2 -…Y los usos del susodicho
El cumpleaños de Sirius Black suponía, desde segundo curso (cuando colaron varias litronas de cerveza de mantequilla y algún que otro regalito), algo así como el mayor fenómeno social adolescente -aún más que el baile de Halloween. Solo apto para Gryffindors, claro está. Uno debe mantener sus principios.
Para la tan marcada fecha, los merodeadores se encargaban de ambientar -literal e ilegalmente- su Sala Común. En 2º curso fue apenas una bromilla; en 3º, el Nueva York de los años 20 (aunque sin ley seca) se transportó hasta Escocia; en 4º volvieron al medievo de Merlín; en 5º, los samuráis japoneses dieron más de un susto al pobre Nick Casi Decapitado. Nadie supo por qué -una broma, un Slytherin casi muerto y la pelea más dolida de todos los tiempos- el año anterior no hubo celebración pero el 7º, 17 cumpleaños (y último en Hogwarts) de Sirius Orión Black, debía pasar a la historia.
“Neoclasicismo” fue el rumor que Peter y Lily, siguiendo su papel, se encargaron de promulgar. Que fueran los cinco a aparecer vestidos de época (Lily y Remus con flores en el pelo, las gafas de John Lennon y varios colgantes con el símbolo de la paz; Peter y James con unos pequeños arreglos estéticos para parecer clones de los Beatles; Sirius con una camiseta de los Rolling Stones) entre 60 compañeros con pelucas estilo Mozart, suponía uno -si no el que más- de los mayores golpes del grupo, como comienzo de su despedida de Hogwarts: tomar el pelo a toda la casa que creía conocerlos. A la vez.
Lo que hizo memorable la fecha fue la posibilidad de las chicas de arreglarse e intentar seducir al Don Juan entre Don Juanes, y a los chicos la de “consolar” a sus compañeras tras ser, con total certeza, rechazadas. Sirius sería el centro de atención y el alcohol correría. Todos contentos.
Algo que apenas nadie solía presenciar era la oficial y secreta reunión de regalos. Ese año, Peter le regaló un set de especias y artículos de broma bastante extenso; James, un libro que aseguró que le “encantaría” -insertar sonrisa Potteriana-. La chica, que casi formaba parte de la familia, le obsequió con el vinilo de “Fool to Cry”.
- ¿Los Rolling, pelirroja? -sonrió de esa forma que solo él sabia, con la que Lily se hubiera derretido si no estuviera ya vacunada contra ella-. Acabas de ganarte el puesto de mi persona favorita. Si no fueras como mi cuñada y yo me tirara a tu mejor amigo, te besaría aquí mismo -concluyó con sinceridad. Lily aguantó la risa como pudo y apenas hizo un gesto para incitar a Remus-. Creo que te toca -canturreó con falta inocencia el animago, mientras miraba el paquete como si tuviera un subidón de azúcar.
- Felicidades, Sirius. Espero que te guste -los no conocedores del presente miraron con asombro (y casi idolatría) la chaqueta, que rápidamente fue sacada del envoltorio sin mayores miramientos por el pobre trozo de papel. Sirius fue a decir algo, probablemente sobre el dinero gastado, pero el castaño se anticipó-. Si lo que sé que vas a decir y te juro que pasas un mes de abstinencia. Y tanto tú como yo sabemos que no hablo de comida ni de alcohol.
Si alguno del grupo mostró el más mínimo sonrojo (que lo hicieron), Remus de seguro que no se percató. Apenas podía controlarse a sí mismo (o “al lobo”, como prefería decir a los ajenos) mientras veía cómo la cara de reproche del moreno se transformaba en éxtasis en estado puro. La sonrisa más Black que pudo poner acompañaba a la perfección al movimientos -sensuales, a parecer de Remus- con los que se colocaba la prenda, que parecía hecha justo para él. Cerró los ojos para sentir el cuero contra sus brazos, ensanchando levemente las fosas nasales. Acto seguido, clavó los orbes grises en las de su compañero, mostrando una perfecta hilera de perlados dientes.
- Gracias, Remus -y nunca su nombre había sonado tan insinuante (ni contra su nuca, ni entre los vapores del baño, ni si quiera en un gemido). Nunca. Como última carta para salvar su apariencia (y la integridad física de su pareja y, quizás, de los presentes) evitó pronto el contacto visual - sintiendo la tensión de los no participantes en la escena- y a penas murmurando un “no hay de qué”, se marchó a hablar con cualquier Gryffindor.
La sonrisa del cumpleañero no cabía, literalmente, en su rostro. Se echó la melena hacia atrás, mordiéndose levemente el labio y murmurando por lo bajo “éste será el mejor cumpleaños de mi vida”. James, a su lado, prefirió no preguntar nada porque presentía (y él es de los que aciertan en sus presentimientos) que con eso comprendería el doble significado de la escena anterior. Y eso era algo que -como Lily y Peter que, por suavizar la carga hormonal del ambiente, habían comenzado a hablar de botánica-, sinceramente, no quería. No, señor. Conocía lo suficientemente bien a Sirius como para saber en qué momento debía dejar de conocerlo.
-_-_-_-
Pasaron unas horas y con ellas el alcohol. Los estudiantes felicitaban a Sirius, algunas féminas se le insinuaban y aquellos con suficiente seguridad como para enfrentársele hacían comentarios sobre la bromita. A pesar de que la temperatura de la habitación fuera aumentando gradualmente (proporcional a las botellas de tequila vacías que alfombraban el suelo), en ningún momento se deshizo de la chaqueta negra, como tampoco rompió el contacto visual con la castaña cabellera que charlaba apaciblemente con algún que otro chico.
Sirius se sentía totalmente embriagado. No por las bebidas a las cuales ya era casi inmune, no por las chicas que se le acercaban, no por los elogios, felicitaciones o regalos. Se sentía embriagado por el aroma que, textualmente, lo envolvía. Un olor tan privado y personal que se sentiría culpable por poseerlo sobre su piel, si no se hubiera nombrado a sí mismo el único merecedor de él. Cada vez que lo notaba era una nueva experiencia, una nueva muestra de aquello casi incomprensible que compartían, un sello de cuan estrecha era su relación. Pero tener todas esas sensaciones de una manera que relacionaba con lo indebido, con las prohibiciones que le eran impuestas solo para que él las saltara, le hacían sentirse completo de una imperiosa necesidad que lo obligaba a reclamar lo que era suyo. No importaba quién estuviera delante, tenía que ser ahora.
Un ápice de cordura le hizo constatar que quizás fuera mejor estar borracho de alcohol, antes que de una persona. A Sirius, simplemente, le dio igual.
Con las botas abriendo paso, las enormes y viriles manos separando a la multitud y una sonrisa perruna tatuada bajo los ojos grises, consiguió llegar hasta la esquina donde se encontraba el objeto de su deseo, hablando con un hasta entonces desconocido compañero, desde ahora en fluorescente en su lista negra.
- ¿Qué hay, Rem? -dijo mientras colocaba con un estudiado disimulo la mano donde la espalda casi pierde su nombre. Miró al chaval con quien hablaba, quizás uno o dos años menos que ellos, quien lo miró con desconfianza a pesar de estar felicitándole. Sí, Sirius normalmente era educado. Sí, agradecía todas las felicitaciones. Era una lástima que, en aquella ocasión, su educación estuviera de vacaciones y ni siguiera supiera el apellido de aquel chico (sólo recordaría en un futuro aquellos zapatos negros con hebillas y tacón que llevaba). De lo que sí se acordaría es de cada uno de los escalofríos provocó en el prefecto mientras sus labios, a apenas unos centímetros de su cuello, murmuraban las palabras que le harían caer en el precipicio.
“Huele a ti”
Entonces Remus muere (sintiendo las manos de Sirius ceñidas a sus caderas) y su alma viaja en un resplandor gris hasta llegar a cierta parte de su cuerpo de la que preferiría no tener noticias por el momento. Preferiría, porque una vez que las tienes, que las sientes, el lobo que, no sólo Remus sino todos, llevamos dentro sale a la luz, haciendo que te olvides del chico con el que hablas (Edgar), de todo lo que te rodea (la sala, el alcohol, los compañeros, los zapatos horteras) y hasta de tu ropa (hippie, como parte de la broma) -porque sientes que dentro de poco no la vas a llevar.
Y lo último que recuerda es que Él, que debería estar recibiendo regalos y miradas depredadoras, te lleva hasta una habitación no se sabe dónde, mientras que el calor te sofoca y a la vez te completa, los recuerdos se borran para dejar paso a otros nuevos, los sentidos se exaltan y bailan a tu alrededor porque ahí huele a sexo, y ambos saben que cuando es “ahí”, tiene que ser “ahí”.
-_-_-_-
El tiempo era extraño cuando se trataba de ellos. Las clases más mortalmente aburridas pasaban como segundos miserables de su vida cuando se sentaban juntos, con conversaciones estúpidas en las esquinas de los pergaminos o con el simple hecho de estar ahí, tan cerca que se sienten pero no tanto como para sentir demasiado. Porque cuando sentían demasiado no eran ellos mismos (o al menos la personalidad que les gusta mostrar en público) y el tiempo se ralentizaba. Tanto, que desafiaban las leyes de la física y del mundo en general - llegando alguna vez que otra a la conclusión de que estar juntos implicaba la transportación a otro universo, del que ellos eran dueños y únicos habitantes.
Por eso, a pesar de que la fiesta sólo fuera una escena difusa en su memoria (como los paisajes cuando montas en un coche), desde el ‘click’ de la puerta hasta el ‘frufrú’ de la ropa al acribillarse, luchar por el dominio y finalmente besarse como si el mañana no existiera, suponía un nuevo recuerdo en el fondo de su alma, protegido por muros con alambradas, cardos, un campo de minas y una cúpula de hielo (y la llave del pasadizo para entrar, sólo la tenían el uno para el otro). El movimiento de sus lenguas era una completa religión; la mirada que compartían, un regalo de los cielos; las manos trazaban senderos -que serían recorridos- y los corazones marcaban su paso a ritmo de jazz.
Ambos se quitaban la ropa con desesperación -aquí unas gafas hippies; por allá unos pantalones; no volveremos a ver la camisa-, o más bien, Remus era desvestido ya que cuando Sirius intentó quitarse la chaqueta, el licántropo rompió el beso con pesadez (como si su espíritu se quedase con eso en la otra boca), para dedicarle una mirada vidriosa y decirle al oído -porque no quería ver el reflejo de humor en los ojos grises-:
- Con ella.
“Con ella”, repitió la mente del animago una y otra vez, como el eco de una cueva. Pensó en decir algún comentario como “los tímidos sois los peores” o cualquier otra variante, pero la presión de unas caderas contra las suyas le hizo pensar que tal vez no fuera una buena idea. Por el momento. Había cosas más importantes que atender. Si a Remus le ponían las chupas de cuero, él no era quién para negarle el caprichito. Se la ingenió para quedar sin camiseta sin quitarse la camisa y separó los labios con un leve suspiro del cuello de Lupin (quien gimió en señal de protesta).
- Que huela a nosotros como huele a ti, Moony.
“Lo procuraremos”, fue el pensamiento con el que respondió, mientras perdía la conciencia de sus actos y dejaba vagar las cálidas manos entre el cuero, abarcando todo lo posible y arañando en sitios totalmente medidos y determinados. No supo cuándo su garganta se volvió República Independiente, pero tenía que poner grandes esfuerzos para no perder su imagen de persona cuerda. Pero, dios, el olor del cuero y la saliva de Sirius en su clavícula y su mano entrando en los calzoncillos (que pronto pasaron a segundo plano) le hacían querer aullar, y retorcerse y un montón de cosas que en otro momento no querría.
(O que sí querría pero no se plantearía hacer, como estaba sucediendo en ese momento)
Entonces el mundo se vuelve un lugar peligroso, los lobos toman el control (sin ser luna llena) y los perros se dedican a calmarlos de la forma que mejor saben hacer. Y definitivamente se da cuenta cuando una voz ronca y jadeante (que no es la suya, a pesar de salir de los mismos labios) saca fuerzas de no sabe dónde para gemir “de frente”, mientras se da la vuelta -y su pecho deja de tocar la fría piedra de la pared-.
- Ya está. Lo sospeché con lo de la chaqueta, pero esto solo me hace afirmar que, Lupin, estás borracho -“te va a doler”, quiere decir. “No quiero sentir que abuso de ti”, también. Pero no lo dice. Porque son cosas que se saben, y no va a pasar vergüenza por una obviedad.
- Puede. Tanto como para estar diciéndote que quiero que me folles de frente, pero no lo suficiente como para no recordarlo mañana -y Remus John Lupin diciendo “follar” en cualquiera de sus conjugaciones mientras suda y jadea, es algo que supera las fuerzas de quien sea. Por eso manda a la mierda todos sus principios, precauciones y pensamientos para embestirlo, sentir que se queman por dentro y que sus bocas son como imanes, olvidar que hay gente que pudiera pasar por aquel corredor y que respirar es una función vital.
Y en un reflejo de lucidez compartida, un pensamiento aflora en ambas mentes, con un prolongado gemido como banda sonora:
Joder con el cuero.
(fin)
Por cierto,
ranki, ¿sabes que el idiota de MAO ha vuelto a darme plantón? Grrrrr, I need eat somebody.