Personaje/Pareja: Kyle Odergand
Rating: G
Nº Palabras: 1500
Notas: Inmediatamente después de TB, es decir, justo después del incendio en el que se consume la casa y eso. Terminó por no gustarme mucho, pero está y tenía que sacarme la espinita. Música, o más bien, los tres versos que aparecen son de la canción Kanata Kara no rekuiemu, de Rie Tanaka. Nya, es que desde que escuché Akai hitomi ni nemuri wo, supe que le pegaba a esto XP *está loca*
Cuando le encuentran, apenas puede moverse. Despacio, arrastrándose, como un animal herido, los ojos ardiendo por el humo y desgarrando su garganta intentando gritar. Se estremece, alma consumida, lento, desecándose en el danzar de las llamas. Y aún así trata de alcanzarlo, de tenerlo.
Se retuerce cuando le toman, sigue arrastrándose aún cuando le halan, lejos del incendio. Es todo un remolino de intentos fallidos y golpes que dan contra su pecho. Se ríe, dentro de él, se ríe y su cuerpo tiembla cuando libera la risa que no es suya, porque él se despedaza y llora y suplica con fervor a un dios que no conoce por un milagro que no sucederá.
Siente el golpeteo, la irregularidad del terreno a través de los pasos de la sombra que le carga y entonces, con el rojo en su memoria -rojo, fuego, sangre, él, maldita sea, ÉL- se entrega, sin fuerza, a esa oscuridad latente, silenciosa y ante todo, vacía.
***
No despierta. Se sabe entre sábanas suaves, con su pijama puesto y el cabello aún húmedo de la ducha, pero no despierta, no por completo.
(No está)
Son imágenes recurrentes y sombras que se desvanecen poco a poco, como el recuerdo de un sueño difuso. No sabe si el arma fue disparada, no recuerda quién murió. Una parte de él piensa que William, la otra no deja de repetir que cadáver es él. No sabe si el incendio fue un accidente, si el olor a gasolina impregnado en la madera lo causó él, si en algún momento deseó eso.
(Su corazón)
Esta seguro que lo amaba, que el sentimiento era puro, que le perdonaba, que le necesitaba, que entendía. Que no se resistió cuando él le besó. Que no quería que todo eso sucediera, que nunca fue su intención lastimarle. Tal vez no. Algo dentro le dice que todo ocurrió de acuerdo a lo esperado.
Cuando Kotaro se acuesta en la misma cama -sabe que es él, puede sentirlo, es una fragancia a shampoo de hotel y cenizas-, trata de dormir otra vez. El tacto es fino contra su piel y el abrazo es firme, sosteniéndole de la cintura, la otra mano en su cuello y Kyle se da el lujo de suspira contra su piel.
- Yo voy a cuidarte, Kyle, yo voy a arreglarlo todo.
No reclama, no trata de aclarar que el límite ha sido roto y de donde está ya no hay retorno. Se limita a asentir y dejarse cobijar. Le gustaría creerle. Pero no puede, ya no puede.
(¿Dónde está su corazón?)
***
Salen al día siguiente, desde muy temprano y caminan por la orilla de la carretera, una maleta cada uno y el paso es lento, silencioso. Un camión les lleva hasta la ciudad y Kyle sube sin miedo, al lado del conductor. Sin más que perder, obedece a lo que Kotaro le diga que haga, las palabras que quiere que diga. Un poco vacío, un poco muerto y no está seguro de recuperarse pronto.
El paisaje es monótono y el ya no lo ve. Apenas cerrar los ojos vuelve a su mente el olor de la madera ardiendo, roble, caoba, ébano, pino. Plásticos y metal, carne. Un olor dulzón y férrico que sabe es sangre y luego el humo invadiendo su garganta hasta su pecho y oprimir.
- Llegamos.
Conoce el camino de memoria y lo recorre con facilidad, con Kotaro sosteniendo en todo momento su mano y Aishi a su lado, todo silencios y carencia de sonrisas que él comienza a extrañar.
Está sola, la casa, enorme, hermosa, el enrejado alto color cobre descascado. Entran llave en mano y por dentro está llena de polvo y olor a humedad y han sido menos de dos años, pero parece una eternidad desde la última vez que estuvieron ahí. Aishi se dedica a limpiar un poco la habitación en que estarán y Kotaro hace planes en folios que ha encontrado en el estudio.
Kyle toca, casi hipnotizado, apenas pisa el salón de música y encuentra aquel violín. El suyo yace convertido en ceniza entre los despojos de su vieja casa. Lo afina rápido y se planta en medio del lugar, interpretando una melodía, lenta, cadenciosa, que se repite en partes y sube y baja despacio en la escala.
Una hermosa y cruel melodía.
Sube, baja. Sin partitura, Kyle la recuerda, a ojos cerrados, puede tocarla. Olor a ocre y vacío, llega de pronto el suave olor de la canela y el sándalo. Por momentos no son sus dedos los que presionan las cuerdas ni su brazo el que mueve el arco. Y tampoco es él quien quiere reír, celebrar una victoria merecida y fumarse un cigarrillo en el patio.
No es él quien se regocija. No es él. Trata de convencerse. Él no quería. Pero lo mataste. Lo amaba, con fuerza, por encima de todo. Te encantó destrozarlo. Por encima de su propia dignidad, de su valía intrínseca a su condición humana.
Una súplica grabada eternamente sobre la cruz invertida.
Podría destrozarse en ese instante, arrancarse a jirones la piel, convertirse en un despojo de carne y huesos y sangre roja y caliente. Y aún así no sabría quien es, qué hace, por qué rayos sigue tocando aunque duela y sus piernas están a punto de flaquear.
- Kyle…
Un sobresalto, la caída en seco del violín, sonidos que despiertan sus sentidos y está de vuelta. O lo parece, lo parece y no está seguro y quisiera rasgar el presente y buscar su punto de realidad. Estás perdido, estás perdido.
- ¿Sí?
- Nos quedaremos aquí dos días, nada más. Aishi encontró suficiente dinero como para seguir fuera una o dos semanas. - Las palabras de Kotaro se lo dicen, firme y claro. No vamos a regresar. Kyle asiente, despacio. - Si en dos semanas está todo más calmado, iremos con la policía, lo contaremos todo y veremos qué hacer…
- Entiendo.
Cuando se marcha recoge el violín, rozando con la punta de los dedos la pequeña abolladura, acariciando la madera como su esta sintiese su tacto y vuelve a tocar. El final, sólo el final.
No hay marcha atrás. Acabó. Las notas vuelven a elevarse y mantiene la vista fija en la ventana que da al jardín abandonado, donde no crecen sino flores silvestres donde antes hubo delicados narcisos y elegantes gladiolos. No lo amaba, eso no era amor. Se desvanece despacio, se desliza por su piel. Borra, entierra, escapa, muere. No era amor. Nunca lo amó. Nunca hubo algo real, palpable.
Demasiado fuertes, mis sentimientos se corrompen.
Nunca existió.
***
Dos días después, parte, destino incierto y escapan. Es un peregrinaje estúpido, porque él sabe que les encontrarán. Alguien, alguien les atrapará, les atará y volverá a estar en una red halada por algo desconocido. Y se repetirá, el ciclo. Ya no más.
Kotaro dice que vio personas al momento del incendio, cerca de la casa, miradas fijas en ellos, desconocidas, incómodas. Kotaro cree que ellos lo hicieron, que ellos sabían, que ellos provocaron el infierno y que es un milagro que él, herido, turbado, pudiese escapar.
Yo lo hice. Kyle no lo dice, porque aún no puede asumir la realidad.
Aishi murmura a veces, en voz muy baja y abrazada de ese perro que aún es cachorro y le cuenta al oído cosas que nadie más escucha. A veces él la escucha musitar aquel “ese desgraciado se lo merecía” y Kyle sabe a quien se refiere y oculta la sonrisa.
Por eso lo hice. Y podría decirlo si una parte de él, pequeña y frágil, oculta en el interior, no tratara de detenerle y permaneciera en ese estado de duelo eterno, de melancolía, de tristeza infinita que le asquea.
Y que no se arrepiente, mierda, no se arrepiente. De haberlo hecho. Y jamás se arrepentirá
***
El forcejeo es rápido, el hombre es grande, pero él es ágil. Se desliza por la pared, hacia abajo y mete el píe, le hace tropezar. Cae, él trata de levantarse. La navaja, piensa, la puta navaja.
El hombre no lo espera cuando lo hace, cuando mete la mano en el bolsillo y no amenaza, adelantándose de un movimiento. Pero reacciona, le empuja contra la pared y es un golpe seco que a Kyle le hace gemir, en voz baja, el arma en la mano con fuerza empuñada.
El filo le roza la garganta y Kyle cuenta, izquierda, uno, dos, tres.
- Si haces un solo movimiento más, te mueres.
Kyle se ríe en su cara, roto, impuro, sombra de lo que fue y atisbo de lo que es.
- Me importa un carajo.
Empuja. Todo se vuelve negro.
***
No es Kyle. Joel le dice que no lo es más. Kyle no existe. No es ninguna de las falsas identidades que le dan ni es sangre de nadie de los que finge ser familiar. Es todo fachada, apariencias, mentiras. Es vuelta a su vida. Es caída al infierno.
Se llama Byaness.
Esa es su realidad