553 - La ciudad de los gatos

Dec 07, 2011 08:51

La ciudad de los gatos

Un joven viajaba solo, a su gusto, con una única maleta como equipaje. No tenía un destino. Se subía al tren, viajaba y, cuando encontraba un lugar que le atraía, se apeaba. Buscaba alojamiento, visitaba el pueblo y ppermanecía allí cuanto quería. Si se hartaba, volvía a subirse al tren. Así era como pasaba siempre sus vacaciones.

Desde la ventana del tren se veía un hermoso río serpenteante, a lo largo del cual se extendían colinas verdes. En la falda de aquellas colinas había un pueblecilllo en el que se respiraba un ambiente de calma. Tenía un viejo puente de piedra. Aquel paisaje lo cautivó, Allí quizá podría probar deliciosos platos a base de trucha de arroyo. Cuando el tren se detuvo en la estación, el joven se apeó con su maleta. Ningún otro pasajero se bajó allí. El tren partió inmediatamente después de que se hubiera bajado.

En la estación no había empleados. Debía de ser una estación poco transitada. El joven atravesó el puente de piedra y caminó hasta el pueblo. Estaba completamente en silencio. No se veía a nadie. Todos los comercios tenían las persianas bajadas y en el ayuntamiento no había nadie. Llamó al timbre, pero nadie acudió. Parecía un pueblo deshabitado. A lo mejor todos estaban echando la siesta. Pero todavía eran las diez y media de la mañana. Demasiado temprano para echar una siesta. O quizá, por algun motivo, la gente había abandonado el pueblo y se había marchado. En cualquier caso, hasta la mañana del día siguiente no llegaría el próximo tren, así que no le quedaba mas remedio que pasar alli la noche. Para matar el tiempo, se paseó por el pueblo sin rumbo fijo.

Pero en realidad aquél era el puebo de los gatos. Cuando el sol se ponía, numerosos gatos atravesaban el puente de piedra y acudían a la ciudad. Gatos de diferentes tamaños y diferentes especies. Aunque más grandes que un gato normal, seguían siendo gatos. Soprendido al ver aquello, el joven subió deprisa al campanario que había en medio del pueblo y se escondió. Como se fuera algo rutinario, los gatos abrieron las persianas de las tiendas, o se sentaron delante de los escritorios del ayuntamiento, y cada uno empezó su trabajo. Al cabo de un rato, un grupo aún más numerosos de gatos atravesó el puente y fue a la ciudad. Unos entraban en los comercios y hacían la compra, iban al ayuntamiento y despachaban papeleo burocrático o comían en el restaurante del hotel. Otros bebían cerveza en las tabernas y cantaban alegres canciones gatunas. unos tocaban el acordeon y otros bailaban al compás. Al poseer visión nocturna, apenas necesitaban luz, pero gracias a que aquella noche la luna llena iluminaba hasta el último rincon del pueblo, el joven pudo observarlo todo desde lo alto del campanario. Cerca del amanecer, los gatos cerraron las tiendas, ultimaron sus respectivos trabajos y ocupaciones y fueron regresando a su lugar de origen atravesando el puente.

Al amanecer los gatos ya se habían ido y el pueblo se había quedado desierto de nuevo, entonces el joven bajó, se metió en la cama del hotel y durmió todo cuanto quiso. Cuando le entró hambre, se comió el pan y el pescado que había sobrado en la cocina del hotel. Luego, cuando a su alrededor todo empezó a escurecer, volvió a esconderse en lo alto del campanario y observó hasta el albor el comportamiento de los gatos. El tren paraba en la estación antes del mediodía y antes del atardecer. Si se subía en el de la mañana, podría continuar su viaje, y si se subía en el de la tarde, podría regresar al lugar del que procedía. Ningún pasajero apeaba ni nadie cogía el tren en aquella estación. Y sin embargo el ferrocarril siempre se detenía cumplidamente y partía un minuto después. Por lo tanto, si asi lo deseara, podría subirse al tren y abandonar el pueblo de los gatos en cualquier momento. Pero no quiso. Era joven, sentía una profunda curiosidad y estaba lleno de ambición y de ganas de vivir aventuras. Deseaba seguir observando aquel enigmático pueblo de los gatos. Quería saber, si era posible, desde cuándo habían ocupado los gatos auqel pueblo, cómo funcionaba el pueblo y qué demonios hacían allí aquellos animales. Nadie más, aparte de él, debía de haber sido testigo de aquel misterosos espectáculo.

A la tercera noche, se armó cierto revuelo en la plaza que había bajo el campanario. "¿Qué es eso?¿No os huele a humano?", soltó uno de los gatos. "Pues ahora que lo dices, últimamanete tengo la impresión de que huele raro!, asintió olfateando uno de llos. "La verdad es que yo también lo he notado", añadió otro. "¡Qué raro! Porque no creo que haya venido nungún ser humano", comentó otro de los gatos. "Sí, tienes razon. No es posible que un ser humano haya entrado en el pueblo de los gatos." "Pero no cabe duda de que huele a uno de ellos."
Los gatos formaron varios grupos e inspeccionarón hasta el último rincón del pueblo, como una patrulla vecinal. Cuando se lo toman en serio, los gatos tienen un olfato excelente. No tardaron mucho en darse cuanta de que el olor procedía de lo alto del campanario. El joven oía cómo sus blandas patas subían agílmente por las escaleras del campanario. "Esto es el fin", pensó. Los gatos parecían muy excitados y enfadados por el olor a humano. Tenían las uñas grandes y aguzadas y los dientes blancos y afilados. Además, aquél era un pueblo en el que los seres humanos no debían adentrarse. No sabía qué suerte esperaría cuando lo encontraran, péro no creía que fueran a permitirle irse de allí habiendo descubierto el secreto.

Tres de los gatos subieron hasta el campanario y se pusieron a olfatear. "¡Qué extraño!, dijo uno sacudiendo sus largos bigotes. "Aunque huele a humano, no hay nadie." "¡Si que es raro!", comentó otro. "En todo caso aquí no hay nadie. Busquemos en otra parte." "¡Esto es de locos!" Movieron estrañados la cabeza y se fueron. Los gatos bajaron la escalera sin hacer ruido y se esfumaron en medio de la oscuridad nocturna. El joven soltó un suspiro de alivio; a él también le parecía de locos. Los gatos y él habían estado literalmente a un palmo de distancia en un lugar angosto. No habría podido escapárseles. Y sin empbargo, parecían no haberle visto. El joven examinó sus manos. "Las estoy viendo. No me he vuelto invisible. ¡Qué raro! En cualquier caso, por la mañana iré a la estación y me marcharé de este pueblo en el primer tren. Quedarme aquñi es demasiado peligroso. La suerte no puede durar siempre."
Pero al día siguiente, el tren de la mañana no se detuvo en la estación. Pasó mismo delante de sus ojos sin disminuir siquiera la velocidad. Lo mismo ocurrió con el tren de la tarde. Se veía al conductor en su asiento y los rostros de los pasajeros al lado de las ventanillas. Pero el tren no dió señales de que fuera a pararse. Era como si la silueta del joven que esperaba en tren no se reflejara. Cuando el tren de la tarde desapareció a lo lejos, a su alrededor se hizo un silencio obsoluto, como nunca antes lo había sentido. Entonces, el sol empezó a ponerse. "Va siendo hora de que los gatos aparezcan." El joven supo que se había perdido. "Éste no es el pueblo de lo gatos", se dio cuentata al fin. Aquél era el lugar en el que debía perderse. Un lugar ajeno a este mundo que habían dispuesto para él. Y el tren jamás volvería a detenerse en aquella estación para llevarlo a su mundo de origen.

Este trozo de texto está incluido en el libro 1Q84 de Haruki Murakami.

Es admirable el hecho de que esto que acabo de copiar no tenga NADA que ver con la trama principal del libro simplemente es "un libro" que está leyendo uno de los protagonistas mientras va viajando en el tren.
Pero claro... es Haruki Murakami y tiene que dejar todo bien explicado, hasta tiene que inventarse un libro dentro de un libro para que esté todo perfecto ♥

haruki murakami, love

Previous post Next post
Up