Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck (+ Marshall Eysenck)
Tema: #43 - Monstruo
Notas: Al fin empezando. Lo escribi estando medio dormida, así que no esperen mucha coherencia ñ_ñ
Richard admite que él no fue un hijo ejemplar. Que para los quince años ya fumaba, bebía y de vez en cuando se encontraba una tía con la cual follar. Incluso admite que alguna vez se metió en problemas, no muy grandes pero algo así, como cuando su linda y amada serpiente se escapó en casa de su tía Dandicat, devorándose a Clovis el canario y metiéndole tremendo susto a su tío. O cuando a los catorce pensó que podría llevarse el auto un rato sin que se dieran cuenta y acabó chocándolo. Pero, Dios lo sabe, nada de eso merece el castigo que carga.
Y que Marshall le perdone si le llama castigo, pero no halla otra forma de describirle. Bueno, hay otras (“metrosexual”, “eh, tú, promiscuo”, “ojos de ciego”, “semialbino”, “el tío que se ha follado a medio mundo”), pero mejor ni hablar.
Y es que pensó que era normal -en serio, se lo creyó- porque, bueno, todos los niños hacen travesuras, ¿no? Sí. Cosas como rayar piso y paredes con garabatos y atascar el inodoro con lo que tuviese a mano -y el inventario incluía las llaves, un sacacorchos, una bola gigante de papel y los tampones de Joanna-. Se sabe, cosas normales. También era normal aquello de echarse cremas de su madre por toda la cara -aunque dejó de serlo cuando a los quince años seguía haciéndolo- y también lo fue esa vez que se despertó con el cabello hecho mierda por culpa del enanito ese y sus tijeras, cosa que, por cierto, le costó una semana de castigo, porque si algo es cierto es que con el cabello de Richard Eysenck nadie se mete.
También encontró bastantes normales las conversaciones del niño con su hermano menor. Hablaban de cosas sencillas, cosas de niños, juegos, juguetes, las típicas peleas, ¿Qué si se alarmó cuando vio a Marshall atando al pequeño Yukiy a la cama? Bueno, él no había tenido hermanos, no podía saber cómo eran esas relaciones, así que dejó a su esposa encargarse. A veces piensa que no debió hacerlo. Y es que ya no era sólo atarle. Marshall mismo lo dijo, le había atado para que no se lastimase jugando. Duh. Día y noche era verles juntos. Y pobre del pequeñito, atado todo el día al remolino de energía que era su hermano. Porque eso era -es- Marshall, un remolino de energía.
Hasta ahí normal.
Y supone que el incidente del televisor va en lo normal. Eso de comenzar a limpiar el televisor sin apagarlo y usando el atomizador por todos lados, incluyendo esos agujeritos a los lados del televisor y las bocinas. ¿El resultado? Humo y más humo y un televisor que nunca volvió a encender. Lo que sí no sabe aún cómo clasificar es esa vez que Marshall, con diez años, pensó que podía hacer un buen combustible a base de azúcar. Y lo hizo. Y lo metió al tanque de la gasolina. Richard aún recuerda la cuenta del mecánico y el precio del nuevo motor.
Richard supo que lo de su hijo no era normal cuando empezó a perder tarjetas y cheques y encontrar cada vez más y más productos de belleza en le baño que no eran de su esposa. Y vale, tampoco es problema, pero que Marshall, comenzando apenas los catorce se preocupara por eso de envejecer era extraño, por no decir simplemente estúpido. Y el día en el que el tío ese, el líder de los boy scouts llegó a informarle, completamente rojo y sin saber cómo explicarlo, que había visto a su hijo liándose con otro de los chicos del campamento, ahí sí Richard deseo que se lo tragase la tierra.
Más aún cuando ese tipo de cosas se hicieron más frecuentes. Más frecuentes pero, vale, al menos no se preocupaba mucho. Se preocupó cuando vio a Marshall tratando de meterle mano a Yukiy en su habitación y cuando escuchó por primera vez una de esas conversaciones entre Marshall y la menor de la familia -aunque más bien se asustó, ¿cómo su nenita sabía tanto de sexo?-. La adolescencia es una mierda que cae sobre los padres, Richard lo sabe de sobra.
Y Richard ha sufrido lo insufrible por ese pequeño monstruo que llegó a su vida hace dieciocho años. Lo más reciente fue eso de llevarse el auto -que ni era de Richard- y dejarlo tirado a muchos, muchos kilómetros de distancia en una carretera -qué mierda hacía Marshall en esos rumbos no lo sabe- y llegar a casa tres días después de acabada la fiesta, de noche y con el descaro de señalar el reloj de la casa y decir que él había cumplido que ”miren, he llegado antes de las 2 am, como dije”, especificando que él no había dicho qué día.
Y bueno, ¿la verdad? Sus compañeros de trabajo le miran con lástima. Pero de todos modos se ríen. ¿Qué te ha hecho ésta vez el muchacho? Preguntan cuando le ven cansado y la verdad es que casi siempre termina respondiéndoles con el nuevo incidente de la semana. Y pues, además está hasta el cuello de deudas -por el auto y la grúa, por los vidrios rotos, por los cargos a las tarjetas que le roba su hijo-, así que cansado cansado está.
Pero aún así, el día en que Marshall se va de casa, no a vagar, no ha hacer lo que sea que haga, si no que se va, a su propia casa, con su propia esposa, a Richard le duele en el corazón. Mucho, el verlo partir, cambiar, convertirse en un hombre de bien, ser responsable -y eso que creyó que moriría antes de que eso pasara- y avanzar en su camino, sin ayuda. Todo eso duele. Y es que le extraña. Y no es que sea masoquista, aunque tal vez.
Vale, Marshall puede ser raro, problemático, un desastre para su economía y un monstruo capaz de destrozarle los nervios, pero es su hijo y pese a todo, le quiere.