DISCLAIMER: JJ et al. son las mentes maquiavélicas cantantes, pensantes, maquinantes, alucinantes y, cómo no, “cobrantes” XDD Así que, ¿desgraciadamente?, aunque con derroche de ilusión y frikismo de fangirl, este fic ha sido escrito sin ánimo de lucro ni aspiraciones a ello xDD Ahora, si por algún extraño y lostiano casual supieran español, lo leyeran y les molara xD pediría encarecidamente a los de FOX-España que trajeran a toda la trouppe cuando presenten la quinta temporada (L)(L)(L) pa poder conocer a Michael Emerson. Porque, dudeeeeeee, este hombre inspira xDDD (bueno, ya que estamos por pedir públicamente: si de paso puedo conocer a Matt y Josh mwahahaa XD pues mejor pa mí!!!!!!!! Moriré deshidratada pero habrá merecido la pena XD)
Por otro lado considero oportuno y justo hacer aquí una mención-homenaje al relato "Polvareda en la claridad" de hellopinkie. Porque aunque es cierto que fue una respuesta a un challenge que le propuse y este mismo fic intenta abordar desde otra perspectiva el mismo challenge, sus caracterizaciones de los personajes y la ambientación son tan logradas que es inevitable que esta historia beba de ellas incluso si no lo pretendiera.
RATING: PG
GÉNERO: POVs. Drama. Angst.
SPOILERS: AU 5ª Temporada.
PERSONAJES: Ben, Juliet.
SUMMARY: Las agujas del tiempo se mueven siempre hacia delante, en una sola dirección lógica. Cuando sus engranajes se disparatan y el caos de tu vida empieza a tener sentido piensas que quizás es verdad que el Destino el divierte manipulándolos.
DEDICATORIA: Para mi mejor amiga, sis, beta y máximo apoyo literario en este fuelle que se me termina en el mundo del ff. Gracias,
hellopinkie , por estar ahí y creer en mí xDDD de repente somos la encarnación del Sawliet lol (minus de sweet flowah powah XD).
A Michael Emerson y Elizabeth Mitchell, porque sus interpretaciones son TAN SOBERBIAS que no dejan de impresionarme e inspirarme. Y porque se fangirlean mutuamente que es un gusto XDDD Gracias por todo el talento con el que contribuyen a esta serie.
Dedicatoria especial aparte para todas aquellas que se atrevieron a coincidir con Musgui en que Benry con su nuevo estilismo está que se sale xDD
NOTA: Esto irá para largo… y tampoco estoy muy segura de si tendré inspiración y ganas para continuarlo de forma disciplinada para publicar con regularidad. En realidad si lo he posteado es por la fe que hellopinkie tiene puesta en mí y en que está convencida (aún más que yo) de que el rumbo que tengo planeado para esto podría resultar interesante… aunque haya estado avocado al AU casi antes de empezarlo xD. En fin, espero que al menos el rollazo timey wimey entretenga >>>> decepcione. Besotes a todas.
THE CRYING LIGHT
I.Goodnight, travel well
Down, down, down
Would the fall never come to an end?
Wonder how many miles I've fallen
(Alice in Wonderland - Lewis Carroll)
Es como Alicia la del cuento, cayendo al vacío infinito de la madriguera del conejo sin la certeza de hallar tierra bajo sus pies al final de la caída.
Abajo, abajo, en picado. Sintiendo la sangre faltar en las piernas y agolpándosele turbulentamente entre las sienes, enmedio de la espiral de luz. Cada año que saltan electriza todas las células de su piel, las más jóvenes desapareciendo, las viejas muriendo y regenerándose en ciclos atropellados ante la ingravidez del tiempo.
Choca con rodillas ya magulladas sobre la tierra, precipitándose hacia delante y apenas consigue salvar el impacto sobre su rostro con las manos.
Inspira una bocanada de aire para coger resuello, asfixiada como tras correr una maratón.
Todo duele. Quiere gritar el nombre de James, o el de Faraday o Miles, pero el mínimo movimiento hace retorcerse sus fibras musculares con calambres que la atraviesan como agujas de lado a lado.
Logra arañar tierra bajo las uñas, buscando confort en la textura más que familiar.
La hierba le acaricia la mejilla con el cosquilleo que conoce en todo el cuerpo de sus tardes junto a la laguna en compañía de Goodwin. Pero le empapa la yema de los dedos con un rocío demasiado depurado. Más fresca, más verde.
Se obliga a abrir los ojos con reticencia, con el miedo no tan irracional de ser cegada por el fulgor blanco de un momento a otro. Necesita comprobar que al menos sigue viva y sus acciones obedecían a actos voluntarios. Que aquel último viaje no la ha dejado como una masa sangrante de materia orgánica.
Cuando el Universo deja de dar vueltas vertiginosas, parpadea, intenta enfocar la mirada.
Y la ve. A milímetros, manchándose el hocico con la sangre que le brota por la nariz.
Reprime la repulsión con una dosis extra de incredulidad.
La liebre blanca… o más bien un conejo doméstico, por el tamaño. Con una cifra impresa en tinta negra sobre su pelaje impoluto, un código de control como el que había utilizado tantas veces en el laboratorio con sus ratas de experimentación.
El inofensivo pero curioso animalillo es retirado por alguien hacia atrás, para dejarle espacio.
Unas zapatillas de deporte lisas, sin logotipos, y el dobladillo de un pantalón gastado llenan el único campo de visión que tiene con la cabeza en esa postura.
Alguien que se acuclilla hasta quedar a su nivel, para poder contemplarla mejor, supone.
No quiere pensar demasiado. Cada pensamiento es una descarga que cae como un látigo sobre neuronas quemadas.
Una mano pequeña le aparta de la frente algunos mechones rubios teñidos de sangre y apelmazados por barro.
Sabe que debe tener los ojos fijos y ciegos como los de una muñeca de porcelana, rota, ajada. Sólo quiere cerrarlos para ahorrarle más pesadillas a quien la haya descubierto. No sabe si pasa un segundo o una eternidad, pero en lugar de alejarse o pedir auxilio, los dedos tibios de esa persona cazan el pulso que late a saltos erráticos a lo largo del cuello.
Nota como un suspiro aliviado junto al oído.
Consiguen girarla sobre sí misma hasta que descansa sobre su espalda con un crujido que la hace arrugar el entrecejo.
Un acceso de tos. Se lleva la mano a los labios impregnados de sangre escarlata. Los espasmos en el bajo vientre continúan incluso cuando su tórax le declara tregua.
Alguien le limpia sangre fresca y coagulada, polvo y suciedad de la comisura de los labios.
− Tranquila. Estás a salvo…
El dueño de la voz, suave y firme, blanca como la liebre, no delata nada más que confianza en sí mismo.
No es petulancia. Intenta reconfortarla.
Sin embargo, a pesar de faltarle tres décadas de tesitura y gravedad, del cinismo cortante y la calculada caballerosidad, hubiera reconocido aquella voz en cualquier sitio.
Igual que le resulta inconfundible el azul de aquellos ojos en la semipenumbra, como el del Pacífico revolucionándose antes de una tormenta. Hipnóticos, perforan los enganches a su alma donde (ayer, mañana, qué importaba ya) se oxidaban sus grilletes.
El resplandor del fogonazo blanco aún se refleja en los cristales de gafas redondas que los enmarcan.
Rest assured your love is pure
Rest assured your love is pure
In the garden, with my mother
I stole a flower
With my mother, in her power
I chose a flower
(Her eyes are underneath the sun - Antony and the Johnsons)
No le extraña toparse con una extraña, con una intrusa, en el rincón más inexplorado del corazón de la jungla que ha llegado a conocer como la palma de su mano. Con lo que sabe, con lo que ha visto, con los fascinantes misterios que le van siendo revelados… no le perturba lo más mínimo a pesar de que le han educado en la norma de que debe hacer saltar señales de alarma en caso de hallarse en una circunstancia similar a aquella.
Conoce a los hostiles… y no es uno de ellos.
Es…diferente. De otra clase.
Aquello debe ser una prueba de fe, como ha visto en las ilustraciones de la anunciación de ángeles y martirio de santos en los gruesos tomos que tiene secuestrados de la biblioteca. Él está más que dispuesto a guardar secretos - sabe que lo hace bien - y demostrar su valía y resolución con cualquier sacrificio que sea necesario.
Intenta observarla con enfriado distanciamiento. Examinarla. Tocarla lo justo para asegurarse de que existe en carne y hueso, de que no es una visión como la de una madre que no se llega a conocer.
Pero no se da cuenta de que la contempla extasiado, con mal disimulada maravilla.
Simplemente porque aquella mujer desprovista de uniforme Dharma viste como la gente de afuera. Esos que casi parecen un mal recuerdo de un pasado peor. De un lugar y un momento al que nunca perteneció. A pesar de la mugre que enreda su cabello y su aparente vulnerabilidad, le mira directamente a los ojos, sin condescendencia. Con cautela.
− ¿Quién eres? − pregunta por fin la clave de cualquier interrogatorio. − No sé de dónde has salido, de dónde vienes o qué era esa luz… pero vas a tener que decírmelo si quieres que te ayude.
Juliet se incorpora como puede.
− ¿Qué te hace pensar que necesito tu ayuda? − su voz emerge de la garganta ronca por el desuso, y el tono defensivo.
La manera en que rueda los ojos y luego la escudriña con la mirada habla por sí sola. Ella se limita a ponerse de pie, rechazando la mano que el chico le tiende.
− Estás enferma.
La afirmación recae sobre ella como una sentencia. Cruza los brazos sobre el pecho, como si pudiera (o necesitara) protegerse de las verdades que lanza Ben con la misma cruel ligereza con que habían rodado (rodarían) de su lengua en la edad adulta.
− ¿Morirás pronto?
La macabra ingenuidad de la pregunta se le clava en el centro del pecho. No guarda sorna o rencor en las vocales. Suena como un gemido decepcionado, como una súplica esperanzada en la oscuridad de la noche.
Lo daría todo por retenerla. Por aquellos preciosos minutos de conversación que el resto del mundo - salvo su amiga Annie - le niega, demasiado ocupado o poco interesado en él para dirigirle una mirada.
− No quiero que mueras…
Ella se vuelve lentamente. Le dirige una sonrisa titilante, triste.
− Todo el mundo muere. Y ni siquiera me conoces…
− ¿Pero tú a mí sí?
Una pausa incómoda en que Juliet se fuerza a hacer tabula rasa de todo lo que sabe. A medir cada palabra y cada gesto escrupulosamente.
− Creo que no.
Ladea la cabeza. Desde luego no son mentiras del todo.
El niño la mira por encima de las grandes lentes de sus gafas, como si pudiera detectar la mentira a ojo desnudo.
− Sólo soy una viajera a la que una tormenta ha enviado demasiado lejos de casa...
Ben frunce los labios en un mohín divertido, reconociendo la alusión con agilidad.
− A Annie le gustarías. Eso es de su novela favorita… − alza el mentón, desafiante. − Pero no estamos en Oz, y no tienes cara de llamarte Dorothy…
Juliet intenta no hurgar llevada de la fatal curiosidad. No pregunta por la misteriosa Annie a la que jamás había conocido. Sabe todo lo que necesita o querría nunca saber de Ben Linus, y aunque los anhelos de aquella criatura la arañan por dentro, alimentar el enigma sólo le traerá problemas.
Un pitido ensordecedor interrumpe la risa del muchacho y todo empieza a disolverse de nuevo en una luz lechosa que se derrama sobre sus figuras. El halo destelleante que la envuelve se le antoja glorioso a la famélica sensibilidad del niño.
− Portland tampoco está en Kansas. − repone secamente, zarandeando la cabeza de lado a lado.
Benjamin Linus parece perplejo, y una sonrisa se balancea en sus labios como en un columpio. Quiere exclamar por primera vez en su vida a los cuatro vientos - un peso menos en el pecho - la verdad que le ha avergonzado siempre y que ni siquiera su mejor y única amiga consigue comprender. Aquella espina que le hace sentir menos digno de aquella Isla y que, de repente, importa tan poco porque le une a una persona casi tan especial como él. Quiere gritar “¡yo también soy de Portland!” por encima del estruendo electromagnético que le ha puesto todo el vello del cuerpo de punta.
Pero en realidad él sabe que no se siente muy de afuera.
Que nombrar al Destino es pronunciar una palabra demasiado larga para un niño de doce años.
No quiere parecerle adorable.
Así que modela los hechos para servir su propósito como hace siempre.
− ¡Mi madre es de allí también!
Debió haber usado el pasado. Deliberadamente no lo hizo.
Se afana por crear un vínculo medio falso (medio verdad) con la tierra de aquella mujer. Le es sencillo creerse sus propios engaños, representar el drama se ha convertido en costumbre con el poco público que tiene.
− Escucha…
La petición punteó el crescendo del infernal pitido.
− Necesito que recuerdes algo para siempre.
Con el nudo de la certeza en la garganta y el blanco infiltrándole las retinas hasta que ni siquiera podía distinguir la yema de sus dedos posándose en la cabeza de aquel niño desesperado, desgarró al máximo el aire contra sus cuerdas vocales hasta hacerse daño en sus propios oídos.
− Tienes que regresar. Tienes que volver aquí, como sea. Debes pararlo, salvar a esta gente.
Es imposible verle la cara a la mujer, pero por el hilo agudizado de voz sospecha que está llorando. Y aquella emoción se la contagia como una infección que se atora detrás de las gafas, haciendo que los ojos le piquen también como cuando su padre, borracho, noche tras noche, le repite sus culpas y le obliga a escapar del cuchitril donde viven para poder respirar aire que no esté viciado de verdades dolorosas.
− Estaré esperando, me encontrarás aquí cuando llegue el momento.
Sabe que se excede, que se está condenando a sí misma, pero ya no pierde nada más que la dignidad. Y ante aquel pequeño de ojos claros sin malicia, era sencillo fingir, dejar aflorar los instintos maternales extinguidos, rescatar el apolillado primer afecto que le cedió a esa misma persona años después (años antes) cuando intercambiaban impresiones sobre libros, cuando bromeaban sobre los esclavos literarios que tenía Stephen King en su caserón de Maine, escribiendo por él.
− Ben. − la inspiración cortada del chico puede intuirse a pesar del caos. − Seré tu…
Ríe amargamente una carcajada desquiciada que el niño estaba demasiado abstraído para prestarle atención. Mejor.
El “…tu conciencia” sibila mustio, ininteligible, en un relámpago de luz.
El eco de dos corazones acelerados, uno humano y otro no, resuena como un trueno rezagado que sobrecoge a la selva.
Agony goes
I was born to adore you
As a baby in the blind
(The Crying light - Antony and the Johnsons).