Problemas. Fantasmas. Miedos. Demonios. Dudas. Inseguridades. Temores. Incertidumbre. Sombras.
Todo eso trae el amor, cuando nos atrevemos a intentar su camino.
Como si nos estuviera probando, nos arroja a la cara todo eso que tan eficientemente estuvimos ocultando de nosotros mismos. Lo saca a la luz del día, lo expone a la vista, le quita los velos con los que afanosamente lo fuimos envolviendo. Nos muestra nuestra sombra, esa que justamente, por no enfrentar, teníamos bien escondida. Esa que nos avergüenza. Esa que nos duele tanto que preferimos esconderla bien profundo, allí donde nadie la ve.
Qué cosa con el amor, parece el enemigo, se apodera de nosotros y nos desnuda, nos arranca la armadura, nos deja tan vulnerables, tan desprotegidos.
Qué cosa con el amor, quién se cree que es. ¿Cómo puede el amor hacernos esto?
Por eso tanta gente huye despavorida, y no quiere saber nada de él. Es como enfrentarse al dragón más terrible, el más pavoroso, el de las peores llamas.
Sí, muchos huyen, y prefieren pasarse la vida en relaciones más superficiales, donde no hay tanto miedo, y donde quizás se ríe y se llora, pero no con toda la risa ni con todo el llanto. Porque el amor, el verdadero amor, al principio duele. Y no todos se bancan el dolor. Ni quedar expuestos, ni que sus peores miedos hagan un desfile frente a sus ojos.
Sí, muchos prefieren huir.
Pero no todos.
A esos pocos, poquísimos que se atreven a enfrentar sus miedos, a conjurar sus demonios, a arrojar sus armaduras y destrozar sus defensas, el amor los eleva. Los hace mejores. Los templa. Los moldea.
Porque para vivir el gran amor, ese que atraviesa el alma, primero hay que cruzar el fuego. Y en ese fuego se queman nuestros fantasmas.
Y cuando los fantasmas nos abandonan, somos otros. Descubrimos que vivimos toda la vida con miedo. Que toda la vida cargamos una mochila demasiado pesada. Descubrimos que estábamos mirando el mundo a través de una rendija miserable. Nos descubrimos a nosotros mismos en toda nuestra belleza, con todo nuestro brillo, con toda nuestra luz.
Y una vez que el amor deshace la carga que traíamos, es cuando podemos volar, y descubrir la maravilla de compartir nuestra luz con otro que pasó por el mismo fuego, que vuela nuestro mismo vuelo, que habita nuestro mismo infinito cielo.
El amor, cuando es verdadero, nos hace mejores seres. Sólo es necesario tener el valor de seguirlo adonde nos quiera llevar.
No todos se animan. No todos están preparados.
Porque el verdadero amor nos muestra a Dios. Porque el verdadero amor nos muestra nuestra divinidad.
Y allí, en nuestra divinidad, descubrimos que nos está esperando desde siempre todo lo que siempre buscamos afuera.
Certeza. Confianza. Seguridad. Comprensión. Paz. Empatía. Serenidad. Fe. Tranquilidad. Esperanza. Luz.
Persistamos en el camino del amor, entonces. Lo mejor está por venir.