Jul 27, 2009 18:15
De pie ante el ocaso, miro al cielo con ojos que no me pertenecen. Son los ojos de aquellos que me precedieron y todos los que fui o soy, que a través de mis pupilas observan todo con la avidez de los que nunca saciarán su hambre. ¿Cómo atribuirme la propiedad de mis sentidos, si percibo el mundo a través de innumerables filtros que pacientemente fueron colocando ante mí?.
Ni aún mis expectativas son puramente mías, soy la suma de lo que de mí esperaron otros, aun antes de que este mundo me prestara un cuerpo donde habitar, manteniéndome a flote en aguas desconocidas aunque extrañamente familiares.
Pero este es el momento mágico en el que no importa encontrarle sentido a nada. Soy apenas un mínimo ocupante de mi cuerpo, una mota de conciencia en el torbellino de la tarde. Un espectador olvidado, sentado a oscuras en la última fila de un teatro al que ya nadie acude. Un peregrino cansado con las alforjas vacías y la esperanza intacta. Un viajero que antes de llegar sabe que volverá a partir.
“Nada tengo, y tengo todo”, me oigo decir. Y a la luz menguante del día que se despide, decenas de mariposas huyendo hacia el poniente me atraviesan como si no estuviera, como si no fuese mío este cuerpo, este corazón que se conmueve ante la agonía del sol ensangrentado que todavía se debate, allá donde el cielo copula con la tierra en un lecho de nubes y gaviotas.
nostalgias de lo que nunca sucedió