Durante el descanso de Semana Santa, parece no quedar mucha gente en la ciudad, hasta uno de los paseos peatonales y turísticos más “top” se siente tranquilo.
Oigo voces. Lejanas y cercanas. Me persiguen, se acercan y se alejan con la misma velocidad. Ninguna de ellas me remite a algún conocido. Escucho idiomas. Vocablos y frases que reconozco, que entiendo; sin embargo, al mismo tiempo oigo muchos más que no sabría traducir.
Desde lejos se oyen autos y bocinas. ¿Estaré oyendo también el sonido de aquel pequeño y amarillo tren?
Siento la fluidez del lugar. ¡Es lineal!, mas muchos transeúntes se esmeran en demostrar lo contrario.
Una pareja parece tener la tendencia de parar su marcha cada cinco pasos. Caminan, se detienen, toman fotos, vuelven a caminar, paran la marcha para comentar algo del lugar que les llama la atención.
En línea junto a mí andar, hay faroles, árboles y yates. Debido a que todavía es de día, los faroles están apagados; en éstos días de otoño, los han vestido con propagandas de una empresa de telefonía local. El viento mueve las hojas de los árboles, parece que me saludaran al pasar.
Imponentes sobre mí, se aprecian inmensas y amarillas grúan antiguas. Los arbustos de los bares están deseosos de poderlas alcanzar.
El Punte de la Mujer es la estrella del dique. Los niños corretean para ver quién lo cruza más rápido. Los turistas lo bañan con sus flashes.
Amplitud. Al recorrer el dique, parece nunca acabarse. Incluso acortar el camino através del puente blanco sugiere un largo caminar.
El río susurra y refresca.
Es un espacio que fluye, que tiene verde, que te invita a tomar algo; cuyas vidriadas edificaciones cercanas y su equipamiento histórico te hacen sentir pequeño. Te invita a recorrerlo en línea recta o salteándote una parte.
Estación Versailles
Caminamos hacia el boulevard desde Av. Juan B. Justo. Aquel pulmón verde nos da la bienvenida. Desde lejos, se divisan imponentes los árboles sobre el barrio de casas bajas.
La comisaría es hoy uno de los tantos hitos del lugar. Pese a su escala, intenta mimetizarse vistiéndose de verde.
Caminar el boulevard es una peregrinación al silencio. A medida que más nos adentramos, más lejos se sienten los ruidos de la ciudad.
Tanto verde seduce desde lejos. Se nos hace imposible no querer recorrer el lugar. Tantos árboles tupidos, tantos palos borrachos, se siente como un escape entre tanta urbanización.
Imaginábamos, desde lo lejos, encontrarnos con un sector como los Parques de Palermo. Con gente corriendo y/o recorriendo el lugar libremente, con niños jugando y gritando. Imaginábamos la libertad que brinda un escape natural en medio de la ciudad.
Querer entrar resultó dificultoso. No sólo se encontraba cerrado por los mismos árboles, una pequeña malla metálica nos impedía el paso desde los laterales. Damos la vuelta, y hayamos la entrada.
Sería por la hora, sería por el clima nublado; nos encontrábamos en una plaza estanca, fría y cerrada.
Su suelo de concreto, sus hamacas inutilizables, su poco mantenimiento, la sombra de los árboles.
Estaba oscuro y se hallaba desierto. Paralelo a nuestro paso, hay lámparas de luz.
Si bien, el marcado de sus caminos es dinámico, no había mucho movimiento en aquel momento. Es recorrible y escasean los asientos que sí se encontraban en el boulevar.
El poco mantenimiento obliga a esquivar las raíces de los árboles.
No sentíamos ningún olor; mas no podíamos evitar sentir un gusto a muerte a medida que camináramos. Autos chocados, en estado de destrucción rodeaban la plaza. No era una vista agradable. Y al mismo tiempo, estábamos encerradas por esa reja reticulada.
El pasar del colectivo 106 era el único ruido constante.
El boulevard divide. La calle Barragan se encuentra empedrada, sus casas están mantenidas y asimilan ser recientes. Son tradicionales, podrían ser de los ’50 ó de los ’60. Contrariamente, hacia la izquierda, las casas son más viejas y el suelo se encuentra asfaltado.
Sorprende, la anchura de las calles.
El barrio parece estanco. No hay construcción, no hay nada renovándose.
Por encima de tantas casas bajas se alzan la torre de agua y la de luz. A lo lejos, o a unas cuadras, se divisa el primer edificio cercano.
Seguimos dándole la vuelta al lugar, a eso de las 17.30hs; parece revivir.
Versailles se despierta. El barrio entero comienza a movilizarse de una forma tradicional.
Hay gente arreglando el auto en la vereda. Un señor mayor sentado sobre la vereda de su casa pendiente de lo que sucede en el barrio.
Quizás el asfalto sea una marca de por donde reconstruyeron al desaparecer el trencito. Versailles fue un barrio de casas bajas y por su legado, trata de seguir siéndolo.
Versailles duerme, Versailles despierta y lo hace como barrio. La tranquilidad, siempre presente.