#13 - Piel (Y Miscelanea)

Nov 22, 2006 21:46

13 - Piel

Dicen que no hay nada peor que traicionarte a ti mismo. Si el que tu piel te traicione entra en esa generalidad, J. Potter sería el representante mundial de los auto-traidores. Su primera elección bajo el cargo será admitir esa palabra como válida lingüísticamente hablando.

Su piel le traiciona, y a veces siente la necesidad de arrancársela tira a tira. Le traiciona con los sonrojos involuntarios que la más nimia frase -“Buenos días, James”- puede acarrear. Al resecarse cuando -fortuita o intencionadamente- las distancias cruzan la línea de lo restringido. Al humedecerse -coño, demasiado- cuando los comentarios que suelta al vacío reciben respuesta (un sonrojo, una risa queda o una mirada furtiva). Al enfriarse una noche al mes -como si la maldición fuera suya- y al calentarse cuando menos te lo esperas -o tal vez lo esperas pero no quieres esperarlo-.

Crees que lo controlas, que solo tú y tú mismo os dais cuenta. Pero no, la piel fue engendrada en guerra contra el cuerpo que la posee. Por eso deja ver más de lo que quieres y no permite que la controles. Y no lo sabes hasta que pasa (o te dicen que pasa), y entonces se te cae el mundo encima. Lo sabes cuando Lily, tu novia, el sol de tu universo, te formula la fatídica pregunta.

“¿Qué te traes con Remus?”, dice con unos ojos más verdes de lo normal, una voz más seria de lo normal, una rigidez mayor que la normal, pero siendo en conjunto una Lily tan normal que deja de serlo y asusta. Asusta porque tu piel sigue traicionándote, contradiciendo tus palabras aparentemente seguras con la palidez que irradian.

“¿Qué te hace pensar que tenga algo con Moony, Lily?”. Ve sus ojos, que lloran quedamente, mientras que la chica saca todas las fuerzas posibles de su interior y, sin soltar las manos del muchacho, formula la pregunta sin quebrarse.

“Por favor, James, no me hagas preguntárselo a él. Soy tu novia. Confía en mí, ahora que yo soy capaz de confiar en ti. Por favor”. Siente un escalofrío pero algo le exige hacer lo correcto. Por una vez. Por esa vez. Por Lily.

Porque ella también se da cuenta. Ve, sin querer ver, cómo las reacciones químicas se suceden con el más mínimo roce, cómo los cuerpos se derriten y solidifican, mientras poemas completos se pueden leer en los ojos avellana y ambarinos. Porque ella también siente, y no solo lo que su cuerpo le pide, si no lo que sufren los demás. Maldice a la intuición femenina, a su inteligencia y a todo lo que pille por delante. Pero pregunta. Porque quiere intentar comprender -mínimamente- qué es lo que pasa. No porque se crea con derecho. No porque tenga la justicia de su lado. Sino porque antes que Lily Evans, es amiga y persona.

Y a ella la piel también le traiciona, notando cómo huye de su ser mientras que se sientan en el sofá, mentalizándose para escuchar lo que -paradójicamente- quiere y no quiere oír. No le va a gustar, lo sabe. Pero debe saberlo. Porque son su novio y su mejor amigo. Y porque si no los tiene a ellos y su piel se va de vacaciones (por no sufrir más reacciones diferentes en tan poco tiempo), su ser no es nada. Y a Lily no es que le importe no tener nada, pero no quiere estar sola.

“Es difícil”, comienza James. Por favor, que no entre nadie. Por favor, que no les interrumpan. Por favor, que no suceda lo que sabe que va a suceder, porque no le quedarán ovarios para cuando pueda volver a repetir la pregunta.

La piel es traicionera, pero la suerte también. Por eso, en ese preciso instante, una mata de pelo castaño cruza el retrato, para quedarse mirándolos con sorpresa. Siente que sus manos dejan de ser sostenidas y que James -su novio- le mira -a su mejor amigo-.

“Hola, Remus, ¿qué haces aquí?”, lo oye preguntar. Con miedo. Con duda. Pero, sobre todo, con un escalofrío y esa cualidad de su voz que, viendo el plan, no parecía ir a averiguar nunca. Mierda. Lilian Dianne Evans, tienes la suerte más puta de todo el infinito…

“Creo que entrar en la boca del lobo”- Y más allá.

Ahora, hablando de algo totalmente diferente, háganme el favor de ver esto:

Vean mientras les escribo. Oh-My-God. Los Beatles siempre fueron como los homólogos de los Merodeadores en el mundo mortal, ¿no? Cada vez hay más razones para pensar eso. Partamos de la base de John y sus gafas, Paul y su melena rebelde (aporreando el piano mientras mira con cara de "¿cómo va eso?" a la fotógrafa que, sn duda, está ahí), Ringo imprescindible quieras o no. Hasta ahora los tenemos colocados. Pues bien, nuestro querido George siempre fue el eterno Remus, ¿no? Centrado, concienciado, serio porque la situación lo requiere pero que no le importa echar una cana al aire y gritar "Twist and Shout, come on, come on, come on baby".

Bien, pues fíjense en el fotograma del minuto OO:41. ¿Os lo habéis perdido? Dadle para atras y repetid. Sí, ya lo veis, ¿no? ¿Otra vez? Bien, a la tercera va la vencida. A ESO me refiero. La media sonrisa, el brillo de un colmillo que se ve por la comisura de los labios. La sonrisa lobuna, que estropea el argumento de "La increíble pero cierta historia de Caperucita Roja", esa que dice "niños, escóndanse en sus camas porque si no tienen cuidado, les comeré". Esa media sonrisa que no puede igualar a la de John mientra se coloca las gafas sobre el puente, Paul con ganas de marcha o RIngo porque es su expresión natural. La sonrisa que hace que una voz susurre en mi cabeza "¿Veis? Dios los cría y ellos se juntan. Y los lobos disfrazados de oveja no sois una excepción". Dios, me enbeatleicé. Fuck. George Harrison, no se puede ser así hasta después de muerto, porque recuerdo que dentro de una semana es tu aniversario y soy una maldita pervertida nicromante.

lupus, james/remus, beatles, george harrison, 30vicios

Previous post Next post
Up