Fandom: Hetalia
Rating: PG-17
Personajes/Parejas: UK/China
Resumen: más que un fanfic es mi manera de ver cómo se desarrollo la relación entre ellos, desde que Inglaterra tomó poseción de parte de China hasta la ruptura final en la guerra del opio. No he investigado mucho como para representar los hechos históricos al pie de la letra, así que no esperen hechos concisos con nombre y fecha.
Advertencias: yaoi, algo de angst, relaciones insanas de amor-odio, menciones de relaciones coitales salvajes, m-preg.
Su relación siempre fue conflictiva. Él llegó como un invasor tomando por esposa a la hija de su enemigo, a quien tenía el derecho de humillar; mientras que el otro, impotente, cerraba los ojos y se mordía la lengua cada vez que lo reducían a una concubina.
Inglaterra estaba lleno de frustraciones traías desde Europa, lo que lo llevaba a desquitarse con el pobre Yao. Sin importar el momento del día o lo que estuviese sucediendo en la casa, Arthur entraba furioso como un huracán, maldecía al chino por no entender nada y lo tomaba a la fuerza.
La noche y su silencio se dispersaban por los campos de arroz, mas no en la mente del inglés. Problemas, problemas y más problemas. Había estado fuera de casa todo el día y apenas había podido volver cuando su esposa, cansado de esperar, había caído rendido sobre la cama común, pacífico y ajeno al mundo. Dulce e inocente sin esa mirada de odio que siempre le dirigía durante el día. Suave y atrayente, y sin saber por qué, irritando en demasía al inglés.
-Cómo puedes estar tan tranquilo en un momento así? -sabía que él no sabía nada, que no se le permitía enterarse, pero había algo en su rabia que no tenía nada que ver con el alcohol que estuvo bebiendo, algo que le nublaba las razones y lo desataba en una ola de lascividad.
PLAF!
Una bofetada despertó al confundido chino, y antes de poder articular la pregunta que cualquiera haría en esa situación, su boca era invadida por el imperio inglés, con ira y pasión mezcladas mientras le desgarraba la ropa y lo hacía suyo sin piedad.
Pero Arthur no era malo, ni un tirano, de hecho, como el caballero que era, le complacía ayudar a la gente. Cómo podía permitirse entonces abusar de esa manera a su protegido? Sus palabras eran duras y sus ojos fríos. Los golpes recibidos eran visibles al igual que la humillación. Se sentía culpable. A veces quería redimirse y ser atento con el chino, pero ya era demasiado tarde. Había herido su honor y su orgullo, y Yao ya no iba a aceptar las pobres disculpas de un desgraciado arrepentido.
Sin embargo había otra razón por la cual Yao lo odiaba desde lo más visceral de su ser. Era algo incomprensible e inaceptable en todos los niveles. No podía aceptar las dulces e inocentes caricias del inglés, porque estaba acostumbrado a ser tratado con brutalidad, con odio y la más intensa pasión que jamás había experimentado. Le gustaba. Lo hacía sentirse vivo y que podía morir de placer. Lo obligaba a corresponder esos besos que mordían...
Y como cada vez que una nación se impone sobre otra, nace un nuevo territorio producto de la influencia de ambos. Fue así como durante 9 meses se firmó un tratado de paz tácito entre ellos, que les permitía llevarse relativamente bien. No, más que eso.
Al principio el chino se sentía humillado de lo que le estaba sucediendo. No era justo. Había tenido que soportar en silencio los abusos de ese bastardo altanero, y ahora tenía que llevar a su hijo. En verdad, no era justo. Su lengua lo maldijo durante días, lo golpeó con las pocas fuerzas que el dolor le permitía contener y luego lloró su frustración y sus miedos hasta quedarse dormido. No obstante, no podía permitirse desterrar al inglés de su vida ya que sus nauseas eran muy agresivas y la fiebre causaba por la ira no bajaba.
-No puedes hacer esto solo, necesitas que te cuide.
-No te me acerques… -dijo Yao con un hilo de voz mientras intentaba recuperar el aliento luego de vomitar compulsivamente.
-Escúchame bien! Tú me perteneces y no puedes hacer nada que yo no te diga, me has entendido? -el otro ya no tenía fuerzas para pelear, solo lo miró para darle a entender que lo estaba escuchando.
-Desde ahora ya no eres responsable solo de ti, tienes otra vida de la cual hacerte responsable, y si quiero que MI hijo nazca fuerte y saludable, te voy a dar todo lo que necesites, comprendes?
Yao asintió y luego, derrotado y exhausto, se recostó sobre le pecho del inglés para no caer sobre el piso del baño. Malditas hormonas...
-Si acepto tu ayuda… no es por mí, es por el bebé… pero recuerda que no es solo tuyo.
Arthur lo cargó hasta la cama donde lo limpió cuidadosamente. Lo arropó y vigiló su fiebre toda la noche. Ante los signos de frío se recostó a su lado, abrazándolo desde atrás para transmitirle la sensación de protección que quería brindarle durante este tiempo difícil. Sabía que estaba cayendo en un juego peligroso, pero, cómo evitarlo?
Los meses siguientes fueron prósperos y pacíficos, entre tímidas risas que notan los primeros movimientos de su pequeño milagro, y un par de masajes en la espalda que se convertían en arrullos para dormir. Era en las noches cuando Yao más se sorprendía del cambio, cuando era despertado a besos dulces y suaves como al brisa del verano.
-Arthur?
-No quiero dañar al bebé, así que seré cuidadoso, lo prometo.
Manos calientes se paseaban por todo su cuerpo, dedos delgados se pasaban por su cabello negro, besos delicados se deslizaban por su cuello. Sus cuerpos casi no se movían pero dentro de ese trance etéreo, llegaban al orgasmo como un par de adolescentes en su primera vez. Pero claro, esta paz no podía durar para siempre.
Al término de la gestación, llegó el pequeño Hong Kong como la alegría más grande que sus padres pudieran experimentar, pero al poder darle su atención directamente, el inglés se dio cuenta que ya no podía seguir tan unido al chino.
La culpa era tremenda. Sabía que no debía hacerlo, pero lo hizo. Ahora estaba encariñado con alguien a quien políticamente no podía tratar bien. Debía deshacerlo lo antes posible.
Por su parte, Yao había creído que ahora las cosas iban a estar bien y que el producto de su amor los mantendría unidos y en armonía. Qué equivocado estaba. Al poco tiempo, el padre perfecto se convirtió también en un esposo negligente. Ya no lo golpeaba, era cierto, pero ahora parecía ignorarlo, destrozando la confianza y las esperanzas de la nueva y vulnerable madre.
Arthur se ausentaba todo el día para no tener que afrontar la realidad, esos ojos brillantes y la sonrisa maternal de los que se había enamorado, ahora deberían estar odiándolo más que antes por hacerlo depender de él en esa perfecta mentira para luego botarlo como un trapo sucio.
Estaba borracho. Hong estaba durmiendo. Su madre también. Arthur se sentía vacío. Se metió en la cama sin hacer ruido, despertó a su esposa acariciándole el cabello, y luego derramó una lágrima por lo que iba a suceder.
-Qué soy para ti? -le preguntó Yao mientras Arthur empezaba a hacerle el amor de una manera desesperada.
-Eres la madre de mi hijo -respondió Arthur sin dejar de quitarle la ropa.
-Eso te da derecho a convertirme en tu desahogo sexual? -Yao también lloraba, pero de rabia.
-Lo siento, no puedo contenerme cuando estoy contigo.
Sus labios quedaron atrapados en un beso furioso que parecía no terminar, que los consumía, los enojaba y los liberaba. Sus cuerpos enardecidos con la misma ira empezaron a amarse como si no hubiera mañana, casi rompiendo la cama. Era de conocimiento mutuo. Lo suyo iba a terminar, y muy mal. Pero esa noche era de ellos y de nadie más. Separarse era lo mejor, lo sabían, empero en lo más profundo se hallaba un deseo que no quería que la noche terminara.
-Te voy a odiar toda mi vida.
-No me importa.
Un último beso, un último adiós, un último estremecimiento antes de que levante el alba.
Un nuevo día ha llegado. Hong no está. Inglaterra tampoco. La guerra solo señala bajas en su bando. No importa, podrá levantarse algún día. Ahora tiene otra herida que sanar. Un corazón roto que abre más su herida con cada latir. El tiempo viene. El tiempo va. Trae buenos recuerdos pero deja cicatrices profundas. Las naciones viven eternamente, algún día podrá olvidar, por ahora, solo déjenlo llorar.
FIN