Fandom: Viviendo la vida
Claim: Marshall Eysenck
Número: 01.- Luces
- No te vayas.
Yukiy se aferra con fuerza de su pecho, apresando con sus manitas la tela del pijama del mayor.
Marshall no entiende a qué viene ese miedo irracional por las tormenta, más aún por las que hacen que el cielo se ilumine como el día y que la noche huela a humedad y nuevo durante horas, como la que hay fuera ese momento.
Al contrario, Marshall las aprecia y observa, a través de la ventana, las formas luminosas que se dibujan. Son luces efímeras que se graban en su memoria. Bellas, tan fugaces.
- No te dejaré.
Número: 02.- Ilusión
Puede que parezca real.
Es como todos los años. Papá y el abuelo en el estudio, la sonrisa en los labios, conversando de cosas insignificantes.
Mamá y la abuela preparan la comida y el árbol de navidad permanece en la sala, esperando los presentes. Yukiy, tan pequeño aún, juega cerca del nacimiento de cristal.
Puede parecer que son felices.
Pero hay algo en los ojos de su padre, en lo que no dice y en la sonrisa que duele, que le indica a Marshall que es todo una máscara.
La felicidad no es sino una ilusión.
Y como tal, desaparecerá.
Número: 03.- Colores
- Jugaremos a los colores. - Marshall habla, frente al grupo de niños que permanecen sentados en sendas sillas. - Ya saben cómo jugar, ¿cierto?
Asienten al tiempo. Marshall aparta a Yukiy del grupo, él va a comprar el color. Comienza a darles color…
- ¡Azul!
- No hay.
- ¡Dorado!
- No hay.
Minutos de lo mismo, frustración. Yukiy esta al borde del llanto.
- ... ¿Aguamarina?
- Joseph, corre. Yukiy, paga, ocho. - espera que dé las palmadas en su mano. Edward le mira fijo.
- ¿Qué colores pusiste? -, pregunta.
- Bermellón, Aguamarina, Burdeos, Cyan.
- Cruel.
Número: 04.- Música
Fue culpa de su padre, eso de no soportar la música docta. Puede escucharla cuando es parte de alguna película o si tiene que hacerlo, pero no la disfruta.
No entiende ni de Chopin, Mozart o Bethoveen. Esa música no es lo suyo.
- A las chicas les gusta.- Habla Joseph con él, un día, ese mocoso que le agrada y no.- Si aprendieras a tocar, ya sabes, algo de piano, algo de flauta...
- No lo haré si no me gusta. Yo no cambio por nadie.
Es parte de su filosofía. Hacer sólo lo que necesita, lo que quiere.
Número: 05.- Moneda
- Ahora, mira qué hay detrás de tu oreja.
- Ah, también haces magia.
- Que mires detrás de la oreja, muchacho.
Marshall suelta un suspiro de resignación, obedeciendo y siente la moneda, tomándola. No tarda en guardársela en el bolsillo.
- Eysenck, esa es mi moneda mágica.
- Lo siento, aguántate, amigo.
Desearía estar en cualquier otra parte, pero no. Estúpida comisión de clase que le obliga a quedarse con gente como ese idiota de Coubert.
- Me sé otro truco de magia, ¿te lo muestro?
- Piérdete.- Le mira fijo, sonríe de medio lado, de pronto entretenido.- Pederasta.
Número: 06.- Espectáculo
Tienen trece años la primera vez que se cuelan en una de esas fiestas.
Edward se entretiene en un rincón, sólo observando, pero Marshall se pasea, sonríe y habla con todos y bebe lo que le ofrecen. Se une a un grupo de chicos y fuma algo que no sabe qué es.
Lo siguiente que Edward ve es a su amigo sin camisa, balanceándose, bailando en un desequilibrio total. Cuando cae, todos ríen. Hay quienes toman fotos.
- Se acabó.- Toma a Marshall, que habla ininteligible y le saca de ahí.- Se acabó el espectáculo. Idiotas.
Idiotas todos, incluidos ellos.
Número: 07.- Payaso
La primera vez que lo ve, Marshall dictamina que ese tío no es sino un payaso.
Le dice a Edward que el tal Coubert le parece el hombre más simplón del planeta, molesto, que cansa con su odiosa intención de agradar.
- Es falso -, le gruñe y Edward se limita a encogerse de hombros.
Es relativamente joven (no más de veinticuatro años) y algo guapo (las chicas idiotas del colegio van tras él) y muy blando, porque está en prácticas y aún no es maestro.
- Me cae tan mal, ese idiota.- Repite por undécima vez. No puede soportarlo.
Número: 08.- Infancia
Josué Coubert es el recuerdo más claro de su infancia.
Más que sus juegos con Yukiy y que los paseos con Edward, más que las navidades y años nuevos.
Josué le trataba como a un niño. Al principio le molestaba su forma de ser. Después, comenzó a plantearse como un reto el saber qué pasaba por la cabeza de aquel loco.
Mucho después, aprendió a disfrutar los ratos en la azotea, las conversaciones banales; de su tacto, su sonrisa, el sabor demasiado dulce -empalagoso- de sus besos.
Josué es el icono de su infancia, porque a la vez, significó transición.
Número: 09.- Dulce
No es que llegara a enamorarse.
Edward es café con leche. No muy amargo, algo serio pero no demasiado. Capaz de abrirle la mente, capaz de vitalizarle.
Sólo un capricho, quizá.
Kaori es como un refresco. Burbujeante, de un sabor específico, acompañamiento ideal para las palomitas y una película.
Ni siquiera supo que era.
Pero Josué era distinto. Sonrisa eterna en el rostro, pasado difuso que se perdía entre tinieblas. Algo agradable, algo con mucha azúcar, capaz de tenerle toda la noche despierto, de arrancarle sonrisas de todos matices. Coubert era un caramelo.
Sólo sabe que le endulzaba la vida.
Número: 10.- Extravagancia
Do quiera que va, siempre destaca por algo.
En la escuela, porque saca buenas notas. En las fiestas, porque se vuelve atracción. También en las fechas festivas y competencias suele resaltar, por algo. Siempre.
Halloween no es la excepción.
- Oye, Marshall... - Edward estira la mano para tocar esa cosa de plumas de colores en la cabeza rubia.- ¿No crees que...?
- ¿Que qué, Ed? - Él luce orgulloso su penacho de plumas. Lleva también un collar de flores y un manto multicolor.
- ¿No crees que esto es extravagante hasta para Halloween?
- Me veo sexy.
... Claro.
Número: 11.- Carpa
- Presentamos a Marshall el ilusinista. Aplausos, por favor.
Yukiy, sentado entre los peluches, da pequeños aplausos y Marshall sonríe.
Está orgulloso de su circo, cuyo nombre está garabateado con crayón en la puerta. De las lámparas ha atado los extremos de una sábana, simulando la carpa bajo la cual hace todo.
- Partiré en dos a este señor voluntario.- Toma el conejo de peluche, después la tijera. Yukiy mira con aprensión.- Y lo volveré a pegar. Aplausos.
Diez minutos después, Marshall tiene que explicar a su madre por qué el desastre de relleno y el llanto de su hermanito.
Número: 12.- Fantasma
A veces, la sensación regresa como un fantasma en las noches y se cuela en su habitación.
Puede sentirle recorrerle por completo, con los dedos fríos y sus besos muertos. Se estremece al rememorar, con el peso casi inexistente sobre él, las escenas de otras noches vividas.
Así es siempre, es la condena.
Los ojos de un celeste clarísimo se tornan ahora opacos, ya sin vida. Muertos comos u dueño.
Porque ya otros lo han dicho. El recuerdo es fantasma amenazante. Son hechos que ocurrieron que han marcado parte de él.
Es pasado que regresa.
Marshall preferiría que regresara él.
Número: 13.- Animación
- Esto es animación.
Marshall bosteza durante la clase. Algo le golpea la nuca y se gira pronto, terminando de recoger el papel que Edward le ha arrojado.
- Fotograma a fotograma...
"¿Te acuestas con Coubert?"
Marshall frunce el ceño. "Cotilla" escribe, se lo da.
"¿Es verdad?"
¿Qué mierda importa eso?
“Lo odio, ¿crees que me acuesto con él?"
Edward responde que sí.
- Eysenck, defina animación.
¿Eh? ¿A él pregunta? Toda la clase le mira. Silencio.
- Déme ese papel.
No tiene tiempo de pensarlo. El papel acaba en su boca, mastica, traga. Le siguen mirando.
- ...Fuera.
Bah.
Número: 14.- Maquillaje
- Ya te dije que no es maquillaje, joder.
Edward no le cree ni media palabra. Pone en pausa el videojuego, sólo para mirar ese proceso que siempre le resulta tan extraño.
- ¿Entonces qué es eso, eh?
- Crema antiarrugas. -, seriedad al máximo, Marshall se mira en el espejo, con los dedos frotando en círculos sobre su mejilla.
- ... Tenemos quince años.
- Nunca es tarde para empezar.
No puede hablar en serio, ¿o sí?
- Bah, es crema humectante. La antiarrugas cuesta demasiado y mamá no quiere comprármela.
La verdad es incluso peor que la broma.
Número: 15.- Deseo
A Marshall le gusta mucho el tejado de la casa. Le ha gustado desde cuando su madre era quien le subía a ver estrellas.
Ahora, sube solo, con cuidado porque sigue siendo pequeño, y observa el cielo, fijamente.
Espera la estrella fugaz que le concederá un deseo.
Hay muchas cosas que Marshall quiere. Quiere tener más juguetes y que Yukiy sea más divertido. Quiere una mascota y tener más amigos.
Pero sólo hay algo que desea con todo el corazón.
Cuando pasa la estrella, cierra los ojos, formula su deseo.
"Quiero que papá vuelva a sonreír como antes, por favor"
Número: 16.- Traje
- No te queda para nada.- Marshall se quita las sábanas de encima, tomando las prendas recién planchadas que Josué le dejó en la cama.
- Oye, es mi traje favorito, no me pongas pegas.
- Pero es que no te queda. No combina con nada y te hace ver viejo.
Josué frunce el ceño y Marshall sonríe para sus adentros cuando el otro se va poniendo la corbata.
- Bueno, no importa.- Se viste.- Total, uses traje formal o de payaso, eres la misma mierda.
- Grosero.
- ¿Y eso te pone, cierto?
- Sólo un poco.
- Pervertido.
Número: 17.- Sueños
- Yo voy a ser doctor.- Dice Yukiy, solemnemente, sentado en el pastizal.- Para curar a Arjed.
- Yo profesor.- Joseph habla, mordiendo una brizna de hierba.- Para ser el profesor más guapo conocido.
- Arjed va a ser contador, porque es bueno con los números, ¿cierto? -Natasha comenta y el aludido asiente, enérgico.
Marshall les observa, desde debajo de un árbol, escuchando casi sin querer, en su papel de hermano vigilante. Se sonríe.
Todos tienen grandes sueños que quieren cumplir. Él tiene uno.
- Seré psicólogo… - Susurra, entrecerrando los ojos. Algún día, quiere creer, los sueños serán realidad.
Número: 18.- Mago
Es un mago de las palabras.
Su labia es impresionante, su carisma brilla por doquier. Marshall es la estrella del sitio al que vaya, apelando a su belleza, demostrando su inteligencia. Los encandila a todos.
Es un tejedor de ilusiones.
Recorre un camino de personas que están ahí para adularle. Tiene contactos, hace lo que quiere. Su libertad genera atracción, su valentía, incluso su moralidad distorsionada.
Así es Marshall.
Y entre lujos robados a alguien más, mentiras repartidas por doquier, un interés que no va más allá de lo carnal y lo científico, va por el mundo.
Eso es Marshall.
Número: 19.- Premio
- Vamos, damas y caballeros, ¿alguien quiere decirme dónde está la reina?- Marshall arma alboroto, en el parque, instalado en un puesto rudimentario.
Edward tarda un poco en localizarle y se abre paso entre las chicas que miran curiosas.
- ¿Qué haces?
- Manejo esto. Mira que conviene. Y a mí y a los que se llevan El Premio.
- ¿Cuál es el premio?
- Dinero. Si adivinas dónde está la reina, te llevas el dinero del bote.
- Tal vez quiera probar… -, Edward se ve tentado, se acerca.
- Y un beso del maravilloso Marshall.
- Mejor paso.
Número: 20.- Marioneta
Yukiy siempre había sido una marioneta que manejaba a su antojo.
Porque era sencillo, porque era manipulable, infundía en Yukiy los sentimientos que deseaba; conocedor de la psicología del pequeño, experto en decir lo necesario para generar acciones.
Le gustaba cuando su hermanito era su juguete, porque así ambos eran felices. Cuando Yukiy era marioneta, él lo cuidaba, Yukiy le divertía. Era recíproco. Eran felices.
Por eso odia que ahora no sea así, que no pueda usarlo más, que no pueda cambiar su humor, recuerdos o sentimientos.
Yukiy está triste por Arjed. Ya no pueden ser felices.
Sólo pueden simularlo.
Número: 21.- Petición
- Lo haces mal.
Marshall le pasa un brazo por los hombros, con la mano libre tomando un folio de los varios que Edward lleva en los brazos.
- No te pedí ayuda.
- Oh, firmas, ¿una petición? Puedo ayudarte.
- Que no.
- Claro que sí, mira, así se hace.
Marshall se separa y va hasta un grupo de chicas. Hay algunas risas y Edward alcanza a escucharle hablar. Regresa en breve, el folio firmado
- Te lo dije. Ahora sí, ¿vas a pedir mi ayuda?
- ... ¿Me ayudarás?
- Por supuesto. Ahora, di “te amo”.
- Nunca.
Número: 22.- Inocencia
- Y lo desperté a medianoche para que viera que los regalos los pone papá y no Santa Claus.
Marshall, comenta sus proezas en el arte de molestar a su hermano. Edward se limita a escuchar, compadeciéndose del niño.
- Eres cruel.
- Hubieras visto lo de los bebés.
- Pobre Yukiy
- Oh, tenía cinco años cuando lo llevé con papá para que le explicara. Y papá no es bueno para mentir, hasta Yukiy se dio cuenta que eso de la cigüeña y los macabros bebes en coles era mentira.
- Te encanta destrozar su inocencia.
- Es adictivo.
Número: 23.- Interrupción
Simplemente, se fue.
- ¿Cómo pasó, Edward? ¿Cómo no lo vi venir? - A marshall se le quebra la voz, en el tejado y Yukiy, completamente al tanto, se limita a besar entre sus cabellos.
Desapareció, sin más.
- Sólo un año más, un año más y... nosotros.- Lo peor, lo saben ellos, es que Marshall no podrá ni llorarle, que nadie más podrá saberlo. Niega con la cabeza, mordiéndose los labios.- No importa, ¿saben? No importa. Total, sólo eran unos cuantos acostones. Me caía mal, ¿recuerdas, Ed? Ese idiota me caía mal.
Trata de convencerse. Falla estrepitosamente.
No volverá.
Número: 24.- Medianoche
Edward le llama Cenicienta
Yukiy reclama que eso no es verdad, que en casa Marshall no hace ni un mísero deber, cosa que es cierta.
Joseph dice que es por nenita, porque Marshall es belleza pero no justamente el arquetipo de belleza masculina que Joseph -imagina- es.
Kaori les llama infantiles y recalca que Marshall es la peor influencia del mundo.
Pero Marshall sabe bien por qué el apodo.
Viernes en la noche. Luces apagadas, saltar por la ventana. Llaves del auto.
Es Cenicienta a la inversa.
Cuando para la princesa, a medianoche acaba la fiesta, para él apenas comienza.