Titulo: Hielo
Categoría: RPS, McFly
Personajes: Danny Jones y Harry Judd
Género: SADO
Advetencias: repito: sado.
Publicado: 15/12/10, en McFly Spain
Derechos de autor: Este fic es mío, Aura Black ©
Este fanfic es para mayores de edad. No lo leas si no los tienes. +18
Hielo
Ando deprisa entre la niebla londinense, oculto bajo la capucha y tapándome la cara con el pasamontañas. No tanto por el frío como por ocultar mi identidad: soy Harry Judd, y no estaría bien que nadie me reconociese deambulando por este barrio. Aún menos que me vieran entrar al local donde me dirijo. Sería fatal para mí y para McFly.
Llego a mi destino, una puerta de metal ligeramente iluminada por un fluorescente que casi no emana luz. Abro y me cuelo dentro. No tengo que llamar ni decir una contraseña por la rendija, eso sólo pasa en las pelis. El acceso es libre y nadie contola quien viene y quien no. Por supuesto que los asiduos nos reconocemos las caras, pero dios nos libre de saludarnos siquiera. En realidad, aquí no se entabla ningún tipo de conversación.
Cruzo sin detenerme las dos primeras salas, las más normales, donde simplemente hay chicos enrollándose. Son las salas para los preliminares, esos que yo -y la mayoría de los que venimos a este lugar- me salto. Abro la única puerta que hay en el interior de esta nave industrial y me adentro en el largo pasillo que la cruza.
Es poner un pie en el pasillo y sentirse en el infierno. La temperatura aumenta unos diez grados de golpe, una especie de humo-vapor lo inunda todo, los fluorescentes atornillados en lo alto de las paredes proyectan una luz granate y la degradación del lugar lo hace todo bastante tétrico. Sin embargo, lo más trastornador es la banda sonora del lugar. De las distintas salas que dan al largo pasillo -hay una veintena de huecos de puertas- llegan golpes, gritos, chillidos y gemidos varios. Lo peor de todo es que este delirante ambiente me pone cachondo.
Avanzo hasta mi sala preferida y, para mi disgusto, no encuentro a nadie ahí. Tendré que traer yo a alguien. Empiezo a quitarme la ropa hasta quedarme en camiseta sin mangas. Negra, por supuesto, como los pantalones ajustados de cuero y las botas. Estiro los brazos y me dispongo a ir “a la conquista”.
Vuelvo al pasillo y retrocedo por él, echando un ojo a las distintas salas hasta que encuentro lo que busco. Es ligeramente más bajito que yo, pelo corto rebelde, fibrado -no lleva camiseta- y lleva piercings en distintos lugares de su anatomía. Se apoya en la pared, evaluando al personal y esperando a que alguien se le acerque. Es, claramente, pasivo.
Avanzo hasta él y me planto delante suyo, acorralándole con ambos brazos al lado de su cara. Él inclina su cabeza hacia delante, buscando mis labios, pero yo impido que me bese, desviándome hasta su oreja y tirándole con los dientes de un piercing. El chico gime de placer ante el tirón. Lo que yo decía, pasivo.
Me aparto de él y camino otra vez hacia el pasillo, sabiendo que el chico me seguirá adonde vaya como un perrito fiel. Es su papel, y yo tengo que desarrollar el mío. Tengo la sensación de que hoy será una gran noche...
…Hasta que le veo, plantado, en medio de ese vapor rojo.
-¡¿Danny?! -exclamo, parándome en seco.
El chico choca contra mí al detenerme bruscamente, pero, obviamente no se queja. Danny me mira con los ojos bien abiertos. Está en shock, lo veo.
-¡¿Qué cojones haces aquí?! -le recrimino.
Danny parpadea, mirando alternativamente a mi y al chico.
-¿Y tú? -logra decir.
Se le ve perdido, alucinado y con algo de miedo. Está claro que ha llegado aquí por error. Y ahora, ¿qué cojones le cuento?
-¡Mierda! -grito, golpeando con furia la pared.
Me vuelvo hacia mi ligue, que espera tranquilamente a que yo haga algo, y tras tomar aire, le digo:
-Otro día.
Él mira a Danny enojado, pero se da la vuelta y desaparece otra vez a la sala de donde le he sacado, sin decir absolutamente nada. Extremadamente pasivo, no me habría hecho disfrutar lo suficiente -pienso, ahora que ya doy por perdida la diversión esta noche.
-Vámonos -le digo a Danny, y cuando paso por su lado le agarro del brazo arrastrándole conmigo.
Sin embargo, en lugar de salir de la nave, me adentro más en ella, hasta la sala donde he dejado mi ropa. Mientras recupero mi sudadera, Danny observa lo que le rodea. Cadenas que cuelgan de las paredes, látigos en un rincón, clavos por el suelo, y otros utensilios bastante más... horrorizantes. No parece haber reparado en el mini congelador -negro por la suciedad- del rincón, ni en las velas ni los extraños aparatos para hacer un pequeño fuego en un instante.
-Harry... -empieza.
Le fulmino con la mirada. Me acaba de joder el plan y estoy de muy mala hostia, no me apetece nada explicarme en este momento.
-Tú... -sigue.
-Yo, yo... -le imito como si fuera idiota, cabreado como estoy-. Lo estás viendo, Danny, lo estás viendo. No preguntes nada, porque parecerás gilipollas -sentencio, mientras me paso la sudadera por la cabeza.
Agarro mi abrigo y el pasamontañas y me voy hasta la puerta, dispuesto a irme con él -tengo que acompañarle hasta algún sitio “normal” y esperar a que se le pase el shock- pero cuando me doy la vuelta porque noto que no me sigue, me encuentro con una escena un tanto... sorprendente.
Danny está en medio de la sala acariciando la mesa de torturas. Sus dedos se deslizan por el cuero hasta llegar a las correas que hay en los extremos. Mira el elemento con los ojos como platos, como quien ve un unicornio o cualquier otra criatura fantástica. Me descoloca que, a parte del miedo, veo en su mirada un deje de fascinación. Y entonces...
Entonces se me ocurre.
Vuelvo hasta donde está él sin hacer ruido, dejándole que siga descubriendo. Le veo observar, pensar, calibrar... Y detecto en él el mismo tímido interés que sentí yo hace ya mucho tiempo, cuando descubrí este mundo. Y yo le observo a él, le evalúo. Es cierto que Danny tiene algo, que siempre ha tenido algo, sólo que, simplemente, nunca lo había pensado. Sabía que, como yo, se acuesta con chicos, sí, pero... ¿esto? Nunca me lo habría imaginado.
Recuerdo mi primera vez, recuerdo mi iniciador, y copio su estrategia. Primero, voy a tantear el terreno. Me pego a Danny por detrás y le cojo la mano con la que toca las correas de la mesa.
-¿Qué te parece? -le pregunto.
Él da un pequeño bote y se da la vuelta, quedando aprisionado entre mi cuerpo y la mesa. Me mira con dudas en los ojos y se le han subido los colores. Voy a tener que ejercer mucho autocontrol para no tumbarle de un empujón y violarlo, la situación de repente se me antoja bastante excitante.
-¿Que qué me...? -no sabe que decir-. ¿Harry?
Por el tono con el que ha dicho mi nombre, creo que se ha dado cuenta de mis intenciones. Danny, aunque a veces lo parezca, no tiene nada de tonto.
-La primera vez, yo también estaba asustado -le digo-. Pero no te preocupes, suelo ser benévolo con los primerizos...
El pecoso intenta dar un paso atrás, pero choca con la mesa.
-Tío, Harry, no... -balbucea-. ¿Estás loco? Yo no...
-Loco estás tú por haber entrado aquí, si te hubiese encontrado Beebob o, peor aún, Zebra, estarías medio muerto, hecho un ovillo en algún rincón. Si “tú no” -imito con un tono de mofa-, ¿a qué diantre has venido, a parte de joderme el ligue?
Danny me empuja para librarse de mi, pero yo resisto fácilmente a su ataque y le empujo con más fuerza, haciendo que caiga encima de la mesa. Sé que es mi amigo y no debería estar haciendo esto, pero aunque él no se dé cuenta, su resistencia me está poniendo cachondo. Este comportamiento despierta al Harry dominante, al Harry que debe castigar a los niños malos. Espero que ceda, porque sino va a costarme mucho parar.
-¡Te he seguido! -se excusa-. Sólo estoy aquí porque te he visto entrar y no me podía creer que... bueno, ¡esto!
¿Y Danny? ¿Qué hacía Danny por estas calles? Calles de antros iguales o peor que estos, de prostitutas y travestis, de camellos... Espera, ya lo entiendo. Esto va a ser mucho mejor de lo que esperaba.
-¿Dónde la tienes?
-¿Eh?
-La coca, Danny, la coca. Si estabas deambulando por aquí, es que has venido a comprar coca.
Nos miramos unos segundos, sin decir nada.
-No te creas que no sé que no te metes de vez en cuando -añado.
Resignado, Danny se mete la mano en el bolsillo y saca un paquetillo con polvo blanco. Me aparto de mi amigo y me empiezo con la faena, vertiendo un poco de droga encima del cuero de la mesa. Danny se incorpora, pero no se va, no huye. Me mira hacer las rayas sin decir nada. Esnifo y me retiro, sacudiendo la cabeza.
-Tu turno.
Y él duda. Pero sé que lo hará. Que esnifará tal y como yo le he ordenado. Y que luego seguirá obedeciéndome.
-Mi turno... -acaba diciendo, y se ríe histéricamente-, mi turno...
Finalmente se inclina a la mesa y esnifa. Sonrío. Ya es mío.
-Sácate la ropa.
-Harry...
-No voy a perder el tiempo con rodeos, Dan. Sabes qué quiero y no te has ido. Te da miedo, lo sé, pero ese mismo miedo te excita, ¿verdad?
Danny asiente casi imperceptiblemente con la cabeza.
-Todos hemos pasado por esto -afirmo-. Ahora te voy a explicar las reglas.
-Pero...
Le vuelvo a empujar contra la mesa y le acorralo.
-Regla número uno: puedo añadir tantas reglas como quiera siempre que tú las aceptes. Regla número dos: una vez aceptadas, sigues todas las reglas. Regla número tres: lo que pasa aquí dentro se queda aquí dentro. ¿Alguna duda?
Danny me sigue mirando asustado, pero cada vez es más la excitación que le invade.
-¿Y si no aguanto el dolor? -pregunta.
-Hay una palabra clave. Si la dices, paro.
-¿Cuál?
-Tú eliges. Te recomiendo que sea corta y fácil de decir.
Él piensa sólo unos instantes.
-Fly -dice.
-Buena elección.
Me hará pensar automáticamente en el lazo de amistad que nos une, supongo que esto me ayudará a frenarme si se da el caso.
-Entonces, ¿aceptas? -pregunto, para sellar el pacto.
-Acepto.
No lo ha pensado demasiado, señal que hace rato que, consciente o inconscientemente, ha accedido al juego.
-Regla número cuatro: obedeces mis órdenes. Regla número cinco: no me hablas si no te lo pido. Regla número seis: no ahogas ningún grito y/o gemido. ¿Aceptas?
-Acepto.
Vuelvo a apartarme de él.
-Sácate la ropa.
Esta vez lo hace. No muy rápido, pero tampoco demasiado lento. Ni torpe ni seductoramente. Con normalidad. Va despojándose de todas sus prendas, dejando su piel al descubierto. Sus famosas pecas y los tatuajes que se hace para taparlas. Me sorprendo un poco al descubrir sus músculos; antes, cuando los cuatro McFly nos desnudábamos cada dos por tres, no estaba tan fibrado. Parece ser que las horas de gimnasio no sólo han dado frutos en Tom.
Danny se detiene antes de quitarse los bóxers. Observo que ahí abajo, las cosas no están como deberían de estar -al fin y al cabo, mi objetivo no es hacerle sufrir... únicamente- y avanzo hasta él. Le como la boca sin previo aviso, pegando mi cuerpo al suyo. Él, sorprendido, gime en mi boca. Y yo le invado; brusco, dominante, bestia.
Al separarme, él busca otro beso, pero yo le empujo a la mesa, otra vez.
-Regla número siete: no intentas besarme -Danny se agarra en el cuero, como si eso le ayudase a no saltarme encima-. Regla número ocho: cualquier desobediencia o rebeldía comporta un castigo.
Danny no dice nada, está pensando. Y yo, que tengo que evitarlo, empiezo a desnudarme también. Con seguridad, sobrado. Exponiendo mi buen cuerpo, convencido de que no se va a negar a él.
Y no lo hace.
-Acepto -dice, después de tragar saliva.
Me llevo las manos al pantalón y me desabrocho los botones. Luego me inclino sobre Danny y le susurro en el oído, amenazante.
-Pues entonces, no me hagas repetir mi primera orden, pecoso.
Le muerdo la oreja clavándole los dientes -aunque, en realidad, aún me estoy controlando- y Danny suelta una especie de grito a medio camino entre el dolor y la excitación.
Prueba superada.
Vuelvo a incorporarme para acabar de desnudarme, y cuando lo consigo me complace descubrir que mi amigo se ha deshecho de su ropa interior. Y parece que la cosa se va animando.
Le empujo por el pecho hasta tumbarle en la mesa de cuero y me subo a cuatro patas encima de él. Vuelvo a comerle la boca, esta vez más agresivamente aún, causando las primeras heridas de la noche. Danny no se queja cuando su labio se abre y la sangre brota de él y yo me relamo y succiono el férreo líquido. Luego ataco su barbilla, mordiéndola hasta el hueso y resigo con los dientes el contorno hasta llegar al cuello. Ahí sí, muerdo con tanta fuerza que de los puntos mermados por mis colmillos, también aparece sangre.
Danny ha ido soltando quejidos, así que, benévolo, he deslizado mi mano izquierda hasta su verga para darle un par de sacudidas enérgicas. Parece que, de momento, el dolor no le baja “los ánimos”, así que no me preocupo más por eso.
Del pasillo nos llegan sonidos infernales que contribuyen a mi calentura. Alguien ha ocupado la sala de enfrente, porque ahora se oyen nítidamente los golpes de un látigo y los gemidos correspondientes. Salto de la mesa y localizo rápidamente un instrumento adecuado para Danny: es un látigo de los cortos, con una decena de tiras lisas de cuero. El el que menos duele. Sin embargo agarro otro, con tres tiras de nudos, que dejo cerca de la mesa, para poder agarrarlo fácilmente.
Mi amigo observa cómo me acerco, látigo en mano, y veo como el temor emerge de nuevo en sus ojos. Alzo el instrumento y me dispongo a golpearle en el pecho, pero Danny, en un acto reflejo, interpone su brazo. Al instante, le pego un bofetón, cabreado.
-Lo s... -intenta decir, pero le acallo con otro bofetón.
-Si te rebelas, te castigo; si me hablas sin permiso, te castigo. Acuérdate de las normas.
Él asiente, mordiéndose el labio inferior y provocando que vuelva a salirle sangre. La recojo con mi pulgar, que lamo mientras doy una vuelta a la mesa, pensando.
-Levántate -ordeno.
Voy ha hacer algo especial hoy, aunque no sea así como funcionen las cosas. Me tumbo boca arriba en la mesa que Danny ha dejado libre y cambio el látigo de tiras por el de nudos.
-Ven.
Se acerca y yo le agarro la mano para darle el aparato. A pesar de llevar el papel dominante, hoy voy a dejarme azotar un poco. El pecoso tiene que hacerse al látigo.
-Súbete.
Danny obedece y se se sienta sobre mis muslos, las piernas dobladas sobre el cuero de la mesa. Observa el látigo, que sostiene con la mano derecha y acaricia con la izquierda, medio temeroso medio excitado.
-No es eso lo que tienes que acariciar -digo, y guío su mano izquierda hasta mi erección expuesta-. Venga, atrévete.
Él traga saliva y empieza a masajearme el miembro lenta pero decididamente. Sigue contemplando el látigo embelsado, pero no se decide a usarlo. No hasta que dejo escapar mi primer gemido de la noche. Entonces, sin mucha convicción, me da en el pecho.
-Cosquillas -le digo, colocando mis brazos por detrás de la nuca para acomodarme, vacilándole.
Él me mira entonces y parece encontrar en mis ojos desafiantes el empuje necesario para darme con más fuerza. El látigo impacta mi cuerpo con más determinación. Sonrío, satisfecho, y Danny coge confianza. Sigue masturbándome lentamente, pero ahora me azota con más seguridad. Y cuando noto los nudos atacar mi piel, gimo, cada vez más fuerte.
Sé que es totalmente antinatural sentir placer con el dolor, pero ya hace tiempo que dejé de plantearme dudas. Cada golpe me produce una sensación tan intensa, un ardor tan grande, que no puedo renunciar a esta locura.
Y mientras Danny me azota al tiempo que va acelerando la paja, yo me retuerzo cada vez más debajo de su cuerpo. Mis brazos hace rato que se agarran en el borde superior de la mesa, mis dedos se clavan en el cuero, intentando atravesar incluso el metal del contorno.
Palpita, todo palpita. La sangre por mis venas, la piel bajo el látigo, mi sexo. Mis piernas se sacuden a cada latigazo y de mi boca se escapan los gemidos más variopintos.
En algún momento me acuerdo de Danny y le busco con la mirada. Erguido sobre mí, agarra el látigo con confianza mientras masajea -creo que sin darse mucha cuenta- mi erección. Por su frente se deslizan algunas gotas de sudor y se muerde el labio. Está notablemente excitado, y no sólo lo veo en su miembro, también en sus ojos, abiertos, brillantes.
Entonces decido que ya basta. Que le he dado demasiada libertad y que tiene que recordar quien manda. Le agarro la muñeca derecha con un movimiento veloz, impidiendo así un nuevo azote. Se detiene completamente, también con la otra mano, y me mira expectante.
-Chúpamela -ordeno firmemente al tiempo que le quito el látigo de las manos y lo dejo caer al suelo.
Se le escapa una sonrisa y por como baja la cabeza, imagino que no suele ser él quien hace las mamadas cuando folla con algún tío. Eso me gusta. Dominar a un dominante, valga la redundancia, suele dar como resultado un sexo más salvaje: el punto de orgullo herido de mi compañero incrementa mis ganas de follarle como un loco.
Danny cambia de posición y retrocede un poco por la mesa hasta situar su cabeza a la altura adecuada. No ha soltado mi erección y ahora reanuda su actividad manual al tiempo que relame sus labios. El primer contacto me hace estremecer.
Se mete la punta en la boca y empieza a dibujar círculos con su lengua, muy lentamente, mientras sigue masajeándome la base. Luego se va introduciendo más y más glande en la boca, retirando la mano hasta los testículos, que acaricia, al tiempo que su lengua sigue serpenteando sobre mi piel más sensible. El muy jodido sabe muy bien como hacer una mamada, me está sorprendiendo.
Cuando se cansa de juguetear, empieza a succionar y presionarme los testículos con más fuerza, para luego empezar a metérsela y sacársela. A veces me clava un poco los dientes, sin excederse, y mi garganta deja escapar gemidos potentes. Y aunque mi autocontrol es considerable, ya hace demasiado que estoy aguantando. No creo que pueda controlar los espasmos cada vez más frecuentes que se apoderan de mí, y siento que si la temperatura va a seguir aumentando así, voy a empezar a arder en llamas en cualquier momento.
Así que, luchando contra esta obnibulación que me domina, consigo que mi brazo alcance la cabeza de Danny y, con toda la energía que puedo reunir, le empujo para que se la coma entera, hasta la misma base. Noto como intenta resistirse a mi presión -probablemente se esté ahogando un poco- y este pensamiento hace que definitivamente, me corra.
Mientras una corriente eléctrica se extiende como una onda expansiva desde mi sexo hasta la punta de todas mis extremidades, mantengo a Danny pegado a mi pelvis. Quiero que se trague todo el semen, hasta la última gota. Y poco a poco lo hace, recogiendo con la lengua todo rastro que haya podido quedar desperdiciado en la piel de mi deshinchado miembro.
Le suelto la cabeza y cierro los ojos un momento para recuperarme. Danny se incorpora sobre sus rodillas y tose un poco. Luego dirige su mano derecha hasta mi pecho y acaricia con fascinación las marcas rojas sobre mi piel. Le dejo hacer hasta que mi respiración vuelve a acompasarse y entonces decido que es momento de empezar a jugar de verdad.
Danny aún está encima mío y creo que ya va siendo hora de que cambien las tornas. Me siento en la mesa y vuelvo a agarrarle de la nuca para comerle la boca. Esta noche estoy siendo bastante generoso con mis besos, pero realmente me apetece agradecerle de alguna forma el magnífico trabajo que ha hecho. Vuelvo a morderle el labio para saborear esa mezcla peculiar de saliva, sangre y restos de mi propio semen y me relamo lascivamente al separar mi boca.
Entonces, sin demasiadas ceremonias, me hago a un lado y le digo que se tumbe de espaldas. No es la mejor posición para mantener su erección latente, pero espero que aguante. Le cojo la muñeca izquierda y elevo su brazo por encima de su cabeza. Agarro las correas de la mesa y me dispongo a atarle una muñeca. Me complace observar que Danny mira todo lo que hago sin temor alguno. No sé si su reciente experiencia con el látigo le ha quitado las reservas, o si es la droga que lleva en el cuerpo quien le impide preocuparse. Me da igual.
Hago un nudo que estrecho sin piedad en su muñeca, y repito la misma operación con el otro brazo. Puedo ver como la piel contigua a las correas se hinca y se vuelve blanca. Me agacho por el lateral de la mesa para recuperar los dos látigos y dejo el de nudos de lado por el momento. Danny gira la cabeza todo lo que puede, y de reojo observa mis movimientos. Espero que no tuerce mucho más el cuello o empezaré a pensar que estoy a punto de tirarme a la niña del exorcista.
Alzo el látigo y lo dejo caer con fuerza en la espalda de Danny. Un grito. La piel que se enrojece. Mi sexo que empieza a volver a la vida. El segundo golpe. Y otro grito, que ya empieza a sonar distinto.
Me coloco más cerca de su culo, de modo que mi miembro semierecto contacta con sus bajos. Le masajeo un poco el final de la columna, relajándole. Y agito otra vez el látigo. Esta vez, el grito ya es mitad gemido. Sonrío orgulloso: parece que no me he equivocado cuando he pensado que Danny era un buen candidato para esto.
A medida que Danny gime más, aumento la frecuencia de los latigazos. Intento variar un poco los lugares de impacto para no provocar ninguna herida demasiado perenne, pero aún así, la espalda del pecoso se ha vuelto roja enseguida.
Antes de lo que había previsto, cambio de látigo. Y ahora los nudos se marcan en su piel. Mi compañero se sacude debajo de mi a cada golpe y sus manos arañan el borde de la mesa de cuero. Ya no mira nada, sino que reposa su cabeza; ojos cerrados y gotas de sudor enmarañando su pelo. Sangra por el labio, de las veces que se muerde él mismo por el dolor. Y sin embargo gime, gime, gime cada vez más fuerte. Y yo me pongo tan caliente que mi erección vuelve a estar latente.
Empiezo, inconscientemente, a refregar mi polla entre sus nalgas, pajeándome. En consecuencia ambos cuerpos empiezan a moverse acompasados haciendo chirriar la mesa. No sé en qué momento he empezado a jadear, pero de repente me he dado cuenta de que no son sólo los sonidos del látigo, de Danny, y del roce de las patas de hierro lo que retumba en la sala.
He perdido el sentido del tiempo y no sé si hace un minuto o veinte que estoy azotando a mi amigo, cuando ocurre algo fuera del guión:
-Harry... -consigue articular el pecoso.
Le acallo con un latigazo brutal, pero a él, a pesar del grito de dolor que ha soltado, vuelve a saltarse las normas.
-Haz, por favor...
Y otro latigazo salvaje.
-¡Aaaaaaah!
Creo que este golpe le va a dejar marca. Efectivamente, enseguida distingo puntitos rojos que emergen debajo de la piel justo en el lugar en que han impactado los nudos de cuero. Me detengo, sospesando qué hacer. Yo llevo las riendas y no debería responder a su súplica, pero torturarle en demasía tampoco entra en mis planes. Y lo más probable es que con estos dos golpes su erección haya bajado.
Me inclino hasta su cara y observo un rastro de lágrimas que me había pasado desapercibido.
-Un poco de paciencia -susurro sin querer sonar ni blando ni agresivo.
Le lamo y muerdo un poco la nuca -que sabe a sal por el sudor- antes de incorporarme y saltar de la mesa. Al andar me doy cuenta de lo realmente caliente que estoy, así que decido acabar rapidito. Abro el congelador y saco unos cuantos hielos que envuelvo en un trapo sucio que hay también dentro del electrodoméstico. Luego vuelvo a colocarme encima de Danny y poso el trapo con los hielos en su espalda sin avisar. Un escalofrío le recorre el cuerpo.
-Aaaaaaaaaah... -se le escapa.
Esta vez ha sido un gemido de alivio. Voy moviendo repartiendo el frío por su espalda mientras cuelo la mano izquierda entre su cuerpo y la mesa para comprobar como va su “alegría”. Como me temía, ha disminuido un poco, así que dejo los hielos a un lado para pegarme a su espalda mientras le agarro la polla. Mi erección vuelve a refregarse entre sus nalgas.
-¿Quieres que te folle Danny? -le pregunto pegado a su oreja,
-S-sí -articula.
-¿Quieres que te la clave hasta el fondo?- insisto, mientras muevo mi mano por su verga.
-Hazlo, Haz.
Le muerdo la oreja clavándole los dientes, y el gime.
-Perdón -se corrije-. Quería decir: sí.
Vuelvo a incorporarme, sintiéndome poderoso. Que alguien a quien acabas de azotar esté desesperado para que le folles es la sensación más autocomplaciente que he tenido nunca. Esa es la verdadera razón por la que uno cae en el sadomasoquismo. Y que me lo pida Danny, mi compañero de banda, mi amigo, incrementa este sentimiento notablemente. Ahora mismo me siento mejor que cualquier magnate del mundo, estoy seguro.
Retiro la mano de debajo su cuerpo -su erección vuelve a estar al punto- y hago que separe las piernas con un simple movimiento en sus nalgas. Pero entonces veo el hielo y vuelvo a aplicárselo a la espalda, a lo que Danny vuelve a girar la cabeza. Sonrío socarronamente. Quiere que lo haga ya, pero no dice nada para que no le castigue otra vez. No tiene ni idea de lo que estoy pensando.
-¿Te gusta el hielo Danny? ¿Te va bien?
Sé que, después del látigo, el frío realmente se agradece. Y él contesta:
-Sí.
Y sonrío maquiavélicamente al tiempo que cojo un hielo y tiro el resto, junto al trapo, en el suelo.
-Perfecto...
Sin dar tiempo a que Danny reaccione, lo presiono en su ano hasta que consigo introducirlo en su cavidad, impidiendo con mis propias piernas que él cierre las suyas.
-¡Dios! -exclama el pecoso.
Noto que su cuerpo se revuelve ante la intrusión, pero al mismo tiempo, él boquea de una forma que se me antoja positiva.
-Oh, joder...
Sus brazos se contraen en escalofríos mientras él va gimiendo. Y ya no puedo aguantar más.
Coloco mi punta en su entrada y empujo. El contacto de mi glande con el hielo hace que yo también me estremezca. Nunca había hecho esto -no sé en qué momento perverso la idea ha cruzado mi mente- y sin embargo de repente he visto claro que he acertado.
Danny suelta algún quejido mientras empujo, pero resiste bastante bien a mi invasión. El hielo, cada vez de menor tamaño, avanza empujado por mi polla. Hasta que llega al final del camino.
-¡¡¡Aaaaaaaaaaah!!!
Caray con el pecoso. Eso ha sido un gemido en toda regla. Así que, sin más rodeos, le agarro de las caderas y salgo de él bruscamente para volver a entrar enseguida.
-¡¡Aaaaaaaah!!
Me muerdo la lengua para no gemir yo también. Danny me ha sorprendido primero con la resistencia al dolor y ahora porque resulta que gime como una leona en celo. Esto va a ser apoteósico.
Levanto las caderas de Danny y me coloco sentado sobre mis talones debajo de él. Y entonces empiezo a penetrarle sin intención ninguna de detenerme hasta que le haga correrse desesperado.
Muevo su culo, haciendo que en realidad sea él quien sale y entra. Se deja hacer completamente, estoy seguro que ahora mismo sería incapaz de que su cerebro consiguiese dominar algún músculo de su cuerpo. Gime, gime sin parar y se muerde el labio y su cuerpo se retuerce. Sufre espasmos por todas partes, sus muñecas sangran -aunque no parece que se de cuenta- y hace rato que no puede abrir los ojos. Su erección es estimulada a cada embestida, pues se roza entre mis piernas.
Y yo... yo hace rato que gimo también. Que me vuelvo loco por el contraste entre el ardor de mi polla y el frío que aún se siente en el interior de Danny a causa del hielo ya deshecho. Que soy consciente de cada vez menos cosas a excepción de todo lo que me recorre por dentro. Que mi mente está cada vez más ida por todo: haber torturado a mi amigo, estar follándomelo salvajemente... y supongo que por la coca también.
Por desgracia soy consciente de que el límite está cerca. Puede que yo consiguiente aguantar un poco más ya que me he corrido antes, pero Danny está cachondo hace rato, y con la mente ida ya a vete a saber qué planeta. Por eso, cuando deja de gritar “aaahs” para intentar articular “Harrys”, le levanto un poco más la cadera para intentar encontrarle el punto.
Choco contra su próstata a la primera, y a la segunda estocada Danny se corre con un sonoro gemido que me da tanto morbo que me insta a alargar esto un par de embestidas más hasta que la presión de la entrada de Danny cerrándose alrededor de mi palpitante miembro es tanta que acabo por explotar.
Mis manos abandonan las caderas del pecoso para apoyarme sobre la mesa de cuero. Ambos seguimos jadeando un rato más, sintiendo todas esas corrientes por el cuerpo y los espasmos post-orgasmo. Sigo dentro de Danny pero no tengo prisa en salir, y él tampoco hace ningún movimiento. Su cuerpo descansa sobre la mesa tal cual ha quedado, sus ojos siguen cerrados y si no fuera porque oigo su respiración desacompasada me preocuparía que le ocurriese algo.
Me paso una mano por la frente sólo para comprobar que estoy asquerosamente sudado. Eso es lo peor de venir a este lugar, que luego tienes que irte guarro a casa. Es entonces cuando empiezo a pensar en lo que acabamos de hacer, en el hecho de que Danny es mi amigo y acabamos de darnos mútuamente con un látigo de cuero. Realmente... es extraño.
Ante ese pensamiento, rompo mi conexión con el pecoso y me inclino para desatarle las muñecas. Entonces bajo de la mesa y empiezo a pillar mi ropa del suelo.
-Danny, muévete -le digo.
Él seguía tumbado, inmóvil, pero ante mi orden se incorpora lentamente hasta quedar sentado. Está destrozado, lo sé, y por ello le voy lanzando sus prendas al tiempo que yo me voy vistiendo. Luego recupero el trapo sucio y cojo un par de hielos más del congelador. Cuando me acerco a la mesa Danny sigue sentado, aunque ahora ya está vestido. Le doy los hielos con el trapo y él enseguida se lo pasa por las muñecas.
-¿Vamos?
Él asiente con la cabeza y se pone de pie. Parece tambalearse un poco pero consigue mantener el equilibrio. Sospeso la situación y le paso un brazo por la cintura para ayudarle a caminar. Creo que hoy me lo quedaré en casa para echarle un ojo. Ahora que todo ha terminado Danny vuelve a ser simplemente uno de mis mejores amigos, y no estaría tranquilo si le dejase sólo en su casa.
Le guío por la nave industrial hasta la salida. Y aunque sé que esta noche será un secreto para nosotros, antes de cruzar la salida, me aseguro de que el acuerdo se cumpla:
-Lo que pasa aquí dentro se queda aquí dentro.
Y él vuelve a hacer que sí.