de quién era el escudero vizcaíno.
El señor Erkoreka sí lo ha leído, por lo visto. No sé si completo, claro; pero al menos parece haber llegado hasta los capítulos VIII y IX de la primera parte, donde el hidalgo manchego mantiene el único combate de verdad, a vida o muerte, que libra en toda la obra, y que termina con don Quijote sin media oreja y con el viz-caíno en el suelo, echando sangre por las narices, los oídos y la boca. Lo que parece claro es que, incluso aunque haya leído el libro completo, entender, lo que se dice entender lo que en él se narra, el amigo portavoz no ha entendido un carajo. A ver cómo puede, en otro caso, afirmar un vasco que no le gusta el episodio donde uno de sus paisanos, o compatriotas, o como él prefiera llamarlo, demuestra ser el más valiente, digno y gallardo personaje que aparece en toda la historia que nos cuenta Cervantes. Don Sancho de Azpeitia -así traduce su nombre del cartapacio el morisco aljamiado- es aún más valeroso que don Quijote, pues éste sólo tiene el coraje que le infunde la locura, mientras que el del vizcaíno es natural: «¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, el agua cuan presto verás que al gato llevas. Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si dices otra cosa».
Ya hace tiempo, don Miguel de Unamuno -que era vasco pero no era gilipollas- comentó por escrito, con detalle y perspicacia, el lance: «¿No es nuestro héroe? ¿No lo hemos de reclamar los vascos por nuestro?». Con inteligencia y ternura, Unamuno nos recordaba que el vizcaíno, orgulloso de su tierra y de su casta, incapaz de sufrir que don Quijote le niegue la condición de caballero, mete mano a la durandaina y acuchilla sin achantarse ante nada ni ante nadie; ni ante su señora, sobre la que dice en el texto cervantino: «Si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que le estorbase». Pero la mula que monta le falla, la almohada no basta para detener el golpe, y don Quijote le acierta de lleno al valiente vascongado en la cabeza. Y así, apunta Unamuno: «Fue vencido el vizcaíno, pero no por mayor flaqueza de su brazo ni menor coraje, sino por culpa de su mula, que no era, por cierto, vizcaína (...) Aprended, hermanos míos de sangre, a pelear apeados. Apeaos de la mula resabiosa y terca».
En fin. Uno comprende que a Cervantes y Unamuno no los lean, ni los conozcan, esos chicos antes llamados de la gasolina y que ahora son etarras de última generación, formados intelectualmente en tres décadas de política educativa del partido que el señor Erkoreka portavocea: los que escriben cartas pidiendo el impuesto revolucionario o amenazando de muerte con tales faltas de ortografía que, a su lado, Urrusolo Sistiaga e Idoia López Riaño parecían Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán. Pero tales chicos, o lo que sean ahora, tienen la excusa histórica de ser analfabetos. Lo difícil es disculpar lo de don Quijote y el vizcaíno en gente que todavía lee, aunque sólo sean los periódicos del día siguiente para ver si sale su foto.
Y es que no puedo estar más de acuerdo con el creador del Capitán Alatriste.
Para criticar antes hay que saber.