Dies Irae. Silencios

May 11, 2010 22:01

Título: Silencios
Pareja: None
Personajes: Saya Izumi, Youji Izumi, Kyle Odergand
Fandom: Original
Advertencias: Ninguna, supongo.


Silencios
Si hay algo constante en la vida de Saya Izumi, es que guarda silencio. No es porque quiera, pero es la única manera de sobrevivir, porque cuando era pequeña solía reclamar y sus padres, no, no ellos, sus tutores, su nodriza, todos aquellos que tenían poder sobre ella, le enseñaron a callar. A base de regaños y de golpes, a base de hacerla sentir mal, culpable. Aún recuerda a su primer nodriza, de píe, frente a ella, hablándole dulcemente, palabras crueles, para hacerla confesar por un vaso roto que ella no rompió, no a propósito.

"Fue un accidente" Repetía, pero aquella mujer se empeñaba y la sujetaba con fuerza de su bracito, hasta que la pequeña, llorando, confesó que lo había hecho a propósito y se lo dijo a sus padres. Los cuales, apenas se dignaron a prohibirle los dulces un par de días. Ella, en esa casa, simplemente no existía. Era la muñeca de sus padres y una pena porque no era chico y no era digna sucesora.

Quizá por ello se esforzó tanto cuando asistió a la escuela. La más brillante, su carácter fuerte, una personalidad marcada por su niñez estricta le había enseñado cómo mandar sobre los demás y cómo manipularles. No tuvo amigas, no sinceras y al establecer una relación, debía tener en cuenta si le beneficiaba y en qué medida. No era su culpa, se repetía, ser así, una hipócrita, era culpa de sus padres.

Por supuesto que se granjeó enemigos, muchos y variados y jamás dio su brazo a torcer, aunque los chicos la maltrataran, aunque las demás chicas la tildaran de perra, de puta, de lesbiana y de muchas cosas más. Daba lo mismo. "Estúpidas marionetas" solía pensar y las dejaba ser, porque pobres de ellas. Y pobre de ella misma, reina de las marionetas, ojos de botón, boquita cerrada con hilos transparentes y una expresión sonriente y segura que era una falsedad que asqueaba.

Se movía con soltura en el bajo mundo, ahí donde se desprendía el olor de la parte putrefacta de las personas. Ahí, donde ella callaba para no ser considerada diferente y se tragaba su moral, porque era lo que sus padres esperaban de ella. Y hubiera deseado también guardar silencio en el altar, jamás haber pronunciado ese sí que la condenaba al lado de un hombre que no amaba. Saya Izumi, desde entonces y para siempre. Izumi y su familia estaba orgullosa. Y ella estaba harta, cansada y enferma.

Quizá fuera por ello que guardó silencio en el funeral de sus padres. Siempre lo supo, Youji Izumi había sido el responsable y a ella poco le importó, porque sus padres fueron extraños dictadores que arruinaron su vida. Por dentro, siempre deseo que se fueran. Y saberlo le atormentaba y le hacía sentir una mala persona, una persona aún peor de lo que ya era.

Tampoco dio aviso a los padres de Youji, a pesar de que su cuñada Aiko le agradaba y el pequeño Jamie le daba sincera lástima. Ella continuó su vida después que todos desaparecieran y se encontró de pronto trabajando en un gran orfelinato, rodeada de niños, de profesores, cocineros y otras personas. "Estás pisando el infierno" Se dijo esa vez, cuando se despidió de la primera niña que se fue. Pisando el infierno, cada vez más profundo. La idea del suicidio pasó muchas veces por su mente, pero no podía hacerlo porque Youji no quería.

Y para atarla a la tierra, la embarazó. Y nueve meses después estaba ella y un pequeñito rubio entre sus brazos. Nicholas. Y lo amaba. Y Youji también lo amaba. No habían sido buenos hijos ni buenos esposos, pero podían ser buenos padres. Más nunca, ninguno abandonó sus hábitos. Ella, frecuentando las habitaciones de noche, observando a los niños dormir, disculpándose con la mirada del destino que les estaba preparado. Youji también pasaba a los dormitorios, con otras intenciones. Nicholas dormía y jamás vio nada.

Y diez años es mucho y quince demasiado. El nudo en la garganta le impedía casi respirar cuando miraba a la pequeña niña rubia que enseñaba a tocar el piano a Nicholas y se imaginaba lo que su esposo hace con ella. La enferma y quisiera hacer algo, pero sus labios, como cuando pequeña, siguen cosidos con el fino y doloroso hilo del miedo y la culpa.

Pero esa noche, mientras siente la sangre correr, manando de su vientre, el ardor del ácido corroyendo su piel y el calor del metal que se ha incrustado, puede también sentir que los hilos se rompen. Observa los ojos celestes que la miran, inexpresivos y le ve acercarse, inclinarse, sin tocarla. Trata de decirlo, trata de liberarse, de decir la verdad por una vez en su vida.

- Yo... no... - El chiquillo no parece entenderle y se esfuerza más - Es mi esposo... los papeles... escritorio... - Trata de señalar dónde está la evidencia. El moreno de pronto parece entender y en sus ojos nota el arrepentimiento, el pánico. Saya sonríe y trata de tocarlo pero no le alcanza.

- Saya... - Susurra y su voz suena demasiado arrepentida. Ella comprende que el niño cometió un error y no le importa mucho. Ve nublado y el olor dulzón de su sangre le empalaga en los labios y en la garganta.

- Mátalo - Cierra los ojos. - Cuida a Nik...

Y no dice más. Es una lástima que muera cuando aprende a decir la verdad y es una lástima que jamás conociera el verdadero nombre de su salvador y asesino. ¿Odergand?... Sí, tal vez, Odergand...

f.o:dies irae, pj:saya bayne, adv:violencia

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