No sé que tiene este diario que, aunque mi vida sufra altibajos, cambios o desgana, al final siempre acabo volviendo a escribir algo en él. Es reconfortante darme cuenta de que las palabras no se me han agotado a pesar del tiempo que hace que no las uso. Suenan chirriantes, oxidadas, pero al menos siguen sonando.
Hace un tiempo, Gema me pidió que escribiera un Twinshido ¡Con Sílfides! Al principio estuve colapsada, pensando en cómo demonios iba a conciliar ambas cosas, pero me gusta tanto escribir sobre Bushido y me divertí tanto imaginándomelo perdido en el bosque, que al final la historia se escribió sola.
Se la dedico a ella con todo cariño, a mis gemelas Carpe, a mi querida Andrea y a la linda
azulea, a la que debo un largo mensaje.
Gracias por leer y un beso a todos~
Si hace un par de semanas algún colega le hubiera insinuado que acabaría perdido en el bosque, lleno de barro hasta las orejas y muerto de frío, le hubiera lanzado a la cara una carcajada sarcástica (eso sí tenía un buen día)Pero ahora tendría que tragarse esa carcajada por muy amarga que le supiera en el paladar. Allí estaba, rodeado de inmundos árboles, sólo y desorientado. Y lo que era peor: estaba hundido en el fango de la naturaleza por su propia voluntad. ¿Se podía estar más jodido?
La respuesta era meridiana. No.
Claro que mucho peor iba a quedar Paul cuando lo encontrara. Iba a tener que volver a usar esa máscara de calavera que tanto se ponía en sus inicios para ocultar el mapa de cicatrices que iba a marcar en su cara. Oh, sí. Un mapa como el que tenía que haberle dado antes de dejarlo abandonado en mitad de ninguna parte.
La ristra de maldiciones que Bushido escupía contra su ahora enemigo mortal, subía de tono a cada paso que daba. El aire puro lo ahogaba, estaba temblando de frío y no tenía ni la más remota idea de dónde habían aparcado el todoterreno. Sí, definitivamente estaba bien jodido.
-“Un poco de naturaleza no te va a matar” - masculló, imitando la voz grave de Paul- Ya, ya sé que no me va a matar... ¡pero me está jodiendo la vida! -gritó, todo ceño fruncido y puños contra el cielo. Una bandada de pájaros salió volando de las copas de los árboles, asustados ante semejante estruendo vocal-. Putos maricas cobardes - les espetó- ¡los pájaros del gueto tienen más agallas! - Los gritos resonaron en el silencio del bosque, espantando a los pocos animalillo que rondaban por allí, y Anis se sintió poderoso por un segundo, y miserable al segundo después.
¿Cómo se había dejado convencer para hacer este viaje? Todo el mundo sabe que él es un hombre hecho de asfalto, que tiene gasolina corriendo por sus venas y que sólo necesita un poco de humo para respirar. Anis es un Rey de Reyes en la ciudad. La conocía como la palma de su mano, cada calle, cada vicio, cada pálpito de su corazón de tuercas y pistones. La dominaba, la poseía y la amaba.
Sin embargo, una noche de juerga y confesiones, Sido lo había retado a viajar a la Selva Negra... “no serás capaz de resistir ni un solo día sin tu Iphone, pequeña”, le había espetado entre viriles palmadas en la espalda y demasiado vodka. Así que allí estaba; sin agua, sin comida… y por supuesto sin cobertura. En realidad era culpa suya, no tenía que haberse alejado del pequeño campamento que habían improvisado cerca del lagoGlaswaldsee, pero él no era un pequeño burgués asustado, ¡tenía que demostrarlo, sobre todo ante sí mismo! Así que decidió ir a explorar por su cuenta. Maldito fuera su orgullo, no era la primera vez que lo metía en problemas.
Estuvo caminando durante horas, chapoteando en el barro. Buscó los márgenes del lago para orientarse, pero por más que recorrió lo que le parecieron kilómetros de orilla no encontró a nadie, y menos a Paul. El sol estaba a punto de caer, tiñendo el agua de un fulgor rojizo. Se detuvo a contemplar el hermoso espectáculo, soñando que veía esa misma imagen encuadrada en su televisión de plasma de última generación, tomando una copa y disfrutando de su sillón favorito.
-La realidad está sobrevalorada -masculló, tiritando de frío.
Decidió que era el momento de descansar, al menos de momento. Estaba seguro que tarde o temprano lo encontrarían, pero no quería morir congelado en la espera. Aún quedaba unos minutos de luz, y los aprovechó para recoger ramas secas hasta formar una hoguera bastante decente. Apoyado en un árbol y con el fuego crepitando frente a él, comenzó a sentirse un poco mejor.
Una luna grande y redonda se alzaba en el cielo, alumbrando el bosque con una luz fría.
Anis se hizo un rebujo con su chaqueta, todavía tenía las manos y los pies helados. Las llamas habían logrado secar el barro de su ropa y sí, no estaba tan incómodo como había pensado al principio, pero se moría de hambre. Después de estar varias horas sentado bajo ese árbol, extrañaba una buena comida y un trago fuerte. Joder, lo que hubiese dado en ese momento por una botella de Absolut Blue ¡Incluso echaba de menos a ese cabrón de Sido! Mierda, cuando saliera de esta le iba a tatuar ELECTRO GUETTO en el culo a patadas.
-¡Ya te puedes ir preparando, StückScheiße (1)! -Gritó con todas sus fuerzas, puesto en pie. Su voz no tuvo eco. Un silencio abrumador colapsó sus oídos. Un silencio inimaginable para alguien que tenía el eterno sonido de la ciudad grabado en el cerebro. Se sintió absolutamente aislado, como si fuera el último hombre vivo sobre la tierra. Miró la luna por primera vez, tan alta, tan distante. Casi parecía reírse de su tragedia.
Como amenazar a un satélite que flota feliz en el espacio no le iba a servir de nada, echó un par de troncos al fuego y se sentó de nuevo bajo el árbol, resignado. Después de comprobar por millonésima vez que no por desearlo muy fuerte iba a surgir el milagro de la cobertura, se recostó lo mejor que pudo entre las raíces que sobresalían de la tierra y dejó su mente vagar.
El fuego atrajo su mirada cansada, y se dejó llevar por el baile de las llamas y el crepitar de la madera. Su calor lo adormecía, sentía los párpados cada vez más pesados. De pronto, el aullido de un lobo de la distancia lo hizo saltar en su lugar. Sudando frío, cogió un tronco de la hoguera a modo de antorcha, e intentó ver algo a través de la oscuridad. Sentía el corazón golpeando las costillas a golpes de tambor y la boca seca como el esparto. Del mismo modo que un lama tibetano recita su mantra, Anis se repitió a sí mismo, una y otra vez, la primera letra de rap que vino a su mente. Era una letanía gamberra, cargada de palabrotas y poesía, que repetía en voz baja para alejar el miedo. Hacia lo mismo de mocoso, cuando se preparaba para enfrentarse con otros raperos en las sus primeras “peleas de gallos”. Los recuerdos empezaban a amontonarse al ritmo de la melodía a la que se aferraba para darse valor. Se acordó de Fler, el que organizaba las batallas: un colega que rimaba con la misma audacia con que machacaba a sus rivales. Era un buen tipo, un tipo legal. Cada noche “los elegidos” se reunían en un callejón de mala muerte para ganarse una reputación a base de versos y navajazos. Ahora su amigo estaba muerto a manos de las bandas, y él, después de luchar con uñas y dientes, estaba seguro de haber ganado todas las batallas a las que la vida le había enfrentado. Quizás estaba equivocado.
“Das istmeinletzterWille, nurfallsichMorgengehenmuss,
Vielleichthauichmorgen ab undrauch’nHornmitJesus,
Das istmeinTestament, ihrkönnt es liveverkünden,
dochbevorichgeh, bitteGott, vergibmirmeineSünden.”(2)
Recitaba un tema de Paul, su archienemigo en esos momentos, pero ni siquiera se daba cuenta. Aferrando la improvisada antorcha con los nudillos blancos por la tensión, escuchó otro aullido, esta vez más cerca. Blandió el fuego como una espada, buscando a ciegas algo a lo que golpear.La luz de la luna apenas le dejaba adivinar qué alimañas podrían estar agazapadas en las sombras, esperando un momento de debilidad para atacar. El más pequeño ruido lo alertaba, no debía bajar la guardia… pero el cansancio pudo más que su voluntad. Mantuvo el fuego alto y bien alimentado para que los animales no se acercaran, y se dejó caer contra el árbol, rendido. Poco a poco, el agotamiento y la hipnótica luz dela hoguera desactivaron todas sus alarmas. Decidió cerrar los ojos un segundo, sólo por un momento… no iba a pasar nada por un segundo, ¿verdad?
…
El cálido aliento apenas rozó sus labios. Un soplo de brisa, el tililar de una risa secreta en su oído. La caricia delicada de un rayo de luna.
Abrió los ojos, sobresaltado.
¿Que había sido eso?
La noche seguía quieta, callada. El fuego crepitaba con fuerza, ahuyentando el frío y los animales salvajes. A su alrededor, la naturaleza bullía de vida, callada e imparable. Se puso en pie, suspirando. El bosque parecía haber cambiado.
No, no era posible. Estaba exactamente en el mismo maldito lugar, cubierto de barro seco, sin comida, sin cobertura y a merced de las bestias. Sin embargo...
Bajo la luz de la luna, el bosque parecía manchado de plata. El aire de la noche estaba cargado de fresco perfume, y a cada soplo traía a sus oídos ecos remotos, extrañas canciones venidas de lejos.Se sentía ligero, como si todos los problemas que lo habían atormentado se volatizaran en la suave penumbra. ¿Era ese el otro lado de la naturaleza, esa zona mágica de la que tanto había oído hablar? Anis nunca lo hubiera creído posible ¿De verdad existía? Si hace unas horas le hubiesen dado a elegir, se hubiese quedado con los trucos intermitentes de las luces de neón, ¡y sin pensarlo siquiera! Ahora ya no estaba tan seguro.
Pequeñas luciérnagas brillaban entre la hojarasca. Las conocía, las había visto de pequeño en el jardín de su abuela. La anciana vivía en una humilde parcela en el campo, justo en los límites de Berlín. Algunas noches de verano reunía a primos y nietos en su porche de madera, les daba vasos limonada fresca y contaba historias. Una de sus favoritas decía que las luciérnagas eran hermosas criaturas a las que un maleficio había transformado en insecto para ocultar su belleza. Sin embargo, tanta era la pura luz que irradiaban, que ni siquiera el más terrible de los hechizos pudo apagarlas del todo.
Con el tiempo había olvidado sus cuentos, igual que tantas cosas. De todas formas ¿De qué le serviría al gran Bushido andar recordando esas tonterías melancólicas? No habría llegado tan lejos siendo un sentimental.
De pronto, una ráfaga de viento frío lo empujó contra el árbol. Era muy extraño, las hojas a su alrededor no se habían movido y el fuego continuaba intacto. Una ligera risa lo envolvió como un abrazo.
-Aaanis-susurró una voz cantarina a su espalda.
-Aaanis-repitió otra voz como un eco vibrante.
El rapero casi se cae al suelo de la impresión. Se aferró a la corteza del árbol con ambas manos, clavándose en la espalda cada grieta de la madera. Miro hacia los lados, los ojos desencajados. Estaba alerta a cualquier movimiento, pero no veía nada. Una nueva ráfaga fría lo recorrió por entero, y un par de risas traviesas atravesaron sus oídos como agujas. Aquello, sencillamente, no podía estar pasando.
-¿Quiénes sois? -Su voz fue un murmullo, aunque en su cabeza la pregunta resonó como un grito. Las risas giraban a su alrededor, danzando en la penumbra-. ¿Quién está ahí, joder? ¿Qué está pasando? -Intentó moverse, pero una fuerza invisible lo mantenía sujeto contra el árbol. Pensó en los cuentos que su abuela le contaba, historias que contaban cómo los bosques cobraban vida de noche y se tragaban a los forasteros, o como existen demonios de la tierra y del aire que acechan en la sombra esperando su oportunidad. Sus manos temblorosas se aferraron a la corteza con tanta fuerza que los dedos empezaron a sangrar. Apretó los dientes, reuniendo un poco de valor.
De pronto, unos enormes ojos dorados aparecieron frente a él. Podía decir que eran hermosos, pero no, no lo eran. Estaban más allá de la belleza, más allá de cualquier perfección que Anis hubiese contemplado alguna vez. Su mirada emitía destellos, chispas de oro que encandilaban como el fuego.
Las voces eran cada vez más nítidas. Se condensaban como el aire, creando burbujas invisibles que en la penumbra casi se podían tocar. Pudo distinguir dos voces, que repetían su nombre con leve y cristalino acento.
Como en un sueño, aquellos ojos que lo fascinaban se fueron enmarcando de suaves líneas que conformaron un rostro, uno que Anis nunca podría olvidar. Los rasgos aparecieron casi de la nada, igual que un pintor hace aparecer una figura con pocos trazos, a mano alzada. Eso era lo único que el rapero podía pensar, el único símil que en ese momento se le vino a la cabeza para intentar explicarse a sí mismo lo que estaba viendo. Nada de lo que había vivido le había preparado para esto.
Un ser radiante fue materializándose ante él, como una luz que se concreta; tenía largos cabellos negros que se confundían con las sombras y una piel de blancura delirante.
-Aniiiis -llamó la criatura, y su voz se sentía como una caricia sobre la piel-. Te estábamos esperandoooo… -el sonido parecía llegar de todas partes, deslizándose por su pecho con dedos helados. Un placentero escalofrío le recorrió la columna al sentir como otra criatura, de idéntica belleza y largas trenzas rubias, se hizo corpórea justo sobre sus labios. Su beso fue un suspiro de deseo que dejó la voluntad del rapero hecha jirones contra aquel árbol.
-¿Quiénes sois? -Musitó, hipnotizado por aquellos ojos dorados que se oscurecían por una pasión sin límites- ¿Qué queréis de mí?
Sus risas se elevaron, burlonas, ligeras como cascabeles de plata.
-Te queremos a ti -rió aquella belleza del trenzas rubias- Lo queremos todo de ti, Anis…- repitieron a coro. Las voces se mezclaban, se superponían, se tornaban graves como la tormenta o dulces como el terciopelo. Todos los sonidos del bosque parecían fundirse en aquellas voces-. Míranos, míranos... -con un delicado movimiento se elevaron del suelo que apenas tocaban, y un par de alas de cristal brotaron de la piel desnuda. Giraron en el aire, enlazándose por la cintura, acariciándose las manos y rozando sus alas. Riendo, riendo siempre-. Somos Bill y Tom -dijo el moreno desde lo alto, sin dejar de mirarlo-. Los humanos nos llaman Silfides, pero a nosotros nunca nos ha gustado ese nombre -en un parpadeo, Anis volvió a sentir como sus ojos lo miraban de cerca, y como su frío aliento lo hacía temblar- Vamos, no tengas miedo -su tono insinuante era un presagio de placeres desconocidos y terribles. En ese instante se sintió tan miserable, tan... humano- Ven a jugar con nosotros, Anis... ven a jugar…
Un beso le cortó la respiración, un beso poderoso, lento y excitante. Otros labios recorrían su vientre, dejando huellas ardientes con sus labios fríos. Las caricias se multiplicaban, estallaban por los puntos más placenteros de su cuerpo. Aquellos seres asaltaron todas sus barreras, como si lo conocieran, como si supieran exactamente dónde tocar, donde morder, donde succionar para arrastrarlo a la locura. Largas uñas arañaron sus hombros y su sexo tembló de lujuria. La intensidad del momento aumentaba, las caricias se volvieron dolorosas aunque el placer lo superaba todo. Anis estaba enajenado, drogado de besos que sabían a lluvia, a fuego, a desesperación. Perdió la noción del tiempo y el espacio, dejo de sentir la corteza del árbol contra el que estaba siendo poseído de formas inenarrables. Masticó tierra, sintiendo dolor en lugares imposibles y gozando de un modo que lo dejaría marcado para siempre. Vio el cielo en aquellos ojos dorados, y también pudo saborear la sangre que esconden las estrellas.
Un último grito, unas manos desgarrando su pecho. Un alarido de júbilo.
Se desplomó. El universo se había vuelto negro.
La luz del sol lo encontró tumbado a los pies del árbol, desmadejado como un juguete roto. Cuando pudo abrir los ojos tuvo que tocarse los brazos, las piernas, para cerciorarse de que estaba despierto, de que seguía vivo. Aparentemente todo estaba en orden, la ropa seguía abotonada en su lugar, la mochila estaba donde la había dejado y todavía quedaban restos de la hoguera que había encendido la noche anterior. Se puso de pie y no sintió ninguna molestia, ninguna huella de lo ocurrido. No era posible ¿Y si sólo había sido un sueño? ¿Y si las sombras del bosque lo habían confundido y lo habían llevado a fantasear con seres que no existen?
Bajo la luz del sol, aquella experiencia que todavía recordaba en carne viva, parecía desvanecerse como un puñado de niebla. Ahora lo importante era encontrar a ese cabronazo de Sido y volver a casa, jurando guardar el secreto de aquella noche hasta más allá de la tumba..
Se revisó de nuevo. Nada. Sólo una lejana sensación de vacío que no podía ubicar.
Al fin Anis se marchó sin saber que, en el centro del bosque, en un lugar secreto que los hombres aún no han mancillado con sus hachas y sus bolsas de picnic, un par de Sílfides volaban sobre los árboles, entre risas y canciones ancestrales. Se perseguían y se alcanzaban, jugando a lanzarse la una a la otra su última adquisición. El nuevo juguete: su corazón en una esfera de cristal.
Sería uno más en su extensa colección.
Notas Finales:
(1) 1- Pedazo de mierda.
(2) 2- Meintestament, de Sido.
"Esta es mi última voluntad, acaso tengo que ir mañana, tal vez me voy mañana hecho humo al cuerno con Jesús, este es mi testamento, puedo anunciarlo estando vivo, pero antes de irme, por favor, Dios, perdóname mis pecados."