La emoción primitiva fue el rechazo. Tal vez tuvo miedo de la instintiva atracción que los electrones de su cuerpo sufrieron por su culpa, o por la manera enfermiza en que no podía dejar de verla. El deseo de sus manos, sus ojos, la sonrisa infinita siempre apuntando hacia otra dirección. La odió antes incluso de darse cuenta; la odió con vehemencia, con pasión total. Ojalá se muera. Ojalá se hunda en la más asquerosa miseria. El castigo más terrible que a su cabeza llena de aire pudiera acudir, sin embargo, no era suficiente; porque lo peor que pudo haberle sucedido fue enamorarse de ella, y el karma, sabiamente, la obligó a corresponder.