He terminado de leer un libro. Eso sería casi una noticia en sí misma, pero no venía solo a decir esto, venía a hablaros del libro.
Esto es lo que dice la contraportada y así es como lo venden:
Fue un trato muy poco convencional: Jesse podía dejar de ir al instituto, dormir todo el día, no trabajar y no pagar alquiler, pero a cambio tenía que mantenerse alejado de las drogas y ver tres películas a la semana con su padre, el crítico de cine canadiense David Gilmour. Jesse aceptó de inmediato y, al día siguiente padre e hijo comenzaron con la primera película de la lista: Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut. A lo largo de tres años, padre e hijo vieron todo tipo de películas, desde las consideradas joyas del cine hasta los grandes bodrios de todos los tiempos. Con el trasfondo de El padrino, Instinto básico, Showgirls, Ciudadano Kane o La ley del silencio, David y Jesse hablan de los principales directores de cine, de las escenas célebres y de los actores que las protagonizaron, y poco a poco sobre todo tipo de temas: chicas, música, mal de amores, trabajo, drogas, talento, dinero, amor, amistad… Cineclub es un repaso personal a la historia del cine, un desafío a nuestras nociones de la educación y, sobre todo, la historia real y conmovedora acerca de cómo un padre y un hijo sortearon una época muy especial en su relación; el periodo en que los hijos se encierran en sí mismos y los padres pierden la oportunidad de llegar a ellos. Esta es la historia de una decisión que lo cambió todo.
Eso es lo que dice la publicidad y es verdad pero no exactamente toda la verdad.
Cuando lees la contraportada lo primero que piensas es que el padre está loco. Cuando lees el libro entiendes que fue una decisión arriesgada pero no arbitraría, que no sabia si iba a salir bien (y desde luego estaba muerto de miedo por si estaba destruyendo el futuro de su hijo) pero lo que tenía claro es que los caminos convencionales no les llevaban a ningún lado.
Al principio la novela, ensayo, autobiografía, lo que sea, se centra en las películas que ven y en las pequeñas introducciones que David le hace a Jesse, pero no es para nada un las 100 películas que debes ver ni ningún sesudo estudio sobre cine. Las películas no son más que una excusa para hablar. Jesse aprende mucho sobre cine pero no son las películas las que le educan, es la vida y las conversaciones con su padre.
El libro es muy entretenido y se lee de un tirón. Les coges cariño a ambos, te mueres de miedo con ambos, con el padre y el vértigo que siente a estar haciendo una locura, con el hijo que no sabe a donde va ni porque le cuesta todo tanto.
Yo quiero un padre como David, capaz de ponerse en lugar de su hijo, de acordarse de lo que es ser un adolescente, de lo que se siente cuando una chica te duele, de pensar antes de hablar en si lo que va a decir es lo que necesita su hijo oír en ese momento. Es autentico amor sin posesión, con un autentico respecto por el otro. No sé si este par es atípico o en Canadá las relaciones paterno filiales son todas así pero desde luego no son así en el resto del mundo. Jamás en la vida hubiera yo hablado así con mi padre y ni en un universo alternativo mi padre me hubiera hablado así, (y mi padre era dialogante -o eso creía él-).
Lo recomiendo vivamente, hay edición de bolsillo, no pesa, es flexible, fácil de llevar a la playa, a la piscina, al monte, al pueblo o a donde sea que os vayáis. Además tiene su poquito de polémico, como preferir la Lolita de Adrian Lyne a la de Kubrick o considerar a Marlon Brando el mejor actor (les saco la lengua a los dos). Y no todo es cine de culto, también ven bodrios de esos que te partes de risa de lo malos que son y como no, placeres culpables.
No diré si el experimento tiene éxito, aunque si haceis una busqueda en google os enterareis enseguida, pero os regalo un par de fotos y unos párrafos
David y Jesse en plena sesión David y Jesse posando
Un extracto:
"Cuando le puse Qué noche la de aquel día (1964) me llevé una sorpresa.
Resulta difícil para alguien que no creció a principios de los sesenta, le dije, imaginarse lo importantes que eran los Beatles. Apenas habían salido de la adolescencia y ya eran tratados como emperadores romanos allí donde iban. Tenían el don extraordinario de hacer que sintieras que, a pesar de su histérica popularidad, solo tú entendías lo geniales que eran, que de algún modo eran tu descubrimiento privado.
Le conté a Jesse que los vi en el Maple Leaf Gardens de Toronto en 1965. Nunca he visto algo parecido: los gritos, la explosión de flashes, John Lennon interpretando de forma exagerada «Long Tall Sally». La adolescente que tenía al lado intentó arrebatarme los prismáticos con tal violencia que casi me arranca la cabeza.
Le conté que entrevisté a George Harrison en 1989 cuando publicó su último disco; cómo, esperando en su despacho en Handmade Records, estuve a punto de desmayarme cuando me di la vuelta y lo vi allí: un hombre delgado de mediana edad con abundante pelo moreno. «Un momento -dijo con aquel acento que había oído en The Ed Sullivan Show-, tengo que peinarme.»
Le conté a Jesse lo acertados que estuvieron en Qué noche la de aquel día: desde el hecho de rodar en reluciente blanco y negro a hacer que los chicos llevaran los trajes negros con camisas blancas que crearían tendencia, pasando por el uso de cámaras al hombro para dar a la película un aire documental de la vida real. Aquel estilo tembloroso de noticiario influyó a toda una generación de cineastas.
Le señalé unos cuantos fragmentos deliciosos: George Harrison (el mejor actor del grupo, según el director, Richard Lester) y la escena con las horribles camisas; John Lennon esnifando una botella de Coca-Cola en el tren. (Pocas personas captaron la broma entonces.) Pero mi parte favorita, con diferencia, es cuando los Beatles bajan una escalera corriendo y salen a un campo abierto. Cuando suena «Can't Buy Me Love» de fondo, constituye un momento tan irresistible, tan extático, que incluso hoy día me embarga la sensación de estar cerca -pero no poder poseer- de algo muy importante. Después de todos estos años, sigo sin saber qué es ese «algo», pero percibo su presencia cuando veo la película.
Poco antes de poner la película, comenté que en 2001, tan solo hacía unos años, los miembros de los Beatles que quedaban publicaron una colección de números uno del grupo. El disco fue directo a lo más alto de las listas en treinta y cuatro países distintos. Canadá, Estados Unidos, Islandia, toda Europa. Y eso viniendo de un grupo que se separó hace treinta y cinco años.
Entonces dije lo que he querido decir toda mi vida:
-¡Damas y caballeros, los Beatles!
Jesse vio la película en un silencio educado, tras el cual simplemente dijo:
-Horrible. -Y continuo-: Y John Lennon era el peor de todos. -En ese punto imitó a Lennon con asombrosa precisión-. Un hombre totalmente bochornoso.
Me quedé sin habla. La música, la película, su imagen, su estilo... Pero, sobre todo, ¡eran los putos Beatles!
-Compláceme un momento, ¿vale?-dije.
Busqué entre mis compactos de los Beatles hasta que encontré «lt's Only Love» en el compacto de Rubber Soul. Lo puse en el reproductor para que él la oyera (con el dedo levantado para captar su atención si se desviaba una milésima de segundo).
-Espera, espera -grité con gran euforia-. ¡Espera al estribillo! ¡Escucha esa voz, es como alambre de espino!
Por encima de la música, grité:
-¿No es la mejor voz de la historia del rock and roll?
Cuando la canción terminó, me dejé caer en mi asiento, Tras una pausa religiosa y en un tono con el que pretendía recobrar la normalidad (ese puente todavía me desarma), dije:
-Bueno, ¿qué te parece?
-Tienen buenas voces.
¿Buenas Voces?
-Pero ¿qué te hace sentir? -grité.
Escrutándome cautelosamente con los ojos de su madre, Jesse dijo:
-¿Sinceramente?
-Sinceramente.
-Nada. -Pausa-. No siento nada en absoluto. -Posó una mano conciliadora en mi hombro-. Lo siento, papá.
¿Había en sus labios un asomo de diversión oculta? ¿Me había convertido ya en un vejestorio pomposo?"
¡Como me identifiqué con David leyendo esto! Aparte de que está hablando de mi Beatle, conozco tan bien la frustración que se siente cuando algo que te apasiona recibe un comentario superficial, una mirada de "esta tía esta loca" o un que "gustos tan raros tienes". He prestado Los desposeidos, La mujer del viajero en el tiempo, Posesión... como si prestara mi alma, para que me los devolvieran sin leer, sin entender o con una mirada de sospecha. ¿Pero como es posible que alguien pueda ver Norte y Sur sin dejarse un poquito el corazón?
A ver si va a ser que además de que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus algunos somos de Alfa Centauro o de Secundus.