Bueno, tras unos seis meses o así de sequía, he conseguido escribir de nuevo. Misfits. Spoilers de la segunda temporada, así que cuidadito.
No digo nada más, sólo que espero que os guste :)
PÉRDIDA
Echaba de menos sus manos.
No era el simple contacto humano, eran sus manos. Firmes, grandes, suaves.
Echaba de menos sus ojos. Su mirada. Limpia y azul. Sólo para ella. Eran esos ojos claros que la miraban como si pudieran ver en su interior, como si la anclasen al suelo y le sujetasen los pies a la tierra, impidiendo que su cabecita loca echase a volar. Esos ojos que la hacían sentir segura, que le decían que todo iba a ir bien.
Se miró la mano. Allí estaba la llave de aquello que hacía las veces de apartamento. Sin ventanas. Los relojes, ya todos a cero, iluminaban levemente la cama. La cadena de las llaves, que colgaban de su mano, tintineó conforme caminaba por la habitación.
Paseó junto a la estantería, mirando con una mezcla de curiosidad, tristeza y nostalgia los diferentes objetos que había en ella. Pesas, un cuadernillo, una tarjeta bancaria, fotografías. Acarició los escasos muebles con la punta de los dedos, despacio, imaginando que él la miraba desde la cama.
No quería mirar hacia allí. No quería, porque la última vez que le vio en la cama fue cuando la besó, cuando le entregó las llaves, cuando parecía querer decir algo más. Tú y tus cosas misteriosas, le dijo ella a él, cuando él se había callado una despedida, velada en un beso de labios tensos. Todavía recordaba sus ojos grandes mirándola y su sonrisa dulce mientras cerraba la puerta del ascensor y le perdía de vista.
Si no hubiera sido tan estúpida. Si tan solo se hubiera dado cuenta antes.
El olor de la gasolina todavía le quemaba la nariz.
Le escocían los ojos. No había parado de llorar en el camino hacia el apartamento. No había sido el tipo de llanto desconsolado que hace que la gente no se te acerque en un radio de diez metros. Lo había estado guardando para cuando llegara a casa.
No sabía por qué, pero había estado esperando encontrárselo al llegar. En la ducha, haciendo pesas, o mirando esos relojes, abstraído.
Los relojes. Desvió su mirada hacia ellos y se acercó. Las fotografías. Había algunas que ya existían en ese tiempo. Podía recordar más de una anécdota detrás de las imágenes. Nathan haciendo el canelo. Ella tomando el sol. Kelly haciendo de madre. Curtis fingiendo que no les conocía.
Recorrió cada fotografía con la mirada. Se preguntó cuándo ocurrirían las que no podía ubicar. Si daría el consentimiento expreso en algunas de ellas cuando Simon apretara el interruptor. Finalmente sus ojos se centraron en una foto, mayor a las demás, sin bordes blancos. Frunció el ceño durante un segundo, hasta que la atrapó con la mano y la miró más de cerca.
“Siempre he querido ir a Las Vegas”, había dicho aquella misma mañana. “Te llevaré allí”, le había respondido sonriendo, tranquilo.
No pudo más. El nudo de su garganta se estrujó dolorosamente y dejó salir el llanto, y las lágrimas volvieron a quemarle en la cara. Con la foto en la mano se dejó caer en la cama y se hizo un ovillo mientras se abrazaba a las sábanas, que todavía guardaban su olor.
Lloró hasta dormirse del agotamiento. Mañana sería un día nuevo. Sin él. Pero más cerca de él. Porque Simon le había prometido que volvería. Y él siempre cumplía sus promesas.