Después de unos días frenéticos de nervios, conciertos y morbosos gemelos encadenados xD, aquí estamos de vuelta mis niños y yo para seguir con el drama ;D
Espero que las afortunadas que hayais asistido a alguno de los conciertos (Aelilim, Maya, Pink... <3) lo disfrutáseis al máximo ¡Estoy deseando que me conteis cómo os fue! :D
Un beso a todos y hasta pronto~
Aquella tarde, Tom seguía junto a Bill en el corazón del bosque.
Sentados a los pies del viejo roble se miraron largamente a los ojos, en silencio.
Habían perdido la noción del tiempo.
El seco rumor de las hojas movidas por el viento y el crujir de las ramas, envolvían la burbuja de intimidad que habían creado a su alrededor con solo una mirada.
-Están hablando -susurró Bill con cautela, como si revelase un terrible secreto. Se veía inseguro al hablar, pero sus manos ya no temblaban.
-¿Quiénes? -preguntó en el mismo tono confidencial, casi jugando. No estaba en su ánimo juzgar sus rarezas, ya no. Quería hacerlo sentir bien por encima de cualquier cosa.
Entonces lo notó. Una llamarada fría.
Tom sentía el temor del chico a través de los poros de su piel.
Era ese miedo a no ser comprendido, a ser rechazado por ser quien era, el que lo mantenía al acecho, siempre esperando un grito o un gesto de desprecio. Tom no podía culparlo por ello después de lo que le hizo. Los ojos asustados de Bill eran una bofetada a su conciencia.
-Los árboles -.musitó, señalando a su alrededor- Ellos hablan.
Al escuchar semejante afirmación, Tom pensó que no podría contener la risa… pero la risa no llegó. Sentado allí, entre las fuertes raíces de un roble centenario, y envuelto por los sonidos de la naturaleza, la idea no parecía tan descabellada. No creía que fuera cierto, sólo quería saber porqué Bill pensaba que lo era.
-¿Hablan? -sonrió- Mi madre me contaba que algunas noches surgían gritos y lamentos del interior del bosque, ya conoces las leyendas… Pero no sabía que hablaban.
Bill asentía con gesto leve.
-Eso es verdad, hay noches de luna menguante que el dolor del bosque no me deja dormir -arrugó la nariz, y sus enormes gafas sin cristales se le resbalaron un poco-desde mi cama escucho su llanto, es muy triste. A veces, cuando la luna parece una moneda de oro colgada del cielo, se quejan de nostalgia y de olvido. Pero, ¿sabes una cosa? -su carita se iluminó- No pasa mucho, pero en ocasiones también canta, ¡y eso me gusta!
-¿Sí? - Tom lucía una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Bill cabeceó, aún desconfiado, rebujándose un poco más en su chaqueta de punto.
-En invierno los arboles cantan al sol, es el sonido más bonito del mundo-. Dijo con aire soñador -Te gustaría.
-Bien, es bueno saberlo -El chico de rastas se preguntó si Bill habría escuchado música de verdad alguna vez, si tendría una radio o al menos un viejo tocadiscos. Deseaba que sí con todas sus fuerzas, ¿cómo se puede vivir sin un poco de buena música?
-Anoche, cuando tú… cuando te fuiste -Tom asintió con pesar-… cantaron sólo para mi -. Suspiró. Le costaba hablar de ese momento, podía sentirlo, pero él tomó su mano con fuerza para animarle a seguir. Necesitaba saber qué ocurrió tras su huída.
-¿Te quedaste aquí…. Toda la noche? -Ya conocía la respuesta, pero la pregunta salió sola- Entonces… ¿Has comido algo desde ayer? -su voz se tiñó de angustia.
-Sólo quería dormir - dijo, arrastrando suavemente las palabras, como si aún estuviera muy cansado-Sólo dormir. Yo… Estaba muy triste, y el bosque cantó para arroparme y ayudarme a olvidar. Era una canción tan bonita… se parecía a una que mi madre me enseñó hace mucho tiempo, no la recuerdo bien…-cerró los ojos, sonriendo débilmente. Su rostro demacrado gritaba sed y frío-Pero no importa, ahora estás aquí.
-Sí, estoy aquí- Tom luchaba por hablar a través de las lágrimas que tenía atoradas en la garganta. ¿Porqué se sentía falso e hipócrita al decir eso? Quizás creía que Bill estaba en un lugar que él nunca podría alcanzar- Y recuerda que tengo un regalo para ti -la tierna mirada del chico hormigueaba sobre su piel-¿Lo quieres?
Por toda respuesta dio un salto y se colgó de su cuello, arrastrando a ambos a caer de espaldas en la hierba, riendo.
- Vale, lo tomaré como un sí -.Una sincera carcajada aligeró su corazón.
Las cambiantes emociones de Bill siempre lo desbordaban, arrasando con las suyas propias. Sentir a alguien con tanta intensidad era algo hermoso y terrible a la vez. Abrumador.
-Te lo daré, pero antes vamos comer -al ver su sonrisa de aceptación, fue a coger la mochila. No llevaba gran cosa: una botella de zumo y un par de bocadillos, lo justo para que Bill se recuperara un poco. Él no tenia ganas, pero no lo dejaría comer solo. ‘Quizás solo ni pruebe bocado’-pensó.
-Tengo sed -anunció el chico. Sin más aviso cogió a Tom de la mano, tiró de él, y así enlazados corrieron por un estrecho sendero que los alejaba del roble. Era un camino largo, oculto de cualquier mirada forastera por espesos helechos gigantes. Lo atravesaron riendo, dejándose llevar por el viento y la prisa, hasta que escucharon un rumor de corriente cada vez más cercano. Habían llegado.
Escondida entre granados silvestres y moreras, apareció ante ellos una alta pared de roca de la que brotaba una fuente del agua más pura que Tom había visto jamás. Era un manantial de agua de nieve filtrada por las grietas de la cercana montaña, y surgía de la piedra siempre dulce y fresca.
Bill, con la mirada perdida en la fuente, se quitó la gruesa rebeca de lana y las gafas, quedándose con una camiseta blanca que apenas lo cubría, y hundió su cara y brazos en el agua helada con un gemido de gozo.
El de rastas se quedó clavado en esa imagen. No podía despegar los ojos de la avidez salvaje con la que bebía del cuenco de sus manos, ni de la sensualidad con que frotaba sus brazos para borrar las manchas de tierra de su piel. Abría la boca bajo el chorro y bebía directamente de él, relamiéndose los labios, saciándose de su sabor.
Tom se acercó y extendió las manos, llenándolas a rebosar de agua clara. Bill, mojado y sonriente, puso también las suyas bajo el surtidor. Se salpicaron el uno al otro, se empaparon juntos de frescura, y jugaron a rozar bajo el agua dedo con dedo y palma con palma, en pequeñas caricias mojadas.
La piel de Bill lucía más pálida cubierta de gotitas, sus ojos más brillantes y oscuros.
Tom sintió un fuerte calor en el pecho, un extraño desfallecimiento que no supo explicar.
-Comamos aquí -dijo Bill. Y se marchó.
El chico de rastas se quedó sentado cerca de la fuente, sin hacer dramas. Sabía que buscarle un punto de lógica al comportamiento de Bill era tiempo perdido.
Se limitó a sonreir cuando, pocos minutos después, lo vio llegar con la camiseta levantada por la cintura y doblada, llevando en ella un puñado de moras silvestres, granadas y castañas. Tom contempló la piel desnuda de su vientre, enfundada en unos pantalones demasiado grandes. Tragó duro.
-¡Provisiones! -canturreó alegremente, soltando el pico de su camiseta y dejando caer los frutos sobre la hierba. Corrió a ponerse su eterna rebeca y las gafas de su abuelo, temblando un poco.
-Tienen buena pinta -suspiró. Abrió su mochila, sacó los bocadillos y los dejó junto a las demás cosas-. ¿Te gusta el pollo? También le puse unas lonchas de queso.
-Ummm, ‘shi’ -asintió con la boca llena de moras. El dulce jugo estallaba entre sus dientes y le teñía los labios de un rosa intenso.
Ante sus ojos tenía a un Bill distinto del que había encontrado hecho una bolita bajo el viejo roble, como si el agua helada hubiese borrado a la vez el barro y la tristeza.
Comía con hambre. Masticaba deprisa, dando grandes bocados al pan, e intentaba hablar y gesticular con los ojos y las manos al mismo tiempo. Lo único que conseguía era soltar un batiburrillo muy expresivo que ni un lingüista experto hubiese entendido. Eso, y una carcajada tras otra de Tom que casi le cuesta un ahogo.
-‘Toshe’, ‘Tow’, ¡te ‘estchás’ poniendo’ morau’! -Tom intentaba obedecer y tosía, mientras el chico le daba palmadas en la espalda y reía con la boca llena.
Como al final no hubo que lamentar ninguna muerte por asfixia, acabaron tumbados en la hierba, satisfechos y compartiendo una inexplicable euforia.
Se quedaron en silencio, cada uno buceando en sus pensamientos, aunque quizás eran los mismos. El viento agitaba las copas de los árboles justo sobre sus cabezas, silbando entre las ramas y haciendo crujir las hojas secas.
-Bill -llamó perezosamente. El murmullo del agua los adormecía.
-Um… ¿qué?
-¿Los árboles están diciendo algo ahora? -No sabía porqué había dicho esas palabras, pero no se sentía avergonzado. Podía ser curiosidad o un guiño de complicidad hacia su extraño amigo, en ese momento le daba igual.
-¿De verdad que tú no lo oyes? No entiendo porqué los demás no lo oyen, Tom. Nunca lo he entendido-Su voz tenía un deje triste-.Debes de pensar que soy raro, igual que la gente del pueblo -. Tom se quedó en silencio.
-Da igual lo que diga la gente, Bill -suspiró- Todos somos raros, cada uno a nuestro modo ¡mírame a mi! Siempre con mi gorra, mis rastas perfectamente enceradas y mi ropa seis tallas más grandes. Esos son mis tesoros y no lo cambio por nada ¡si supieras lo que dicen de mi los niñatos cejijuntos de este pueblucho! -el chico lo escuchaba entregado, prendido de cada palabra, y la vanidad de Tom hizo una aparición estelar-¡Pero yo los desprecio a ellos y a sus jodidas opiniones! ¡no me interesan una mierda!
Qué me dices, Bill, ¿los despreciamos? -dijo con aires de reto.
-Vale, los despreciamos -afirmó algo sonrojado.
-De acuerdo, pues entonces… ¿dicen algo los árboles o mejor nos vamos al cine? -bromeó. La risa de Bill era aguda y fresca como el agua, y Tom sintió una sed inesperada.
-A ver… ummm -el chico cerró los ojos, jugando- dicen… um, déjame que me concentre… Oh, ¡ya está!... ¡dicen que me des mi regalo de una vez! -chilló, estallando en carcajadas. Tom achinó los ojos, fingiendo estar ofendido.
-Jodidos traidores -se levantó muy digno y buscó algo en el bolsillo- Pero si quieren guerra conmigo… ¡la tendrán! -rió maléficamente, como un villano de cine barato y, mirando a Bill, hizo sonar en su mano una caja de cerillas-Jajajá, haré leña de esos traidores.
-¡No! -gritó, saltando sobre él y forcejeando con todas sus fuerzas para quitarle la cajita. Ambos reían, jadeantes. El de rastas se resistía, hasta que Bill tomó ventaja, le arrebató las cerillas y lo hizo caer, quedando él encima. Victoria.
-Vale, tú ganas -consintió, levantando las manos en son de paz- Os perdono la vida a ti y a tus plantas que hablan -El chico, sentado sobre él como claro ganador, abrió los ojos grandes de indignación-.¿Que TÚ me perdonas la vida a MI? -dijo, enfatizando bien los términos-Ahora verás…
Y Bill cumplió su amenaza: rodaron por la hierba, riendo hasta agotarse y quedar rendidos, tumbados uno junto al otro. Los fósforos acabaron por ahí, olvidados.
Se contemplaron despacio, con la respiración agitada, buscándose las manos, entrelazando los dedos.
-Tom -musitó-¿Quieres saber que decían de verdad? -El de rastas asintió brevemente-.Decían que les gustaba tu compañía, y querían saber cuanto tiempo te queda de estar… Aquí -Tom apretó su mano con fuerza.
Pensó en su padre malherido en el hospital, en su madre y su abuelo que estarían cuidándolo sin descanso. Recordó la ciudad, sus colegas, el nuevo curso a punto de comenzar… Todo eso era su vida, sin embargo en ese momento le parecía tan lejana como un sueño de otra dimensión.
-No lo sé -murmuró resignado. Y era la verdad-. Supongo que poco, unos días… Pero diles de mi parte que estaré aquí, bajo su sombra, todo lo que pueda.
Bill sonrió, su rostro era un enigma.
-Dicen que les alegra oír eso -suspiró bajito, cerrando los ojos. Tom le echó un brazo por los hombros, acercándolo tiernamente a su cuerpo, y el chico lo agradeció con un suave ronroneo.
Bill había entendido el íntimo mensaje del bosque, pero prefirió callar.
Tom nunca supo qué secretos le habían susurrado el rumor de la fuente, el viento entre las ramas, pero de algo estaba seguro: El corazón de Bill era un profundo misterio.
***
El aullido de un lobo en la lejanía rompió el silencio en la arboleda.
La tarde moría, y con ella el calor y la luz. Era hora de regresar.
Tomaron con desgana el camino de vuelta al viejo roble, caminando despacio para estirar el tiempo. Bill había encontrado una piedra gris junto a la fuente, y a veces se detenía en mitad del sendero para admirar por enésima vez su forma y el tacto suave que tenía, maravillado con cada mancha o pequeña grieta. Tom no entendía tanto alboroto por una triste piedra (¡que sólo era una piedra, joder!), pero le hacía gracia su entusiasmo. La mirada de Bill reinventaba la belleza del mundo sin darse cuenta. y el de rastas, aunque no lo reconociera ni bajo tortura medieval., lo envidiaba por ello.
Al pie del roble estaba la vieja mochila de Bill, y éste guardó con mimo su tesoro de piedra en uno de sus mil bolsillos, no sin antes acariciarla un poco con el dedo y susurrarle pequeñas ternuras indescifrables.
Tom se alejó unos pasos, buscando la primera estrella de la noche.
En la ciudad apenas se acordaba de mirar al cielo.
-Es Venus -la voz de Bill parecía surgir de su propia mente- Es bonito -añadió, ajustándose sus inmensas gafas.
-Querrás decir ‘bonita’, es una estrella.
-A nuestros ojos brilla como un sol lejano, pero Venus es un planeta. Mi abuelo lo llama ‘Planeta Omega’ porque anuncia el fin del día -Tom lo escuchaba asombrado, ¿cómo sabía tantas cosas si apenas pisaba el colegio? Como si le hubiera leído el pensamiento, añadió-: No lo des todo por sentado, Tom. Las cosas no siempre son lo que parecen -su mirada se oscureció.
-Lo sé -dijo un poco avergonzado -Tu abuelo era un hombre sabio ¿todos los libros que vi en el ático eran suyos? -Bill asintió apretando los labios.
-Son nuestros.
-¿Tú también los lees? -casi chilló. No salía de su asombro. Él tenía la teoría de que si un libro era bueno harían la película, y si no, es que el libro en cuestión no merecía la pena ¿para qué leerlo entonces? Era de lógica elemental.
-He leído mucho desde pequeño. Los libros han sido mis juguetes, y mis amigos cuando no tenía a nadie más, pero…-el chico se quedó quieto, recordando-… tú bromeaste antes con ir al cine, ¿no?... pues yo no he ido nunca, ¿sabes? Una vez leí que era asombroso.
-Pero, Bill… En el pueblo hay un cine desde… no sé, yo creo que desde siempre ¿Porqué…? -la pregunta quedo suspendida en el aire unos segundos.
-Mi abuelo es muy contrario a las películas, siempre dice que meten un montón de ideas tontas en la cabeza de la gente, los hace soñar con mentiras que no pueden alcanzar y al final los vuelve infelices. No quiere que eso me pase a mi.
-¿Y tú te crees todo eso? -Tom estaba escandalizado-Yo llevo toda la vida viendo pelis, he visto de todo… ¡Si mi madre se entera de los títulos de algunas de ellas me mata!... Sangre, matanzas, zombies, sexo… ¡todo! ¿y tú crees que soy como decía tu abuelo?
Bill negó efusivamente.
-¿Entonces?
-Bueno, ¡él me quiere! y sólo quiere lo mejor para mi. Entonces…-su voz se quebró.
Tom se acercó al chico y lo enlazó por la cintura, y enseguida éste se aferró a su cuello con ansias. El de rastas se moría por gritarle: ‘tu abuelo ya no puede prohibirte nada, ¿no te das cuenta? ¡estás solo! ¡haz lo que tu corazón te pida!’ pero se mordió la lengua para no hacerle más daño.
-Bill, ummm… ¿quieres venir un día al cine conmigo? -el chico se abrazó a él aún más fuerte y Tom rió- Compraremos un paquete gigante de palomitas con extra de mantequilla, y beberemos Coca-cola hasta reventar y salpicar a los de la fila de delante con nuestras tripas sanguinolentas… ¡Será genial! -El de rastas sentía la risa de Bill temblando en su cuello, y una sed abrasadora que nada parecía calmar.
-No lo sé -dijo suavemente, buscando sus ojos en la penumbra. Había otras cosas en contra de esa idea, pero empezaba a oscurecer y no era el momento de hablarlo. El bosque a esa hora no era lugar seguro para Tom.
-Piénsalo.
-Lo haré, lo prometo. ¿Nos vamos?
Sin más, sacó de su mochila una lamparita de alumbre y la encendió, creando un halo de luz dorada a su alrededor.
-Para el camino -sonrió dulcemente.
Bajo aquel resplandor Bill parecía un espíritu de luz, tan etéreo y hermoso que no merecía ser llamado humano. Sumido en la sombra, otro lado de su ser se revelaba.
Sus ojos se habían vuelto de oro vivo y asustaba asomarte a ellos, era como mirar de frente al abismo y no poder huir de él.
Tom se sintió perdido.
-¿Vamos? -la voz de Bill apenas rozó el silencio.
-Sí.
De pronto Tom recordó que no le había dado su regalo. ‘Mañana, cuando vuelva’-pensó-.’ Sí, mañana’
Entonces tomó su mano, y a ciegas, siguió el camino que aquel extraño chico abría con su farol en la oscuridad.