Fic - Sueños (procedentes de más que de una noche de verano)

Dec 08, 2007 14:01

Dicen que los sueños no son más que el reflejo de nuestro subconsciente, que imprime en ellos lo que no nos atrevemos a pronunciar en voz alta. Que tienen significados simples detrás de imágenes complicadas. O viceversa.

Azkaban.

Sirius hace tiempo que no sueña. Ha perdido la noción del tiempo y nunca sabe cuándo es de día o cuándo se hace de noche. A veces, le da la sensación que está despierto pero no puede ser porque se ve a sí mismo en Hogwarts. Y tiene que estar dormido y tiene que estar soñando para poder recorrer de nuevo esos corredores.

O quizá es que esté despierto y el sueño sea lo demás. Que el sueño sea estar en Azkaban, rodeado de barrotes y adoquines de color gris húmedo, pasando un frío que ya no siente y sintiendo entumecidos unos huesos que resulta lo único que le quedan.

Algunas noches los ve. James está sentado en la ventana y su perfil se recorta contra la luna, que se alza casi llena. Remus aúlla en algún lugar de la habitación, entre pergaminos usados y libros sin utilizar y Peter se esconde detrás de un paquete gigante de palomitas. Y de fondo, se oye en el gramófono una canción.

No estira la mano hacia ellos porque sabe que se desvanecerán. Como sus sueños de juventud.

Grimmauld Place.

Tiene once años y está a punto de ingresar en el colegio de Magia y Hechicería Hogwarts. Es día 31 de agosto y el calor es insoportable ese año. Da vueltas en la cama, envuelto en una fina capa de sudor.

Sueña que corre por un laberinto que cada vez se estrecha cada vez más. Algo enorme va tras él, ganando terreno a cada paso que da. No tiene forma definida y no sabe cómo lo sabe pero sabe que es cierto. Emite un rumor sordo que se le agolpa en los oídos y le desespera.

De repente, el escenario cambia. Cae en un lugar totalmente iluminado y lleva un sombrero viejo y decrépito en la cabeza. Anuncia con voz clara y alta “¡Gryffindor!” y entonces, se despierta sobresaltado en la cama. Empapado en sudor y en pánico.

Mira a su alrededor. Está en su casa, en su habitación. Sus cortinas son verdes, sus sábanas también lo son. Debe calmarse, está escrito. Su lugar en el mundo solo está en un sitio, le guste o no. Slytherin. Nido de serpientes. Tradición en su familia.

Esa noche se duerme repitiéndose a sí mismo Gryffindor no, por favor. Años más tarde, entendería que el rumor sordo de aquel sueño no era otro que el de su sangre que amenazaba con anegarle de un momento a otro. Traidor.

Hogwarts.

Primera noche del mes de septiembre. Comparte habitación con tres chicos más y sueña con miles de lechuzas llegando hasta él, inundándole en cartas mientras grita y grita y no le sale la voz para ello. Su madre susurra entre todo el ruido. Es un sonido sibilino y tranquilo. Una calma aparente que esconde una tormenta. Una gran tormenta. Y no sabe cómo va a esquivarla.

Por primera vez en años, se despierta y pasa una noche en vela. Sin saberlo, en la cama de al lado, hay alguien más que no duerme.

Azkaban (de nuevo).

Recuerda (cómo quién se acuerda de lo que cenó anoche, de forma pasiva y sin ningún tipo de emoción ni sentimiento) la primera noche en Azkaban. Ya hace años de ello pero cada detalle sigue fresco en su memoria como si hubiese ocurrido ayer. El jergón de paja tirado en el suelo, los barrotes que dificultan su salida, el pensamiento de que James ya no está. Lily y James.

Lleva todo ese tiempo soñando con ellos. Cuando consigue conciliar el sueño, que no es muy a menudo. En sus sueños, siempre están vivos. Siempre están con él.

Sirius recuerda que aquella primera noche soñó que era Ícaro y que se le derretían las alas por volar demasiado cerca del sol.

Grimmauld Place (otra vez).

No tenía motivos para estar inquieto. Nunca había creído en los presentimientos. Pero se sentía extrañamente desosegado. Se acostó en la cama que le pertenecía desde niño. Los colores habían cambiado. Él había cambiado. Pero el lugar seguía siendo, en esencia, el mismo. Atándole a aquella casa, a aquella sangre que repudiaba.

Sentía algo revolviéndose dentro de él, algo amargo como la bilis. Cuando se durmió aquella noche, tras dar muchas vueltas e imprecar varias veces contra su madre y el calor y el frío y la puta que lo parió, soñó con Harry, que tenía la piel cubierta de escamas y le susurraba en un idioma que no podía entender.

Le despertaron de madrugada. Tres golpes apresurando en la puerta y Remus hablando a través de ella. Arriba, Canuto. Han atacado a Arthur Weasley.

Cuando Harry le habló sobre ello, tuvo que contener las ganas de vomitar. Pensó en la sangre, pensó en el veneno, pensó que no podía haber hecho nada para evitarlo.

Hogwarts (en una preciosa noche de abril)

Sabía que lo que había hecho no estaba bien. De hecho, estaba muy mal. Era un acto de extrema crueldad. Pero siempre podría argumentar que la culpa no era suya. Que era de esa sangre que corría por sus venas y le envenenaba la razón.

De todas formas, sabía que, de no ser por James, el hecho no habría tenido remedio. Se habría convertido en uno de ellos. Debía estar agradecido. Porque, sinceramente, ¿quién iba a creer que no había sido él, si no la ira que se extendía dentro de su cuerpo lo que le había llevado a hacer aquello?

No es que estuviera arrepentido. No, al menos, en todo el significado de la palabra. Lo sentía por Remus, que tenía una mirada herida y que no le había reprochado nada. Lo sentía por James, que le había dado la espalda aquella madrugada mientras esperaban frente al despacho de Dumbledore. Lo sentía por Peter, que no se atrevía a hablarle y que se sentía asustado por la magnitud de lo que había pasado.

Pero no por Snape. Jamás por Snape.

Lo sentía porque temía que las cosas no volviesen a ser igual. Lo sentía porque tenía miedo de sí mismo y de lo que podría llegar a hacer si llegase el momento en que no se pudiese controlar.

Aquella noche se había metido en la boca del lobo. Y no encontraba forma de salir.

Cuando se durmió, rendido ante el cansancio y la tensión, soñó que la luna desgarraba sus músculos y que se convertía en algo grande y oscuro y espeluznante. Soñó que Remus le miraba desde abajo y le regalaba compasión.

Soñó que se quedaba solo. Y desamparado.

Grimmauld Place (demasiados años después)

Se despertó sobresaltado con la mano en el pecho y el nombre de James en los labios. Había soñado que un rayo de luz le atravesaba el pecho, haciéndole caer despacio (y, a la vez, demasiado deprisa) hacia el vacío.

Sintió que le faltaba el aire y que, con lo último que se encontraba, era con los ojos de Remus Lupin que parecía tan sorprendido como él.

Esa mañana bajó las escaleras de dos en dos cuando oyó que alguien llamaba al timbre tras aparecerse en el último escalón de la entrada. La puerta dio paso a una figura alta y desgarbada que esbozaba una sonrisa despreocupada.

En algún momento durante ese desayuno apresurado supo, que si bien la adivinación nunca había sido su fuerte, ese sería el último día que pasase en esa casa disfrutando de su compañía.

Quizá se encontrasen en otro mundo, en otro tiempo. Quizá, en aquel lugar futuro, Sirius Black fuese un hombre lobo sin casa y con miedo a que le partieran el corazón. Quizá allá donde fueran no hubiese pesadillas que lo atemorizasen por la noche.

Cuando se levantaron para despedirse, Sirius pronunció un “adiós, Remus” que le salió tibio y algo tembloroso. Hubiera querido pedirle perdón de antemano por ir a morir con el nombre de James en los labios.

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