#07
Título: Dedos
Fandom: Axis Powers Hetalia
Claim: España/Romano
Warnings: FAIL orz
Es cierto que Lovino no es igual de bueno que su hermano en la mayor parte de los puntos a calificar, que pinta como si lo hiciera con los pies, que es más un campesino que una nación primermundista, y que jamás será igual de bueno tocando el violín que Veneziano. Son ciertos también los rumores acerca de aquél marcado complejo de inferioridad.
A pesar de todo, nada de eso es algo que realmente le importe.
Pero al igual que Feliciano, Romano ama cocinar, ama comer, y le da exactamente igual si para conseguir su objetivo tiene que romper uno o dos platos, si quema las servilletas de la mesa, o si se lastima los dedos al menos una vez por ocasión.
Así pues, no le gusta que nadie lo interrumpa cuando cocina, y eso incluye, desde luego, a España revoloteando a su alrededor, preguntando por cada pequeña cosa que añade a la mezcla o dando sus tontas -muy tontas- sugerencias. Porque si lo estropea quiere que sea por su culpa, sin el apoyo de nadie, porque es así como aprenderá de sus errores y tratará de mejorar en el futuro.
Por eso es que no necesita de Antonio que se asoma por encima de su hombro, pasando las manos por su cintura y aguzando el olfato. No necesita que le diga que ponga más sal, que baje la flama o que debería tapar un rato la cacerola. No necesita tampoco sus risitas molestas en el oído ni de aquél irritante “fusososo~” que le acaricia la mejilla antes de que éste opte por la indigna retirada, con una mano al aire, palpitante y adolorida, después de que el italiano le estrelle la cuchara de madera sobre los nudillos para que se quede quieto de una vez.
Después de todo ambos lo saben. Que España será el primero en echarse a llorar de alegría cuando pruebe la cena y diga en voz alta, mientras se chupa los dedos, lo deliciosa que está. Y que así, de nueva cuenta, a Romano se le olvidará por una noche que tiene un hermano menor.
Fandom: Axis Powers Hetalia
Claim: España/Romano
Warnings: FAIL orz
Es cierto que Lovino no es igual de bueno que su hermano en la mayor parte de los puntos a calificar, que pinta como si lo hiciera con los pies, que es más un campesino que una nación primermundista, y que jamás será igual de bueno tocando el violín que Veneziano. Son ciertos también los rumores acerca de aquél marcado complejo de inferioridad.
A pesar de todo, nada de eso es algo que realmente le importe.
Pero al igual que Feliciano, Romano ama cocinar, ama comer, y le da exactamente igual si para conseguir su objetivo tiene que romper uno o dos platos, si quema las servilletas de la mesa, o si se lastima los dedos al menos una vez por ocasión.
Así pues, no le gusta que nadie lo interrumpa cuando cocina, y eso incluye, desde luego, a España revoloteando a su alrededor, preguntando por cada pequeña cosa que añade a la mezcla o dando sus tontas -muy tontas- sugerencias. Porque si lo estropea quiere que sea por su culpa, sin el apoyo de nadie, porque es así como aprenderá de sus errores y tratará de mejorar en el futuro.
Por eso es que no necesita de Antonio que se asoma por encima de su hombro, pasando las manos por su cintura y aguzando el olfato. No necesita que le diga que ponga más sal, que baje la flama o que debería tapar un rato la cacerola. No necesita tampoco sus risitas molestas en el oído ni de aquél irritante “fusososo~” que le acaricia la mejilla antes de que éste opte por la indigna retirada, con una mano al aire, palpitante y adolorida, después de que el italiano le estrelle la cuchara de madera sobre los nudillos para que se quede quieto de una vez.
Después de todo ambos lo saben. Que España será el primero en echarse a llorar de alegría cuando pruebe la cena y diga en voz alta, mientras se chupa los dedos, lo deliciosa que está. Y que así, de nueva cuenta, a Romano se le olvidará por una noche que tiene un hermano menor.